Hasta el perdón tiene límites/Roberto Blancarte
Milenio, 28/02/2017
Releo el libro de mi amigo Francisco Ugarte Corcuera (por lo demás, Vicario del Opus Dei en México), Del resentimiento al perdón (Panorama Editorial, 2003), donde él hace la distinción entre, por un lado, el que es inocente y puede ser disculpado y, por el otro, el que es culpable y puede ser perdonado.
Cito: “No cabe duda que resulta más fácil disculpar que perdonar. Cuando me doy cuenta de que alguien no tiene la culpa, no encuentro en mí ninguna resistencia para disculparlo, porque lo natural es precisamente reconocer su inculpabilidad. En cambio, cuando descubro que el ofensor es culpable de su acción, de ordinario surge naturalmente una reacción, inspirada en el sentido de justicia, que inclina a exigir que el agresor cargue con las consecuencias de su acción, que pague por los daños cometidos. El perdón, entonces, implica ir en contra de esa primera reacción espontánea, sobreponerse a la inclinación de exigir lo que parece dictar la justicia, pero que es superado por la misericordia”.
En suma, el perdón, por lo menos el perdón cristiano, no necesariamente va acopllado con la justicia terrenal.
El tema resurgió con fuerza debido a una reducción de sanciones que el Papa Francisco le otorgó a una serie de sacerdotes pederastas, pues en lugar de apartarlos del sacerdocio, los ha condenado a una vida de penitencia y oración, así como a la prohibición de ejercer públicamente su ministerio (misma condena que, por cierto, tuvo Marcial Maciel). Para las víctimas y para no pocos funcionarios de la propia Congregación de la Doctrina de la Fe, la condena parece poca y el perdón, tan relativo como innecesario. Pero la verdad de las cosas es que hay que concederle a este Papa que por lo menos ha sido coherente: el perdón tiene que ser parejo y sin mirar a quién, pues de otra manera la misericordia se distribuiría irregularmente. Y así como ha pedido que se perdone a las mujeres que han abortado, ahora lo hace con los pederastas. Puede no gustarnos, mucho menos a sus víctimas, pero así funcionan las enseñanzas de los evangelios, o cierta comprensión de los mismos.
Por suerte, para quienes creemos en la justicia terrenal, existen los tribunales y las penas que la sociedad les impone a quienes delinquen. Podemos entender la misericordia cristiana, pero seguir exigiendo justicia. Porque en nuestra sociedad, donde pululan los corruptos, criminales y perversos, el perdón tiene que tener límites.#
#
No hay comentarios.:
Publicar un comentario