30 oct 2017

Somos ya multitud abierta a las preguntas.

"...Amanezco. Amanecemos.
Somos ya multitud
abierta a las preguntas.
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Invocación a una alta imagen
                                                               A Ruth
Mujer de viento,
permite que la playa de tu oído
recoja el mar de mis palabras.
He de enseñarte a amar lo que yo amo
y has de aprender a amarte toda tú:...
#

"....Yo te beso en la boca y tu misterio se abre,
ávido de abrazos.
Mi cuerpo se abre en cruz.
Nuestras manos se estrechan.
Tu palpitante corazón deshoja mis latidos.
Dicen ser esto la alegría.
Yo te estrecho,
yo te estrecho.
Somos los dos turbias bestias
crucificadas en los brazos del otro.
El antiguo ensueño azul se desbarata.
#
"..De los cuerpos que se besan
viene este parto de la brasa.
Los objetos adquieren sus perfiles de gracia
y desdeñan la sombra.
#
"...Y es que tengo con tu pasión queveres.
Tengo a tu cintura aprisionada.
Y un cielo azul muy duro
anuncia a nuestros vientos el invierno.
#
Aguja en el pajar

                                        Aunque pudiésemos representarnos lo que
                                         es, no podríamos decirlo ni comunicarlo...
                                                                                                                Gorgias
Desde la pluma brotas, súbita
llama tensa que se prende aun a la madera
húmeda y la quema y la guarda.
Entonces tu jadeo (reiterado,
sonámbulo sonido que atraviesa
las destruidas, de amor, paredes
de mi cráneo y pronuncia sin decirlo
mi solo nombre oscuro y dibuja mi rostro),
tu jadeo me recorre. Yo gozo
la tensa y acre miel de tus axilas
y el vello, violento y deslumbrante,
que sube, musgo negro, de tu vientre.
Echado sobre ti, dejo en tus senos
la huella de mi pecho, un turbio laberinto
de cabellos y amor. Desaparezco en ese instante
y respiro ahogado en tanta sombra. Se acelera
mi sangre. Apenas reconozco tus ojos
en la apretada luz que me golpea las sienes
y las manos. Son, no sé, tres, cuatro, diez
segundos de gozosa inconsciencia.
Nuestra palabra es una sola letra terca.
¿Qué nombre concederte ahí, un signo
que sin lastimarte te construya? Tu nombre
no te agota ni puebla por sí solo,
con tu imagen, la memoria de nadie.
Lo tienen también algunas aves
que sólo cantan al atardecer. Tendría
que inventar, para mirarte bien
entre la turba terca de las cosas,
un cúmulo de voces y de signos.
Te reconocería así en la muchedumbre:
una voz te haría aguja encontrada
en el pajar. Pero ¿quién compartiría
mi manera de hablarte? Idéntica
a ti misma, diferente de todo,
sólo a mí momentáneamente te asemejas
cuando por mi boca respiras.
Te doy cuanto yo necesito
y cambias ya de rostro.
Una eres cuando caminas entre automóviles
y grasa que hiere el paladar y otra
cuando recibes el peso de mis venas.
¿Cómo decir
con sólo un nombre las siete especies
de mujer que tú eres? Seis, siete voces
por la llama que fuiste; diez, doce
nombres por el mar que serás. Tu nombre
pronunciado en la penumbra despedaza
al que digo bajo el sol de noviembre.
¿Para qué destruirte con una voz, entonces,
para qué encerrarte en un sarcófago sonoro?
Quedémonos así,
goloso uno del otro, y sin hablar.
#
Un largo, lento aprendizaje...

                                                   ...aprender a morir ya estar muerto.
                                                                                                                Platón
Me dañará, lo sé ya desde ahora,
la nostalgia. Se ha cerrado
el ciclo de toda destrucción y el amor
y el amor se combaten. Nos hemos desgarrado
como quien tercamente, hora tras hora,
regresa al mismo sitio por tocar
animales destruidos o muecas disecadas.
Un rencor de pupilas o ceniza
anunciado en el fuego.
Así también endurecimos. Es posible
que llegue un día en el que ya no quiera
hacer ningún esfuerzo por reconstruir
tu mirada más débil, aquella que borraba
hasta el presagio de la pesadumbre.
Nos matamos con los adioses simples,
con la sonrisa puesta mal
en la frontera tensa de la noche. También
morimos cuando una cuchara cae desde la mesa
con un ruido de terremoto impresionante
a la mitad de nuestros dos silencios.
Un día, éste, tal vez, tan luminoso
bajo el azul abril,
descubriremos que podríamos vivir,
un minuto lo mismo que diez años,
con la llaga del otro en ambas manos;
dirás entonces: ya no es posible
continuar, destrúyeme; y sumidos
adentro en la inconsciencia
nos besaremos quizá por la vez última.
Como si con una espada
de suavidad te penetrara y sufrieras
y temblaras entonces. Porque oscilamos,
péndulos ambos, de uno a otro. Árboles
podridos que aún pudieran ofrecerse
frutos. Despedirse, desprenderse,
hasta el muñón, el brazo oscuro, separarse
así del propio cuerpo, quise decir: el tuyo
que fue mío. Todo en el amor derrota
y convulsión, todo un sencillo
aprendizaje: el de enseñarse
a morir y a estar muerto.
#
"...Te toco, dije, mujer, hasta el más húmedo
hueso de tu vientre, donde ya gimes tú,
y el aire libre viene, sin sangre
o pensamientos: un solo extremo
de mi cuerpo se convierte en el todo.
Ni un pensamiento impuro empaña entonces
ese goce: cuando estoy en tu vientre
sólo estoy en tu vientre. Soy ahora
ese límite extraño, esa piel que consume,
que se quema y se gasta, ese tacto
profundo que va desde la piel
al pozo ciego de mis venas, y también
un ruiseñor y un alto sol, tendido,
mudo. Un beso apenas, un leve,
ya risueño fulgor que lento acaba:
la piel que se contrae. La sangre
toda y los sudores hablan. Vuelven
a mí los pensamientos. Por ti camino
llano, por el tiempo. Cuando estoy
a tu lado, no estoy sólo a tu lado:
el agua entera fructifica, el espacio
se amplía y un lento sol nocturno
nos enciende por dentro.
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Sombra

                                                        Matamos lo que amamos.
                                                                                     Oscar Wilde

¿Podremos dar acaso lo que somos?
¿Jamás? La carne, la mano misma
con la que yo me doy, se vuelve
dulcemente acero, y al durazno
del día -que mastico, goloso-
lo carcome la sombra. Un rastro
de egoísmo contrae el gesto
de la dádiva, un antiguo cansancio
se detiene en el aire. La sonrisa
se hiela. El agua mata la sed,
es cierto, y hace trizas el vaso.
Algo de mí, seco, enmohecido,
se despega conmigo cuando la piel,
ya tensa, de mis labios
roza apenas tu sangre. Algo
pierdo de mí, calcinado,
destruido, en cada río de cólera,
no importa, o de cariño, con los que intento,
miope, asirte, oh tú,
por siempre inalcanzable.
Pues algo detrás de ti se queda,
durísimo, inasible, al otro lado
de una puerta de llanto sólo
y de tristeza y de goznes
inútiles: no tengo llave,
no tengo voz con qué lograr
que la montaña se abra. Porque te digo
amor y sin embargo mato
aquello mismo que deseo, equívocos,
equívocos. Somos aquello
que construimos, nada, sólo
un poco de polvo en la mitad
inhóspita del llano, una columna
lenta, con basura y humo, un instante
de piedra, detenido. Más que ser,
tocar un rostro. Nuestras vidas
se cruzan como dos aires turbios
encima de la arena o las heladas nubes
de la playa. Así, ni más
ni menos, coincidimos: en la calle,
en la casa, en el jardín de agosto,
en el abril profundo o en este julio
que sangra azules y fugaces hierros.
Soy una brisa que abrasa el centro
del espanto. Todo cuanto te he dado
pasará, como nosotros mismos. Y la sombra,
la sombra sólo, la sombra enorme,
húmeda, la ceniza tediosa
quedará en el cielo, como una cegadora,
abierta herida en la piel de la luz.
#
Horas
11.30 p.m.
Durísima la luna. Igual que tú, tan lejos.
Suéñame, te digo, como te sueño aquí,
hasta que los dos sueños se conviertan en fuego,
hasta que mi aliento sea el tuyo,
hasta que respiremos cada uno
por la boca del otro. La luna
asoma, llena y sorda. No estás
al otro lado del teléfono y sólo
por un hilo de sueño podré hablarte.
Paz y fuerza me habitan. Entro
con pies descalzos en el lecho.
Estás hecha de espumas, estás
hecha de nubes, estás hecha de luz.
Compartamos los sueños.
10.30. a.m.
Moles de nieve, quietas, perturbadas
apenas por la luz. Nada conmueve
al resplandor, arriba. El cielo está
desnudo. El vértigo está aquí,
adentro, en la conciencia.
La nube derretida es piedra densa. 
Más en calma este mar de vapores
que las nieves deshechas en la cumbre.
Allá la roca dura, el hielo, la nostalgia.
Un techo largo aquí, de plomo,
lagunas sólidas de plomo.
Yo viajo lentamente, encima de un gran
mar, blanco y sin sangre. El mundo
tiembla, abajo. Un segundo después,
la vida será otra. Nada más frágil
que este valle de nubes, arriba
del Atlántico. La rotación insomne
de la tierra, el calor implacable,
el viento cruel, el simple y lento
tránsito del tiempo, la más ligera
sombra, destruirán el paisaje.
Nadie podrá volver hasta este
sitio. Baja el avión y el valle
no se altera. Atrás, horas atrás,
queda el desierto techo sin fronteras.
Pongo mi pie en la tierra, entro
en la sombra. El tiempo se estremece.

8.30 p.m.
Sé que voy a morir. Lo sé de cierto.
He vivido como si la muerte fuera
un recuerdo lejano. Pero tú has hecho
que la luz se prolongue en la alcoba.
¿Esa piel que tocaba en el sueño
era la tuya? Era en verdad la piel
amada de tu cuerpo entero.
Has hecho que renazca.
La luz, el cielo, el mundo
eran tiniebla. Pero viniste tú,
como nacida desde una piedra de fuego.
Llegaste como un pájaro súbito,
como un rayo de espuma. Semejabas
un espejo de soles, un mar de luz
que me envolvía. Amanecí. El sueño
era desnudo campo compartido.
Soñaba que te ahogaba
con mi aliento de hombre.
Iguales ambos sueños, te soñaba
como si mi cerebro anidara en tu cráneo,
como si el territorio de los sueños
fuera el débil territorio de una sangre común.
Tú te abrías como el mar,
para tragarme. Como la nube blanca,
envolviéndome, como la tierra negra.
El sueño era verdad. Entrábamos en él,
como por un espejo. Salíamos desde él,
como a través de una puerta de viento.
Mis ojos eran tuyos. Tus ojos me miraban
en la penumbra blanca de la alcoba.
Despertar o dormir era lo mismo.
Vivíamos vidas iguales, a un lado
y otro de la muerte, el amor era el mismo
de un lado y otro de la vida.
Te besé hasta la dicha, te mordí
hasta la muerte. Granada
fue tu boca,
tamarindo
tus labios.
Compartimos el sueño.
#
Voces
¿Dónde, en verdad, nace el idioma?
¿En la garganta o en la piel?
¿En el hoyo más denso, más
amargo y profundo de la historia?
Lengua y palabra somos, pregunta
acaso, el grito ya voraz, hambriento,
seco, súbita voz de ronca arquitectura,
aire que rasga el árbol,
de la raíz hasta la suave
explosión de la semilla.
Pues el amor era casual y cuando
la lluvia se estrellaba en los cristales
y hacía que la luz naciera, adentro,
cuánta crueldad, cuánta premura,
cuánta prisa y desolación
amargas, cuánta.
Pero el amor era un abismo
y yo iba hasta el fondo de ti.
Y nada ni nadie, pese a esa
desolación y pese a aquella
prisa amarga, podía separarme
de ti. Yo te pertenecía
como una brasa pura,
como un harapo de carne
adherido a tu carne. Y tú,
como una voz, como una palabra
más en mi cerebro, como algo
nacido en el centro de mí,
hablabas y todos te escuchaban.
Mi voz había cambiado. Lengua
y palabra somos, pregunta acaso.
La verdad es que yo
vivía de tus alientos
hasta un sitio imposible,
hasta donde yo no era yo,
hasta donde tú empezabas a ser
una parte gravísima, enferma,
de mí mismo. Ésas eran mis letras,
ésta ha sido mi voz, la sangre
estremecida en cinco largos,
infernales y felices años.
Porque el idioma
no nace en la garganta. Porque
la voz no nace en los pliegues
más hondos del cerebro.

Somos lengua y palabra, sí,
pregunta a veces, sorda
respuesta, negras voces.
Somos el otro. Yo soy sólo tú.
y tu historia me niega
y me edifica. Soy un pájaro ciego
que una vez y otra vez,
como la lluvia, contra las ventanas
de los cuartos, resbala, lento.
Soy un pájaro que recuerda
y que canta, enceguecido ya
por tu memoria. Cuando estoy
a tu lado, cesa el canto.
Vivir es todo. Mi voz nace
desde la extrema raíz de tus sentidos.
Lengua y palabra somos, preguntas
encendidas, respuesta a veces,
aire que mueve un árbol,
pájaros ciegos en un bosque
extraño, recuerdos largos de la especie,
voces llenas de sangre,
Cantos que rompen el inmenso
silencio blanco de la noche,
una luz que se apaga, un rescoldo
contra la brasa cruel de las estrellas.
Valió la pena vivir este minuto.
Alegría. Moriremos.
#
Jaime Labastida Ochoa...Poeta,  periodista y ensayista mexicano nacido en Los Mochis, Sinaloa, en 1939.
Licenciado en Filosofía por la UNAM.
Ha sido director general del Festival Cultural de Sinaloa y subdirector de Administración y Difusión del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA).
 Es director de la la editorial Siglo XXI desde 1990; integrante del grupo literario La Espiga Amotinada junto con Óscar Oliva, Eraclio Zepeda, Jaime Augusto Shelley y Juan Bañuelos.
Fue miembro fundador y presidente de El Colegio de Sinaloa de 2006 a 2011.
Fue director de la revista Plural y presidente del Instituto Mexicano-Cubano de Relaciones Culturales. 
Actualmente es Miembro de Número de la  Asociación Filosófica de México,  Miembro de Número de la Academia Mexicana de la Lengua y director de Siglo XXI Editores. 
Ha publicado, entre otros libros, "El amor, el sueño y la muerte en la poesía mexicana",  "La palabra enemiga", "Elogios de la luz y la sombra", "Humboldt, ciudadano universal", y "Cuerpo, territorio, mito".   
Parte de su obra poética está contenida en "El descenso" 1960,  "La feroz alegría" 1965, "A la intemperie" 1970, 
"Obsesiones con un tema obligado" 1975,  "Las cuatro estaciones" 1981, y "Dominio de la tarde" 1991,  integradas en el volumen "Animal de silencios". 
Ha sido galardonado con importantes premios, entre los que se destacan, Premio Tuxtla Gutiérrez 1980, 
Premio Internacional de Poesía Ciudad de la Paz 1981, Premio José Fuentes Mares  1987, Premio Nacional de Periodismo en 1992, y Premio López Velarde 2007.  

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¿Y ocurrió el milagro!