Malentendidos sobre Benedicto XVI y la crisis de los abusos sexuales
Lo que ha hecho Ratzinger ante las denuncias
ROMA, domingo, 13 de junio de 2010 (ZENIT.org).-Las revelaciones actuales de abusos sexuales por parte de sacerdotes en la Iglesia católica están atrayendo una atención sin precedentes sobre el papel del Vaticano y, sobre todo, sobre las acciones de Benedicto XVI. En medio de la cascada de reportajes, existe, sin embargo, el peligro de que los hechos puedan quedar oscurecidos por la intensidad de las opiniones expresadas.
Un ejemplo reciente es la noticia de portada de la revista Time del 7 de junio. Sobre una foto del Papa con la cabeza vuelta se leía el titular: "Por qué ser Papa significa nunca decir perdón". Un vistazo rápido a la sección de la página web del Vaticano dedicada a los abusos sexuales revela, por el contrario, que en repetidas ocasiones Benedicto XVI ha expresado su remordimiento por los abusos de niños y adolescentes. De hecho, el link superior es un vídeo con una lectura del párrafo 6 de la carta del Papa a los católicos de Irlanda del 19 de marzo en la que dice: "Habéis sufrido intensamente y eso me apesadumbra en verdad".
Para ayudar a aclarar estos temas, Gregory Erlandson y Matthew Bunson acaban de publicar el libro titulado: "Pope Benedict XVI and the Sexual Abuse Crisis" (El Papa Benedicto XVI y la Crisis de los Abusos Sexuales) (Our Sunday Visitor). Los autores saben bastante sobre el tema. Erlandson es el presidente y editor de Our Sunday Visitor Publishing Company, mientras que Bunson es el redactor jefe del Catholic Almanac y también de la revista Catholic Answers.
Comienzan por señalar que una de las lecciones de los escándalos de abuso sexual es no tener miedo a la verdad. "Hay que enfrentarse a los hechos, pero también deben examinarse con equilibrio y honestidad", observa el prólogo.
Las cuestiones sobre el modo de actuar de Benedicto XVI surgieron con la publicación de reportajes sobre cómo trató a un sacerdote cuando el futuro Papa era arzobispo de Munich. Siguieron otras acusaciones, sobre las decisiones que tomó cuando era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre los casos de abusos en Estados Unidos. Los medios acusaron al Pontífice de negligencia, encubrimiento, y falta de preocupación por las víctimas de abusos.
Benedicto XVI difamado
Los autores del libro rechazan estas afirmaciones como falsas, pero admiten que a la mayor parte del público le habrá resultado difícil llegar hasta puntos de vista que les condujeran a una comprensión más correcta de la situación. El resultado es que se ha difamado a Benedicto XVI, y también se ha pasado por alto la actuación de la Iglesia católica en Estados Unidos. Durante los últimos años la adopción de nuevas normas y procedimientos ha llevado a cambios drásticos en el área de los abusos sexuales, precisa el libro. Aún así, la mayor parte de la cobertura de los medios presenta la situación como si estos cambios nunca hubieran ocurrido.
En relación al papel del Pontífice cuando presidía la Congregación para la Doctrina de la Fe, los autores presentan dos puntos importantes. Primero; antes de 2001, la responsabilidad de tratar los casos de abusos sexuales estaba dividida entre varias oficinas vaticanas, y no fue hasta la publicación de la carta apostólica del 18 de mayo de aquel año que todos aquellos sacerdotes acusados de abusos fueron asignados a la Congregación para la Doctrina de la Fe. Segundo, cuando el entonces cardenal Joseph Ratzinger asumió el control de estos casos, experimentó un cambio de actitud y se dio cuenta más claramente de la gravedad de la situación y de la necesidad de una actuación mucho más decidida.
Esto le llevó a las palabras que escribió para las meditaciones de las Estaciones del Vía Crucis, el Viernes Santo de 2005, poco antes de la muerte de Juan Pablo II. En la Novena Estación clamaba: "¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él!".
Una vez que la Congregación para la Doctrina de la Fe se encargó de tratar los casos de sacerdotes que habían cometido abusos sexuales actuó rápidamente para resolverlos. Esto se explicaba en una entrevista concedida por monseñor Charles J. Scicluna al periódico católico italiano Avvenire en febrero de este año. Cerca del 60% de los casos no llegaron a juicio debido a la avanzada edad de los acusados, pero fueron sometidos a una actuación disciplinaria y alejados de cualquier ministerio público. En general, en un gran número de casos se permitió a los obispos locales que tomaran medidas disciplinarias inmediatas, de manera que no se retrasaran la puesta en marcha de estas medidas antes de que tuvieran lugar los juicios.
Algunos de los reportajes de los medios han criticado la lentitud o la falta de actuación de Roma al tratar a los sacerdotes culpables de abusos. Pero los autores del libro citan varias fuentes que demuestran que los retrasos fueron mucho más responsabilidad de los obispos locales norteamericanos que de cualquier negligencia del cardenal Ratzinger o de los encargados en su oficina de tratar estos asuntos.
De hecho, los autores del libro señalan que uno de los factores que agravaron los problemas de abusos sexuales fue la falta de aplicación, por parte de los obispos, de las leyes y normas de la Iglesia sobre cómo deberían tratarse estos casos. No obstante, no se trató sólo de un fallo de los obispos. Cuando muchos de estos abusos tuvieron lugar, en ocasiones hace varias décadas, los psiquiatras y otros miembros de la sociedad de aquella época no comprendieron la intensidad del mal que estaba detrás de tales actos.
Aunque se han hecho muchos progresos, Erlandson y Bunson también plantean algunas sugerencias sobre medidas adicionales que puede adoptar la Iglesia. Primero, es necesario que continúe el tono claro de asunción de responsabilidades que ha establecido Benedicto XVI, y los infractores deben responder de sus actos. Segundo, el Vaticano debería considerar la publicación de algunas normas mundiales, tanto para asegurar que se informa a las autoridades civiles de los casos de abuso sexual como también que existe una consistencia al tratar con los casos de abusos. Tercero, debe seguir adelante la renovación espiritual del sacerdocio y la vida religiosa.
Papel decisivo
Erlandson y Bunsen concluyen su estudio afirmando que la crisis de los abusos sexuales del clero muy probablemente defina el pontificado de Benedicto XVI. Esto no se deberá tanto a la cantidad de los escándalos revelados, sino al papel de liderazgo que ha tomado.
Antes de llegar a ser Papa, llevó a cabo actuaciones decisivas para que la Congregación para la Doctrina de la Fe tratara a los sacerdotes abusadores. Una vez elegido Papa, se ha encontrado con numerosas víctimas, ha reprendido a los sacerdotes culpables y ha desafiado a los obispos. También ha estado en la vanguardia de las reformas de procedimientos que han dado como resultado que la Iglesia sea capaz de responder más rápidamente cuando se trata de casos de abusos sexuales. El libro cita al cardenal Sean O'Malley de Boston que afirmó que, durante una década, el aliado más fuerte que tenían los obispos norteamericanos en Roma al tratar los casos de abusos sexuales fue el entonces cardenal Ratzinger.
Una vez elegido, Benedicto XVI escogió como sucesor en la Congregación para la Doctrina de la Fe a un norteamericano, el cardenal William J. Levada, alguien que era muy consciente del alcance de los escándalos. En sus mensajes sobre los abusos sexuales, el Pontífice ha hablado con claridad y con fuerza. También es consciente de la necesidad de una renovación espiritual, que expresó claramente en su carta a los católicos irlandeses, observa el libro.
Los autores admiten que, como muchos de su generación, el actual Papa fue al principio lento a la hora de darse cuenta de la gravedad, pero cambió hasta el punto "de convertirse en el defensor histórico de la reforma y la renovación de la Iglesia, y comprende el significado del problema".
En otras palabras, Benedicto XVI no es un obstáculo para afrontar con eficacia el problema de los abusos sexuales, sino una parte vital de la solución.
Por el padre John Flynn, L. C., traducción de Justo Amado
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