El orden
libertario/JAVIER SICILIA
Revista
Proceso
No. 1889, 13 de enero de 2013
Abrimos
un nuevo año y, desde la perspectiva de los mayas, que eran grandes astrólogos,
un nuevo ciclo que, en términos históricos, definimos como “cambio
civilizatorio”. A diferencia de lo que solemos pensar cuando hablamos de
cambios, éste no se produce de la noche a la mañana, sino de manera lenta. Las
eras, otra enseñanza de la historia, se empalman. Tampoco, como solemos pensar
cuando hablamos de ciclos, el nuevo es algo desconocido, sino, como la palabra
misma lo dice, un retorno al origen, pero de manera distinta. La primavera de
ayer no será la misma que la de mañana, pero será siempre primavera. Los
zapatistas lo expresaron con el lenguaje de la poesía el mismo día en que la
idiotez leía el fin del mundo en el calendario maya: “¿Escucharon? Es el sonido
de su mundo derrumbándose. Es el nuestro resurgiendo. El día que fue el día,
era noche. Y noche será el día”.
¿Cómo
llamar a eso nuevo que emerge? Quizás el título con el que Michel Onfray
encabeza su estudio sobre la vida filosófica de Albert Camus sea el adecuado:
El orden libertario. Quien lo define mejor
no es Proudhon, a quien se le atribuye el término, sino una figura que
ha sido fuente de inspiración de los textos del Subcomandante Marcos en la
figura de Durito y ha sido un modelo
frente al mundo nihilista que vivimos: El Quijote, un hombre que, mal ubicado
en una época vacía, defiende valores caducos: la bondad, la nobleza, el sentido
de la justicia, el desinterés, la predilección por las causas perdidas, la
determinación para defenderlas a pesar de las burlas y el desprecio, la
reivindicación del honor, la renuncia altiva y recta a la victoria robada, el
obstinado rechazo a las degradaciones y los horrores de su siglo, su
intempestiva inactualidad. Don Quijote, dice Onfray, “pelea y nunca se rinde,
encarna el combate perpetuo, se gloría de la humildad de su linaje, opta por la
caridad y la misericordia, incluso y sobre todo, si puede recurrir a la
venganza; es un exiliado de su casa, un ser que lleva en alto el estandarte de
la libertad en cada sitio donde se tiene la pasión por la servidumbre”.
El
orden libertario, representado en la figura emblemática del Quijote, está en lo
mejor de la tradición cristiana y expresa lo mejor de la tradición de esa
izquierda que, como lo sabía Gramsci contra Marx, Lenin y las izquierdas
mexicanas que se dicen “democráticas”, no es una forma ideal, pura, sino una
fuerza en movimiento donde la revolución de la inteligencia debe anteceder a la
revolución social. Surge del horror y el crimen de los cambios civilizatorios y
expresa el origen de lo humano de manera nueva, siempre ridícula y asombrosa
para una época decadente.
En
el México de hoy, tiene el rostro de un guerrillero con un pasamontañas, una
gorra raída de campaña y una pipa, tiene el rostro de miles de pasamontañas con
los ojos oscuros, la dignidad en la mirada y unas armas de palo, semejantes a
las armas llenas de orín y moho de Quejana; tiene el rostro de un poeta con un
ridículo sombrero de Indiana Jones y una chamarra de borrega raída que, al
igual que el morrión del Quijote, sacó del último rincón de su clóset, tiene el
rostro de miles de víctimas, despreciadas, criminalizadas, abandonadas, que con
las fotografías de sus hijos se echaron a caminar al lado del poeta e hicieron
de su dolor y su debilidad no un imperativo para el odio y el resentimiento,
sino un camino amoroso de justicia y de paz; tiene el rostro de unos niños bien
que repentinamente se opusieron al poder de los medios y de las partidocracias;
tiene el rostro de un sacerdote y un obispo que, al igual que cientos de los
suyos, tomaron la voz de los migrantes y de todos los débiles. Dicen no al
capitalismo y a su fórmula liberal que produce miseria, precariedad,
sufrimiento de los pobres, corrupción,
injusticia y criminalidad; pero al mismo tiempo dicen no a los autoritarismos
de las izquierdas que se disfrazan de democráticas, a sus formulaciones
simplistas y a sus linchamientos en ese patíbulo moderno llamado Internet.
Hablan fuerte, dialogan con todos, dicen cosas tan viejas como la humanidad, y
se niegan a secundar las traiciones de la realpolitik. Su originalidad –toda
originalidad es una fidelidad al origen– desconcierta e indigna a quienes se
aferran a la podredumbre de una era civilizatoria cuyas instituciones, que se
desmoronan, han terminado por destrozar lo humano y humillar la tierra. Hablan
de equilibrio, de proporción, de vida austera, de fraternidad; creen en la
no-violencia, es decir, en que se puede obtener más llamando a la inteligencia
del corazón que lanzando insultos y negando lo humano en nombre de lo humano,
creen en la educación de la gente mediante la poesía y el símbolo; invitan a
encarnar la libertad y la justicia más que a vociferarla; prefieren reunir que
dividir; mostrar con el ejemplo que predicar; no justifican los medios bárbaros
para obtener fines humanos; prefieren una política modesta, exigente, real,
ética y práctica a la política arrogante y mortífera de las partidocracias. Son
lo nuevo que nace de lo que se desmorona y que únicamente pide que se le
escuche con atención.
Además
opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los
zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los
crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de
San Pedro, liberar todos los presos de la APPO, hacerle juicio político a
Ulises Ruiz, cambiar la estrategia de seguridad y resarcir a las víctimas de la
guerra de Calderón.
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