“¡Que se
cumpla!”, el gran desafío con la Ley de Víctimas
/MARCELA
TURATI Y ARTURO RODRÍGUEZ, reporteros.
Revista
Proceso
No. 1889, 13 de enero de 2013
Fue
una ruta muy larga la que tuvieron que seguir las víctimas de la lucha de
Calderón contra el narco para llegar ese miércoles 9 a la residencia oficial de
Los Pinos a la promulgación de la ley que, esperan, consiga materializarse de
manera cabal. El camino comenzó cuando Felipe Calderón declaró una guerra que
ha costado decenas de miles de vidas, pero no se hizo visible sino hasta abril
de 2011, cuando tomó forma el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad.
Pero los promotores de éste aún tienen dudas y tareas pendientes. Ahora se trata
de reglamentar la ley y hacer que se cumpla, que aterrice.
Un
primer cartel apareció entre el público: “Mi víctima está presente”. Lo
sostenía una mano tímida. A un lado, un joven con un gorro de estambre se animó
a levantar su iPad para mostrar la foto de su familiar ausente. Lo coló así
para evadir el filtro del Estado Mayor Presidencial, acostumbrado a retirar
pancartas y todo lo que incomode al presidente.
En
la residencia oficial de Los Pinos –ante Enrique Peña Nieto, su gabinete, los
congresistas y funcionarios públicos que lo acompañaban en el presídium– poco a
poco se hicieron presentes los ejecutados, los levantados, los ausentes por la
violencia reciente de México, sostenidos por sus familiares.
Se
presentaron primero aislados en aquel letrero de una mamá que se tragaba las
lágrimas mientras sostenía en alto la foto de su hijo de 12 años a quien no ha
visto desde hace tres; la vista fija en los funcionarios que hablaban del
dolor, de su dolor. Estaban en los carteles plastificados con fotos de jóvenes
desaparecidos en el norte del país. En las cartulinas que mencionaban a
luchadores sociales asesinados. En las lonas con fotos de grupo y signos de
interrogación que exigían respuestas.
Desde
el presídium, a su nombre, a nombre de los desaparecidos, el poeta Javier
Sicilia leyó un poema del uruguayo Mario Benedetti: “Están en algún sitio/
concertados/ desconcertados / sordos, / buscándose / buscándonos / bloqueados
por los signos y las dudas / contemplando las verjas de las plazas / los
timbres de las puertas / las viejas azoteas / ordenando sus sueños, sus olvidos
/ quizá convalecientes de su muerte privada”.
Impresa
en la pared, la explicación del acto que se celebraba el miércoles 9 en el
Salón Adolfo López Mateos de Los Pinos: “Promulgación de la Ley General de
Víctimas”.
Primer
orador, el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong destacó que
“las víctimas de los delitos no son cifras. Son historias de dolor, familias
agraviadas, vidas rotas por la violencia y el crimen”. Anunció que la ley
recién aprobada sufriría modificaciones para ser perfeccionada.
Siguió
el turno de Javier Sicilia, el poeta que con su grito de “¡estamos hasta la
madre!”, lanzado después de que enterró a su hijo asesinado, animó a las
víctimas a salir a las calles, sentar en el banquillo de los acusados al
entonces presidente Felipe Calderón y su gabinete, a los legisladores, a los
políticos.
La
ley que hoy se presenta no debió existir, reflexionó el poeta, es consecuencia
de la impunidad y de una guerra que nunca debió suceder. “Reconocemos este
gesto, lo saludamos, lo abrazamos, lo celebramos como un consuelo y una
esperanza que nos llega en medio de la noche, como un paso hacia la justicia y
la paz que necesita la nación”, dijo a Peña Nieto, quien al publicarla cumplió
la tarea de su antecesor.
En
su turno, como último orador, Peña Nieto reconoció la existencia de “un México
lastimado” y dijo: “Hay miles de personas que han padecido los estragos de la
violencia; el Estado no puede tener oídos sordos ante las voces de la
sociedad”. Anunció entonces mesas de diálogo como ésta.
Para
esa hora ya era imposible ocultar lo inocultable. Ya las víctimas se habían
descarado con sus pancartas, sus fotos, sus lonas extendidas por la urgencia de
justicia.
El
camino hasta llegar a este día fue largo. Lo comenzaron los deudos en abril de
2011. Caminaron de Cuernavaca al Distrito Federal, del Distrito Federal a
Ciudad Juárez y a Guatemala y de regreso, de Tijuana a Washington.
Aquí,
en Los Pinos, los carteles preguntaban por don Trini, el comunero asesinado en
Oztula; hasta el fondo del salón pedían esclarecer el asesinato de la
corresponsal de Proceso en Veracruz, Regina Martínez; por allá, inquirían por
los tres integrantes del Movimiento Ciudadano desaparecidos en Michoacán; más
acá por siete jornaleros michoacanos desaparecidos en Coahuila… decenas de
casos. Una pequeña muestra de los 25 mil –por lo menos– denunciados el sexenio
pasado.
Peña
Nieto ofreció oído que escuche y hombro que apoye a los afectados por la
delincuencia (no mencionó a los agraviados por agentes del Estado). En el acto
las víctimas quedaron en los márgenes, de pie, amontonadas en las orillas del
salón, en la periferia, hasta donde no volteó a ver el presidente ni cuando en
su discurso saludó a las organizaciones que “durante meses” (dijo meses
borrando de un plumazo los años de recorrido) han exigido justicia.
Otro
sexenio, otro trato
Con
el cambio de gobierno cambiaron las formas.
La
última vez que Sicilia tuvo un encuentro con Calderón –en el último de los
diálogos, cuando ya habían dejado de sorprender los besos del poeta y las
noticias se enfocaban en sus reclamos– antes de ingresar al Castillo de
Chapultepec fue sometido a los detectores de metal. En cambio la señora Isabel
Miranda de Wallace, la presidenta de una asociación contra el secuestro, la
“Madre Coraje” que atrapó a los raptores de su hijo y se alió al calderonismo,
pasaba de largo con derecho de picaporte.
Acabado
el panismo se invirtieron los papeles. La subsecretaria de Gobernación, Lía
Limón, recibió al poeta en la calle y lo condujo al salón López Mateos para que
él y su comitiva no hicieran fila ni pasaran por los detectores de armas.
Wallace también entró directamente, sin hacer fila, pero sí fue sometida a los
arcos, como todo mortal.
En
el presídium, desairando la invitación de Enrique Peña Nieto de quedarse a su
lado, Sicilia se sentó en un extremo. Él como único representante de las
víctimas.
Wallace
no aguantó el anonimato entre el público. En su soledad se aferraba a su
teléfono celular. No estaban sus antiguos aliados Alejandro Martí ni María
Elena Morera, también dirigentes de organizaciones antisecuestro, también
favoritos del calderonismo. Wallace se retiró antes del inicio del acto.
Prefirió tuitear desde el exterior su postura contraria a la ley que se
presentaba. Su aliado Samuel González repitió a quien lo saludaba que era
inconstitucional lo aprobado.
Presente
el funcionariado con la responsabilidad de resolver las deudas del anterior y
las que se acumulan este sexenio, decir algo por esas ausencias, dar respuesta
al “¿dónde está mi hijo?, ¿quién mató a mi papá?, ¿por qué no los han
atrapado?”
Presente
Murillo Karam, quien como legislador fue el principal promotor de la nueva ley,
durante el periodo de transición acordó con el Movimiento por la Paz con
Justicia y Dignidad la reingeniería a la que aquélla será sometida estos días
para que sea funcional y que como procurador general de la República está
obligado a acatar, garantizando el cumplimiento del derecho de las víctimas a
la verdad y a la justicia.
Presente
Rubén Moreira, el gobernador de Coahuila que admitió que en su entidad, en
tiempos en que fue gobernada por su hermano, desaparecieron al menos mil 600
personas (varias de ellas presentes en la sala, con su retrato). Cuando eso
ocurría él presidía la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Diputados.
Presente
el titular de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, Raúl Plascencia, un
organismo dedicado simplemente a generar estadísticas sobre las desapariciones
y emitir recomendaciones aisladas.
Limón,
la excalderonista que rompió con el PAN y es ahora aliada de Peña Nieto,
designada subsecretaria de Asuntos Jurídicos y Derechos Humanos. Ella detrás
del presidente tomando nota de los casos, recibiendo las peticiones de las
víctimas, convocando a defensores de derechos humanos a reunirse.
Sara
Irene Herrerías, titular de Províctima, en silencio, sin reflectores, en esa
incertidumbre de quien se sabe en la cuerda floja porque la ley desmantela la
procuraduría social, sin recursos, inventada por Calderón como parche para
atender a las víctimas y la sustituye por un sistema más complejo. Hasta el
último momento ella pedía que se salvara del naufragio a Províctima para que
las víctimas no tengan que tocar muchas ventanillas a fin de recibir atención.
Peña
Nieto se despide, las familias se levantan, le tienden una emboscada, se
acuerpan como embudo, se aglutinan para darle la carpeta con el caso, el
volante con las características del hijo desaparecido, el grito desesperado
para que los atienda.
“Señor
presidente, mi hijo desapareció hace tres años”. Él con sonrisa impostada,
incómodo, como perdido, sin guión, sólo atina a hacer preguntas, a veces da un
abrazo en el intento de ser empático. Los gritos de auxilio lo cercan, contesta
con esbozos de respuesta.
“–Mi
hijo tiene tres años desaparecido.
“–Va
a ser a través de la Subsecretaría. Con el sistema vamos a atenderla.
“–Yo
vengo de Oaxaca.
“–Vamos
a ver qué ha pasado.
“–Aquí
el inepto es el Poder Judicial, ¿qué pasó, por qué no vino?
“–Bueno,
es un problema que tiene que ver con el Ejecutivo y el Legislativo la
publicación de una ley.
“–Ésta
es mi hija, véala, no olvide su nombre.
“–Con
Lía, si es tan amable.
“–Le
dejo esto.
“–Ya
me leyeron varias.
–Mi
esposo está desaparecido.
“–¿Desapareció?,
¿hace cuánto?
“–Muchas
gracias por haber publicado la ley.
“–Ya
quedó la palabra cumplida.
“–Necesitamos
una fiscalía especial para los desaparecidos, por favor, por favor.
“–El
sistema de víctimas ahí va a estar, está a la vanguardia.
“–Usted
no es michoacano pero usted sí tiene palabra.
“–Tengo
pendiente ir a Michoacán.
“–Tenemos
esperanzas con usted; el mío desapareció en Nuevo León.
“–Usted
sí conoce a la subsecretaria, llámele a ella.
“–Por
favor, por favor, ayuda, búsquelos, por favor, aquí le dejo los datos en este
fólder.
“–Vamos
a buscar que el sistema tenga la capacidad.
“–Mis
hijos son cuatro que están desaparecidos, hijos de mi sangre, de mi corazón.
–¿Cuatro?,
¿estaban juntos?
“–Espero
que se grabe los rostros de todos nuestros hijos y los vea en los rostros de
sus hijos.
“–Dios
la bendiga, señora.”
Los
desaparecidos desfilan frente a su rostro. Cuando Peña Nieto está cerca de la
puerta y saluda a políticos, las familias toman el templete, improvisan un
mitin, corean las arengas que se acostumbraron a gritar durante el calderonato:
“¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!”, “¿dónde están, dónde están,
nuestros hijos dónde están?”. El grito de las víctimas pidiendo al Estado que
funcione.
“Tenemos
que ver hechos”
Los
integrantes del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad se suben a los
autobuses en los que llegaron a Los Pinos. Festivos, van intercambiando
comentarios. Una mujer, madre de un niño desaparecido, expresa: “Todos hablaron
bonito, pero tenemos que ver hechos”.
Pasan
frente a la Estela de Luz, el que ha sido bautizado por Sicilia como “el
monumento a la ignominia”, el símbolo de la corrupción sexenal, ése que está en
la mira del Movimiento para resignificarlo y convertirlo en Memorial de las
Víctimas de la Violencia. A unos metros está el Campo Marte, que oculta el
memorial despreciado por el Movimiento, inacabado, con placas oxidadas, que
Calderón nunca se atrevió a inaugurar.
Víctimas,
acompañantes y asesores comen juntos en una fonda de la colonia Roma donde el
menú cuesta 55 pesos. Ahí están las madres y padres con hijos desaparecidos que
han recorrido el país en las caravanas que lograron que las “bajas colaterales”
de Calderón tuvieran nombres, rostros e historias.
En
la mesa intercambian impresiones del evento, los gestos de los funcionarios,
quién se coló, quién se quedó afuera, qué preguntaron los periodistas y alguien
suelta el chisme de que la senadora panista Rosi Orozco envió a una representante
para reclamar que no fue invitada.
El
celular de Sicilia no deja de sonar. En las entrevistas repite que el camino no
se ha terminado, que pelearán por un verdadero memorial que tenga los nombres
de las víctimas y recuerde lo que ha ocurrido en México estos años; que falta
encarnar la ley con reglamentación y un presupuesto y personal que alcance.
Una
vecina lo reconoce, se acerca y le dice: “Me da mucho gusto que la ley haya
pasado como usted la aprobó. ¡Felicidades!”
“Ojalá
en lugar de que tuviéramos ley tuviéramos justicia”, repetirá él.
Los
detractores de la ley –Martí, Wallace– comienzan a divulgar a través de Twitter
que la ley aprobada es inconstitucional, que ya existen instancias para atender
a las víctimas, que se requerirá un enorme presupuesto, que podría ser una
decepción más.
Durante
la comida, Ana María Maldonado, defeña con un hijo desaparecido, se sorprende
porque la ley implica la muerte de Províctima.
–¿Y
las personas que teníamos terapia y ayuda de abogado en Províctima, qué?
–pregunta nerviosa.
–No
se preocupe. Existirá un sistema de atención a víctimas que dará servicios
–dice el abogado Julio Hernández, coautor de la ley y cuñado de Sicilia, quien
comienza una larga explicación acerca de cómo operará la nueva estructura.
Los
redactores de la ley comienzan a calcular el tiempo que tardará ésta en
encarnarse; unos ocho meses, casi lo que tarda en gestarse un bebé. Destacan el
compromiso mostrado por Murillo Karam en todo el proceso.
La
exdiputada Eliana García, quien asesoró al Movimiento en el cabildeo de la ley,
de la que también es coautora, dice sonriendo: “Ten la certeza de que no vamos
a dejar que se quede sin reglamentar. Ahí vamos a estar”.
Propuesta
de Memorial
Después
de tomarse las fotografías del recuerdo los tres poetas (Sicilia, Jorge
González de León y Eduardo Vázquez Martín), actuales voceros del Movimiento,
piden un café en un local contiguo. Sentados en sillones forrados en vinil
comienzan a platicar del logro del Movimiento surgido en abril de 2011 de sacar
de la invisibilidad a las víctimas que eran negadas.
Surge
la pregunta de qué le dijo a solas Peña Nieto a Sicilia.
Que
quería mantener buena interlocución con el Movimiento y que le está tentando
mucho la propuesta de convertir la Estela de Luz en Memorial a las Víctimas,
aunque la propuesta la veía difícil”, responde el aludido.
¿Te
imaginas? Sería una ruptura con el sexenio anterior, es volver a darle una
significación, convertirla en un lugar dedicado a la justicia y a la paz, a eso
que no tiene rostro, que es un monumento a la ignominia. Vale la pena correr el
riesgo aunque haya quien se oponga.”
Señala
que el memorial que Calderón no se atrevió a inaugurar parece un monumento a la
fosa común, al ausente sin rostro, que parece en ruinas, sucio, oxidado en sus
placas metálicas, sin los nombres de las víctimas, lo cual contrasta con el que
fue erigido también en el Campo Marte para conmemorar a los soldados caídos en
batalla, éste de mármol blanco, con nombres grabados en las paredes, limpio,
custodiado todo el día.
“Quedó
igual que como se hizo, de espaldas al Movimiento, sin consenso, sin jurado,
apresurado, un memorial espantoso”, dice. González de León agrega: “Es una
metáfora del sexenio pasado”.
Entre
tragos de café y las entrevistas telefónicas Sicilia comienza a plantear en voz
alta las dudas que mastica desde hace meses. “¿Cómo nos vamos a perdonar? ¿Qué
vamos a hacer con todos los sicarios, cómo los vamos a reinsertar a la
sociedad? Ellos son víctimas también”.
Habla
de los procesos en Sudáfrica, en Sierra Leona. Habla de la filtración de las
mafias en la médula de las instituciones. Menciona que se requiere la
refundación del Estado, que el problema es complicado y con una ley no se
resuelve.
Al
rato se ríen imaginando qué hubiera sido de Sicilia si hubiera aceptado la
invitación de Andrés Manuel López Obrador de hacerse diputado. Divertido, el
poeta dice que su fuerza ha residido en mantenerse alejado de los partidos
políticos y no dejarse devorar por el sistema. Habla del Movimiento como una
forma de democracia distinta, como el EZLN y el #YoSoy132 en México, o los
occupy y los indignados a escala mundial.
No
se dan tiempo para el festejo. Los poetas plantean los riesgos que ven tras la
aprobación de la ley. Comienza Vázquez: “La guerra no se va a terminar por
decreto, creando una percepción de que existe seguridad, porque esa es otra
forma en la que se puede renovar la invisibilidad de las víctimas”.
Sicilia
agrega: “Es otra forma de hacer lo que hizo Calderón, de no verlas, al
llamarlas ‘bajas colaterales’. Decir que con la ley ya se acabó el problema es
llevarlas a un piso peor: ‘Ya no existen porque ya hay ley’. Eso sería
peligrosísimo, no lo vamos a permitir. No se logra por decreto, es un proceso
largo, doloroso”.
Señala
que los siguientes pasos a dar serán vigilar la reglamentación de la ley y la
creación de todo el sistema de atención a víctimas, la construcción del
memorial, los procesos de reconciliación. Todo bajo una condicionante: “Sin
justicia real no hay reconciliación”.
González
de León acota: “Me preocupa del discurso de Peña Nieto la insistencia de que
hay un nuevo orden, un nuevo México”.
“Un
nuevo orden no se puede crear de la noche a la mañana”, coincide Sicilia.
Vázquez
señala que un punto a favor del nuevo gobierno es que comenzó a hablar del
cambio de estrategia. Pero señala que aunque Peña Nieto pida que se difundan
noticias buenas sobre México, sería peligroso que se maquille la existencia de
la violencia pues las verdaderas noticias que indicarían que la paz se acerca
es que el nuevo gobierno encontrara personas desaparecidas, arrestara a
culpables de homicidios y desapariciones, condenara a torturadores, limpiara la
corrupción de las procuradurías.
“Esas
son noticias de paz y no que se deje de hablar del tema”, dice.
González
de León recuerda que en lo que va del sexenio peñista han ocurrido más de mil
asesinatos que no se pueden esconder.
“Es
muy importante que no se quiera invisibilizar a las víctimas; si no se ve el
dolor, se convierte en abstracción”, dice Sicilia.
¿Qué
sigue para el Movimiento? Para responder a la pregunta mencionan un próximo
encuentro en el que evaluarán cómo mantendrán la interlocución con el nuevo
gobierno y cómo construirán una agenda entre organizaciones de México y Estados
Unidos, pues ambas sociedades son afectadas por la venta indiscriminada de
armas, el tráfico ilegal de drogas y el lavado de dinero.
“Es
muy difícil decir qué sigue. Esto lo he vivido casi día tras día. Somos poetas
y cuando escribes un poema primero tienes dos o tres intuiciones y a partir de
ahí lo vas escribiendo. En el Movimiento hay un proceso de organización hacia
abajo, muy horizontal, que va a marcar un ritmo distinto y una perspectiva y
objetivos claros, diferentes”.
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