Boston
somos todos/Javier Rupérez, embajador de España. Fue subsecretario general de Naciones Unidas y director ejecutivo del Comité Antiterrorista del Consejo de Seguridad.
Publicado en ABC, 17 de abril de 2013
EL
fantasma del 11 de septiembre de 2001 ha vuelto a recorrer las calles de las
ciudades americanas y las mentes de sus ciudadanos al contemplar con horror los
resultados de los atentados terroristas cometidos en Boston el 15 de abril
aprovechando la celebración del bien conocido maratón anual de la capital del
Estado de Massachussets. Y como entonces, instituciones políticas, medios de
comunicación, opinión pública han reaccionado de manera unánime en la expresión
del dolor, en la voluntad de ayuda a las víctimas, en la determinación de
encontrar a los culpables para someterlos a la acción de la justicia y en la contundencia
para defender sin fisuras los espacios de la libertad frente a la tiranía del
terror. Tiempo le faltó al presidente Obama para comparecer en televisión a las
pocas horas del atentado y subrayar que en la hora del sufrimiento «no hay
republicanos o demócratas, sino sólo americanos», en una breve y nítida
alocución dirigida también a los responsables de la matanza: «Que nadie se
equivoque. Llegaremos al fondo, averiguaremos quién lo hizo y por qué lo hizo».
Otros
fantasmas recorren también en estos momentos la psique americana, que, todavía
en la ausencia de indicios fiables, especula sobre los antecedentes: el
atentado que en 1995 destruyó el edificio federal en Oklahoma City y acabó con
la vida de 150 personas, la bomba que estalló durante los Juegos Olímpicos de
Atlanta en 1996, con el resultado de dos muertos y más de un centenar de
heridos, los varios intentos, afortunadamente abortados, de colocar artefactos
explosivos en lugares públicos muy frecuentados, como el propio Times Square,
en la ciudad de Nueva York. No faltan quienes se preguntan sobre el significado
de la fecha, bien porque el 15 de abril es para el contribuyente americano «tax
day», el día límite para la presentación de las declaraciones fiscales, bien
porque el mismo día la ciudad de Boston celebra el «Día del Patriota», evocador
de gestas revolucionarias y no exento en el pasado de manifestaciones que
desembocaron en violencia. Y naturalmente en el trasfondo permanece la gran
interrogante: ¿estamos frente a un acto de terrorismo local, como el que en
1995 derrumbó el edificio en Oklahoma, o por el contrario es esto el resultado
de una acción internacional propiciada, como no podría ser menos, por grupos
alentados por Al Qaida o por sus asociados? El temor frente a la posibilidad de
un terrorismo islamista gestado entre la misma ciudadanía americana tiene aquí
de nuevo su preocupante espacio: Faisal Shahzad, condenado a prisión de por
vida por haber intentado hacer estallar una poderosa bomba en Times Square en
2010, es un ciudadano americano de origen paquistaní.
En
la incertidumbre, Obama, como ya hiciera Clinton con ocasión del atentado de
Oklahoma, se ha mostrado circunspecto y en su primera declaración ha preferido
obviar la mención del terrorismo, en un plausible intento de contener emociones
y evitar etiquetas apresuradas. Pero ello no ha impedido que los responsables
de los cuerpos de seguridad se acerquen al caso con la convicción de que se
encuentran ante una manifestación de la práctica del terror. En efecto, la
simultaneidad en la explosión de los artefactos, el descubrimiento de otros
tantos que no llegaron a explotar, la selección del lugar y el día en que se
había de producir la conflagración, con la evidente intención de causar daños
masivos a ciudadanos del común, hacen difícil mantener otras hipótesis. La
delimitación entre lo autóctono y lo foráneo cobra desde ese punto de vista una
importancia marginal, bien que para los responsables institucionales adquiera
resonancias diversas: el McVeigh de turno, el responsable de la matanza de
Oklahoma, merece la consideración de una malformación social propia, mientras
que los que estrellaron los aviones contra las Torres Gemelas eran
evidentemente parte de una conspiración que tenía su origen en tierras lejanas.
En términos operativos, de los primeros se ocupa el FBI. De los segundos, la
CIA. Y si hace falta, las Fuerzas Armadas.
Aunque,
sean quienes sean los que planearon la hecatombe, el efecto ya está en gran
parte conseguido: la generalización del miedo, la constancia de la fragilidad,
la conciencia de que la sociedad no se encuentra por completo a cubierto de las
fechorías de los indeseables. Y la inevitabilidad de la respuesta, traducida en
un endurecimiento de los controles, en una ampliación de las sospechas, en la
duda de cómo y cuándo tratar a los que de manera tan sistemática como pérfida
buscan alterar la normalidad del funcionamiento social. En los Estados Unidos.
Y en tantas otras partes del mundo. Puede haber diferencia en los propósitos de
los criminales, pero nunca en los métodos o en las consecuencias. Al final de
la historia el terrorismo unifica ideologías dispares en un solo y aberrante
sistema: la sumisión por el pánico. Antes de ninguna otra cosa, esa es la
lección del 15 de abril de 2013 en Boston.
Se
preciaba la sociedad americana de haber sido capaz de conjurar un nuevo 11 de
septiembre en la década larga que nos separa del terrible acontecimiento.
Boston interrumpe de manera sangrienta el recuento de la complacencia y, aunque
el cómputo final de las víctimas sea por fortuna muy diferente, la llamada de
atención seguramente tendrá efectos psicológicos no muy diversos de los que
multiplicó Nueva York en 2001. No cabe duda de que ahora, como entonces, los
americanos encontrarán en la unidad patriótica la manera para reafirmar su
voluntad de seguir viviendo en paz y en libertad, por más que las marcas de la
tragedia dejen huellas en la integridad de la confianza. Como tampoco cabe
ninguna duda de que Boston no es únicamente una tragedia americana, sino
también una poderosa llamada de atención a todos aquellos que creyeron
desaparecida la hidra y ocultos en las madrigueras los que la prohijaron.
Reclamar hoy solidaridad con los que sufren en Boston es hacerlo también con
todos aquellos que a lo largo del mundo siguen sufriendo los embates del terror
totalitario y sus aliados.
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