JORGE FERNÁNDEZ MÉNDEZ
Columna RAZONES
EXCÉLSIOR,
17 de abril de 2013
La
liberación del ex titular de la entonces SIEDO, Noé Ramírez Mandujano, que
estaba acusado de colaborar con el cártel de los Beltrán Leyva no sólo acaba
con la publicitada Operación Limpieza realizada en 2008, sino que también pone
sobre la mesa dos temas fundamentales en la lucha contra el crimen organizado:
la colaboración con Estados Unidos y la utilización de testigos protegidos.
La Operación
Limpieza llegó desde Estados Unidos. Organismos de inteligencia de ese país
informaron que tenían detenido a un ex agente de la AFI, apodado Felipe, quien
había trabajado en la embajada de Estados Unidos en áreas de seguridad y que
estaba acusado de proporcionar información al cártel de los Beltrán Leyva. El testigo
Felipe, entre otras acusaciones, señaló a varios integrantes de la PGR, la
Interpol y la Policía Federal como parte del entramado de protección a esa
organización criminal. A su acusación se sumó otro testigo protegido, apodado
Jennifer. La SIEDO fue prácticamente
desmantelada, porque muchos de sus
principales funcionarios quedaron atrapados en esa red de imputaciones. Incluso
quien había sido el jefe de la SIEDO durante años, José Luis Santiago Vasconcelos, el mejor especialista antidrogas que
ha tenido México, dejó la PGR ante las acusaciones que existían, no en su
contra, pero sí de muchos de sus principales colaboradores. Uno de ellos era su
sucesor en la SIEDO, Noé Ramírez Mandujano quien, cuando llegó la información
desde Estados Unidos, fue enviado a un encargo diplomático a Suiza, mientras
era investigado, de donde regresó para ser detenido. El caso fue definitivo en
las diferencias que se dieron en el gabinete de seguridad, sobre todo entre el
entonces procurador Eduardo Medina Mora y el ex secretario de seguridad
pública, Genaro García Luna. Muy poco después de la Operación Limpieza, Medina
Mora dejó la PGR y fue designado embajador en Londres. Ahora es embajador en
Washington.
Junto con
Ramírez Mandujano fueron detenidos más de una docena de funcionarios de
distintas dependencias de seguridad y todos han quedado en libertad. Las
acusaciones se basaron en la información proporcionada por Estados Unidos a
través de Felipe, y por Jennifer. Pero en ninguno de los casos se pudo
documentar, fuera de los dichos de esos personajes, las acusaciones sobre los
distintos detenidos.
En
su momento, la demanda contra Ramírez Mandujano, contra los otros implicados en
la Operación Limpieza y más tarde, sobre algunos mandos militares, el más
destacado de ellos Tomás Ángeles
Dauahare (que en el pasado había trabajado desde la Sedena estrechamente con
Santiago Vasconcelos), se presentó como basada en pruebas irrefutables.
Pero el hecho es que a los tribunales sólo llegaron esos dichos. Hubo
acusaciones, pero no hubo pruebas.
En
buena medida, la energía mostrada en todos estos casos (y en otros) provenía
del origen de la información: los organismos de inteligencia y antidrogas de la
Unión Americana, en un contexto en el cual la administración de Calderón había
establecido una estrategia de estrechísima colaboración en ese sentido. Pero
una vez más se ponía de manifiesto algo que se repite una y otra vez desde hace
décadas: la información de las agencias estadunidenses es muy importante, pero
no puede ser calificada como ciento por ciento confiable. Es tan falible como
cualquier otra. Y esa colaboración, como toda entre organismos de inteligencia
de dos países, también debe tener márgenes, límites.
Esos
límites serán uno de los puntos que se tendrán que abordar en la próxima visita
de Barack Obama a México. Como país y como sociedad hemos cometido, sin duda,
errores en la lucha contra la delincuencia organizada. Estados Unidos también,
y en forma reiterada, pero la diferencia es que nuestros aliados y vecinos no
pagan los costos por los errores que cometen en nuestro país. El secretario de
Gobernación, Miguel Osorio Chong, está en estos días en Washington analizando
precisamente esta agenda y esta decisión de colocar márgenes y vías muy claras
para la comunicación sobre temas de información e inteligencia en la
colaboración bilateral, una decisión que ha generado desconcierto en ciertas
agencias en Washington. Pero que se explica: hubo hasta 11 canales de
comunicación abiertos en el pasado que, además, tenían autonomía y que incluso
generaban información contradictoria para y entre distintas dependencias
mexicanas. Eso iba de la mano con una amplia capacidad de operación. Un ejemplo
es la presencia de agentes de distintas agencias estadunidenses en México: hoy
son un poco más de 600 los que operan en el país. No se reducirá ese número,
que en el gobierno federal se considera excesivo, pero la idea es que ya no
aumente.
Todo
eso, y mucho más, está detrás de la liberación de Ramírez Mandujano y de la
Operación Limpieza. Pero lo realmente trascendente en los próximos días será
ver cómo se define en estos temas la relación Peña-Obama.
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