Por
qué me echaron de la OEA/Guillermo Cochez es exembajador de Panamá en la OEA.
El
País, 30 de mayo de 2013
Luego
de su triunfo en mayo del 2009, el Presidente electo Ricardo Martinelli, me
ofreció ser el Embajador de Panamá ante la ONU, pero con una condición: que no
le fuese a declarar la guerra a ningún país. Le indiqué que prefería la OEA, ya
que allí podría podría desarrollar mejor labor. Nunca nadie se imaginó que sus
premonitorias palabras por poco se convierten en realidad cuando, bajo las
amenazas del gobierno de Venezuela de romper relaciones, tuvo que destituirme
de mi cargo el 17 de enero de 2013, lo que Caracas celebró con mucha efusividad
el entonces presidente encargado, Nicolás Maduro.
Durante
los tres años y medio que estuve en la OEA, fui un crítico de la doble moral de
algunos que, como Venezuela, criticaban la supuesta dictadura mediática de los
medios norteamericanos como CNN, pero callaban ante las interminables cadenas
nacionales de radio y televisión que su Presidente Chávez imponía con mucha
regularidad por 8, 9 y hasta 10 horas en su famoso Aló Presidente! Me convertí
en la OEA en una especie de vocero de los sin voz en ese país por una relación
especial desarrollada desde joven, que consolidó mi formación política en los
cursos que tomé en el Instituto de Formación Demócrata Cristiana (IFEDEC) de
Caracas, financiado por la alemana Fundación Konrad Adenauer. Igualmente, me
relacioné con los presidentes venezolanos que nos ayudaron en la lucha contra
la dictadura: Caldera, Herrera Campins, Carlos Andrés y Lusinschi.
Cuando
Chávez se traslada a Cuba para su última operación el 8 de diciembre 2012, en
coro en el Consejo Permanente de la OEA, con algunas excepciones, los países
miembros desearon pronta recuperación y mejoría al enfermo mandatario. Dije que
si bien esperaba que se mejorara Chávez, no era democrático que los venezolanos
desconociesen los males que le aquejaban, hecho atentatorio contra la libertad
de información, lo cual no había pasado durante la enfermedad de los
presidentes de Brasil, Paraguay y Colombia.
Sabido
es que Chávez no apareció más, acercándose su toma de posesión el 10 de enero
2013. El 8 de enero, estando en Panamá, señalé a La Estrella de Panamá que de
no aparecer Chávez a su toma de posesión, se estaría violando la Constitución
de Venezuela, ya que se debía decretar una falta absoluta, asumiendo el poder
el Presidente de la Asamblea Legislativa, Diosdado Cabello, y convocando
elecciones en treinta días, a tenor de lo dispuesto constitucionalmente.
Regresé a Washington la madrugada del 11 de enero, y recibí llamada del
Vicecanciller panameño para preguntarme que había dicho en ese medio, ya que
Venezuela había llamado a protestar; como muchas de las cosas que decía y
escribía, nadie en Cancillería siquiera se daba por enterado. A su pregunta de
qué haría para el Consejo Permanente del 16 de enero, dije que procuraría
encontrar puntos comunes con Costa Rica, Canadá, Estados Unidos y Paraguay,
convencido que todos me apoyarían. Allí quedó todo y ese fin de semana preparé
el discurso que daría el día 16. El lunes 14 por la tarde se lo envíe a los
colegas mencionados, y también a mi amigo Joel Hernández, Representante
Permanente de México, que aunque sabía que no hablaría, era mi amigo personal.
El
día 16 la sesión debía comenzar a las 10 de la mañana. Poco después recibí
llamada de funcionario de mi Cancillería anunciándome que por instrucciones del
Canciller no podía hablar ese día y que seguiría dándome instrucciones. Sin
argumentar le dije: Que me llame el Presidente, y cerré. Al poco rato llama el
Canciller Roux –primo hermano de mi esposa- para indicarme que en la tarde del
día anterior el Embajador de Estados en Panamá, Jonathan Farrar, lo había
visitado preocupado por lo que yo diría en el Consejo Permanente. Que ellos
pedían prudencia, quizás hasta a sabiendas que Chávez para ese día ya había
muerto. Le indiqué que hablaría de todas formas porque consideraba que el tema
de lo que ocurría en Venezuela debía hacerse público; me dijo que me llamaría
el Presidente. Inmediatamente me comuniqué con él: “Ricardo: ¿tú has dado
órdenes de que yo no hablé hoy”. Su respuesta: “Ni los gringos quieren que tu
hables”. Ante eso respondí que hablaría porque era un hombre de principios y
que me atenía a las consecuencias de mi actuación. Y así hice.
Esa
misma tarde, mi gobierno desautorizó lo que yo había dicho y pidió disculpas a
los venezolanos. La nota de desautorización jamás la recibí, pero mis colegas
sí: se las envío la Misión de Venezuela en la OEA. Al día siguiente me
destituyeron, luego de que le mandara carta al Presidente indicándole que “así
como me nombraste, estás en libertad de cesarme”.
Si
hay algo que me ha dado satisfacción en mi extensa vida pública de medio siglo
ha sido lo que terminé diciendo en la OEA. He seguido con el tema, volviéndome
un referente sobre lo que ocurre allá, volviéndome un experto con las redes
sociales.
La
pregunta que aún no recibe respuesta en todo esto, es porque los Estados Unidos
no quería revolver la olla de lo que pasaba en Venezuela, aún a sabiendas,
repito, que si no muerto, ya Chávez para ese día tenía muerte cerebral.
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