Latinoamérica
y el chavismo sin Chávez/Raúl Lotitto is a journalist and the founder and director of Producto Editorial Group in Caracas, Venezuela.
Project
Syndicate | Raúl Lotitto
En
Venezuela, el chavismo perdió la hegemonía. No importa que aún conserve el
control del parlamento, 17 gobernaciones y todo el manejo de los poderes
sometidos al Ejecutivo, incluyendo la Justicia. No importa tampoco que Nicolás
Maduro haya asumido estos días la presidencia. Porque la ajustadísima y
discutida victoria de Maduro en las elecciones presidenciales es una señal
incontrastable de que algo profundo está ocurriendo en el país de Chávez.
Crisis que afecta fuertemente a América Latina: un chavismo disminuido es mala
noticia para el eje populista de la región.
Por
primera vez en una elección presidencial, Venezuela queda dividida en dos
mitades casi exactas, lo que admite muchas lecturas de cara al porvenir. La
primera es que el chavismo sin Chávez empezó mal: puso en jaque no sólo la
hegemonía dogmática impuesta por el líder, sino la propia supervivencia de su
movimiento, tal como se lo conoció hasta ahora.
Entre
las elecciones del 7 de octubre próximo pasado y las de este 14 de abril, con
igual participación de electores, el chavismo perdió casi 700 mil sufragios.
Los mismos que ganó la Unidad Democrática de Henrique Capriles. Un fenomenal
viraje que muchos –incluso en el chavismo– atribuyen a que “Maduro no es
Chávez”. Toda una definición.
Se
suponía que el heredero, elegido por el líder a poco de morir, podía hacer un
mejor papel. Pero dilapidó el capital electoral de su padre político y, para
peor, ahondó el mar de dudas que embarga a los dos chavismos que ahora asoman:
uno ligado a Cuba, como Chávez siempre quiso (por eso dejó el mando Maduro,
marxista duro formado por los hermanos Castro) y otro más nacionalista, menos “anticapitalista”,
cuyos líderes están sin duda en el sector militar, pero todavía no descubren su
juego ni sus caras.
Cuba
atrapó a Hugo Chávez para jugar un inusitado rol en el populismo que camina por
América latina con 3 banderas básicas: levantar dos enemigos comunes
“culpables” de todo (el imperialismo norteamericano y las “oligarquías”
locales); la conquista activa no ya de los trabajadores, sino del lumpen
ineducado y desposeído; y el poder total permanente a cualquier costo. El
chavismo, Evo Morales, Rafael Correa, Daniel Ortega o Cristina Kirchner, lucen
tentados por la reelección indefinida, el mando absoluto. Es curioso y hasta
irracional, pero muchas de las democracias jóvenes que nacieron tras la
ignominia militar derechista de los años 70/80, se miran en el espejo de la
pertinaz dictadura comunista de Cuba. Se miman y apoyan mutuamente.
Pero
esto puede empezar a cambiar tras la coyuntura de Venezuela, país ideológica y
económicamente clave. A los Castro no les será sencillo encontrar otro Chávez para
imponer su religión absolutista. Hacen lo imposible para sostener lo
conquistado en Venezuela (penetración de la sociedad, petróleo gratuito y
otrasprebendas económicas y políticas) pero obviamente no es Maduro el
candidato al liderazgo regional ¿Son acaso la Kirchner o Correa? Ella tiene
suficientes problemas internos. Y en La Habana –parece— prefieren al
ecuatoriano ¿Y Lula? No debe interesarle. Brasil ya juega en otra liga.
En
Venezuela, los militares son hoy claves porque representan la máxima transformación
institucional que logró Chávez en la sociedad. Así como Juan Perón, hace 70
años en Argentina, se afincó sobre la clase trabajadora, Hugo Chávez lo hizo en
Venezuela sobre las Fuerzas Armadas: de apolíticas y no deliberantes –como son
siempre en democracia– las convirtió en su verdadero partido y motor
emblemático del “socialismo del siglo XXI“. La frase “Patria, Socialismo o
Muerte” fue consigna en todos los cuarteles y guarniciones hasta que el líder
enfermó de cáncer. Entonces el lema desapareció. Pero no la abrumadora
presencia militar en ministerios, institutos y empresas del Estado,
gobernaciones de provincias (11 en total) y en los negocios de todo tipo. Están
en el mejor de los mundos: son poder sin haber asaltado el gobierno. Algo, de
paso, que no sucede en los otros países de la región. En Argentina, por
ejemplo, los militares están huérfanos de poder.
En
Venezuela, los militares parecen ser primordiales sostenes del gobierno de
Nicolás Maduro. ¿Durará ese idilio? En principio no parece depender de la
conflictividad post electoral, sino de cómo se aboque el presidente a resolver
los múltiples problemas del país: inflación, delincuencia, gran corrupción,
estancamiento, improductividad, desabastecimiento, fuga de capitales, falta de
inversión, inseguridad jurídica. Los militares son sus socios, por ahora. Pero
con ellos el amor nunca es para toda la vida.
El
presidente, además, no contará con los 100 días de luna de miel que suelen
tener los gobiernos recién asumidos. Maduro encarna la continuidad absoluta de
una gestión que ya lleva 14 años, donde él mismo tiene casi 180 días como
titular del poder ejecutivo (primero como vice en ausencia de Hugo Chávez,
luego como presidente encargado y ahora en plenas funciones). No puede
desconocer ningún problema ni culpar “a la anterior administración”. Tampoco
tiene los votos, la retórica, ni el carisma de su desaparecido jefe y mentor.
El
chavismo sin Chávez existe y es la mitad del país. Pero la otra mitad también
existe y no puede ni debe ser ignorada. Si Maduro no reconoce esa realidad y
falla, sobre todo, en resolver los problemas, perderá el piso militar. El
peligro es que, al mismo tiempo, los venezolanos pierdan la República. Algo que
tendría serias consecuencias en América latina.
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