2 jun 2013

El amor en la sociedad de 'castas'/José Luis Lezama

 El amor en la sociedad de 'castas'/José Luis Lezama
Reforma, 1  de junio de 2013
Pudiera ser una historia de amor, una malograda historia de amor, o tal vez el desenlace trágico de una ilusión, la premonitoria anticipación de un fracaso, el del sueño americano. Sin duda es la manifestación de una profecía, la anunciación de la catástrofe que estaba por llegar, sólo cuatro años más tarde; el libro mismo es un extraordinario ejercicio de prosa literaria, para algunos la mejor novela estadounidense del siglo XX. El Gran Gatsby de F.S. Fitzgerald, publicado en 1925 presenta, entre otras cosas, en luz y sombra, en planos diversos, las circunstancias de un hombre, el contexto que sirve de telón de fondo de una obsesión: el amor de una mujer y las barreras que lo separan de ella.

El Gran Gatsby dirigida por Baz Luhrmann, cuya espectacularidad fílmica (Romeo + Julieta, Moulin Rouge) ha sido calificada como una suerte de "intoxicación sensorial", logra retratar con la elocuencia de la imagen cinematográfica, la descripción literaria de los años 20 estadounidenses, época que Fitzgerald llamó la Jazz Age y que en su prosa emerge en su falso esplendor, en sus excesos, en la fiesta del ascenso social de familias y hombres de fortunas dudosas, nacidas de la corrupción, la especulación y el fraude financiero, del contrabando de alcohol.
Gatsby y sus festines son el prototipo de esa euforia y de esas fortunas; en su casa coinciden la clase política, la clase económica, las estrellas de la farándula, las celebridades y el bajo mundo del crimen. Luhrmann enfatiza, con las armas de la tecnología visual, ese mundo frívolo y decadente de los años veinte, previos a la gran depresión de 1929, que Fitzgerald ve venir con claridad.
Jay Gatsby se acerca a su sueño, a su amada, cree tenerla cerca, parece a punto de alcanzarla; ella misma se muestra alcanzable, la seduce por momentos el dorado esplendor que la rodea, su gran riqueza, la vida cómoda y caprichosa que vislumbra con el retorno del hombre que alguna vez amó. No obstante, en los momentos de decisión la realidad se impone, sus orígenes, las castas con su lógica cerrada y excluyente resultan avasalladoras, y las distancias entre ellos se agrandan, los obstáculos crecen de nuevo; las barreras se muestran infranqueables.
 La idea de la sociedad americana como una sociedad de castas no es algo nuevo. En 1861, Oliver Wendell Holmes, médico, poeta y miembro de la aristocracia bostoniana, describió en su novela Elsie Venner lo que llamó The Brahmin Caste of New England, refiriéndose a un conjunto de familias, un tipo de aristocracia, la casta de los brahmins de Nueva Inglaterra, cuyos integrantes se consideran descendientes de los primeros migrantes ingleses, portadores de valores puritanos, familias económicamente poderosas pero austeras, practicantes de la filantropía, amantes del saber, defensores de valores familiares tradicionales, fundadores y patrocinadores de universidades a las que sus hijos tienen acceso por herencia; todo un mundo autocontenido, marcados por claros símbolos de distinción en los gestos, en las maneras sociales, en el acento. Otras clases tienen los mismos mecanismos de reproducción, heredan los mismos privilegios, niegan en los hechos el principio de la movilidad social. Ese es el mundo en el que Gatsby amó, esas fueron sus circunstancias, sus insalvables obstáculos.
 Existe otra forma posible de explicar el fracaso de Gatsby. Como Borges con la obra de Kafka, El Castillo, por ejemplo, pudiéramos ver en El Gran Gatsby la personificación de una de las paradojas de Zenón, la de Aquiles y la Tortuga. El propietario del Castillo contrata a un agrimensor para delimitar sus propiedades, el agrimensor llega al pueblo donde se ubica el Castillo y trata de encontrarse con su dueño pero nunca lo logra, siempre media una distancia, un obstáculo que se lo impide. Zenón pretende negar la posibilidad del movimiento; Borges lo describe así: "discípulo de Parménides, negador de que pudiera suceder algo en el universo".
 Borges refiere la paradoja de esta manera: "Aquiles, símbolo de rapidez, tiene que alcanzar la tortuga, símbolo de morosidad. Aquiles corre diez veces más ligero que la tortuga y le da diez metros de ventaja. Aquiles corre esos diez metros, la tortuga corre uno; Aquiles corre ese metro, la tortuga corre un decímetro; Aquiles corre ese decímetro, la tortuga corre un centímetro; Aquiles corre ese centímetro, la tortuga un milímetro; Aquiles el milímetro; la tortuga un décimo de milímetro y así infinitamente": el movimiento es una ilusión.
 Gatsby quiere alcanzar a Daisy, reconquistar su amor; Daisy tiene una ventaja inicial por pertenecer a una casta, Gatsby trata de acercarse y penetrar su corazón y su mundo, lo intenta muchas veces, infinitas veces y fracasa: siempre media entre él y su amada una distancia, un obstáculo, una barrera de clase: Gatsby nunca la alcanza: el movimiento, la movilidad social no existe, es un sueño, una ilusión, una manera de legitimar la desigualdad social....

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