- Rabia e impotencia/Marcela Turati.
Revista Proceso # 1909, 2 de junio de 2013
Suman
ya cientos, miles los casos de madres, padres, hermanos, esposos, amigos… que
se han atrevido a derrumbar las sordas paredes de la “justicia” mexicana para
encontrar personalmente a los seres que aman, mientras que las autoridades, al
cínico paso que todos los mexicanos conocemos, responden con más cinismo. Aun
cuando los cuerpos de algunas personas reportadas como desaparecidas llegan a
ser localizados, vuelven a perderse por obra del desorden, la falta de
metodología y la indolencia en los registros de anfiteatros y panteones.
La
señora Beatriz Mejía Díaz volvió por enésima ocasión a un anfiteatro mexiquense
para pedir que le enseñaran el registro de todos los cuerpos de personas no
identificadas que habían tenido en sus bóvedas.
“Señora,
usted ya ha venido varias veces, su hija no está en los registros”, le dijo un
empleado cuando pidió las carpetas. Obstinada, exigió que le dejaran revisar
personalmente cada una de las fichas a partir del 4 de noviembre de 2011,
cuando su hija Alejandra Viridiana Osornio Mejía desapareció, fueran registros
de hombres, niños o ancianas.
Al
repasar los documentos del 27 de enero de 2012 la encontró. La tuvieron ahí
como NI (no identificada) y la enviaron a la fosa común.
“Encontré
las ropas de mi hija. Me dijeron que tenían sólo el cráneo, que me fuera al
Servicio Médico Forense (Semefo) de Izcalli. Pero allá perdieron la carpeta con
sus datos. En el anfiteatro tampoco encontraron la ropa. No entiendo: ¿cómo es
posible que la mandaran a una fosa común si yo había puestos muchas denuncias y
llevaba tanto tiempo buscándola?”, dice la señora afuera de la PGR, a donde
acudió a gritarle al procurador, Jesús Murillo Karam, y al secretario de
Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, su asco y su rabia por el calvario que
pasó desde que su hija de 21 años fue raptada del bar billar Victorias, de
Cuautitlán.
Les
gritó cuando ellos anunciaban, una vez más, la creación de la Unidad de
Investigación y Búsqueda de Personas Desaparecidas.
“Desde
el 28 de noviembre de 2011 comencé a ir a los semefos. Fui al de Tlalnepantla,
que es el principal del Estado de México, luego al de Texcoco, al de Ecatepec,
al de Amecameca y hasta al del Distrito Federal, de la colonia Doctores. Jamás
me permitieron revisar personalmente las carpetas, los encargados introducían
las características en la computadora y ellos hacían la supuesta búsqueda,
hasta que les exigí que me permitieran revisar, y ahí estaba. Eso vine a
decirles a la PGR: que cómo es posible que mi hija hubiera pasado tanto tiempo
en la fosa común y que nadie me informara nada”, dice Beatriz Mejía, que hacía
unos minutos gritaba con furia y angustia.
La
acompañan otras madres y padres que se han enfrentado al desorden
administrativo de morgues y panteones, donde los cadáveres se descomponen bajo
tierra y en total anonimato por la impericia, la burocracia y la negligencia
institucionalizadas. Al menos 24 mil cuerpos permanecen en fosas comunes a la
espera de una digna sepultura, pero por el desorden administrativo sufren una
doble desaparición: la primera cuando fueron secuestrados, la segunda cuando
los peritos forenses los clasificaron mal, perdieron las pertenencias que
llevaban, registraron mal sus datos en la computadora o los mandaron a una fosa
común, revueltos con otros, y muchas veces ni siquiera anotaron la ubicación
final.
El
mismo destino corrió Abril Selena Caldiño Rodríguez, desaparecida el 26 de mayo
de 2011, localizada muerta pocos días después en “un municipio cercano a
Tecámac” y enviada a una fosa común. Dos años después, el pasado Día de las
Madres, las autoridades descubrieron que el cadáver de la quinceañera fue
clasificado como el de una mujer de 45 años y tardaron semanas en ubicarlo, ya
que perdieron la carpeta de investigación que indicaba el panteón donde fue
enterrado.
Desorden
En
vez de tener fiesta de 15 años, la niña Bianca Edith Barrón Cedillo tuvo una
ceremonia fúnebre, pues el pasado abril la familia identificó la ropa y los
rasgos físicos de un cadáver enviado a la fosa común en mayo del año pasado,
una semana después del hallazgo, al que un perito había clasificado como mujer
de 25 a 30 años. Por esta razón, cuando su madre pedía que buscaran el cuerpo
de una quinceañera, no se hallaban registros a pesar de que el cadáver había
sido encontrado al día siguiente de la desaparición.
O
el caso de Barbie, Bárbara Reyes, la joven de 17 años desaparecida el 8 de
agosto de 2011 en Tlalnepantla, cuyos restos fueron encontrados 18 meses
después en una fosa común luego de que su madre hizo lo mismo: revisar
personalmente cada expediente.
Su
madre, Lourdes Muñiz, había emprendido una campaña de búsqueda; incluso logró
que las autoridades del Estado de México dedicaran a un equipo para su búsqueda
y ofrecieran una recompensa por datos que ayudaran a localizarla, pero a los
funcionarios no se les ocurrió cotejar los registros de las morgues.
Otra
mamá con su mismo penar le sugirió ir al Semefo donde la encontró: estaba
registrada –a lápiz por falta de computadora– como una mujer de 18 años, cuyo
cuerpo fue localizado a kilómetros de donde se reportó su desaparición.
“Empecé
por el Semefo de Cuautitlán Izcalli, luego fui al de Cuautitlán, y ahí
encontré que había un cuerpo no reclamado con coincidencias en edad, sexo y
otras características. Me dijeron que fuera a Barrientos para ver las fotos y
así identifiqué las ropas de mi hija, su blusa y sus tenis. Llevé también los
moldes de yeso de sus dientes, que también eran similares. Luego fuimos al
panteón estatal La Loma, en Cuautitlán, donde tardaron tres días en ubicarla
porque tenían un completo desorden: había cuerpos mezclados, habían pasado
unos de fosas particulares a las comunes, o no debían estar ahí. Calculaban que
en los primeros metros cuadrados la iban a encontrar, pero terminaron cavando
64 metros cuadrados, y cuando se les complicó me dijeron que quizá sólo podrían
encontrar el cráneo”, dice Lourdes afuera de la PGR, donde también exigió a
gritos justicia para su hija.
“Lo
único que recuperé fueron los huesitos de mi hija, ni ropa ni nada. Nadie sabe
nada”, dice, entre molesta y resignada. Se dirige a su hija:
“Hoy,
a 20 meses de ardua búsqueda, de frustración, dolor y lágrimas… mi pequeña, te
hemos encontrado, no como nosotros –papá, mamá, hermanas, familia y amigos–
queríamos (…) Discúlpanos por nuestra ineficiencia y tardanza de 19 meses en
encontrarte… pero otros burócratas mal nacidos, que no realizaron su trabajo y
te mandaron a una fosa común en las peores condiciones, nos obstaculizaron…
Pero no importó; finalmente te encontramos y recuperamos, como te lo habíamos
prometido, y en breve estarás al lado de tus abuelitas, abuelitos y tíos.”
El
escándalo de Barbie destapó la cloaca en el Estado de México, fiel reflejo de
lo que ocurre en todo el país. Por la presión de las madres, tuvieron que
mostrar fotografías de todos los cuerpos. “Todo ese proceso de ver cuerpos es
desgastante, devastador”, dice la señora Guillermina Hernández, madre de la
adolescente de 14 años Selena Giselle Delgado, desaparecida el 29 de abril de
2010 en Ecatepec.
“Los
semefos no tienen estructura bien hecha, ponen la edad que creen que tiene el
cadáver, sin investigar. No tienen infraestructura, no registran fechas. Si
guardan ropa, la pierden, no la tienen junto al cuerpo”, dice la mujer, que ha
recorrido también panteones como el de Texcoco, donde detectó cuerpos de NI
enterrados en los pasillos entre las tumbas, y sepulturas sólo clasificadas con
el número de expediente en un papel envuelto en una bolsa de plástico. Ya
recorrió Naucalpan, Texcoco, Iztapalapa y Barrientos. Y nada.
Considera
que si a su hija la desapareció una dentista que ella ubica como responsable,
el gobierno la desapareció por segunda vez con su desorden, su incompetencia,
su negligencia.
Por
eso el 27 de mayo se presentó en la PGR con otras madres que buscan a sus hijas
e hijos desaparecidos, justo durante el anuncio de la unidad especializada que
Osorio Chong había anunciado ya en febrero pasado pero que, como se indicó en
el acto, cuenta sólo con 12 agentes del Ministerio Público para buscar a miles
de personas registradas como desaparecidas o no localizadas –de ellas 27 mil
corresponden al sexenio anterior–, y que aún no tiene reconocimiento jurídico,
mandato, instalaciones ni presupuesto.
La
tarea en los anfiteatros del Semefo y en los panteones es ardua. De 2006 a 2012
la base nacional de perfiles genéticos de la PGR recibió 15 mil 618 perfiles de
cadáveres de desconocidos muertos con violencia, de los cuales solamente 425
fueron identificados, según el reporte que el periódico La Jornada publicó el
pasado 2 de enero.
En
13 entidades (Baja California Sur, Sinaloa, Durango, Coahuila, San Luis Potosí,
Querétaro, Colima, Guerrero, Tabasco, Campeche, Yucatán, Quintana Roo y Oaxaca)
se carece de laboratorios de genética para identificar cadáveres –además, en
algunos las necropsias se practican en funerarias privadas o en cementerios–, y
en muchos casos los desconocidos son enviados a la fosa común con expedientes
incompletos y sin que sus huellas dactilares, peritajes de fotografía o
genética hayan sido confrontados con los datos nacionales que poseen la PGR o
la Secretaría de Seguridad Pública federal. Los criterios para las exhumaciones
y el tratamiento de cadáveres no identificados no están homologados.
El
reportero Víctor Hugo Michel, de Milenio, reveló en octubre de 2012 que los
municipios reportan que durante el sexenio pasado enviaron a fosa común 24 mil
cadáveres no identificados. Según datos oficiales, sólo 3% de los asesinados
que llegan como NI a los panteones son identificados posteriormente, como en
los casos de Bianca, Barbie y Viridiana.
En
la actualidad cada estado tiene sus propios plazos, que van de un día a seis
meses, para enviar a un desconocido a la fosa común. Cada municipio cuenta con
sus propias regulaciones para clasificar el cadáver y sobre el número de
cuerpos que puede contener una fosa. Algunos restos son incinerados.
Intervención
humanitaria
La
crisis humanitaria por la desaparición de personas obligó al gobierno federal a
pedir ayuda al Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) para que intervenga
en México y, entre otras cosas, enfrente el desorden existente en los semefos y
en los cementerios, que es un impedimento importante para localizar personas.
El
pasado 21 de febrero se firmó el convenio para que el organismo internacional
fundado en 1863 proporcione asesoría a las autoridades mexicanas.
El
asesor jurídico de la delegación del CICR en México, Romarick Ferraro, inicia
la entrevista con Proceso indicando que los principios del comité son
neutralidad, imparcialidad e independencia, y que en todos los países donde
trabajan de manera bilateral (en acuerdo con gobiernos o con grupos armados
reconocidos) mantienen la confidencialidad. Los informes que realice no serán
públicos si el gobierno mexicano no lo desea.
Explica
que los ejes temáticos de la organización humanitaria en cuanto a la
desaparición de personas son la prevención (evitar desapariciones),
esclarecimiento de la suerte de la persona (promoviendo mecanismos para
establecer la verdad), gestión de información (recolección y producción de
información clara), identificación forense y apoyo a las familias en todas sus
necesidades, así como fortalecimiento para que participe con las autoridades en
la búsqueda. El gobierno mexicano elegirá en cuáles de esos temas requiere
asesoría.
Cuando
se le pregunta cuál será su función, insiste: “El contenido es parte de ese
diálogo confidencial, nosotros asesoramos al gobierno en lo que nos pide”.
Y
aunque en conflictos armados, como el colombiano o el afgano, el CICR es
interlocutor de los actores armados, como las FARC o los talibanes, cuando se
le consulta si en México negociarán con narcotraficantes para esclarecer
hechos, responde que en ciertos contextos el diálogo “no se logra o no se puede
si no existen condiciones aceptables de seguridad”.
Alejandra
Jiménez, odontóloga forense colombiana que trabaja como asesora para el CICR,
explica que desde 2010 ese organismo comenzó a trabajar en México con equipos
forenses de diferentes estados y en 2012 con los directores de los semefos de
las 32 entidades. Su objetivo es recomendar buenas prácticas que permitan la
recuperación de cadáveres, que se desarrollen y apliquen todas las disciplinas
forenses hasta que el cuerpo se inhume, y se lleve un registro profesional y
adecuado con buenas fotografías, huellas dactilares, características físicas,
registros médicos y odontológicos del fallecido y todas las señas que puedan
ayudar a establecer su identidad.
La
idea es crear una base nacional de registros antemortem (basados en las
denuncias de las familias y en la información que aporten) y postmortem
(registros sobre los cadáveres), cuya información sea exhaustiva, compatible y
confiable. Desde hace un año Tlaxcala es el estado piloto para la aplicación de
este sistema donado por el CICR y que implica mucha capacitación.
“La
consolidación de estos sistemas de información toma mucho tiempo. En Colombia
tomó 15 años porque significa armonizar los procesos que son cimiento para la
gestión de información”, explica Jiménez en entrevista.
Los
expertos reconocen que aquí la situación se complica por el tamaño del país y
por la federalización, ya que se deberá armonizar y unificar el trabajo de cada
entidad. Sin embargo, señalan que ya el conflicto de los Balcanes impuso al
CICR nuevos retos en la búsqueda de personas desaparecidas, que lo llevaron a
desarrollar más ese rubro.
En
sus 150 años de historia el organismo ha colaborado en el intercambio de listas
de personas detenidas-desaparecidas entre grupos o Estados, en el
fortalecimiento de capacidades institucionales nacionales para la localización
de personas, en la creación de bases de datos con la información proporcionada
por las familias, en el diálogo con todos los grupos armados protagonistas de
un conflicto y el gobierno para obtener información sobre personas cuyo
paradero se desconoce, en la facilitación para que los presos se comuniquen con
sus familias y en la liberación de rehenes.
–¿Qué
van a hacer en México? –insiste la reportera.
–La
idea es trabajar los cinco ejes con las autoridades, pero serán ellas las que
decidan el énfasis. Les mostraremos las capacidades que tenemos, otras
experiencias en el mundo, nuestras expertisses, y el gobierno decide –responde
Ferraro.
A
su vez, Jiménez señala que en México es evidente la necesidad de trabajar la
gestión de información a nivel nacional, por lo que ofrecen asesoría para
consolidar los registros. En cuanto a los asuntos forenses, explica que se
requiere una inhumación adecuada, en lo posible individualmente, con tumbas
señaladas con sistemas de registros confiables que permitan a las familias
tener información 30 años después, si es necesario. Pero advierte que la
búsqueda no es sólo de cadáveres, sino sobre todo debe hacerse en vida.
“Nada
es similar a México –admite Ferraro–. Los problemas humanitarios son los
mismos, las necesidades de las familias, pero la forma de expresión es inédita.
Estamos en un país con índices de desarrollo elevados y niveles de violencia
pronunciados.”
Sin
embargo, señala que ve un futuro prometedor si se aplican las leyes de víctimas
y de registro de personas no localizadas, porque serán herramientas jurídicas
para la prevención, el esclarecimiento, la restitución y el apoyo a las
víctimas.
A
más de tres meses de haber firmado el convenio con el CICR, la PGR y la
Conferencia Nacional de Procuradores de Justicia están por lanzar el Protocolo
para el Tratamiento e Identificación Forense –al que este semanario tuvo
acceso–, que intenta homologar en todo el país “la investigación criminalista,
en medicina forense y en sistemas de identificación humana”, con la finalidad
de que los agentes del Ministerio Público tengan mejores elementos de trabajo.
El
protocolo, de más de 300 hojas y elaborado con asesoría del CICR, señala en su
introducción que pretende regular el levantamiento de cadáveres en el lugar del
hallazgo, la práctica de la autopsia y la identificación, determinando la causa
y las circunstancias de la muerte. Sin embargo –admiten funcionarios de la PGR–
actualmente ni siquiera existe un dato oficial sobre el número de cementerios
existentes.
Entre
panteones
Mientras
las autoridades elaboran nuevos protocolos cuya aplicación puede tardar años,
el señor José Serrano recorre el país buscando a su hijo David Serrano
Sandoval, un abogado de 38 años secuestrado el 16 de junio de 2012 en Lerma,
Estado de México, por una célula de la banda criminal La Mano con Ojos y
posteriormente del Cártel Independiente de Acapulco. Aunque desde el inicio la
familia tuvo asistencia del grupo antisecuestros de la Policía Federal, nunca
se concretó la liberación del penalista.
Desde
este año, la Subprocuraduría de Derechos Humanos de la PGR asesora a este padre
para que confirme si su hijo pasó por algún semefo, ya sea en el Distrito
Federal, el Estado de México o en Guerrero. Una vez la fiscal Rosario Sandoval,
de la SEIDO, le informó erróneamente que había sido ubicado en la Ciudad de
México.
“Desde
el 15 de agosto, cuando se terminaron las negociaciones con los secuestradores,
empecé a ir a semefos: a los de la Ciudad de México, Cuernavaca y Toluca; a los
hospitales, a ver si estaba malherido, fui viendo pacientes cama por cama. He
seguido haciendo visitas a esos lugares, he visto cadáveres que me enseñan en
Lerma, Toluca, Zihuatanejo, Acapulco y Chilpancingo”, cuenta el señor Serrano.
Su
búsqueda se convirtió en un calvario: de Lerma, donde no tienen cámaras
frigoríficas, le dijeron que buscara en Toluca y ahí le mostraron fichas con
fotografías de unos 100 cadáveres, enteros (muerte natural o atropellamiento) y
decapitados o mutilados. También lo invitaron a ver cuatro cuerpos en la zona
refrigerada.
En
Zihuatanejo acudió a la funeraria particular habilitada como semefo y vio dos
cadáveres que ni siquiera tenían datos, como fecha de ingreso o edad
establecida, todo se basaba en la memoria del encargado. De ahí lo canalizaron
a Acapulco, donde Serrano vio 50 fichas de cadáveres rescatados (30 de ellos de
la fosa clandestina La Peña del Chivo), hasta que ubicó la ficha de un hombre
alto, de 35 a 39 años de edad, sin muelas del juicio. Le pareció que podía ser
su hijo y fue a Chilpancingo a pedir la muestra genética tomada a ese cadáver y
su ficha. Actualmente espera a que le confirmen si es su hijo.
“Me
gustaría venirme de Chilpancingo con algo, no porque quiera que forzosamente me
den ese cadáver, sino para saber si debo seguir investigando”, dice este padre
afuera de la PGR, entre triste y esperanzado después de seguir las rutas de la
muerte y pasar por los laberintos de la ineficiencia burocrática que
desaparece por segunda vez a las personas.
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