Arnoldo
Martínez Verdugo y el gran viraje/ENRIQUE
SEMO
Publicado en la revista Proceso # 1909, 2 de junio de 2013
OBITUARIO
En
los años que siguieron a la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la
Unión Soviética (1989-1991) casi todos los partidos comunistas del mundo se
disolvieron o quedaron reducidos a la marginalidad. En algunos pequeños países
siguieron en el poder y el Partido Comunista Chino sigue gobernando al país más
poblado de la tierra, en una fuga meteórica hacia el capitalismo y un futuro
desconocido.
Pero
el Partido Comunista Mexicano fue una excepción. Decidió disolverse en 1981,
casi una década antes de los sucesos aquí citados, para constituirse en un
nuevo partido junto a otros de izquierda radical: PMT, PPM, PSR y PSM, los
cuales hicieron públicos los propósitos de unidad orgánica el 15 de agosto. El
PCM, único partido que había conseguido ya su registro, lo puso a disposición
de los otros y el XX Congreso del PCM acuerda la fusión en una sesión especial
el 5 de noviembre. El 6 de noviembre en la madrugada Valentín Campa firmaba el
acta de desaparición del PCM y la creación del Partido Socialista Unificado de
México, en el cual finalmente el PMT no participó y la organización política
Movimiento de Acción Popular, se sumó.
La
disolución del Partido Comunista Mexicano no obedeció a las mismas causas que
la desaparición de los otros partidos comunistas. Fue fruto fundamentalmente de
procesos mexicanos y por eso podemos decir que su ruptura con 69 años de
historia de defensa a contracorriente de su existencia debe ser analizada en
forma diferente a la de otros partidos en el mundo y tuvo consecuencias
inesperadas para toda la izquierda mexicana. Ganada la legalidad, el PCM
comprendió que sólo en la unidad con otras fuerzas podía crear un partido
revolucionario de izquierda digno del país.
El
viernes 24 de mayo de 2013 murió a los 88 años Arnoldo Martínez Verdugo, quien
fue secretario general del PCM desde 1962 hasta su desaparición, y artífice
principal de la unidad con otros partidos de izquierda. En muchos sentidos su
figura queda identificada inseparablemente con la izquierda actual, fruto de un
gran movimiento unitario, venido a menos, que en la actualidad ha cumplido ya
su ciclo histórico.
A
raíz de un homenaje reciente y de su muerte, mucho se ha escrito sobre él y
poco sobre el partido que dirigía. La decisión de la disolución del PCM en 1981
fue unánime desde la dirección hasta el último militante y eso es mucho decir
para un partido que en su última etapa estuvo libre de caudillos o caciques.
Arnoldo Martínez Verdugo fue el primero entre iguales en el presídium y el
Comité Central, que después de largas discusiones habían llegado a esa
conclusión. El acto unitario fue una decisión de un partido que conocía la
democracia interna como nunca antes en su pasado. En el PCM, en 1981, había
discusiones sobre muchos problemas y diría yo incluso una fuerte lucha interna,
pero nunca sobre la necesidad de crear un partido de izquierda con la
participación de personas de diferentes ideologías, cultura política y grados
de militancia.
Pero,
¿cómo era Arnoldo? El personaje debe ser objeto de un libro que haga honor a la
complejidad de su personalidad intelectual; a la modestia bordeando en la
timidez de su carácter (por ejemplo: en el libro de Historia del Comunismo en
México, dirigido por él, es uno de los pocos dirigentes que no aparecen en el
índice onomástico); a la honestidad existencial, común a muchos otros
comunistas, pero difícil de entender desde el mirador de la clase política de
nuestro tiempo, donde la ley que reina es “el que no transa, no avanza”.
La
honestidad política de Arnoldo Martínez Verdugo daba por entendido que la causa
está por encima del individuo, que las negociaciones con organizaciones de
orientación diferente no podían ser materia de intereses personales, sino pura
y exclusivamente los intereses del partido. Su honestidad personal y política
hoy prácticamente ha desaparecido en nuestro país. Yo pondría a los defectos de
simulación, codicia material, afán de poder a toda costa y ambición de
notoriedad y fama, como ajenos, extraños, opuestos a la personalidad de Arnoldo
Martínez Verdugo. No era un serafín, ni estoy dejando correr mi imaginación, y
no acostumbro la adulación de los vivos ni de los muertos. Arnoldo era un
hombre complejo, modesto y profundamente honesto. También era ligeramente
tartamudo, falto de humor y demasiado sensible a las majaderías.
Lo
conocí a principios de 1962 en el local del Partido Comunista, en la calle de
Tabasco. Yo tenía 31 años y él entre 37 y 38. Andaba yo gestionando mi ingreso
al partido junto con mi amigo Iván García Solís y estaba muy preocupado porque
la respuesta tardaba. Después del encuentro con Arnoldo se desvanecieron las
dudas y reticencias y entré de lleno a la organización. Muy rápidamente se
trabó, a iniciativa suya, una amistad que al principio me honraba y me costaba
entender. Pero al poco tiempo la razón de su dedicación al trato conmigo quedó
aclarada. En un viaje en mi automóvil a la imprenta de nuestro Partido, a cargo
del inefable Prócoro, para revisar pruebas de la revista Nueva Época, a cuya
redacción fui integrado en 1962, desde su primer número.
–Lo
principal en la reconstrucción del partido –me dijo– es formar un grupo
dirigente que sea a la vez fiel (al partido, no al dirigente), capaz,
experimentado y sobre todo inteligente –mientras aspiraba profundamente, como
lo acostumbraba, su cigarrillo– ¡y a veces pienso que sería más fácil comenzar
la tarea totalmente de nuevo, desde cero!
Durante
una década o más Arnoldo se abocó a la construcción del grupo dirigente. Y esto
exigía el trato personal con un grupo más o menos selecto, a quienes iba
formando en la práctica y en la teoría para las tareas de dirección. Las
atenciones, la constante preocupación por el individuo, su situación y la de
sus familias, especialmente los que estaban presos, retratan al hombre que
nunca esperó ni quiso ser un mandarín arbitrario.
El
año en que ingresé al partido fue precedido por una serie de sucesos nacionales
e internacionales que permitieron a los comunistas mexicanos dar un fuerte giro
en su orientación y actividad política. Primero en la esencia del ser
comunista, el informe secreto de Nikita Krushev en la sesión cerrada del XX
Congreso del PC de la Unión Soviética en 1956, iniciaba el proceso de
desestalinización de todos los partidos comunistas, aun cuando cada uno lo fue
integrando en forma diferente y a ritmo distinto. Al informe no siguió un
debate ni una votación y sólo se difundió lentamente y a través de diferentes
canales. Pero la pretensión de los círculos anticomunistas de que sólo estaba
dirigido a una élite es totalmente falsa y absurda. Encina, el secretario
general del PCM que asistió a la sesión, informó sobre ella pero desconozco su
contenido. Pronto se publicó íntegro en varios periódicos estadunidenses así
como en Le Monde y L’unitá. Algunos compañeros de la dirección del PCM conocían
extractos del documento que comienza así: “Después de la muerte de Stalin, el
Comité Central del Partido (PCUS), comenzó a estudiar la forma de explicar… el
hecho de que… es ajeno al espíritu del marxismo-leninismo, elevar a una persona
hasta transformarla en superhombre, dotado de características sobrenaturales…
de un conocimiento inagotable… de una visión extraordinaria… y también, de un
comportamiento infalible”.
Arnoldo
conoció muy pronto el documento y me lo comentó en términos claramente
positivos, sobre todo en lo que significaba para la organización interna del
PCM, en el cual había existido el culto a la personalidad (o como decía él, de
la persona) del secretario general anterior Dionisio Encina y en el pasado, el
culto a Stalin había causado desastres al partido.
Segundo,
el triunfo de la Revolución Cubana en 1958, que entusiasmó a toda América
Latina probando que la revolución socialista era posible a 90 kilómetros de la
costa estadunidense y que sus formas de lucha y resultados, no coincidían con
los manuales marxistas elaborados en Moscú y planteaban en forma totalmente
nueva los problemas de la revolución en el continente.
Tercero,
las grandes luchas sindicales de maestros, ferrocarrileros,
minero-metalúrgicos, petroleros, telegrafistas y otros sindicatos menores que
entre 1956 y 1959 sacudieron a todo México, por su carácter simultáneo de
demandas económicas y sobre todo políticas. La estructura corporativa del PRI
se cimbró en sus profundidades. Sobre todo porque además rápidamente siguieron
indicios de movimientos de los campesinos sin tierra, estudiantes y después de
profesionistas e intelectuales.
Arnoldo
era un hombre sorprendentemente abierto a los cambios, a las nuevas
situaciones, sobre todo para el medio dogmático del comunismo latinoamericano.
Captó rápidamente el enorme sentido innovador de esos sucesos y la necesidad de
reformar el PCM. En las largas pláticas en su casa y los cafés en donde
acostumbrábamos reunirnos por lo menos una vez a la semana, comentaba
creativamente los nuevos problemas y la relación que debían tener en la teoría
marxista, en el programa y la práctica del PCM.
–No
podemos quedarnos al margen de los cambios monumentales que se están
produciendo –decía–. Se está dando un viraje a nivel continental y nacional y
hay que aprovecharlo.
La
dirección del PCM, conducida por Dionisio Encina, había mantenido una política
muy oportunista hacia los gobiernos del PRI, que desentonaban con la nueva
época: “Aprobar los actos positivos de los gobiernos priistas y reprobar los
negativos, continuar la Revolución Mexicana y pugnar por que la clase obrera se
coloque a su cabeza”. Pero fue en su política sindical en la que cometió las
mayores incongruencias de un partido que aspiraba a dirigir a la clase obrera.
Además frenaba toda medida democratizadora. Desde 1956 buscó que los nuevos
dirigentes de los movimientos sindicales mantuvieran una política conciliadora
hacia los líderes charros y el gobierno frenando así a las bases. A eso se
opuso el Comité del DF y muchos otros compañeros. Defendieron la tesis de que
para luchar por sus reivindicaciones en las condiciones de México, los
trabajadores tenían que pasar por encima de los líderes charros y llamaron a
todos los miembros del Partido a sumarse activamente a esos movimientos.
Así
comenzó una lucha interna que duro tres años y que acabó por corregir
drásticamente la orientación y la práctica del Partido y llevar a su cabeza una
nueva dirección. Se decidió eliminar el puesto de secretario general para
fortalecer el principio de la dirección colectiva. Pese a que el partido, por
tomar parte en los movimientos sindicales insurgentes, tenía a muchos de sus
dirigentes en la cárcel, se inició una lucha interna cuyo propósito era dar un
viraje en toda la concepción de la relación con los gobiernos del PRI y el
movimiento sindical, y la democracia interna. Y lo logró parcialmente. Fue en
ese proceso que surgió lentamente como figura dirigente principal Arnoldo
Martínez Verdugo.
Yo
había recibido una formación marxista más amplia desde muy temprano y comenzado
a militar activamente en la izquierda, a través del MRM junto a Othón Salazar
desde 1956. Al mismo tiempo formé el Círculo de Estudios Ricardo Flores Magón,
donde convergieron por un lado varios intelectuales marxistas como José
Revueltas, Eli de Gortari, Enrique González Rojo, y por el otro militantes
destacados del MRM. El encuentro resultó explosivo. Mientras los intelectuales
enseñaban haciendo proselitismo, los maestros jóvenes del MRM leían marxismo y
se acercaban al movimiento comunista, del cual sus padres se habían alejado
debido a las posiciones oportunistas, subordinadas al nacionalismo
revolucionario de la dirección del PCM hacia el movimiento sindical. De ahí
Iván García y yo fuimos a dar al Frente Obrero de Juan Ortega Arenas. Enterados
de la lucha interna del PCM y esperando que se produjera el cambio, apenas
triunfaron las posiciones renovadoras pedimos, hacia el año 1962, nuestro
ingreso.
El
PCM a principios de los sesenta vivía en un ambiente de represión aguda y
constante. Aparte de las tareas políticas en el movimiento y la elaboración de
los principios de una nueva orientación, debía tomar medidas constantes de
seguridad. Arnoldo era vigilado y hostigado asiduamente. Y aquí podemos hablar
de otra de sus cualidades: Una valentía firme, tranquila, casi fría, ajena a
toda paranoia o histeria. Más tarde me contó que durante largos periodos se
veía obligado a dormir fuera de su casa en diversos hoteles, cambiando de lugar
cada noche. Quizá su condición de dirigente principal lo salvó de largas
prisiones. El costo internacional de tener a la figura principal de un partido
comunista en la cárcel frenó los excesos del gobierno mexicano.
Mi
primer encuentro con las medidas de seguridad en un periodo de represión
directa fue la asistencia al XIV Congreso al que fui invitado. Esta reunión se
realizó a fines de 1963 en una casa especialmente alquilada. Los participantes
fueron entrando en un coche privado, uno por uno para no alertar a la policía
con una agitación excesiva. A mí me tocó entrar un día antes del comienzo del
Congreso. Todas las comidas se realizaban en la casa y estaban a cargo de las
hermanas Bórquez. En la noche no se permitía prender luces y dormíamos todos en
el piso, en silencio. Las actividades se realizaban cuidando de no alzar la
voz. Fue en ese Congreso donde se eligió el nuevo presídium integrado por
Arnoldo Martínez Verdugo, J. Encarnación Pérez, Manuel Terrazas, Gerardo
Unzueta, Alejo Méndez, J. Encarnación Castro, Fernando C. G. Cortés, Lino
Medina, Antonio Morín y Juan de los Reyes. Cuando salió de la cárcel se agregó
Valentín Campa.
Han
pasado más de 30 años de la desaparición del PCM. El comunismo que llevó a millones
de hombres y mujeres a comprometerse activamente con la política y la lucha
contra el capitalismo y el fascismo durante más de 80 años en todo el mundo ha
dejado de existir para siempre. Pero la cuestión comunista, la utopía de un
mundo socialista no ha muerto y sigue siendo tan actual como antes, porque el
capitalismo de hoy no ha resuelto nada y propone un mundo peor que el que había
en nuestro tiempo. Entonces me pregunto en una conversación imaginaria con
Arnoldo, ¿qué es una derrota en la historia de los pueblos y qué tan definitiva
es la que sufrimos? Una cosa puedo decir, con gran alegría. He hablado con
excomunistas de muchos países y especialmente en México –recuerdo la muy larga
conversación que tuve con Volodia Teitelboim antes de su muerte–. La inmensa
mayoría considera que sus años de militancia comunista, a pesar de todos los
sacrificios, fueron los mejores de su vida.
A
todos sus familiares, algunos de los cuales no conozco, a Martha Recasens, a
Paloma su hija que conocí desde niña y a Armando, su hermano, mi sentir más
hondo. Se fue un hombre digno, vertical, que hizo mucho por los trabajadores de
México y –¿por qué no?– de América Latina.
**
**
Arnoldo Martínez
Verdugo y el poder/ENRIQUE SEMO
Revista
Proceso
#1910, 9 de junio de 2013;
OBITUARIO
(Segunda
y última parte)
¿Cómo
era el partido que dirigió Arnoldo Martínez Verdugo de 1962 a 1981? Durante sus
largos años de ilegalidad o semilegalidad, el Partido Comunista Mexicano era
una organización muy pequeña. Su militancia oscilaba entre mil y 2 mil
miembros. Lo que nunca lograron los gobiernos del PRI fue dispersarlo. Quizá no
lo pretendieron, pero aun si lo hubieran querido, no hubiera sido fácil. Su organización
celular y su vinculación ideológica, más que personal, lo impedía. Barry Carr
reporta en su libro La Izquierda Mexicana a Través del Siglo XX que para 1945
el PCM sólo contaba con 3 mil 775 miembros. A principios de los setenta,
después de la represión de 1968, se informa de 900 a mil 200.
¿Cuál
es la causa de la pequeñez del PCM? Indudablemente, la razón fundamental era la
constante represión, que se disparaba en los periodos de ascenso de los
movimientos populares. El PCM tenía muchas simpatías, pero sólo un grupo
selecto se atrevía a militar en una organización permanentemente perseguida por
un Estado que no retrocedía incluso ante la “guerra sucia” y los asesinatos.
Los
gobiernos del PRI podaban periódicamente el PCM, sembrando miedo y un sentido
de impotencia. Arnoldo Martínez Verdugo condujo fundamentalmente a un partido
perseguido y con muchos de sus miembros en la cárcel entre los años 1962-1978.
Sólo después de la legalización, el partido creció rápidamente y en las
primeras elecciones con registro demostró la amplitud de su influencia.
Martínez Verdugo fue –fundamentalmente– líder de un partido de cuadros. Sin
embargo, es impresionante el número de dirigentes sociales, de intelectuales
distinguidos y de personajes locales que había entre los militantes comunistas.
Pero
en periodos de legalidad, durante la presidencia de Cárdenas (36 mil
militantes) y después de la legalización definitiva, el 7 de agosto de 1979,
las membresías crecían rápidamente. Enrique Condés Lara cuenta, en su estupendo
libro Los últimos años del Partido Comunista Mexicano 1969-1981, que en 1976
había en Puebla 156 militantes en 28 células, y en 1980, 3 mil, en 200 células
diseminadas en el estado. En el Distrito Federal, después de la legalización,
la membresía se duplicó en un año, llegando a contar con 4 mil miembros. Y en
el XIX Congreso Nacional se reportó que en cuatro meses de campaña de
afiliación se habían logrado 100 mil solicitudes nuevas.
Las
primeras elecciones en las que el PCM concurrió con registro obtuvo 5.8% de la
votación, 703 mil votos. Aquí es obvio que hay una discrepancia entre
militantes, simpatizantes y electores que sólo se explica por la violencia de
Estado permanente en la cual vivía el país. ¿A qué clase de poder podía aspirar
un partido semilegal como el PCM? No podía acceder a los órganos de elección
del Estado. Tampoco podía lograr la dirección legal de movimientos sociales
puesto que sus dirigentes serían arrojados a prisión. Sólo quedaba un camino:
influir crecientemente en los movimientos y sindicatos rebeldes, hasta que los
gobiernos del PRI se vieran obligados a legalizarlos y tolerar su presencia
legal, o bien los movimientos rebeldes desembocaran en una revolución.
Con
el registro definitivo comenzaba una nueva época para el PCM. Las campañas
electorales, la existencia de una representación legislativa, la libertad de
reunión, de manifestación y de expresión cambiará para ellos la forma de hacer
política y de llegar al poder. Antes sólo podía aspirarse a un partido de
cuadros; ahora el partido de masas, un sueño permanente del PCM, podía ser una
realidad. En la década de 1956-1969 la violencia desatada por los gobiernos del
PRI alimentaba la creencia de que sólo existían dos opciones: la victoria de
una oligarquía represiva o una revolución democrática y socialista, violenta o
no. Con la legalización, primero del PCM, y luego de otras organizaciones de
izquierda, se abrió una tercera opción: la permanencia del grupo gobernante del
PRI, pero acompañado de una democracia electoral que incluyera a todas las
organizaciones de izquierda.
El
entusiasmo en el campo de la izquierda y especialmente de los comunistas que
habían conocido décadas de ilegalidad no puede ser hoy imaginada. Terminaba una
larga época de catacumbas, del ocultamiento, de estar separados por la fuerza
de la vida cotidiana, de la sociedad. ¿Qué papel jugó Martínez Verdugo en ese
proceso? La mayoría de las otras organizaciones de izquierda tuvieron al
principio mucho recelo hacia la “apertura democrática” del PRI. También en las
filas comunistas muchos temían una trampa. Fue Martínez Verdugo quien desde el
primer momento emprendió una campaña de convencimiento en favor de la reforma
electoral. Polemizó dentro y fuera del partido a su favor. Y el PCM participó
antes que cualquier otra organización independiente.
Hay
que tomar en cuenta –decía Arnoldo– que las últimas dos elecciones, la de 1970,
en que nosotros no participamos y hubo una gran abstención, y la de 1976, en
que no hubo candidato legal frente a López Portillo, fueron desastrosas para el
PRI pese a sus victorias. Arnoldo se mostró dispuesto a negociar con Reyes
Heroles, actor principal por parte del gobierno en la reforma electoral que se
iniciaba y pronto se estableció un diálogo fructífero:
“Ninguna
consigna corresponde de la manera más exacta a los intereses de la clase obrera
–escribía Arnoldo– en la actual situación del país que la de la reforma
política democrática… Pero esta consigna no convence aun a los distintos
sectores que integran… la izquierda. La propone con insistencia el Partido
Comunista Mexicano en sus documentos fundamentales de los últimos dos años bajo
el título de La lucha por la libertad política…
“Este
documento y otros que el PCM ha dedicado al tema en discusión, persigue
claramente el objetivo de probar la necesidad y la posibilidad de una reforma
política… La lucha por conquistar los derechos políticos plenos, fue parte
esencial de los movimientos…de 1958-59 y de 1968…” (El Partido Comunista
Mexicano y la Reforma Política, Arnoldo Martínez Verdugo, México, 1977).
Pero
volvamos al partido de cuadros que dirigía Martínez Verdugo antes de la plena
legalización. Es sorprendente que un partido tan pequeño hubiera participado en
forma destacada en los movimientos obreros que hubo en el periodo de 1956-1959,
en el Movimiento de Liberación Nacional en los años 1960-1962 y también en el
gran movimiento estudiantil de 1968. La influencia del PCM en la sociedad
trascendía con mucho al número de sus militantes, porque no dependía de
números, sino de la presencia y el papel dirigente establecido históricamente
en las muchas luchas populares.
En
realidad, Arnoldo Martínez era un dirigente de dirigentes que habían aceptado
su papel rector voluntariamente, diríamos por su capacidad de crear una
hegemonía. Pero estos dirigentes siempre tenían su opinión propia y la
expresaban sin tapujos, cada vez que lo consideraban necesario. Muchos de ellos
tenían liderazgos en sus campos, mayores que los de Arnoldo. Para construir su
poder, Martínez Verdugo no contaba con dinero ni plazas administrativas ni
puestos políticos representativos ni siquiera con una recomendación ante un
funcionario para ofrecer a sus seguidores. Su liderazgo se desprendía de una
ideología común, su especial visión y su influencia personal constantemente
renovada. Arnoldo debía ser reelegido en cada Congreso. Frecuentemente perdió
votaciones importantes y no siempre lograba imponer su punto de vista, pero en
la mayoría de las ocasiones, durante periodos prolongados y momentos muy
difíciles de su gestión siempre contó con el apoyo personal de la gran mayoría
de los dirigentes.
Para
probarlo me atrevo a presentar una lista que está lejos de incluir a toda la
gente destacada y capaz, todos ellos miembros de la Dirección Política y del
Comité Central durante periodos prolongados en los años de su gestión como
secretario general (1962-1981). Inmediatamente se verá que los dirigentes del
Partido Comunista tenían las cualidades necesarias para enfrentar la represión
del Estado e infundir esperanza en un mundo mejor sin ofrecer para el presente,
parafraseando a Winston Churchill, más que “sangre, sudor y lágrimas”.
Valentín
Campa, miembro del PCM desde 1921, dirigente ferrocarrilero desde 1925,
organizador de huelgas ferrocarrileras en 1932, cofundador de la CTM en 1936,
secretario de Educación y Organización del Sindicato de Trabajadores
Ferrocarrileros entre 1943 y 1948. Junto con Demetrio Vallejo fue codirigente
del movimiento ferrocarrilero de 1958-1959, preso político en diversas
ocasiones durante un total de 16 años. Candidato presidencial en 1976, entre
muchas otras cosas. Miembro fundador del PRD.
Ramón
Danzós Palomino, profesor normalista. Activo en las luchas agrarias desde 1935.
Militante y miembro de la dirección del PCM (1936-1981), secretario general de
la CCI entre 1964 y 1975, vicepresidente de la Unión Internacional de
Sindicatos de Trabajadores de la Agricultura, candidato a la Presidencia de la
República por el FEP (1963-1964). Preso político siete veces en Sonora, una vez
en Nueva York, de donde fue deportado a París, así como en Puebla y en el DF.
Miembro fundador del PRD.
Othón
Salazar Ramírez, profesor de la Escuela Normal. Militante del PCM y de su
Comité Central (1958-1981). Desde 1951 dirigente del movimiento magisterial y
principal exponente del movimiento magisterial de 1956-1958. Secretario General
de la sección 9 del SNTE. Preso político varias veces, especialmente desde 1958
hasta 1970. Diputado federal y presidente municipal de Alcozauca. Defensor de
grupos étnicos en todo el país. Miembro fundador del PRD.
Gerardo
Unzueta Lorenzana, periodista, miembro de la dirección del Partido Comunista
desde 1962. Director durante muchos años de La Voz de México, periódico del
Partido. Autor de varias obras políticas. Preso político por apoyar al
movimiento estudiantil de 1968. Diputado federal en dos ocasiones.
J.
Encarnación Pérez Gaytán, profesor normalista, ingresa al PCM en 1939. Miembro
del Comité Central durante 35 años. Encarcelado durante seis años a raíz del
movimiento ferrocarrilero. Diputado federal. Miembro fundador del PRD.
De
las generaciones más jóvenes se puede citar a Pablo Gómez Álvarez, economista.
Miembro de la Juventud Comunista y luego del partido desde 1963 y de sus
órganos dirigentes. Integrante del Comité Coordinador del SPAUNAM y de la
Central Nacional de Estudiantes Democráticos. Preso político por el movimiento
de 1968. Secretario general del PSUM. Cofundador y presidente interino del PRD.
Varias veces diputado y senador.
Arturo
Martínez Nateras, ingeniero de la Universidad Autónoma de Nuevo León. Militante
y luego dirigente de la Juventud Comunista y del Partido Comunista. Fundador de
la Confederación Nacional de Estudiantes Democráticos. Preso por el movimiento
estudiantil de 1968. Autor de varios libros sobre política, socialismo y el
movimiento del 68.
Gilberto
Rincón Gallardo, abogado. Miembro del PCM desde 1963, y de la Comisión
Ejecutiva. Fue apresado 32 veces y en 1968 por tres años. Dirigente del PMS
(1987-1989). Miembro fundador del PRD. Dos veces Diputado federal.
David
Alfaro Siqueiros, uno de los grandes pintores del muralismo mexicano. Miembro
del PCM desde 1921. Coeditor de El Machete (1923). Fundador de varias
organizaciones sindicales. Preso en 1931 y luego expulsado del país. Expulsado
también de Estados Unidos apoya abiertamente el movimiento ferrocarrilero de
1958-1959 y cae otra vez preso entre 1959 y 1964. Miembro del Comité Central
varias veces.
Enrique
Semo Calev, economista e historiador. Fundador de la División de Estudios
Superiores de la Facultad de Economía y diferentes instituciones en otras
universidades. Miembro del Partido Comunista desde 1962 y de su Comité Central
por 19 años. Responsable de la Comisión de Educación del PCM. Fundador-director
de la revista Historia y Sociedad.
A
estos ejemplos habría que agregar docenas de personalidades en los diferentes
estados y además, muy importante, las células de militantes entre maestros,
ferrocarrileros, estudiantes, obreros petroleros y los que dejaron al PCM para
participar en las múltiples guerrillas de la época.
Varios
de esos cuadros fueron marginados de la dirección del PRD. Otro tipo de gente
tomó su lugar. Con la caída del comunismo y del socialismo la ideología se fue
desdibujando hasta evaporarse. El PRD se transformó en una gran máquina
electoral cuya única tarea es asegurar el mayor número de representantes a
todos los niveles. Las figuras del caudillo y del cacique volvieron a aparecer.
La burocracia profesional cobró una fuerza y una solidez excepcional. Las
tendencias internas que nunca fueron permitidas en el PCM adquirieron
permanencia. Pero no como tendencias políticas sino como grupos de intereses; y
finalmente, el partido sufrió una gran fractura cuyo desarrollo es
imprevisible. Hoy más que nunca la pregunta ¿qué hacer? es de una actualidad
candente. Y, sin embargo, en los círculos directivos no parece despertar
inquietud. Nos enfrentamos a una política de hechos consumados sin explicación
y a dirigentes que están decididos a que siga así. A pesar de todo, la izquierda
mexicana ha avanzado mucho desde su legalización en 1978, pero en este momento
aparece estancada y falta de iniciativas.
No
hay regreso posible al pasado. El pueblo de México ha conseguido cierto nivel
de democracia electoral y alternancia en el poder, alternancia de la que no ha
gozado la izquierda. Se necesita un esfuerzo gigantesco para salir de la jaula
dorada, para dejar de plantear el poder exclusivamente en término de personas,
para aprovechar todas las innovaciones en la informática que han cambiado el
quehacer político, para reivindicar en la práctica los valores de la honestidad
y la dignidad política.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario