Mexicanos
al servicio de la DEA/ANABEL
HERNÁNDEZ
Proceso # 1909, 2 de junio de 2013
Con
la anuencia del gobierno calderonista, 200 policías y militares mexicanos
fueron puestos al servicio de la agencia antinarcóticos de Estados Unidos: esta
instancia los entrenó, los puso a trabajar en México y les dio órdenes de no
compartir información con las autoridades nacionales. Un exintegrante de ese
grupo, actualmente prófugo, habla con Proceso, revela esta situación anómala
–que achaca a compromisos de la Iniciativa Mérida– y afirma además que los
mundialmente famosos agentes de la DEA no saben investigar, desconocen las
labores de inteligencia policiaca y lo único que hacen es pagarle a soplones.
Orden
de cateo en mano y con el apoyo de efectivos de la SIEDO, la madrugada del 8 de
agosto de 2005 se inició un operativo encabezado por dos agentes de la DEA en
una casa en Zapopan, Jalisco, en el kilómetro 25 de la carretera a Saltillo.
Buscaban un laboratorio de producción de metanfetaminas cuya ubicación había
sido proporcionada por un informante a sueldo de la agencia estadunidense.
Ese
día el ingeniero Miguel Colorado, coordinador técnico de la Subprocuraduría de
Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (SIEDO, ahora SEIDO),
recibió un oficio “muy extraurgente y confidencial”, como quedó asentado en
mayúsculas en el documento. El agente del Ministerio Público Juan Carlos
Vázquez le instruía para que de inmediato enviara a los efectivos a su cargo a
ese lugar de Zapopan.
Como
ya era costumbre, bastaba una llamada de la Administración Antidrogas
Estadunidense (DEA) para que el gobierno de México consiguiera órdenes
judiciales instantáneas y enviara agentes que cumplieran sus órdenes sin
corroborar la información. “Todo era al vapor”, recuerda Francisco Javier
Jiménez, quien entonces era agente de la SIEDO y solía participar en esas
acciones por órdenes de sus superiores. Actualmente, Jiménez es prófugo de la
justicia acusado en el contexto de la llamada Operación Limpieza.
Pero
todo fue un fiasco. En la casa –propiedad de Roberto Ledezma, regidor del
municipio jalisciense de Cuquío– no encontraron huellas de ningún laboratorio
ni nada que se le pareciera.
Los
agentes de la DEA no entendían qué había pasado. “Al entrar a la casa no había
ni laboratorio ni droga ni nada. Todo era mentira”, dice Jiménez en entrevista
con Proceso. “Hicimos el operativo basándonos únicamente en información de
ellos”.
–Oye…
¿y esto? –afirma Jiménez que le preguntó a uno de los agentes de la DEA que
coordinaban el operativo.
–Vamos
a ir por el informante –respondió el estadunidense, quien tampoco sabía que se
trataba de la casa de un político y que no había ningún narcolaboratorio.
La
DEA llevó a su informante hasta el lugar del cateo. El hombre que los había
hecho quedar en ridículo sólo puso “cara de palo”. Jiménez afirma que lo
increpó.
–¡No
está el laboratorio que dijiste!
–Sí.
Sí está.
–¡No
está! ¿A ver? Quiero que me lo muestres –indicó el agente mexicano para “salvar
la dignidad”, según dijo, y prevenirse de las consecuencias legales del
equivocado operativo.
Jiménez
asegura que la DEA y los funcionarios mexicanos ofrecieron una disculpa al
regidor y se retiraron.
“El
gobierno de México sigue las indicaciones de la DEA sólo porque ellos dicen y
en el momento en que ellos quieren”, afirma.
Al
servicio de EU
Apenas
pasadas las elecciones del 2 de julio de 2006 la maquinaria de la DEA ya estaba
echada a andar. Washington se dio a la tarea de crear un grupo especial con 200
efectivos de la PGR, la Policía Federal, la Marina, el Ejército y el Cisen,
todos ellos subordinados a la agencia antidrogas y con estrictas órdenes de no
compartir ninguna información con el gobierno de México.
Una
“mini-DEA” con mexicanos, en México y al servicio de Estados Unidos.
El
director regional de la DEA en México y Centroamérica era entonces David
Gaddis, hoy retirado.
Según
documentos cuyas copias tiene Proceso, el 31 de julio de 2006, José Luis
Santiago Vasconcelos, entonces titular de la SIEDO, recibió un oficio en el
cual Javier Laynez, subprocurador jurídico y de Asuntos Internacionales de la
PGR, solicitaba que Jorge Joaquín Díaz López, fiscal especial; José Ignacio
Muñiz Chávez, Ministerio Público federal; Rubén Orfaly, ejecutivo de proyectos;
Octavio Aranda, perito técnico; Francisco Javier Jiménez, agente de
investigación, y Antonio Mejía Robles fueran 38 días a Quantico, Virginia, a
participar en el curso Unidad de Investigaciones Sensibles o Confidenciales
(SIU, por sus siglas en inglés).
“La
SIU era un brazo del gobierno de Estados Unidos dentro de México y al momento
de hacer sus operaciones de alto impacto iba a ser manejado directamente por un
agente de la DEA”, señala Jiménez, quien formó parte de ese grupo.
Francisco
Javier Jiménez entró a la Policía Judicial Federal en 1999 y fue comisionado a
la Unidad Especializada en Delincuencia Organizada (UEDO, antecedente de la
SIEDO) el 2 de agosto de 2000, cuando la dirigía José Trinidad Larrieta.
Afirma
que ingresó porque siempre le gustaron el trabajo policiaco y la investigación.
Quería ser agente secreto. Y lo fue, pero el precio ha sido alto: cinco años
prófugo, en la clandestinidad, por una acusación en su contra.
Muy
pronto participó en una operación exitosa. “El 16 de noviembre de 2000 hice mi
primera intervención en una investigación relevante. Detuvimos al cuñado de
Amado Carrillo Fuentes, César Miguel Rivera Vargas, El Esfera, esposo de
Florentina Carrillo Fuentes”, señala. Fue su primer trabajo con la DEA.
“Ellos
sólo proporcionaron el nombre; toda la investigación, absolutamente toda la
realizamos nosotros. La reacción de ellos fue de sorpresa. No entendían cómo,
con nuestros recursos limitados y sin tener la capacidad financiera de ellos,
realizamos una investigación de más de seis meses”, recuerda.
Días
antes los agentes mexicanos tuvieron una reunión con la DEA en la que ésta
aseguró que Rivera Vargas estaba en Chiapas. Los mexicanos lo detuvieron en el
Distrito Federal. “Quedaron sorprendidos y satisfechos con esa captura”,
señala. Por eso fue uno de los elegidos para integrar la SIU. La selección fue
basada en la eficiencia y desempeño laboral, afirma. “Fuimos elegidos, no
alzamos la mano para nada”.
La
primera etapa para integrar la SIU pasó por el Consejo de Profesionalización de
la PGR. Ahí les practicaron exámenes psicológicos, visita domiciliaria e
investigación patrimonial. Después se les ordenó que fueran a la embajada de
Estados Unidos en México, donde les aplicaron los exámenes toxicológico,
psicométrico y poligráfico.
“Ellos
nos mencionaron que iban a hacer un seguimiento y monitoreo de nuestra
persona”, señala Jiménez. Eso pasó con los 200 mexicanos elegidos. En la
embajada, señala, el contacto era con la DEA. Hasta ese momento nadie les había
dicho para qué los querían.
“Ahí
fue un primer filtro. Algunos de los que fueron enlistados quedaron fuera. Los
elegidos, los que aprobaron, fuimos a Quantico y ahí nos dieron la
certificación de la DEA de que éramos funcionarios mexicanos pero íbamos a
trabajar directamente con agentes de ellos.”
La
consigna de la SIU era que los agentes mexicanos –bajo las órdenes de
Washington– no podían informar de ningún operativo al gobierno de México.
“Para
la DEA todos son corruptos en México; pero como nosotros fuimos evaluados y
preparados por ellos, había confianza hacia nosotros”, afirma.
El
7 de septiembre de 2006 –antes de que arrancara el sexenio calderonista–
salieron de la Academia de Capacitación de la DEA en Quantico los primeros
mexicanos graduados de la SIU.
En
las áreas de entrenamiento los mexicanos parecían estadunidenses. Vestían
camisetas con el logo de la agencia antidrogas, shorts, gorras y un gafete con
las siglas de la DEA.
Según
los documentos obtenidos por este semanario, el gerente del Programa SIU fue
Leonard Fitzgibbons; el encargado de la capacitación, Dennis Boots, y los
asesores de la SIU-DEA México: Benny Ortiz, Carl Shirer, Jorge Jiménez, Kevin
Quinlan, Javier Santiesteban, César Solaya, Apolonio Ruiz y Walter Bostwick.
Francisco
Javier Jiménez Sánchez recibió su diploma de graduado junto con otras decenas
de mexicanos y así nació la Unidad de Investigaciones Sensibles o Confidenciales,
como también se refería a ellas Washington, y comenzaron las operaciones.
Espías
armados
Contra
la leyenda que se construye alrededor de la agencia antinarcóticos más grande
del mundo, los efectivos de la DEA no son tan listos ni buenos investigadores
como quieren hacer creer, afirma Jiménez. Gran parte de su información no es
producto de tareas de inteligencia o investigación, sino que es comprada a
informantes confidenciales. Como en una fiesta de niños con los ojos vendados,
asegura, los agentes sueltan palos a la piñata. A veces le atinan y la rompen;
otras, como en Cuquío, no tienen tino.
“Los
de la DEA son ineptos para investigar, ellos lo que tienen es el poder
económico para comprar informantes; pero para investigar como tal, no son
buenos”, dice.
–¿Los
informantes de la DEA siempre son creíbles? –se le pregunta.
“La
mayoría de veces los roban. Los testigos se mantienen, viven, de la metida del
dedo en la boca a los de la DEA. Les ponen un lugarcito o dos y los de la DEA
ordenan que vaya gente del gobierno de México sólo porque lo dice un
informante. Su capacidad de investigación es la económica.”
En
el sexenio de Felipe Calderón la DEA hizo lo que quiso. “Siempre andaban
armados”, señala, y no siempre se les había dado permiso para ello. Afirma que
Cuauhtémoc Herrera Suástegui, coordinador técnico de la UEDO en el gobierno de
Ernesto Zedillo, les decía: “No quiero ver armado a ninguno de ustedes; si los
veo armados me los voy a chingar”, asegura Jiménez.
Herrera
Suástegui, ya en el retiro, fue asesinado el 23 de marzo de 2000. Fue
precisamente el jefe de Operaciones Internacionales de la DEA, William E.
Ledwith, quien el 20 de febrero anterior ante el Congreso de Estados Unidos
había afirmado que Herrera estaba involucrado con el Cártel de Juárez.
–Después
de los cursos, ¿cómo comenzó a trabajar en la SIU?
–Nos
llegaban notificaciones de que debíamos reunirnos con uno o dos agentes de la
DEA en Guadalajara. Ahí íbamos, a Guadalajara, a Puerto Vallarta o aquí en
México; ellos nos decían lo que teníamos qué hacer.
Señala
que los agentes mexicanos que trabajaban para la DEA en los operativos iban
acompañados de algún fiscal de la PGR, integrante también de la SIU, para que
levantara un acta circunstanciada o una averiguación previa de lo que los
estadunidenses le indicaran.
–¿Los
superiores de ustedes sabían o no lo que estaba pasando?
–Sí
sabían, pero no podían actuar contracorriente. Eran órdenes desde la
Presidencia, de unos niveles muy arriba. Se dice que México es el patio trasero
de Estados Unidos… eso es muy real.
–¿Por
qué el gobierno de México aceptaba estas cosas?
–Por
la Iniciativa Mérida. En mi perspectiva es por falta de, con todo respeto,
huevos, de decir no, nosotros vamos a hacer nuestras propias investigaciones,
vamos a fijar nuestros lineamientos. El gobierno era muy condescendiente.
Siempre ha sido, pero el de Calderón fue mucho más condescendiente con la DEA
que antes. Muchísimo más.
“¿Qué
podíamos hacer nosotros, que éramos los del escalafón más bajo?, pues seguir
las órdenes, obedecer según nuestro criterio.”
–¿Cuántos
estaban en la SIU?
–Doscientos.
Controlados por la DEA. No estábamos todos en el mismo lugar, pero todos
recibíamos instrucciones de la DEA. Unos eran del Cisen, otros de la Marina,
todos participaban en los operativos de una u otra manera.
–¿En
los operativos siempre estaba presente la DEA?
–Sí.
Jiménez
dice que, además de armamento, la DEA usaba en México equipos para la
intercepción de conversaciones privadas, como los Harris, aparatos de escucha
que abarcan cierto perímetro. Además obligaban a todos los agentes mexicanos a
usar localizadores durante los operativos.
En
distintos informes de la DEA ante el Congreso de Estados Unidos, la agencia
justificaba su trabajo afirmando que gracias a ella en México se detuvo o mató
a narcotraficantes importantes.
Según
notas publicadas en octubre de 2011, en un informe ante el Capitolio la DEA se
adjudicó la captura de cuatro capos en México entre 2010 y 2011: Édgar Valdez
Villarreal, La Barbie; José de Jesús Méndez Vargas, El Chango; Ramón Castro
Rocha, El Cuate, y Harold Mauricio Poveda, El Conejo.
En
julio de 2008 los integrantes de la SIU recibieron un nuevo entrenamiento en
las instalaciones del hotel María Isabel Sheraton de la Ciudad de México, a un
lado de la embajada estadunidense, lugar que suele usarse como sede alterna de
la DEA.
Los
cursos fueron sobre “temas de procuración de justicia y aplicaciones prácticas
que involucran el uso de equipo especializado”, según el oficio enviado por
Gaddis a la PGR para solicitar permiso de tener el personal a su disposición
cuatro días. Y así fue.
No
obstante, apenas un mes después de tomar esos cursos Jiménez fue acusado de
colaborar con el crimen organizado. Lo señalaron algunos exmilitares de la
SIEDO que a su vez habían sido acusados por el testigo protegido e informante
confidencial de la PGR y la DEA, Roberto López Nájera, Jennifer.
–¿Qué
piensa de la injerencia que tuvo Estados Unidos en la llamada guerra contra el
narcotráfico? –se le pregunta a Jiménez.
–El
apoyo económico y la tecnología son buenos, pero mientras no haya una verdadera
planeación de cómo utilizar todo eso en la lucha contra el narcotráfico, no va
a servir de nada.
–¿Funciona
lo que hace la DEA en México?
–Pienso
que funciona dependiendo de quién esté a cargo de la administración de
justicia. Lo que sirve de ellos es la aportación de equipo tecnológico, lo
táctico, el armamento, pero nada más.
“El
problema es que la DEA nunca ve más allá, nunca ven desde una óptica más profunda
el problema ni en planes de largo plazo. La DEA fue copartícipe de la
situación.
“La
DEA no puede combatir el narcotráfico ni en su país. No puede ser candil de la
calle y oscuridad de la casa. No se les puede seguir dejando actuar como
quieran.
“El
gobierno de Estados Unidos puso el dinero, la tecnología, la información de sus
soplones, pusieron todo. Nosotros pusimos los muertos”, concluye.
**
Cinco
años prófugo/MUSSIO
JAIR CÁRDENAS PALOMO
Proceso # 1909, 2 de junio de 2013
Diez
millones de pesos de recompensa ofrece la Procuraduría General de la República
(PGR) por información que lleve a la captura de Francisco Javier Jiménez,
exagente de la SIEDO al que acusa de delitos contra la salud y delincuencia
organizada.
Desde
2010 exhibe su nombre y rostro junto a los de narcotraficantes como el líder
del Cártel de Sinaloa, Joaquín El Chapo Guzmán, o Miguel Ángel Treviño, jefe de
Los Zetas.
Prófugo
desde el sexenio de Felipe Calderón, Jiménez concede una entrevista a Proceso. La
cita se concretó por medio de diferentes contactos y al lugar elegido Jiménez
llega casi disfrazado y con un paquete de papeles oficiales que documentan la
historia que narra.
El
exagente de la SIEDO y exintegrante de la Unidad de Investigaciones Sensibles
(SIU) de la DEA revela que tres de los acusados en la fallida Operación
Limpieza –él, Antonio Mejía Robles y Jorge Alberto Zavala Segovia– habían sido
certificados por la agencia antinarcóticos de Estados Unidos, para la que
trabajaban.
Los
tres, señala, eran parte del equipo de Miguel Colorado, coordinador general
técnico de la SIEDO, y del titular de la subprocuraduría, Noé Ramírez
Mandujano, y corrieron la misma suerte que sus jefes.
Reclama
la traición de la DEA y de la PGR. Afirma que pese a los múltiples exámenes de
confianza, los cursos de capacitación, el constante monitoreo de la embajada de
Estados Unidos y los rastreadores que la agencia antinarcóticos estadunidense
los obligaba a portar durante las operaciones de la SIU, para aquéllas “valieron
más los testimonios falsos de unos criminales”.
“Valió
más la declaración de tres exmilitares confesos de trabajar para el crimen
organizado –Fernando Rivera, Roberto García y Milton Cilia– para perseguirnos
como criminales cuando sabían, ¡lo sabían!, que estábamos limpios”, señala con
amargura.
De
los tres agentes que trabajaban para la DEA sólo él escapó de las órdenes de
aprehensión giradas en agosto de 2008. Zavala y Mejía fueron detenidos y
encarcelados ese mismo año.
Bastó
que un testigo protegido se refiriera a un agente federal apodado Pinocho para
que después todo se hiciera cuadrar en su contra. Las acusaciones contra
Jiménez son casi una réplica de las fabricadas contra el exzar antidrogas
Ramírez Mandujano, absuelto el pasado abril y liberado después de cuatro años
de cárcel.
En
septiembre de 2007 ante la DEA y en julio de 2008 ante la SIEDO, el testigo
protegido Roberto López Nájera, Jennifer, sólo acusó a los exmilitares Rivera,
García y Cilia de trabajar para el crimen organizado. A nadie más.
En
agosto de 2008 los tres exmilitares, antiguos integrantes del Grupo Aeromóvil
de Fuerzas Especiales del Ejército (GAFE), fueron detenidos y casi
inmediatamente se confesaron culpables y se acogieron al programa de testigos
protegidos, cuando Marisela Morales encabezaba la SIEDO y Cuitláhuac Salinas
era agente del Ministerio Público asignado a esa instancia. Sus declaraciones
provocaron que ese mismo mes fueran detenidos Colorado, Zavala y Mejía. El
agente federal Luis Manuel Aguilar Flores fue aprehendido en octubre y Ramírez
Mandujano en noviembre de ese año.
–¿Por
qué los señalaron a usted y sus compañeros?
–Los
exgafes nos acusaron sólo por venganza –dice.
Explica
que cuando en 2007 la DEA informó a la PGR que un informante imputaba a Rivera,
García y Cilia por órdenes del entonces procurador Medina Mora y Ramírez
Mandujano, Colorado les encargó a él, Zavala, Mejía y Aguilar investigar y
vigilar a los exmilitares adscritos a la SIEDO.
“Empezamos
a monitorear y seguir a Fernando y los demás para cuando fueran a citarse con
Arturo Beltrán Leyva”, señala.
“A
un compañero lo ven y Fernando Rivera lo amaga: ‘¿Por qué me estás
siguiendo…’”, recuerda Jiménez. “Mi compañero le dijo que no lo estaba
siguiendo. ‘¡No se haga pendejo!’”, le habría reclamado Rivera.
“A
raíz de eso se hizo el desmadre”, señala. “Fernando Rivera y Miguel Colorado
casi se agarran a golpes. Entonces ordenaron que se parara toda la
investigación. Medina Mora no le aventó carácter para quitarlos. Ya no hacían
nada, quedaron como congelados, pero no los quitaron”.
Con
el nombre de testigo protegido David, el exgafe Roberto García, en un
interrogatorio dirigido por el entonces Ministerio Público de la SIEDO
Cuitláhuac Salinas, declaró el 5 de agosto de 2008 de oídas contra un supuesto
agente federal apodado Pinocho; no recordó su nombre, como quedó asentado en su
declaración ministerial.
Dijo
que Sergio Barragán, El Grande, le había dicho que Pinocho –sin mencionar
ningún nombre– trabajaba para ellos y que era hombre de confianza del
narcotraficante Arturo Beltrán Leyva.
Con
el seudónimo de Saúl, Milton Cilia acusó a García y Rivera –quienes ya se
habían autoinculpado– pero también a Colorado, Zavala y Pinocho.
A
las declaraciones de los exmilitares se sumaron las de los testigos Karen,
María Fernanda, Jennifer, Ricardo y Moisés para robustecer las acusaciones
contra Jiménez, sus compañeros y jefes.
La
cacería
–¿Cómo
evitó ser detenido?
“Uno
de la guardia me llamó y me avisó: ‘No te presentes. Hay militares’. Ya no me
presenté a trabajar, yo no me iba a dejar, yo no me iba a presentar y decir
aquí estoy, hagan conmigo lo que quieran.
“Marisela
Morales no tenía ninguna capacidad ni para estar en la SIEDO ni para encabezar
la PGR. Ni como MP ni como fiscal hizo nada relevante. A ella le dieron un
poder y una institución de tal envergadura que con tal de seguir en el puesto
hacía lo que le ordenaban.”
–¿Qué
piensa del papel de Cuitláhuac Salinas?
–Si
en verdad no hubiera estado de acuerdo en lo que se estaba haciendo, lo hubiera
dicho antes, no cuando ya se estaba hundiendo el barco.
–¿Qué
hizo la DEA cuando la PGR los comenzó a perseguir?
–No
lo sabemos. Se hicieron omisos. Yo en algún momento pensé irme a parar ahí en
la embajada. ¿Cómo le pudieron creer a unos criminales si nosotros estábamos
trabajando, cumpliendo? De todo lo que dijeron de nosotros no hay ningún
elemento de prueba, sólo los dichos de los exgafes y de los otros testigos,
Jennifer, Mateo y hasta zetas. ¡Hágame el favor!
Afirma
que son falsas las acusaciones que le hacen de recibir miles de pesos del
narcotráfico, como en otros casos judiciales que ya han sido resueltos. Asegura
que las fechas en que se le imputa haber recibido los sobornos él ni siquiera
estaba en México y su abogado trabaja en un amparo para poder presentarse ante
la justicia y aclarar su situación.
–¿Qué
es vivir huyendo tantos años?
–Desde
agosto de 2008 he vivido como he podido. Tengo que estar cuidándome de todo el
mundo por lo de la recompensa. Casi no salgo a la calle, vivo encerrado, vivo
con amigos. Mi mamá murió, mi hermano vive fuera de México y sólo tengo a mi
papá.
“Todo
esto es triste, desesperante, agobiante; quisiera estar en otro país con leyes
más justas; no me escondería y en el primer momento hubiera dado la cara. Pero
me tocó ser objeto de la persecución de una administración mala, corrupta y
destructiva. Fui víctima, con otros, de una cacería, como Noé, como Zavala,
como Colorado, como Aguilar Flores; entregamos nuestras vidas, nuestras fuerzas
y nuestras ganas a nuestro trabajo y nos pagaron con una patada en el trasero.
–Ahora
que los casos de la llamada Operación Limpieza se van aclarando, ¿ve alguna
solución a su caso?
–Mi
anhelo es volver a trabajar, no quiero que las cosas se queden así. ¿Cómo cree
que me siento de que la PGR pida una recompensa por mí de 10 millones de pesos?
Es desesperante. No soy culpable, nunca he tenido vínculos con el narcotráfico.
Aguilar
Flores, a quien acusaron prácticamente de lo mismo que a Jiménez, fue absuelto
en diciembre de 2012 de los cargos que le imputó la PGR. Ramírez Mandujano fue
puesto en libertad en abril pasado. Se cree que pasará lo mismo con Zavala,
Mejía Robles y Colorado.
Por
orden judicial Zavala iba a ser liberado en 2010 por “desvanecimiento de
pruebas”, pero la PGR acababa de detener a Sergio Barragán Villarreal, quien
con el nombre de testigo colaborador Mateo declaró en su contra y lo volvieron
a encarcelar.
“Aguilar
Flores ahora no encuentra trabajo, no tiene de qué vivir y a nadie le importa.
Te destrozan la vida y luego… ¿sólo un usted disculpe?”
Señala
que lo único que pide es la posibilidad de defenderse ahora que el procurador
Jesús Murillo Karam ha prometido justicia.
“Yo
sé que esto se gana en los juzgados y con amparos. Quiero poder defenderme pero
no quiero terminar injustamente en la cárcel como los demás”, señala.
“Esta
nueva administración en la PGR encabezada por Murillo Karam es ajena a todos
estos acontecimientos y, más aún, tengo la firme convicción de que será
reconsiderado el mantener un anuncio millonario por mi captura, como si de
verdad yo fuera un criminal.”
–¿Por
qué cree que se llevó a cabo esta persecución y se fabricaron pruebas contra
ustedes?
–Estábamos
trabajando bien, haciendo investigaciones. La falsa Operación Limpieza destruyó
a la SIEDO que fue, con sus deficiencias y limitaciones, realmente una oficina
que durante años intentó luchar contra el narcotráfico. Ahora ¿qué queda? A lo
mejor eso era lo que se buscaba.
El
pasado 18 de abril Murillo Karam anunció que la PGR iniciaría una investigación
sobre la fabricación de testimonios y uso indebido de testigos colaboradores
que llevaron a la cárcel a funcionarios inocentes, como Ramírez Mandujano o el
general Tomás Ángeles Dauahare.
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