En
La Montaña: cuando los sueños se quiebran/EZEQUIEL FLORES CONTRERAS
Revista
Proceso
No. 1926, 28 de septiembre de 2013;
Desde
el domingo 22, decenas de localidades indígenas de La Montaña y Costa Chica
decidieron formar un Consejo de Comunidades Damnificadas y de inmediato se
lanzaron contra el gobierno, por su “ineptitud y simulación”, según le dijeron
a la titular de la Sedesol, Rosario Robles. Le pidieron atender los destrozos
que, afirman, hicieron retroceder a los lugareños a la década de los setenta,
cuando por la falta de caminos debían hacer grandes recorridos para adquirir
sus víveres. “Se quebraron los sueños de los pueblos indígenas”, dice el
antropólogo Abel Barrera Hernández.
TLAPA
DE COMONFORT, GRO.- Dos semanas después del paso de la tormenta Manuel, los
indígenas de la región de La Montaña sobreviven en condiciones insalubres, sin
agua potable. Además comienzan a brotar enfermedades y los víveres son cada vez
más escasos, pues sus campos de cultivo fueron arrasados.
Los
caminos siguen destrozados; ello los obliga, dicen, a pernoctar en el monte y
en poblados incomunicados. Tampoco tienen energía eléctrica. No obstante los
hijos del fuego (mee pha) y de la lluvia (naa’savi) no dejan de ofrendar a sus
dioses en este mes que, paradójicamente, representa el triunfo de la abundancia
sobre El Mayantli, el hambre.
Para
tlapanecos, mixtecos y nahuas la devastación representa un castigo, pues
consideran que “la señora lluvia” se enojó. Si no le hacen su ofrenda,
comentan, la muerte llegará para todos.
En
contraste con la actitud asumida por los indígenas frente al desastre, la ayuda
gubernamental fluye lentamente y los costos de insumos y transporte público se
han incrementado en exceso, como en otras zonas de la entidad, ante la
complacencia de las autoridades.
En
un recorrido por comunidades de Tlacoapa y Malinaltepec, Proceso constató que
en medio de la tempestad la vida se regenera de manera natural en La Montaña,
donde las quejas son inútiles. Se trata de avanzar.
En
la localidad de Totomixtlahuaca, municipio de Tlacoapa, Diasela Faustino Díaz,
de 15 años, dio a luz a un niño la noche del miércoles 25 en una precaria casa
de adobe y piso de tierra en las inmediaciones del punto conocido como Piedra
Mula.
La
joven fue asistida por su suegra, Eleuteria Velázquez, una de las parteras más
reconocidas del lugar, donde los alumbramientos son a la manera tradicional:
las mujeres permanecen de pie y se sostienen con las manos de una cuerda fijada
en una viga para hacer esfuerzo; terminan hincadas y el bebé es recibido
prácticamente en el piso.
Es
el tercer nacimiento en esta comunidad de poco más de 2 mil habitantes después
de la tormenta Manuel, cuando el río Tamiaco devoró la cuarta parte del pueblo.
La
corriente arrasó cultivos y 41 viviendas en la calle Cuauhtémoc, un tramo de
aproximadamente 250 metros que desapareció dejando un impresionante acantilado
de 50 metros sobre el cauce del río.
Al
menos 80 inmuebles más se derrumbaron. Hoy 300 personas están a la intemperie.
El meteoro provocó un daño irreversible en la zona, pues el cerro donde está
asentado el pueblo se sigue desgajando, informó el comisario municipal Justo
Peralta Soriano.
Cuando
la carretera Tlapa-Marquelia se encuentra en medianas condiciones se necesitan
tres horas para llegar de Tlapa al ancestral poblado de Totomixtlahuaca; ahora
la distancia se cubre en siete horas de caminata.
En
ese lugar, parcialmente incomunicado vía terrestre y donde no se ha
restablecido el suministro eléctrico, los jóvenes tienen acceso a internet satelital
gracias a un singular centro de cómputo alimentado con generadores de gasolina.
El espacio, una pequeña vivienda de adobe y techo de teja, es administrado por
el campesino Noé Galindo; desde ahí se informó a través de las redes sociales
sobre los estragos provocados por Manuel el fin de semana antepasado.
Las
impactantes imágenes de un río arrasando medio pueblo en la región de La
Montaña se publicaron la noche del domingo 15 en las cuentas personales de
Facebook del estudiante de bachillerato Vicente Rosas y de los jóvenes
campesinos Aristeo Ramón y Arquímedes Díaz, todos originarios de
Totomixtlahuaca.
De
inmediato las fotos se difundieron masivamente en redes sociales y medios de
comunicación, sin dar el crédito a los jóvenes que tomaron las gráficas en el
momento de la tragedia.
Así
se pudo conocer la dramática situación en Totomixtlahuaca y la cabecera
municipal de Tlacoapa, donde la corriente del río partió ambos poblados,
arremetió contra las viviendas, dejó cientos de damnificados y destruyó el
hospital general.
Solidaridad
civil
Los
guerrerenses radicados fuera de la entidad y quienes migraron al extranjero
comenzaron a enviar dinero para comprar víveres y procurar que lleguen a las
zonas devastadas de Tlacoapa. Hasta ahora se ha trasladado media tonelada de
alimentos y medicamentos en aeronaves de la Marina, indica Peralta.
No
obstante, al menos dos toneladas más de víveres acopiados por estudiantes
originarios de Totomixtlahuaca siguen en Chilpancingo y Tlapa, en espera de que
las autoridades aprueben su traslado aéreo, trámite burocrático demorado ya
ocho días, reprochó el comisario.
La
insistente exigencia de ayuda de la presidenta del DIF de Tlacoapa, Asunción
Galindo Candia, para atender la contingencia sanitaria y el desabasto de víveres
ante la incomunicación, hizo que las autoridades enviaran una brigada médica y
despensas vía área, una semana después de la tormenta.
En
Totomixtlahuaca –donde el clima es semicálido– el consumo de agua contaminada y
las persistentes lluvias están provocando enfermedades gastrointestinales y
respiratorias entre quienes perdieron su casa y viven a la intemperie.
Según
el médico Manuel Ortiz Hernández, la población más afectada es la infantil y
urgió el envío de agua potable y medicamentos como ambroxol para controlar la
situación.
Ortiz
se quejó también porque, dice, sólo trabaja con el cuadro básico de
medicamentos y tiene equipo e instrumental para atender las emergencias. Las
enfermedades se agudizaron entre las familias que sobreviven en el monte y en
albergues habilitados en planteles escolares de Totomixtlahuaca.
“Si
el río no nos llevó, ahora las enfermedades nos van a matar”, sostiene Rocío
Galindo Juárez, mientras amamanta al más pequeño de sus ocho hijos en una
escuela donde están hacinadas 130 personas, en su mayoría menores.
En
condiciones similares se encuentran más de 3 mil indígenas tlapanecos de seis
comunidades del municipio de Malinaltepec, quienes desde el sábado 14
decidieron abandonar sus pueblos porque sus viviendas, caminos y cultivos
fueron afectados por los derrumbes y deslaves. Están refugiados en los cerros
donde sobreviven en precarios campamentos.
El
éxodo se registró en Tepeyac, Filo de Acatepec, Unión de las Peras, Lucerna,
Moyotepec y El Tejocote, al suroeste de Tlapa de Comonfort sobre la carretera
Tlapa-Marquelia, donde las autoridades municipales reportaron al menos 22
muertos.
En
esta franja de La Montaña guerrerense la temperatura ronda los 10 grados
durante el día y cae abruptamente en la noche. Al amanecer el frío come los
huesos. Esta situación ha provocado brotes de fiebre y diarrea, principalmente
entre los menores quienes, pese a la tragedia, aún ríen y juegan.
Las
autoridades comunitarias de La Lucerna, Moyotepec y San Juan de las Nieves se
niegan a ser trasladados a los albergues de Tlapa y demandan la reubicación de
sus pueblos en sitios seguros de la misma zona; también reprochan la tardía
reacción del gobierno e insisten: lo más apremiante es la rehabilitación de
caminos y un lugar seguro para vivir.
Carretera
Tlapa-Marquelia
Para
mitigar el desastre y el olvido institucional, los pobladores limpian caminos
secundarios a pico y pala en espera de que las autoridades reconstruyan las
carreteras federales Tlapa-Marquelia y Tlapa-Metlatónoc para comunicar siete de
los 19 municipios de la franja más pobre y marginada del país afectados por
Manuel.
Si
se rehabilitan esas vías se agilizará el transporte de alimentos, medicamentos
y combustible a las zonas de difícil acceso, consideran las autoridades de 47
localidades indígenas de siete municipios de La Montaña y Costa Chica, que el
domingo 22 formaron el Consejo de Comunidades Damnificadas.
El
consejo denunció que los estragos de la tormenta evidenciaron la “ineptitud y
la simulación” gubernamentales, pues no han revertido los efectos de la
tragedia y ni siquiera han visitado los pueblos damnificados.
Las
autoridades se han limitado a llevar algunas despensas e intentan utilizar la
desgracia para lucrar políticamente, según el consejo. El lunes 23, los mismos
representantes comunales –en un encuentro coordinado por el Centro de Derechos
Humanos de La Montaña Tlachinollan– criticaron a la titular de la Secretaría de
Desarrollo Social (Sedesol), Rosario Robles Berlanga, por la tardía reacción
gubernamental para atender las zonas devastadas de La Montaña.
Ese
día la antropóloga Edith Herrera Martínez, originaria de Zitlaltepec,
Metlatónoc, la zona más pobre del país, reprochó a la funcionaria: “En la
Cruzada contra el Hambre estaban todos los militares metidos en las
comunidades; pero cuando llegó el desastre no había alguna autoridad”.
Herrera
calificó de indignante la actitud de los funcionarios, más preocupados por
evacuar vía aérea a los turistas varados en Acapulco que por atender a los
indígenas, uno de los sectores más desprotegidos de las zonas vulnerables.
Mientras
el gobierno rescataba a los turistas, dijo, en La Montaña siguen atrapados en
los pueblos incomunicados. Ante la falta de ayuda oficial, reiteró, los
damnificados han debido caminar días para conseguir víveres y buscar refugio en
los cerros.
Robles,
acompañada por la directora de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los
Pueblos Indígenas, Nuvia Mayorga, fue recibida con pancartas, mantas y
discursos donde los montañeros sintetizaron la indignación por la falta de
ayuda gubernamental.
Los
mensajes eran elocuentes: “No necesitamos bendiciones, necesitamos apoyos”,
“Exigimos al gobierno que apoye a la región de La Montaña, no sólo Acapulco,
sino todo el estado de Guerrero”, “A los turistas los evacuan en aviones y a
los pueblos originarios, no”, “Montaña Alta destrozada, pueblos enteros
sepultados”.
Al
percatarse de la protesta, la titular de la Sedesol se molestó y pidió al
director de Tlachinollan, Abel Barrera, que el encuentro fuera privado y no se
permitiera a los reporteros cubrirlo. Su solicitud no prosperó. Los lugareños y
las autoridades comunitarias soltaron un “alud” de reclamos contra el gobierno
federal y demandaron un diálogo directo. Robles pidió al subsecretario Javier
Guerrero García darle seguimiento al planteamiento.
El
Consejo Comunitario también solicitó el abastecimiento urgente de alimentos y
medicinas a los pueblos incomunicados y a los campamentos de desplazados, e
insistió en que se rehabiliten los tramos carreteros, las viviendas y redes de
agua potable afectadas.
Dictamen
de Tlachinollan
El
Centro Tlachinollan presentó un muestreo preliminar de las afectaciones
documentadas en 55 comunidades de los municipios de Atlamajalcingo del Monte,
Cochoapa el Grande, Copanatoyac, Malinaltepec, Metlatónoc, San Luis Acatlán,
Tlacoapa y Tlapa.
Según
el informe, en esa franja hubo al menos 18 muertos y 45 lesionados; alrededor
de 3 mil 400 viviendas presentan cuarteaduras por las inundaciones y deslaves y
5 mil 303 parcelas de maíz, platanar y cafetales fueron destruidas.
Todas
las comunidades reportaron afectaciones en tramos carreteros, en la red de agua
potable y energía eléctrica, añade el documento elaborado a partir de los
reportes proporcionados por las autoridades comunitarias. Hasta el viernes 27
se desconocía la situación de las comunidades ubicadas en las zonas más
alejadas de los municipios de Acatepec, Cochoapa El Grande y Metlatónoc.
Para
el antropólogo Abel Barrera, los destrozos en las carreteras federales
Tlapa-Marquelia y Tlapa-Metlatónoc no sólo evidencian la corrupción de las
autoridades en el diseño de las obras, sino que también han obligado a los
indígenas a realizar largas caminatas –como hace cuatro décadas– para
comunicarse y trasladar sus víveres.
“Ahora
resulta que se quebraron los sueños de los pueblos indígenas que desde los
setenta impulsaron la creación de una vía para enlazar Savenasha y Totonasha;
es decir, la región fría de La Montaña con la calidez de la Costa Chica”, dice.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario