Juan Pablo II
nunca será santo: ocho razones/JUAN CARLOS ORTEGA PRADO
APRO:
4 DE OCTUBRE DE 2013
MÉXICO,
D.F. (apro).- La Iglesia católica podrá decir lo que quiera: Juan Pablo II no
fue un santo.
El
pasado 1 de octubre, el papa Francisco dio a conocer que Karol Wojtyla
(1920-2005) y Juan XXIII (1881-1963) serán canonizados el 27 de abril de 2014.
La noticia fue justamente relegada por la crisis meteorológica que vive México.
Sin embargo, es de capital importancia discutirla: habla de los ideales de
sociedad que buscamos, de lo que entendemos por libertad, justicia, respeto y
ciencia (Proceso 1798).
Juan
Pablo II no puede ser un ejemplo. Más allá de que ordenaba creer en cosas de
las que no hay una sola prueba (dios o los dogmas) y de que exigió obediencia
ciega desde el último estado teocrático de Occidente, el polaco vejó valores
humanistas y democráticos. Los siguientes párrafos explican por qué no puede
ser santo.
Protección
a Marcial Maciel y a los curas pederastas
Su
omisión a la hora de denunciar a curas pederastas (muy notoriamente el mexicano
Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo) no sólo es falta de
santidad, sino un delito.
Durante
años, centenas de víctimas escribieron directamente a Juan Pablo II para
denunciar las violaciones y estupros que habían sufrido por parte de
sacerdotes. Le daban fechas, nombres y versiones coherentes. Cerró los ojos, y
siguió aceptando el dinero que venía de los Legionarios y organizaciones
parecidas.
Otro
caso fue el del otrora cardenal de Boston Bernard Law, que fue demandado 450
veces por encubrir a sacerdotes pedófilos. En 2002, tras entrevistarse con Juan
Pablo II, renunció a su arzobispado… pero fue cobijado por la Iglesia, que lo
hizo responsable de una de las parroquias más hermosas e importantes del mundo:
Santa Maria Maggiore, en Roma. Apenas en marzo pasado el papa Francisco lo
removió.
Apoyo
a las dictaduras
Otro
de los magnos pecados del carismático Juan Pablo II. Las palabras de rechazo
que tenía para los homosexuales o para quienes usan condón no las tuvo contra
Pinochet o Fidel Castro.
En
1987, Wojtyla fue a Chile. Y el 2 de abril, junto al golpista Pinochet, salió
al balcón principal del Palacio presidencial de la Moneda a saludar a la
multitud. Años después, el secretario personal del papa, Estanislao Dziwisz,
dijo que el pontífice había sido tomado por sorpresa y obligado a salir junto
al dictador. Es lo de menos, ni ahí ni nunca rechazó la dictadura, que dejó
unos 30 mil muertos.
El
abaratamiento de las canonizaciones
Juan
Pablo II dictó las reglas gracias a las cuales, ahora, califica para ser santo:
vivir los valores católicos en grado heroico y haber realizado dos milagros.
Rebajó la cantidad de milagros requeridos y, lo más importante, derogó la
figura conocida como “abogado del diablo”, que era el encargado de investigar a
profundidad la vida del beato y buscar si perpetró iniquidades en vida. Ahora
sólo se puede hablar bien del candidato a santo. Paralelamente, el tiempo para
canonizar se acortó. Transcurrirán sólo siete años de la muerte de Wojtyla a su
entronización a los altares. Antes se requerían al menos 30 años, para poder
observar el legado de la persona con perspectiva histórica.
La
suciedad irresoluta del banco Ambrosiano
Antes
de que Juan Pablo II asumiera el papado (1978) comenzó el escándalo del banco
Ambrosiano: lavado de dinero, fraude, vinculación con la mafia y hasta venta de
armas en la que estaban inmiscuidos los directivos del Banco Vaticano y
sacerdotes de la curia.
Juan
Pablo II no pudo o no quiso solucionar el caso (de hecho, quienes estaban
detenidos fueron hallados inocentes en 2007).
El
asunto es harto importante por dos razones: analistas indicaron que la muerte
de Juan Pablo I en 1978 (antecesor de Wojtyla) podía estar relacionada con el
Ambrosiano. La otra razón es que el desastre financiero que implicó no se ha
solventado. Incluso, una de las últimas decisiones del entonces papa Benedicto
XVI —nombrar un nuevo director del nuevo banco Vaticano— muy probablemente
estuvo relacionada con su renuncia al pontificado, si se da crédito a los
documentos de Vatileaks.
Ataque
contra los teólogos disidentes
Juan
Pablo II atacó con todo la Teología de la Liberación, que afirmaba que no hay
iglesia sin el pueblo (lo que debería ser una redundancia, pues en griego
“ekklesía” significa comunidad, reunión, pueblo…). Aseguraba también que el
reino de Dios también puede ser de este mundo y que los sacerdotes deben vivir,
acompañar y ser pobres. La Congregación de la Doctrina de la Fe (entonces
liderada por Joseph Ratzinger) condenó al ostracismo a algunos de los más
eximios representantes de esta escuela: Leonardo Boff, Jon Sobrino, Camilo
Torres y Samuel Ruiz.
Otro
caso es el del Hans Küng, quien sin ser teólogo de la liberación era
considerado progresista. También a él se le prohibió dar clases.
Intromisión
en asuntos de otros gobiernos
El
Vaticano es un país. Y el papa, un jefe de Estado (absolutista). En este
sentido se espera que respete a la comunidad internacional. Arguyendo su misión
divina se metió en asuntos mundanos, para obtener ventajas políticas y
económicas.
México
es un ejemplo. En 1992 presionó para que se minara el Estado laico. Maniobró
para que se revirtiera una parte central de las Leyes de Reforma y se otorgaran
derechos políticos y de posesión a los sacerdotes y a las iglesias.
Wojtyla incluso permitió que los obispos
mexicanos amenazaran con una huelga de cultos, igual a la que desencadenó la
Guerra Cristera.
Pero
un caso paradigmático ocurrió en 1983, cuando Juan Pablo II visitó Nicaragua.
Había triunfado la revolución sandinista, y entre los ministros del nuevo
gobierno estaba el sacerdote Ernesto Cardenal, que ocupaba la cartera de
Cultura. Durante el acto protocolario de bienvenida y en una transmisión en
vivo, Wojtyla regañó al secretario de Estado por sostener postulados apóstatas
y lo urgió a que “regularizara su situación”.
Las
palabras que no tuvo contra Pinochet las tuvo contra Cardenal.
Más
poder a los poderosos
Juan
Pablo II solía criticar los grandes problemas del mundo, pero sin señalar
culpables con nombre y apellido. Jamás denunció, por ejemplo, a ninguna
trasnacional explotadora ni se confrontó con los grandes acaparadores de
capital.
Lo
mismo hizo hacia dentro del Vaticano: fortaleció a su séquito, que se empoderó
de la institución y la burocratizó a niveles colosales. En ese marasmo se
perdían solicitudes de ayuda, denuncias de nepotismo y solicitudes de los
católicos de base. Este problema les estalló a Ratzinger y a Bergoglio. Éste
último creó una comisión para indagar a profundidad y renovar ese entramado.
Hasta el momento calculan 58 recomendaciones.
Ataque
a los derechos sexuales
Cuando
Juan Pablo II subió al pontificado rechazaba el condón; no existía el sida.
Tres años después, cuando se detectaron los primeros casos de VIH, siguió
rechazando el preservativo. Cuando se convirtió en una pandemia, continuó
repudiando al condón. “Él probablemente contribuyó más a la propagación de la
enfermedad que la industria del transporte terrestre y la prostitución juntos”,
asentó la revista londinense New Statesman. El articulista Nicholas Kristoff,
de The New York Times, consideró que arremeter contra el preservativo era uno
de los peores errores en la historia de la iglesia.
La
homosexualidad fue otro de sus temas predilectos: es un pecado, afirmó, y
punto.
El
rechazo a que las mujeres decidieran sobre su cuerpo también fue uno de sus
postulados. Ni hablar de incorporarlas a puestos de dirección en la curia u
ordenarlas sacerdotes (aunque la Biblia no haga la menor restricción al
respecto).
Abominó
también de las relaciones sexuales prematrimoniales y de la masturbación, sin
atender a los argumentos científicos o sociales. Y lo mismo con su fijación por
el celibato sacerdotal, una represión que se ha comprobado que puede fomentar
el abuso contra menores.
Ese
hombre será santo, sin serlo.
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