- El abogado mexicano y doctor en filosofía del derecho Samuel González Ruiz considera que Medellín ubica al municipio como el primer eslabón de una estrategia nacional de seguridad pública y adapta ésta a los desafíos .
La
Medellín violenta se pacifica/RAFAEL
CRODA
Revista
Proceso
No. 1926, 28 de septiembre de 2013;
Cuando
el crimen organizado y la violencia se enfrentan con represión policiaca y militar
es imposible obtener buenos resultados. La experiencia colombiana, y en
particular el caso de Medellín, muestra que la criminalidad no es
necesariamente consecuencia de la pobreza. De acuerdo con especialistas, esos
fenómenos se deben a la falta de prevención, lo que supone el imperativo de
aplicar políticas que promuevan la educación y la cultura para impedir el
crecimiento de las mafias.
MEDELLÍN,
COLOMBIA.- Si bien no existe una teoría única para explicar cómo esta ciudad
colombiana de 3.5 millones de habitantes pasó de ser la más violenta a la más
innovadora del mundo, hay consenso en el sentido de que las políticas de
prevención social del delito fueron determinantes.
“La
inequidad genera violencia, y si queremos reducir ésta debemos combatir aquélla.
Este es un componente esencial de nuestra política de seguridad”, dice a
Proceso el vicealcalde de Gobernabilidad y Seguridad de Medellín, Luis Fernando
Suárez Vélez.
A
su vez el alto consejero de la presidencia de Colombia para la Convivencia y Seguridad
Ciudadana, Francisco José Lloreda, estima que este país y Medellín entendieron
que el eje estratégico de una política de seguridad pública es el de la
prevención social, pues pone el acento en la educación. “Así podemos aplicar un
antídoto a la violencia y al delito”, afirma.
En
1991 Medellín llegó a ser la ciudad más violenta del mundo, con una tasa de 380
homicidios dolosos por cada 100 mil habitantes, índice 2.5 veces mayor que el
de Ciudad Juárez en la actualidad. En 2012 la tasa cayó a 52 por cada 100 mil
habitantes y en los primeros ocho meses de 2013 se redujo 13.4%.
En
marzo pasado la capital del departamento de Antioquia –y segunda urbe en
importancia de Colombia, después de Bogotá– fue designada la ciudad más
innovadora del mundo en un concurso organizado por el diario estadunidense The
Wall Street Journal y la empresa de servicios financieros Citigroup. Medellín
se impuso a las otras dos finalistas, Nueva York y Tel Aviv, por su disminución
de emisiones de CO2, la creación de espacios culturales y la reducción de la
criminalidad.
De
acuerdo con el alcalde de Medellín, Aníbal Gaviria, en las últimas dos décadas
esta ciudad vivió “una verdadera metamorfosis al pasar del dolor y el miedo de
las épocas del Cártel de Medellín, cuando la marca de la casa eran el
narcotráfico y la destrucción, a la esperanza. Le apostamos a la educación y a
la cultura como herramientas de transformación. Tenemos aún enormes problemas
de violencia, pero ahora también se nos asocia con innovación”.
Contra
la desigualdad
El
programa de gobierno de Gaviria para el periodo 2012-2015, que da continuidad a
las políticas de sus antecesores, se llama “Medellín, un hogar para la vida”.
Es una frase sugerente para una ciudad donde la muerte es parte de la
cotidianidad y que llegó a registrar 20 homicidios diarios cuando a comienzos
de los noventa el jefe del Cártel de Medellín, Pablo Escobar Gaviria, desató
una guerra contra el Estado.
Hoy
ocurren casi tres asesinatos por día y la mayoría se concentra en las comunas
(barrios marginales) enclavadas en los cerros, donde la depauperada realidad
social contrasta con la opulencia y la moderna infraestructura de los barrios
residenciales.
Suárez
Vélez explica que “esta exclusión social nos obliga a poner énfasis en las causas
del delito, sin descuidar las acciones disuasivas y reactivas”.
Las
cifras son elocuentes: este año Medellín gastará 42 millones de dólares en el
combate al delito. Para dos programas sociales enfocados a la seguridad
alimentaria y el combate a la pobreza extrema se destinaron 84.2 millones de
dólares.
De
los 7 mil 360 millones de dólares del presupuesto de la alcaldía de Gaviria
para sus cuatro años de gobierno, 57% se destinará a educación, salud,
infraestructura deportiva en las comunas más pobres, desarrollo de proyectos
culturales y un programa de enseñanza del inglés a los jóvenes más vulnerables,
entre otros rubros.
Hasta
2010 Medellín era la urbe con mayor desigualdad de Colombia –con un coeficiente
de Gini de 0.538, donde 0.0 es la perfecta igualdad y 1.0 la máxima desigualdad
en el ingreso– y también la más violenta, con 86 homicidios dolosos por cada
100 mil habitantes.
El
fuerte gasto en prevención social del delito hizo que al año pasado el índice
de Gini en Medellín se redujera a 0.500 y la tasa de homicidios dolosos
descendiera a 52 por cada 100 mil habitantes.
En
2012 Cali –la tercera ciudad más grande de Colombia– rebasó a Medellín en falta
de equidad, con un coeficiente de Gini de 0.518, y también en homicidios
dolosos, con 77 por cada 100 mil habitantes.
De
acuerdo con Suárez Vélez, la violencia y criminalidad no sólo se producen por
la precariedad, pues tanto Medellín como Cali se encuentran entre las ciudades
con menos pobreza en el país –algo similar a lo que ocurre con Ciudad Juárez en
México–. La raíz de estos problemas se encuentra en la concentración del
ingreso. “Hay países y ciudades muy pobres donde no se tienen los niveles de
violencia prevalecientes en Medellín”, señala.
Otro
elemento que ha contribuido a una lucha más eficiente contra el crimen en esta
metrópoli –la cual, como la mexicana Monterrey, es asiento de industrias y
grupos económicos de alcance nacional– es su estrategia integral de seguridad y
que, junto con la prevención social, tiene en la coordinación interinstitucional
uno de sus pilares.
El
Sistema Integrado de Emergencias y Seguridad Metropolitano (SIES-M) es una
iniciativa de la alcaldía que articula física y operativamente a todas las
institucionales implicadas en la seguridad y emergencias ciudadanas: la
Policía Metropolitana, la fiscalía, el ejército y las dependencias municipales
de bienestar social, salud, derechos humanos y medio ambiente.
Delegados
de cada una de estas instituciones se congregan permanentemente en un salón de
alta tecnología, con enormes pantallas de plasma que proyectan imágenes en vivo
desde unos 400 puntos estratégicos de la ciudad, con cerca de mil cámaras. La
reacción ante los delitos y situaciones de emergencia se produce de manera
conjunta y coordinada y todo lo ocurrido en la llamada “torre de control” del
SIES-M queda grabado.
“Esta
articulación nos ha permitido potenciar la lucha contra el crimen y ser más
efectivos en reacción, prevención situacional e investigación”, afirma el
secretario de Seguridad de Medellín, Arnulfo Serna.
El
SIES-M, que incorpora avanzada tecnología en las tareas de seguridad,
inteligencia e investigación, es el primer centro en su tipo en Colombia y el
Banco Interamericano de Desarrollo lo considera modelo a seguir en América
Latina.
“Cuadra
por cuadra”
Medellín
se ha convertido en un referente latinoamericano en políticas de prevención
social del delito. Su fama de metrópoli hospitalaria, cálida y generosa se la
ha ganado a pulso y, como tal, comparte el conocimiento acumulado con otras
ciudades del hemisferio.
El
abogado mexicano y doctor en filosofía del derecho Samuel González Ruiz
considera que Medellín ubica al municipio como el primer eslabón de una
estrategia nacional de seguridad pública y adapta ésta a los desafíos
específicos de criminalidad de la ciudad. Es así, agrega, como debería
funcionar una estrategia de seguridad: del municipio hacia arriba, en diálogo
con la comunidad y con un gran componente de políticas de prevención social
del delito.
“Los
municipios están en la primera línea de fuego de la violencia criminal y hay
que trabajar a partir de sus realidades. La batalla contra el crimen se gana
cuadra por cuadra”, afirma el consultor de la Oficina de las Naciones Unidas
contra las Drogas y el Delito y extitular de la desaparecida Unidad
Especializada en Delincuencia Organizada en México, quien visitó Medellín para
participar el jueves 12 y el viernes 13 en el I Foro Internacional de Ciudades
en Convivencia para la Prevención Social del Delito, el cual congregó a autoridades,
expertos y dirigentes comunitarios de Colombia, México e Italia.
Para
el abogado, una de las principales debilidades de la estrategia de seguridad
aplicada por Felipe Calderón es que nunca incorporó el componente de la
prevención social, sino enfocó todos sus esfuerzos en la represión con un
criterio policiaco. Quien fuera titular de la desaparecida Secretaría de
Seguridad Pública, Genaro García Luna, se encargó de instrumentar estas
acciones hasta sus últimas consecuencias.
El
director ejecutivo de la Asociación de Autoridades Locales de México, A.C.
(AALMAC), Ricardo Baptista, asistente al foro en Medellín, sostiene que durante
la guerra calderonista contra el narcotráfico los municipios mexicanos quedaron
en el abandono y a merced del crimen organizado.
“En
México los municipios pusimos los muertos y los seguimos poniendo”, afirma el
expresidente municipal de Tula, Hidalgo, cuya agrupación, la AALMAC, congrega a
los 332 alcaldes y 13 delegados capitalinos del PRD.
Según
Baptista, en los últimos siete años han sido asesinados en México 45 alcaldes y
exalcaldes, medio centenar de directores locales de seguridad pública y más de
mil 600 policías municipales. Apenas la segunda semana de septiembre fueron
asesinados en Michoacán el exalcalde de Quiroga, Javier Sagrero Chávez, y el
diputado local Osvaldo Esquivel Lucatero, ambos del PRD.
“Desde
que Calderón declaró la guerra a la delincuencia organizada y al narcotráfico
el país no ha encontrado la salida; nunca hubo una política de prevención, de
ataque a las causas del delito, y todo se centró en la represión policiaca y
militar. Fue una estrategia fallida”, sostiene el exalcalde.
Además
considera que las experiencias exitosas de Medellín pueden aplicarse en México
con modelos adaptables a las condiciones del país.
No
es que esta urbe haya resuelto sus problemas de seguridad. Le falta un largo
trecho. Se mantiene como la segunda ciudad más violenta de Colombia y sus
populosas comunas están en manos de los combos (pandillas) afiliados a las
estructuras criminales de La Oficina y Los Urabeños, mafias que dictan la vida
de los sectores populares del Valle de Aburrá, donde se extiende el casco
urbano de Medellín.
Los
combos controlan todo en las comunas: el comercio, el tráfico de
estupefacientes, el transporte urbano, la prostitución, los bares. Ellos dicen
qué marca de arepas (tortillas colombianas de maíz o harina de trigo) se vende
en el barrio, surten de mercancía a las tienditas, dirimen los conflictos entre
vecinos. Toda actividad económica les produce una comisión, un “derecho de
piso”. Son ejércitos de jóvenes que escuchan reggaetón, portan armas largas y a
quienes la policía no ha podido desarticular.
Una
tregua entre La Oficina (heredera de las estructuras del Cártel de Medellín) y
Los Urabeños (reductos de los grupos paramilitares desmovilizados la década
pasada) ha hecho descender los homicidios desde agosto pasado; no obstante, la
extorsión, el tráfico de drogas, el control territorial y las desapariciones de
jóvenes (cuatro en las últimas dos semanas) siguen en su apogeo.
Manuel,
quien pertenecía al poderoso combo de Los Mondongueros, dice que es muy difícil
salir del círculo de la violencia en los barrios. Él lo hizo luego de ver morir
baleado a su mejor amigo en un enfrentamiento y cuando se cruzó en su camino
uno de los proyectos de desarrollo cultural de la alcaldía. Hoy pertenece al
colectivo de arte urbano Graffiti de la 5, escucha hip-hop –la música de culto
entre los artistas de las comunas– y está rehabilitado del consumo de bazuco,
una droga barata y altamente adictiva elaborada con los residuos que deja el
procesamiento de cocaína.
Este
es un trabajo a largo plazo, dice Silvia Osorio, coordinadora del proyecto
municipal de Promoción de la Convivencia y activista de la prevención social,
quien aun los fines de semana y días festivos está pendiente de los jóvenes
rescatados de los combos en la conflictiva comuna 5.
Y
abunda: “La violencia en Colombia y en Medellín es un problema histórico, pero
la cultura, el trabajo con los jóvenes, con la comunidad, la inversión social,
generan mejores opciones de convivencia. Más que una esperanza, hay una
certeza: esto nos puede abrir un mejor camino hacia el futuro”.
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