Más
sobre El legado de Nazar Haro a Peña Nieto
Revista
Proceso
No. 1926, 28 de septiembre de 2013;
PALABRA
DE LECTOR
Señor
director:
En
el reportaje El legado de Nazar Haro a Peña Nieto, de Gloria Leticia Díaz
(Proceso 1924), se menciona la desaparición, presumiblemente violenta, de
algunos miembros de la familia michoacana Guzmán Cruz. A un integrante de dicha
familia, Alexander Guzmán Cruz, lo conocí a finales de los años sesenta tras
ingresar a la preparatoria de la Universidad Michoacana de San Nicolás de
Hidalgo (UMSNH). Nos hicimos amigos y formamos un grupo de estudio de cinco o
seis compañeros.
Alex,
como lo llamábamos sus amigos, era un estudiante dedicado, muy capaz. Habría
sido un profesionista excelente. La preparatoria nos unió como estudiantes y
terminamos aquella etapa muy bien librados.
Al
comenzar la década de los setenta, los preparatorianos pasamos a las diversas
facultades de la UMSNH. Casi todo nuestro grupo optó por Ingeniería Química,
Alex incluido. Yo me inscribí en la recién reabierta Escuela de Física y Matemáticas.
Los amigos nos reuníamos con frecuencia, pero Alex ya casi no acudía. Por
entonces, recuerdo, él desapareció por más de un mes. Cuando reapareció, los
amigos le preguntamos:
–¿Qué
te pasó, dónde has estado, Alex?
–Me
llevaron al Campo Militar Número 1 –respondió–. Me aplicaron descargas
eléctricas, me metieron al pocito, me simularon fusilamiento… me hicieron lo
que quisieron. ¡Me chingaron! –remató con su voz ronca y segura.
Quedamos
azorados con su respuesta. Nunca mencionó la razón. No quiso decir más. Alex
era discreto en sus asuntos personales. De su familia prácticamente no hablaba.
Sólo en alguna ocasión mencionó como de paso a su hermano Amafer. En el grupo
de estudio que formábamos él era respetado por su capacidad intelectiva. Si
Alex tuvo alguna relación con la guerrilla o con grupos armados durante la
guerra sucia nunca nos lo comentó. Pero una vez que nos dijo que lo habían
torturado sospechamos que en algo serio andaba. O bien lo habrían involucrado o
lo inculpaban con o sin razón. El hecho es que notamos que a partir de entonces
su capacidad para resolver problemas decreció, y él se deterioraba
gradualmente.
Volvió
a desaparecer en varias ocasiones, de suerte que perdió el año escolar. Algunas
veces justificaba sus ausencias diciendo que se iba a la ciénaga michoacana con
su familia. Al siguiente año lectivo Alex nos buscó y, utilizando un tono
hosco, algo agresivo, nos dijo que quería continuar estudiando, ¡que le
ayudáramos!
Le
dijimos que contara con nosotros y le conseguimos los libros que necesitaba.
Pero Alex volvió a desaparecer. Yo lo perdí por casi dos años. Los amigos me
contaban que lo veían vagar por las calles de Morelia, que se estaba degradando
en forma lastimosa, que prácticamente era un pordiosero.
Un
día lo encontré y le inquirí: “¿Qué te pasa, Alex?” Secamente me dijo: “me fui
a la ciénaga” y, como para terminar la conversación, agregó: “Dame para comer”.
Salí
de Morelia en 1974 para estudiar un posgrado en la UNAM. Volví a ver a Alex más
de dos años después. Era, definitivamente, un guiñapo humano. Ya ni siquiera me
reconoció.
Esto
es lo que sé de Alexander Guzmán Cruz, indudablemente una víctima más de la
guerra sucia de los años setenta, orquestada por el Estado mexicano bajo
conducción priista.
Si
Alex aún vive, no lo sé. Quizá su hermano Abdallán lo sepa.
Atentamente
Doctor
en Ciencia de Materiales
Alfonso
Huanosta Tera
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