En
economía, la inoperancia/CARLOS
ACOSTA CÓRDOVA
Revista Proceso # 1935, 30 de noviembre de 2013
En
términos económicos, 2013 fue un pésimo año para México y para los mexicanos, y
en particular para el gobierno de Enrique Peña Nieto y su secretario de
Hacienda, Luis Videgaray. Consecuencia implacable de los torpes y lentos
manejos de las finanzas nacionales son el empobrecimiento vertiginoso de la
población, la pulverización de la clase media, la falta de empleo y, en
general, el crecimiento prácticamente nulo de la economía. Si algo faltara, el
tiro de gracia lo representó la reforma hacendaria, esa abusiva miscelánea
fiscal que indignó a todos.
Inexperiencia,
malas decisiones y arrogancia de quienes conducen la economía del país, se
combinaron con una débil y muy lenta recuperación de la economía estadunidense
–que no pudo jalar a la mexicana–, para hacer del primer año de gobierno de
Enrique Peña Nieto un año gris, mediocre, en materia económica.
No
se logró ni el crecimiento prometido ni la creación de empleos ofrecida ni
–mucho menos– la mejoría en el bienestar de la sociedad, que con tanto ánimo
aseguraba Peña Nieto que se obtendría apenas llegara él al mando del país.
Nada.
La economía se estancó. Apenas crecerá un tercio de lo que creció en 2012:
1.3%, en los cálculos optimistas de la Secretaría de Hacienda, contra 3.9% del
año pasado. Muy lejos del 3.5% pronosticado al principio de la administración y
más lejos aún del promedio de 4.3% en que creció la economía durante los
últimos tres años del gobierno de Felipe Calderón.
De
los empleos, ni se diga. La meta de 1 millón de nuevos puestos de trabajo
parece inalcanzable. En septiembre no iba ni la mitad; apenas poco más de 440
mil, que es una cantidad 26% inferior a la que se registró en los primeros
nueve meses del año pasado. Lo peor es que, en su mayoría, esos nuevos empleos
están en la informalidad. Y, más grave, todavía hay más de 2.7 millones de
mexicanos en el desempleo absoluto.
Nadie
sabe dónde quedó la reforma laboral que arrancó justo en el inicio del gobierno
actual.
Y
si los datos macro fueron un desastre en el año, los microeconómicos, por
supuesto, siguieron esa ruta. Sobre todo en los primeros seis meses, las
empresas, de todos los tamaños, vivieron un auténtico vía crucis. Las grandes,
acostumbradas a ganar, supieron lo que es tener pérdidas cuantiosas, o ver
reducidas sus utilidades al mínimo.
El
resto vivió meses de angustia. Hicieron todo para sobrevivir: achicarse,
despedir personal, reducir jornadas de trabajo, bajar salarios. Entre las
pequeñas y las micro, para muchas la muerte fue su destino.
Y
es apenas el primer año de gobierno de Enrique Peña Nieto.
Nada
de qué presumir.
El
factor Videgaray
Artífice
del pobre desempeño de la economía en el primer año de gobierno, ha sido sin
duda el secretario de Hacienda, Luis Videgaray Caso, por mucho que se escude en
que los causantes de la severa desaceleración de la economía nacional fueron
los factores externos –sobre todo una débil demanda estadunidense, que frenó las
exportaciones manufactureras de México.
Ha
quedado claro ya que el lento ejercicio del gasto público en el año y la
decisión de frenar el flujo de recursos al sector de la construcción –ambas,
responsabilidad de la Secretaría de Hacienda– llevaron a la economía a
deslizarse más rápidamente hacia el limbo y, aun, que naufragara por aguas
recesivas.
Luis
Videgaray llegó al gabinete de Peña Nieto con excelentes prendas académicas
–licenciado en economía por el ITAM y doctorado por el Instituto Tecnológico de
Massachusetts, el mítico emaiti (MIT), cuna académica del premio nobel Paul
Krugman y de Pedro Aspe Armella, entre muchas otros personajes– pero con una
muy pobre experiencia en el servicio público.
Veinteañero
aún, tuvo un fugaz paso como miembro del equipo de asesores de Pedro Aspe,
secretario de Hacienda en el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, y otro aún
más efímero –menos de un año– en el de Jesús Reyes Heroles González Garza,
secretario de Energía con Ernesto Zedillo.
Eso
es todo lo que había hecho en el gobierno federal, según el currículum que la
propia Secretaría de Hacienda tiene en su página en internet.
Al
regreso de su doctorado en el MIT, se incorporó, como director de Finanzas
Públicas, a Protego, la empresa fundada por Pedro Aspe, pionera en la
reestructuración de deudas estatales.
De
ahí brincó a la Secretaría de Finanzas del gobierno del Estado de México, con
Enrique Peña Nieto a la cabeza, donde estuvo entre mediados de 2005 y los
primeros meses de 2009. De ahí saltó, en septiembre, a la Cámara de Diputados:
presidió la poderosa Comisión de Presupuesto y Cuenta Pública, el alfil de Peña
Nieto.
Y
no más. La experiencia de cuatro años en la Secretaría de Finanzas del gobierno
del Estado de México no le ha sido suficiente a Videgaray para llevar a buen
puerto la economía del país. Aquella secretaría estatal, por grande e
importante que sea, no es lo mismo que la de Hacienda, que debe conducir la
economía nacional.
El
proceso de aprendizaje ya le costó al secretario: de recibir una economía en
crecimiento promedio de casi 4% va a dejar otra en plena atonía, que crecerá
entre 0.9% y 1.4%, según el más reciente pronóstico del Banco de México.
Y
si se mira con la lupa de las cifras desestacionalizadas, es decir ya
descontados los efectos estacionales y de calendario –un ajuste necesario para
hacer comparables los datos–, el resultado es más desfavorable para Luis
Videgaray: la economía se fue a pique en los dos primeros trimestres, con un
“crecimiento” de 0.2% en el primero, que más bien fue estancamiento, y una
caída de -0.55% en el segundo, según el Inegi.
Pudo
tomar algo de oxígeno el secretario cuando el mismo Inegi dio a conocer, el 21
de noviembre último, que la economía creció en el tercer trimestre 0.8% en
relación con el segundo trimestre de este año.
Además
de no vislumbrar cabalmente ni atender con precisión los efectos que iba tener
en el país el débil desempeño de la economía internacional, y muy
particularmente la lentitud en la recuperación de la economía estadunidense, el
primer pecado visible de la Secretaría de Hacienda comandada por Luis Videgaray
fue el retraso en el ejercicio del gasto público, en magnitud nunca antes vista
para un primer año de gobierno.
En
los municipios, primero; luego en los gobiernos estatales, y después en las
dependencias públicas, hubo fuertes quejas porque no llegaba el dinero de la
federación. Los subejercicios del gasto público, en todas partes, fueron nota
sobresaliente en los medios informativos.
Desde
los primeros meses del año, cuando más se reclamaba que no fluía el gasto, el
secretario Luis Videgaray y el equipo hacendario lo negaban: que el gasto se
estaba ejerciendo conforme a los montos y ritmos programados, decían
insistentemente, y machacaban que la lentitud del gasto era una cosa común en
los primeros meses de todo nuevo gobierno.
Pero
ya desde mayo, cuando el Inegi divulgó las cifras del primer trimestre, los
analistas financieros y los expertos en indicadores macroeconómicos daban
cuenta de que, si bien es cierto que el gasto puede fluir con lentitud en los
primeros meses de un nuevo gobierno, Peña Nieto y su secretario de Hacienda se
pasaron de la raya.
Los
datos oficiales indican que ni siquiera en los primeros meses del gobierno de
Ernesto Zedillo, en pleno arranque de la brutal crisis por la severa
devaluación de diciembre de 1994, el gasto público cayó tanto. En el primer
trimestre de 1995 el gasto fue 2.9% menor que el ejercido en el mismo periodo
del año anterior.
Con
Vicente Fox, por el contrario, el gasto público del primer trimestre de 2001
fue 0.8% superior al del primer trimestre de 2000. Con Calderón se registró una
caída de 5.5% entre enero y marzo de 2007.
Pero
en el primer trimestre de este año, primero del gobierno de Peña Nieto, el
gasto público cayó 10.4%.
Todavía
para agosto, el subejercicio en este rubro ascendía a 89 mil millones de pesos,
3.8% menos del gasto programado.
En
su momento, analistas de grupos financieros, señaladamente Banamex, achacaron
la lentitud del gasto a la inexperiencia del nuevo equipo hacendario y a las
distracciones del secretario Videgaray, más entretenido en las negociaciones de
las reformas estructurales que en las tareas de la Secretaría de Hacienda,
decían.
De
hecho, fuentes consultadas por el reportero en la propia secretaría y en el
Banco de México coinciden en que Videgaray pasa más tiempo en Los Pinos que en
sus oficinas de Hacienda. “En Palacio Nacional pocas veces se le ve”.
Un
segundo pecado visible de Luis Videgaray fue dejar caer al sector de la
construcción, que es uno de los principales generadores de empleo y de mayor
impacto en el conjunto de la economía.
Desde
finales del sexenio pasado, el gobierno de Felipe Calderón reconoció que era
equivocada la idea de construir grandes conjuntos habitacionales en forma horizontal,
pues estaban situados lejos de las zonas de trabajo y escolares de quienes
compraban casa habitación, además de que estaban construyéndose en espacios de
un tamaño indigno: hasta de 30 metros cuadrados.
Según
cifras oficiales, millones de casas o no fueron habitadas o quedaron
abandonadas, razón por la cual el gobierno detuvo la construcción de ese tipo.
Pero
fue en este gobierno cuando se detuvo el flujo de recursos para el sector de la
construcción. A un menor gasto público para obra civil y de infraestructura
–por la lentitud en las asignaciones– se sumó la baja en los trabajos de
autoconstrucción y remodelación, impulsados en gran parte por las remesas, que
se cayeron.
La
situación se complicó a raíz de que el gobierno dejó de subsidiar a las
empresas desarrolladoras de conjuntos habitacionales, principalmente a las
grandes, que inclusive cotizan en la bolsa de valores. Se les quiso castigar
por el desvío de los recursos originalmente destinados a la compra masiva de
terrenos, por sobreendeudarse y construir lejos, en espacios reducidos, obras
de pésima calidad, entre otras culpas.
Esas
compañías dejaron de construir repentinamente. El gobierno no reparó en el
efecto colateral de ello, pues una a una las grandes empresas fueron cayendo:
sin más activos que los terrenos en que construían, al no poder construir más,
fueron perdiendo valor, no generaban ingresos y dejaban de pagar sus deudas.
El
efecto dominó, que no vio el gobierno actual, fue que en su caída las grandes
desarrolladoras arrastraron a cientos de constructoras y tienen con el Jesús en
la boca a los bancos e inversionistas que les prestaron.
El
sector cayó en picada durante el año, como ningún otro sector productivo: -3%
en el primer semestre; -4% en el segundo y casi -7% en el tercero.
Todavía,
el viernes 29 de noviembre el Inegi reportó que el valor de producción de las
empresas constructoras disminuyó -7.5% en términos reales en septiembre último,
producto de las caídas en los subsectores de construcción de obras de
ingeniería civil –que es responsabilidad del gobierno– en 9.3%, y de
edificación en 7.9%.
Sólo
creció el subsector de trabajos especializados para la construcción, en 4.1%.
Es el que se refiere a autoconstrucción y remodelación, que está más ligado a
las remesas que trabajadores mexicanos en el exterior envían a sus familias.
Todo
eso, en la abstracción de los números. En la realidad, compañías constructoras
en bancarrota, muchas desaparecidas, proveedores en agonía y cientos de miles
de mexicanos sin empleo.
El
propio Videgaray ha reconocido ambos pecados –freno en el gasto público y
derrumbe de la construcción–, que aceleraron la caída de la economía en el año.
Lo
hizo, aunque de manera implícita, en la conferencia de prensa del 14 de
noviembre que ofreció para elogiar la aprobación del Presupuesto de Egresos
para 2014, que ocurrió en la madrugada de ese mismo día.
Primero
justificó que el gasto se retrasó porque el presupuesto 2013 se aprobó “muy
tarde, el 21 de diciembre” de 2012, y muchas de las reglas de operación para
múltiples programas de gasto no se emitieron hasta el último día de febrero.
Y
prometió que en 2014, con un presupuesto que se aprobó mes y medio antes de que
concluya el año, y con reglas de operación que se emitirán pronto, ahora sí el
gasto público se aplicará, y de manera acelerada, desde el primer día del
próximo año.
Mal
año, pues, para la economía y para Luis Videgaray. Y más aún, el secretario
termina el 2013 con el enojo manifiesto de la iniciativa privada y de la
sociedad en su conjunto por la mayor carga tributaria que deja la miscelánea
fiscal. Esta malograda “reforma hacendaria” no le dejará más dinero a las arcas
federales ni acabará con la vulnerabilidad de las finanzas públicas, que
seguirán tan dependientes de los volátiles ingresos petroleros.
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