Revista Semana, 2 de Diciembre de 2013
El
Papa contra el Diablo: ¿Se atreverán a asesinarlo?
Jorge
Mario Bergoglio está en la primera línea de fuego. ¿Por qué? El periodista
Camilo Chaparro responde.
Libro
del periodista Camilo Chaparro.
El
Espíritu Santo actúo en la elección del papa Francisco, fundamentalmente, a
través de los once cardenales de Estados Unidos que ingresaron al cónclave.
Desde que llegaron a Roma marcaron la pauta de la elección. Fueron la fuerza
más clara y contundente de oposición a la curia romana, una muy peligrosa
secta, integrada básicamente por religiosos italianos, que ha mantenido el
poder a lo largo de los últimos cuatro pontificados –Pablo VI, Juan Pablo I,
Juan Pablo II y Benedicto XVI-.
Esa
secta permite que el Papa de turno reine, pero que no gobierne. El grupo
controla la burocracia vaticana, pero principalmente maneja a sus anchas el
dinero de la Iglesia.
La
secta del diablo ha permitido que el Banco de Dios, desde Pablo VI, sea la
ventanilla siniestra de la mafia italiana, de traficantes de armas y drogas.
Pero además ha promovido la corrupción de gran parte del clero romano; ha
permitido el crecimiento del lobby gay, gracias a favores y chantajes sexuales,
y ha protegido a cientos de sacerdotes violadores de niños.
Los
cardenales norteamericanos, apoyados por latinoamericanos y algunos europeos,
encabezaron la cruzada contra este sector de la curia. Lo hicieron con
convicción y sin miedo. Aunque a por los menos dos de ellos les sobraban
méritos para calzar las sandalias de San Pedro, eran realistas y sabían que si
el escogido era un purpurado de Estados Unidos, el mundo iba a decir que la
elección la había comprado la CIA. Por eso se dedicaron a buscar un santo, un
carácter superior que enfrentara a los demonios que visten de sotana.
Al
comienzo no creyeron en Bergoglio, lo descartaron por sus casi 77 años y porque
en el cónclave que eligió a Ratzinger renunció a la posibilidad de ser Papa.
Pero en las reuniones precónclave de marzo de 2013, el argentino los conquistó
con su claridad para enunciar los males de la Iglesia, por su fuerza para
exigir cambios y por su manera sencilla de vivir, es un cura callejero.
La
elección del papa Francisco significa un regreso profundo a los orígenes del
Evangelio: “Quiero una Iglesia pobre y para los pobres”.
Para
evitar el suicidio de la Iglesia Católica el Papa debe acabar con los lujos, el
ofensivo derroche de recursos a manos de los cardenales hacia abajo y eliminar
de tajo la guerra de poder que aniquiló el pontificado de Benedicto XVI.
En
Roma aseguran que cuando el pontífice alemán terminó de leer el informe de tres
cardenales mayores de 80 años sobre los pecados en El Vaticano, el Vicario de
Cristo se derrumbó, las conclusiones lo desplomaron. El representante de Dios
en la Tierra había sido la principal víctima de una guerra de poder entre
cardenales italianos y además el lobby gay se había tomado importantes
habitaciones en el palacio pontificio.
El
antes todo poderoso cardenal Ratzinger, el heredero del trono de la inquisición
como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, fue derrotado por
esos demonios. Desde hacía semanas cargaba en sus espaldas el título de ser un
cordero rodeado de lobos, por eso renunció.
Por
todas estas razones la misión de barrer la casa de Dios no es tarea fácil. Por
menos, aseguran algunos expertos, fue envenenado Juan Pablo I a los 33 días del
inicio de su pontificado.
Es
evidente que en El Vaticano hay una mafia que quiere mantener el control de la
maquinaria católica. El clan tiene la fuerza y la influencia para aislar
completamente al Papa. Hace 50 años Juan XXIII comenzó la más grande revolución
de la Iglesia con el Concilio Vaticano II, hoy cinco décadas después, sus
postulados son prácticamente letra muerta, porque esa secta de demonios así lo
ha querido. Además ha censurado y ha expulsado a teólogos progresistas. “Cuando
alimenté a los pobres me llamaron santo; pero cuándo pregunté por qué había
tantos pobres, me llamaron comunista”, así sintetizó la persecución el obispo
brasileño Hélder Cámara.
Si en
la historia de la Iglesia de los últimos cinco siglos ha existido un Papa con
alto riesgo de ser eliminado, ese es Jorge Mario Bergoglio.
A lo
largo de más de veinte siglos en la Iglesia han sido asesinados pontífices en
disputas internas, bajas pasiones y guerras políticas. Hay muchas dudas incluso
sobre las verdaderas causas de la muerte de Juan Pablo I en 1978 y sobre el
intento de asesinato de Juan Pablo II, el 13 de mayo de 1981 en la Plaza de San
Pedro. ¿Asesinaron a Albino Luciani por cuenta de las oscuras finanzas del
Banco de Dios? ¿Si la Virgen de Fátima salvó al obispo vestido de blanco,
quiénes estaban detrás del sicario turco Mehamet Alí Agca que casi mata a Karol
Wojtyla?
Sobre
el propio Benedicto XVI existió la versión de una sentencia de muerte: “El Papa
morirá en 12 meses”, aseguró un cardenal de visita en China. Ratzinger no
murió, pero curiosamente su renuncia se dio en el tiempo estipulado para su
deceso.
Hay
sectores en la Iglesia asustados con la revolución pacífica que Bergoglio
comenzó el día de su elección. El sólo nombre de Francisco encarna un programa
de pontificado –pobreza, humildad, sencillez y lucha contra la corrupción-, que
comienza con la reforma profunda a un sector del clero que maneja la Iglesia a
su antojo.
La
curia romana está aferrada al poder, al dinero y al sexo. Pero ahora enfrenta a
un Papa con determinación, a un Papa social, a un Papa apoyado por cardenales
no italianos que se cansaron de los escándalos y el creciente desprestigio de
todo el clero. La leyenda asegura que Dios se le apareció en su sueño a San
Francisco de Asís y le dio la misión de salvar su Iglesia. Ocho siglos después
Bergoglio asume esa misma misión. ¿Lo dejarán?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario