San
miguel el progreso Rebelión antiminera/Gloria Leticia Díaz
Revista Proceso # 1935, 30 de noviembre de 2013
Nadie
les avisó que sus tierras habían sido concesionadas a una minera inglesa. Los
indígenas de San Miguel El Progreso, Guerrero, tuvieron que enterarse por los
periódicos y luchar por sus propios medios contra la imposición. Temen la tala,
la muerte de sus manantiales, el resquebrajamiento de su cultura, la negación
de las garantías laborales y el fin de sus derechos sobre el territorio.
Decidieron que van a pelear no sólo por su caso, sino por abrogar la ley que ha
permitido este fenómeno en aumento.
Enclavado
en la parte alta de La Montaña de Guerrero, el pueblo de San Miguel El Progreso
decidió enfrentar al Estado mexicano por entregar concesiones mineras en su
territorio.
Los
habitantes –la comunidad me’phaa del municipio de Malinaltepec– buscaron el
respaldo jurídico del Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan
para entablar una demanda de amparo en contra de las concesiones mineras
otorgadas a la empresa Hochschild Mining, de capital inglés pero radicada en
Perú. Han documentado que los permisos atentan contra el derecho al territorio
indígena. Incluso fueron más allá: piden al Poder Judicial que se declare
inconstitucional la Ley Minera, por no considerar la opinión de los pueblos
indígenas en el otorgamiento de los permisos de exploración y explotación de
minerales bajo su territorio.
Enarbolando
el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sobre
Pueblos Indígenas y Tribales, firmado por México en 1990, los indígenas de San
Miguel El Progreso lograron que el 31 de octubre se realizara una audiencia
constitucional y que posteriormente el juez primero de Distrito, con sede en
Chilpancingo, ordenara evitar cualquier actividad minera hasta que se concluya
el proceso judicial.
En
días pasados, el caso fue turnado al Juzgado Tercero de Distrito Auxiliar en
Acapulco.
Agapito
Cantú Manuel, presidente del Comisariado de Bienes Comunales de San Miguel El
Progreso, recuerda que fue en 1999 cuando conoció el convenio de la OIT.
Entonces él era comisario municipal. “Fui estudiando ese documento con la gente
del pueblo y poco a poco entendimos nuestros derechos como indígenas, que
cualquier tipo de gobierno tiene que respetar porque firmó el Convenio 169.
Hace poco supimos por los periódicos y por internet que nuestro pueblo sería
afectado por empresas mineras sin consultarnos, entonces organizamos asambleas
para informar a la gente y decir no a las mineras”.
Entrevistado
por Proceso, Cantú Manuel dice que habitantes de Totomixtlahuaca, comunidad
del vecino municipio de San Luis Acatlán, identificaron desde 2010 a geólogos
que exploraban la región. La presencia de expertos no era nueva para los
indígenas: quince años atrás ya habían tenido noticia de una empresa minera, de
la que don Agapito no recuerda el nombre. “Llegaron los ingenieros que estudian
la tierra, voltearon piedras y revisaron los ríos, y vieron que sí había
recursos minerales; pero para los indígenas no significó fuente de trabajo,
porque ellos ya traían a su gente”, dice.
Con
esos antecedentes y el conocimiento que les dio el Convenio 169 de la OIT, los
indígenas de San Miguel formalizaron un pronunciamiento rechazando la
exploración y explotación minera en una asamblea general de comuneros realizada
el 17 de abril de 2011. Esa toma de postura quedó oficialmente inscrita en el
Registro Agrario Nacional (RAN) el 13 de septiembre de 2012.
Otras
comunidades hicieron lo mismo, pero no todas han logrado que sus decisiones se
asienten en el RAN. Según el abogado de Tlachinollan, Santiago Aguirre
Espinosa, de las 19 asambleas agrarias a las que ha asistido la organización,
11 están en proceso de calificación y sólo tres han podido inscribirse en el
RAN, tanto por formalidades de la Ley Agraria como “por decisiones más bien
arbitrarias y ajenas a la calificación legal de las actas de los núcleos
agrarios por parte de las autoridades”.
El
abogado advierte que en Guerrero las autoridades agrarias “actúan más para
promover la minería que como defensores de ejidos y comunidades, como dicta su
mandato. En más de un momento ha sido personal de la Procuraduría Agraria el
que le dice a los indígenas que ellos no tienen derecho a levantar sus actas
porque los minerales son propiedad exclusiva de la nación y que la minería va a
traer desarrollo”.
Pero
en San Miguel El Progreso no se creen esa versión. Desconfían de las
autoridades porque, explica don Agapito, han abandonado a los pueblos
indígenas. Como botón de muestra dice: “El gobierno no nos echa la mano para
nada. Ahora con las lluvias por el huracán Manuel tenemos dos meses sin agua en
las tuberías porque se taparon y tenemos incomunicadas algunas colonias. Nosotros
hemos hecho el trabajo con zapapico y pala para abrir el espacio y que puedan
circular las unidades. Me tardé dos días en llegar a Chilpancingo para hacer
gestiones para que las máquinas quitaran la tierra de los caminos, pero no nos
hacen caso; y sólo una vez nos llevaron despensas, una por familia”.
Así
que si las autoridades estatales o federales argumentan que la minería es
benéfica, los habitantes de San Miguel El Progreso –donde habitan 3 mil 800
personas– toman los datos con reserva y prefieren investigar.
“Buscamos
en internet. Vimos videos de cómo las mineras cortan los árboles, y la gente
dijo que no quería que trabajaran las mineras en nuestro territorio. Nosotros
vivimos de la madre tierra y sabemos que nos van a afectar porque de los cerros
salen los manantiales que nos dan vida; pero también pensamos en las futuras
generaciones y en los pueblos que atraviesan los ríos, porque sabemos que los
empresarios mineros van a contaminar el agua y que no ocupan un litro de agua,
sino 2 mil y pico de agua por hora, y nosotros ni 200 litros gastamos a veces”,
sostiene Cantú Manuel.
Además
está en juego el factor cultural. Cada 15 de abril y 15 de agosto del año
“subimos a los cerros donde nacen los manantiales para pedir lluvia y dar
gracias por la primera cosecha. Son nuestros sitios sagrados, adonde subían
nuestros antepasados a rezar; si llegan los empresarios mineros los van a
destruir”, resume don Agapito.
Por
solicitudes de información, en las que fueron apoyados por el equipo de
Tlachinollan, los indígenas identificaron que hasta 2005 existían 417
concesiones mineras, con una extensión de más de 388 mil hectáreas, y que en la
actualidad hay 600 títulos por más de 700 mil hectáreas. Sólo en la región de
La Montaña hay 42 yacimientos: el gobierno federal ha entregado 30 concesiones
para exploración y explotación por 50 años, en una superficie de más de 200 mil
hectáreas.
Fue
el pasado 23 de junio de este año cuando, a través de un documento de la
Secretaría de Economía, los habitantes de San Miguel El Progreso tuvieron la
certeza de que su territorio estaba asentado sobre las concesiones de Reducción
Norte de Corazón de Tinieblas (título 232560) y Corazón de Tinieblas (236861).
Las
concesiones para extraer oro y otros metales preciosos otorgadas a la
trasnacional Hochschild Mining afectan 43 mil 759 hectáreas y dañan también a
las comunidades indígenas de Totomixtlahuaca, Tenamazapa, Tierra Colorada,
Tilapa, Pascala del Oro y Acatepec.
El
grito y la lucha
El
15 de julio pasado las autoridades comunitarias y municipales de San Miguel El
Progreso presentaron la demanda de amparo en el Primer Juzgado de Distrito en
Chilpancingo, registrada con el número 1131/2013.
Sin
ser el primer recurso judicial contra una concesión minera, lo novedoso de éste
radica en que entre las 17 autoridades demandadas se encuentra el presidente de
la República y el Congreso de la Unión. Se les denuncia porque al aprobar,
promulgar, decretar y publicar la Ley Minera “no reconocen ni respetan los
derechos territoriales de los pueblos indígenas, y generan un esquema muy
favorable para los concesionarios. Eventualmente el asunto podría llegar hasta
la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) porque hay un argumento sobre
la inconstitucionalidad e inconvencionalidad de la ley”.
Aguirre
Espinosa sostiene que el objetivo último de los demandantes es que el Poder
Judicial llegue al fondo del asunto, “porque aunque se llegaran a ganar juicios
en contra de determinadas concesiones, la Ley Minera sigue vigente y haciendo
mucho daño”.
Diversas
dependencias de la Secretaría de Economía ya respondieron la demanda, en nombre
de la Presidencia de la República. En espera de que el juzgado auxiliar emita
su fallo, el abogado de los comuneros considera que en estas respuestas “no hay
propiamente una argumentación técnica y jurídica que niegue los derechos que la
comunidad reclama, sino más bien un argumento de política económica, de decir
que los concesionarios mineros necesitan una ley flexible con una duración de
las concesiones de 50 años, renovables prácticamente en automático, para
adecuarse a sus condiciones de explotación y recuperar la inversión. Casi
parece una defensa del empresario minero antes que el interés nacional, que es
a lo que obliga la Constitución”.
El
defensor recuerda el caso de la Ley Televisa, ocurrido en 2006. Se trató de una
reforma en telecomunicaciones hecha a la medida de las televisoras, descartada
al final por la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Aguirre
Espinosa explica que uno de los argumentos utilizados por la SCJN fue que la
reforma permitía que las concesiones duraran 20 años y se renovaran
automáticamente. “Tratándose de un plazo tan largo en concesiones de temas que
son estratégicos, hacen que el Estado pierda su facultad en la rectoría de la
economía que la Constitución le indica, y eso ocurre con la Ley Minera”.
Los
argumentos esgrimidos por parte de la Presidencia, apunta, revela “cómo para el
gobierno es más importante la generación de supuestas condiciones de
competitividad de México en el mercado internacional minero, aunque esas
condiciones impliquen degradación del ambiente, negación de los derechos
laborales, violación de los derechos territoriales de los pueblos indígenas,
todo en aras de conservar la inversión extranjera fundamentalmente, a pesar de
que en la legislación vigente el empresario minero no paga impuestos en función
del metal que extrae, sino de la superficie que ocupa”.
Agrega
que los alegatos de que la actividad minera desarrolla las zonas indígenas
carecen de validez, porque “en todo caso nadie les preguntó a los indígenas qué
es lo que quieren hacer”. Puntualiza: “El argumento sobre la falta de consulta
es mucho más que un argumento jurídico, refleja el verdadero sentir de la
gente, que está indignada porque nadie los consultó sobre si querían mineras”.
En
las respuestas también se alega que no hay daños en los terrenos indígenas. Eso
es cierto, porque el juez les prohibió arrancar las obras. La respuesta asienta
que cuando la minera presente su manifiesto de impacto ambiental, los
habitantes de San Miguel El Progreso podrán expresar su desacuerdo.
El
abogado afirma que, con su réplica, las autoridades “están desconociendo los
estándares de derecho internacional: La Corte Interamericana de Derechos
Humanos ha establecido que no tiene que haber daños, y si al dar la concesión
no hubo consulta, se afectaron derechos indígenas”. El argumento del gobierno,
abunda, ha sido “muy tramposo, en el caso muy conocido de la minera San Javier
en San Luis Potosí, por ejemplo, la respuesta del Poder Judicial acerca de
algunas acciones fue que la mina ya estaba operando y que ya era un hecho
consumado”.
Puntualiza
que la exigencia de los me’phaa de San Miguel El Progreso es que el Poder
Judicial actúe de manera congruente y consistente “con la reforma en materia de
derechos humanos, específicamente en el protocolo en materia de derechos
indígenas que la SCJN aprobó, que además de reconocer el derecho a la consulta
menciona buenas prácticas internacionales”.
En
este contexto, la organización comunitaria ha funcionado contra el embate de la
industria minera en La Montaña de Guerrero. Aguirre Espinosa resalta la
conformación del Consejo de Autoridades Agrarias, agrupadas para combatir
legalmente las concesiones otorgadas sin consulta ni beneficio.
“Hay
varias comunidades que están siguiendo los pasos de los me’phaa de San Miguel,
informándose, organizando asambleas para rechazar la presencia de mineras y
tramitar las actas en el RAN, y eventualmente interponer sus respectivos
juicios”, apunta el abogado.
En
San Miguel El Progreso las autoridades comunitarias toman muy en serio su lucha
en tanto llega la resolución del juzgado federal. “Nos estamos informando para
que no quieran manipular; hacemos asambleas para preguntar a la comunidad si
creen pertinente seguir defendiendo nuestra madre tierra, y la comunidad dice
que está al ciento por ciento, que no se van a echar para atrás”, puntualiza
Agapito Cantú Manuel.
Argumenta:
“Nosotros vivimos de la agricultura. No somos como otros pueblos que se van a
otros lugares a trabajar. Eso quisiera el gobierno. Que les dejáramos el
espacio para que ellos trabajen con los empresarios mineros. Decidimos pelear.
Vamos a dar todo porque nadie lo va a hacer por nosotros, los indígenas.”
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