El
nuevo México/ Pierpaolo Barbieri es investigador en la cátedra Ernest May Fellow de la Escuela Kennedy de Gobierno de Harvard. Niall Ferguson ocupa la cátedra Laurence A. Tisch de Historia en Harvard.
El
País |9 de enero de 2014;
Durante
la mayor parte del último decenio, México y Brasil han sido un ejemplo de
contrastes. Brasil despega era un titular típico de portada de revista en el
mundo anglosajón, con la imagen de la estatua del Cristo Redentor de Río de
Janeiro literalmente despegando. La visión periodística equivalente para México
era La guerra de al lado: Por qué la violencia de la droga en México es también
un problema estadounidense.Pero en los dos últimos años, los papeles se han
invertido. Las masivas protestas sociales en San Pablo y la caída del
multimillonario Eike Batista han perjudicado la imagen glamurosa de Brasil.
Mientras tanto, una serie de proyectos del nuevo y carismático presidente de
México, Enrique Peña Nieto, han logrado convencer a muchos extranjeros de que
México es el nuevo país del futuro de Latinoamérica.
No
solo el tamaño de la economía de México —en PIB per capita— ha vuelto a pasar a
Brasil, según el Fondo Monetario Internacional (FMI); en los últimos cinco
años, los que invirtieron en el mercado mexicano de valores han disfrutado un
retorno casi triple al de aquellos que pusieron su dinero en los valores
brasileños. Se están creando empleos tan rápidamente en el nuevo México —más de
dos millones desde 2010— que el problema de la inmigración ilegal a Estados
Unidos ya casi es historia.
No
siempre fue así. En los años ochenta y noventa, México era tan famoso por sus
crisis financieras como por sus guerras del narcotráfico. Pero ese tiempo ya ha
pasado. A pesar de que el crecimiento mexicano ha dejado algo que desear en
2013, el FMI espera una rápida recuperación entre 2014 y 2018.
El
catalizador del cambio económico en México ha sido político. En 2000, después
de más de 70 años de tal dominio de poder que Mario Vargas Llosa lo llamó “la
dictadura perfecta”, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) fue
derrotado en unas elecciones libres. Sin embargo, dos Administraciones del
Partido de Acción Nacional (PAN) no lograron realizar los cambios de fondo que
México necesitaba. Tras 12 años en la oposición, el año pasado volvió un PRI
renovado: en 2012 el país eligió al joven y carismático exgobernador del Estado
de México, Enrique Peña Nieto, como presidente.
Un
liderazgo estratégico como el de Peña Nieto está tan ausente en nuestras
democracias que es difícil de comprenderlo cuando uno llega al Distrito
Federal. El día después de tomar posesión como presidente, Peña Nieto firmó el
Pacto por México, un acuerdo que estipulaba cambios esenciales de acuerdo con
los partidos de oposición, tanto el PAN como el Partido de la Revolución
Democrática, el PRD. Fue una decisión audaz, que evocó los Pactos de la Moncloa
que, en 1977, sentaron las bases para que la aislada España franquista se
transformara en una democracia europea moderna.
Así
fue como llegaron cambios radicales promovidos por la nueva Administración de
Los Pinos, la residencia presidencial. En febrero fue detenida la líder del
sindicato de maestros, Elba Esther Gordillo, por presunta corrupción. La
mayoría de los mexicanos pensaban que Gordillo —conocida por su afición a la
haute couture francesa y las mansiones californianas— era intocable. La reforma
educativa, promulgada en septiembre, fue otra victoria del Gobierno, ya que
permite la creación de institutos independientes para formar a nuevos maestros
en lugar del monopolio que tenía el sindicato. También introduce nuevos
factores para evaluar a los alumnos y compensar a los maestros, así como mucha
más inversión en infraestructura educativa.
La
nueva Administración mexicana también ha aprobado una reforma de las
telecomunicaciones que se pensaba imposible y que crea más competencia en el
sector para bajar los costes a los usuarios. Subir los impuestos para los ricos
no es muy popular entre los empresarios mexicanos; sin embargo parece justo
que, con solo un 38% del PIB de deuda pública, el Estado invierta más y mejor
en educación e infraestructura, mientras que se hace un sistema impositivo más
progresivo. Gracias al Pacto por México los presupuestos para 2014 fueron
aprobados con facilidad. Y en vez de comprometer la independencia del Banco de
México —tal como ocurre en Argentina o Venezuela— el Gobierno sigue sus
recomendaciones al pie de la letra. En el nuevo México no se cree en una alquimia
de bajas tasas de interés que pueda sustituir la necesidad de llevar a cabo
auténticas reformas.
El
proyecto más importante es la liberalización de la industria energética,
retrasada durante demasiado tiempo por el monopolio del gigante Pemex. Es una
gran ironía de la historia que el mismo partido que nacionalizó los
hidrocarburos en los años treinta presente ahora una reforma cuyo principal
objetivo es atraer inversión y expertos extranjeros. Pero este nuevo PRI sabe
que sin ayuda externa es imposible desarrollar los recursos de shale y petróleo
offshore que tiene el país. Después de décadas de debate, muchos pensaron que
esta reforma también sería imposible. Y aun así, el Gobierno la convirtió en
ley el pasado 12 de diciembre. La nueva tecnología no llega de un día para
otro, pero gracias al Tratado de Libre Comercio en Norteamérica —las voces
críticas de los años noventa se han callado hace mucho tiempo— un gas mucho más
barato podrá llegar a México desde Estados Unidos a partir de este año. Si la
industria mexicana ya competía con la china en costes laborales, ahora, con
energía más barata, los nuevos empleos podrán ayudar a una creciente clase
media a la que México no estaba acostumbrado.
El
Gobierno ha reparado también en cómo la injusta distribución de ingresos y la
baja productividad son problemas estructurales. Pero el presidente Peña Nieto y
su equipo no se han conformado con atacar a los síntomas del subdesarrollo. Si
los males sociales como la violencia y el narcotráfico se deben a la falta de
oportunidades, las reformas económicas progresistas y profundas ayudarán a
reducirlos. Casi todos los índices de violencia han bajado en México en el
último año.
2013
no ha sido bueno para los mercados emergentes, pero México aparece como líder
de la buena Latinoamérica. El último año es la prueba de que se pueden aplicar
con éxito en la región cambios profundos y justos, dentro de un programa
estratégico y a largo plazo para fomentar un desarrollo que no simula ser
amplio y equitativo, sino que realmente lo es.
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