¿En
qué cree China?/ Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China.
El
País |6 de enero de 2014;
El
marxismo es el fundamento ideológico inicial del Partido Comunista de China
(PCCh). Con el transcurso del tiempo ha ido incorporando a su bagaje el
leninismo, el maoísmo, el denguismo y otros aditivos teóricos más recientes,
desde la triple representatividad de Jiang Zemin al desarrollo científico de Hu
Jintao. Tenemos así un magma heterogéneo que, por otra parte, contrasta con una
realidad que combina liberalismo económico y autoritarismo político, sumiendo
en el desconcierto a quienes tratan de adivinar si China es una cosa o es otra,
o ambas a la vez. Esta China cree en la soberanía y en el desarrollo, pero ¿en
qué más? Sin una ideología clara no podremos decir que China —o cualquier
nación— sea un país fuerte aunque sus magnitudes en otros campos, ya sea la
economía o la fuerza militar, mejoren sensiblemente con el paso de los años.
La
evolución citada, a día de hoy, apunta a una yuxtaposición ecléctica de tres
elementos principales. En primer lugar, el pensamiento tradicional asociado a
la cultura clásica, integrado por todos aquellos elementos que pueden
contribuir al fortalecimiento de la estabilidad en un proceso evolutivo que
concede creciente importancia a la moralidad y a la recuperación de ciertos
cánones de comportamiento que pueden ayudar a preservar la cohesión social. En
este aspecto, también cabe destacar una nueva actitud hacia la religión, con un
renacimiento orientado desde el poder para ayudar a reconstruir el tejido moral
de la sociedad, dejando atrás las intolerancias de otro tiempo no tan lejano.
En
segundo lugar, el pensamiento partidario, es decir, el vademécum ideológico que
conforma la identidad básica del PCCh, y que abunda en las teorías citadas,
producto de las circunstancias históricas, y caracterizado por un esfuerzo
permanente de adaptación de las grandes corrientes de pensamiento, a la
situación propia de China a la vez que sugiere formulaciones propias.
En
tercer lugar, el pensamiento occidental. Indudablemente, el marxismo es también
pensamiento occidental. No obstante, la expresión se utiliza como sinónimo de
las corrientes políticas e ideológicas predominantes hoy día en Occidente. En
tal sentido, cabe reflejar la importancia concedida por China a la plasmación y
desarrollo de una cultura política basada en el Estado de derecho y el imperio
de la ley, principios cada vez más asumidos, aunque no así con idéntico
énfasis, al menos de momento, otros valores habitualmente asociados, como la
división de poderes o el corolario de derechos y libertades individuales y
colectivas inherentes al constitucionalismo.
A
la par que la afirmación del valor de la ley y de la reglamentación normativa
de los procesos sea cual sea su naturaleza, no solo económicos, lo cual
constituye un salto histórico de gran calibre en una China en la que
tradicionalmente “mandan los hombres y no las leyes”, el mayor reto consiste en
alargar la democracia en dicho marco. Hoy día, dicho fenómeno se conduce por
una vía netamente experimental, ambigua y a veces contradictoria que apunta, a
lo sumo, hacia el reforzamiento de las claves consultivas en una perspectiva
incremental sin que ello ponga en riesgo los atributos últimos del poder.
Las
transformaciones vividas por la sociedad china en las últimas décadas, la
afirmación de un tejido social urbano cada vez más plural y diverso con una clase
media boyante y la democratización natural facilitada por los avances
tecnológicos configuran un escenario que invita a una mayor participación de la
sociedad en los asuntos públicos, tanto en sentido propositivo como de control,
ejerciendo una ciudadanía activa alejada del sujeto-masa que secunda a ciegas
las consignas oficiales por bien intencionadas que aquellas sean. Esto plantea
la necesidad de instrumentar fórmulas de diálogo que acerquen poder y
ciudadanía y brinden mecanismos de reconocimiento e influencia recíproca.
La
yuxtaposición de pensamiento tradicional, ideario partidario y nuevas
aportaciones occidentales vendría a ser la correspondencia ideológica del
hibridismo sistémico que manifiesta la economía y la sociedad de la China de
hoy, con una pluralidad asentada de propiedades y de grupos sociales en virtud
de unas reformas que tienden a profundizarse en lo socioeconómico.
La
ideología desempeña una función clave e indispensable para preservar el
consenso social, perseverar en el rumbo establecido y garantizar la legitimidad
del poder político, claves de la estabilidad. Al igual que ocurre con el modelo
económico, no puede decirse que los fundamentos ideológicos del PCCh hayan sido
objeto de un encumbramiento absoluto e inmutable, pero sin duda en los últimos
años ha ganado en certezas y nitidez aunque a nuestros ojos, habituados a las
fórmulas de expresión netamente antitéticas, se asemeje más a un tótum
revolútum pletórico de contradicciones que el día menos pensado acabe por
estallar. Cuanto más homologue China su sistema económico con las tendencias
predominantes en Occidente, probablemente más aumentarán las presiones internas
y externas para culminar el proceso en lo político. O quizá, ante el proceso de
desdemocratización que viven los sistemas políticos occidentales, las
posibilidades de que cuaje un amarillismo democrático sean mayores, no solo en
atención a sus reivindicadas singularidades civilizatorias sino a la vista de
las sucesivas quiebras que en nuestras latitudes vacían progresivamente de
contenido la democracia.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario