Legalización
en veremos... y a pedacitos/EILEEN
TRUAX (*)
Revista Proceso # 1945, 8 de febrero de 2014;
Tener
la ciudadanía completa o simplemente alejar el peligro de una deportación. Esta
es la disyuntiva a la cual se enfrentan en Estados Unidos los indocumentados y
los activistas que defienden su causa. En todo caso, la eventual aprobación de
una ley en materia migratoria no ofrecería una reforma integral para otorgar la
ciudadanía, sino una serie de medidas para dar estatus legal a ciertos
sectores. Justo este tema tiene divididos a los posibles beneficiarios de la
reforma.
LOS
ÁNGELES, CAL.- El pasado 28 de enero, durante su discurso sobre el “estado de
la nación”, el presidente estadunidense Barack Obama pronunció una frase que
provocó aplausos entre algunos de los presentes: “Es tiempo de arreglar nuestro
inoperante sistema de inmigración”.
Las
palabras de Obama no son novedosas. Las ha pronunciado con cierta regularidad
durante los últimos seis años –uno de campaña y cinco de gobierno–. Sin
importar cuán bien intencionado sea, hasta el momento su gobierno arroja un
saldo negativo en lo tocante a los 11 millones de inmigrantes indocumentados en
este país.
Dos
días después del discurso presidencial y a un año de presentada la iniciativa
de Ley S744 –el proyecto del Senado que buscaba revivir una posible reforma
migratoria y terminó en la congeladora de la Cámara de Representantes–, el
líder republicano en la Cámara Baja, John Boehner, dio a conocer una serie de
lineamientos que constituirían la base para una nueva propuesta legislativa a discutirse
los meses venideros.
Entre
los puntos a considerar resaltan, igual que en el proyecto aprobado por el
Senado, la necesidad de fortalecer la seguridad en la frontera, el control de
ingresos al país mediante un estricto sistema de visas y la aplicación de
sanciones a quienes contraten a empleados indocumentados. Estas tres medidas se
presentan como el eje indispensable para considerar cualquier tipo de ley
encaminada a la regularización del estatus migratorio de la población sin
documentos.
Sin
embargo la postura republicana no establece un posible camino a la ciudadanía o
a la residencia permanente para quienes pudieran ser beneficiarios de dicha
regularización, salvo en el caso de los dreamers: jóvenes que llegaron al país
cuando eran menores de 16 años y que cumplan además ciertos requisitos, como
tener al menos cinco años de vivir ininterrumpidamente en el país, finalizar
dos años de educación superior o servir dos años en las fuerzas armadas.
La
iniciativa de ley que pudiera salir de estos principios durante los próximos
meses revive la esperanza de lograr un acuerdo entre partidos para destrabar el
debate sobre inmigración.
No
obstante, está lejos de contener las características buscadas durante décadas
por las organizaciones proinmigrantes.
La
lucha por una reforma migratoria integral, con todo y una ruta a la ciudadanía
para toda la población indocumentada, se encamina a ser sustituida por lo que
en inglés se conoce como piecemeal: una serie de medidas para otorgar estatus
legal a ciertos sectores –mano de obra calificada en áreas tecnológicas,
trabajadores agrícolas, estudiantes– en condiciones no siempre favorables,
dejando fuera a millones de personas que no pertenecen a un grupo de interés.
Cuestión
de negociación
Ricardo
Moreno tiene más de dos décadas trabajando con organizaciones proinmigrantes.
En los últimos años, el vuelo que con más frecuencia ha tomado es el que lo
lleva de Los Ángeles, donde vive, a Washington, donde cabildea como
representante de la Iglesia Presbiteriana en California.
Es
en los pasillos de los edificios de gobierno federal donde está ahora el
jaloneo: la visita a congresistas, uno por uno, por parte de los activistas más
diestros en el lobby político para pedir la flexibilización de la postura de
unos y la congruencia en la negociación por parte de los otros. El objetivo
siempre es obtener la mejor ley posible, y en ocasiones la postura se endurece:
si la ley no ofrece una legalización digna, incluyente, es mejor no tener nada.
“Lo
que acabamos de ver es cómo los republicanos están haciendo una jugada maestra
para dividir el movimiento”, comenta Moreno vía telefónica desde Washington.
“Le sacan una rama de olivo a los dreamers ofreciéndoles acceso a la
ciudadanía, pero ponen a los demás todas las dificultades para lograr su
legalización. Los cambios que plantean en el sistema de inmigración harían el
acceso a la ciudadanía aún más difícil de lo que establece el sistema actual”.
La
negociación no es fácil. Una legislación que permita regularizar el estatus de
la población indocumentada, aunque no otorgue a los beneficiarios la
posibilidad de convertirse en residentes permanentes o en ciudadanos
estadunidenses, se considera poco justa e incluso punitiva en cuanto no otorgue
derechos plenos a individuos que en ocasiones llevan una o dos décadas
contribuyendo con el país, siendo parte de él.
Sin
embargo la realidad en las calles es otra: se le puede preguntar a una persona
sin documentos (sin la posibilidad de conducir un auto, sin permiso de trabajo,
sin poder salir del país para visitar a su familia) si aceptaría una ley que le
diera todo eso, aunque no lo hiciera ciudadano, y la mayoría la aceptaría
encantada.
En
diciembre pasado el think tank Pew Research Center dio a conocer los resultados
de una encuesta entre latinos y asiáticos que viven en Estados Unidos, a
quienes se les preguntó qué consideran más importante para la población
indocumentada, si vivir en el país sin correr el riesgo de deportación o tener
un camino a la ciudadanía. El 55% de los latinos y 49% de los asiáticos
respondieron que es más relevante vivir sin el miedo a ser deportados, contra
35% de latinos y 44% de asiáticos que consideraron más importante contar con la
opción de volverse ciudadanos.
Latinos
y asiáticos forman dos tercios de los inmigrantes que viven en el país de
manera legal; 28 millones de votantes entre ambos grupos. Entre los dos, el
voto de la elección presidencial en 2012 fue para Barack Obama en más de 70%.
Respecto a los inmigrantes indocumentados, los latinos por sí mismos
constituyen tres cuartas partes de los 11.7 millones que Pew Research Center
maneja como cifra oficial.
“Yo
he hecho en las iglesias grupos de enfoque con indocumentados y esa es la
respuesta. Son los inmigrantes quienes hacen los sacrificios, vienen a esta
tierra atravesando varias fronteras, expuestos a peligros, pagándole a un
coyote por ir a un futuro incierto, tienen 10 o 20 años en las sombras,
explotados, y la mayoría te dice: ‘Sí, lo aceptaría’. La pregunta es si
estaríamos dispuestos a que conservaran ese estatus para siempre”, dice Moreno.
En
caso de que los principios anunciados por los republicanos –y que, más allá de
las observaciones de activistas sobre la falta de un camino a la ciudadanía, se
interpretan como una buena señal en general– se conviertan en iniciativa de
ley, aún falta ver cómo transcurrirán la negociaciones, primero dentro del
Partido Republicano, con el ala más dura que considera inaceptable cualquier
tipo de legalización de la población indocumentada; y después con el Partido
Demócrata, en cuya cancha estará el balón para suavizar la ley en sus partes
más rígidas cuando ésta llegue al Senado, controlado por dicho partido.
Para
Moreno, la estrategia republicana buscará dividir a la base liberal latina
sobre el tema específico de la ciudadanía y, al mismo tiempo, mantener bajo
control a la base conservadora y más recalcitrante de su partido. Teniendo en
cuenta que las elecciones primarias republicanas serán en la primavera de este
año –y algunos legisladores tratarán de mantener una línea dura para no ser
desplazados por sus oponentes en la reelección–, es posible que el margen de
maniobra, tanto para el ala liberal de ese partido como para los demócratas,
llegue después del receso legislativo de verano, cuando las candidaturas ya no
estén en juego.
Asunto
urgente
El
10 de enero de 2012, a unos días de la toma de protesta de Obama para su
segundo periodo de gobierno, Ericka Andiola, conocida y pujante activista
dreamer de Arizona, recibió la noticia que todos esos jóvenes saben que puede
llegar, pero esperan jamás oír: agentes de inmigración arrestaron a su madre,
María Arreola, y a su hermano, Heriberto Andiola.
Inmediatamente
Erika subió a las redes sociales un video para explicar el caso de su familia y
pedir a la comunidad que hiciera llamadas y enviara cartas a las autoridades de
inmigración para detener su deportación. Erika es una dirigente de alto perfil,
de manera que la mañana siguiente las reacciones se encontraban en todos lados:
decenas de organizaciones ya habían manifestado su apoyo y reunido firmas para
pedir la liberación de los Andiola bajo la prerrogativa de discreción que
tienen las autoridades de inmigración.
Unas
horas más tarde Erika daba a conocer que su madre y su hermano habían sido
liberados. Según la información publicada por la joven en su página de
Facebook, el autobús que lleva a los detenidos en proceso de deportación a la
frontera con Tijuana ya iba en camino cuando el chofer recibió una llamada con
la orden de detenerse.
La
joven agradeció a quienes se movilizaron y reconoció que su familia estaba
libre por la influencia de la red de activistas dreamers, pero también
preguntó: “¿Qué pasó con las otras personas que iban en el autobús, con sus
hijos, con sus familias?”.
“Para
nosotros, dentro del movimiento, el dolor de la separación familiar es
demasiado. Existe una urgencia tal en la comunidad, que nos pone en una
situación muy difícil estar entre la espada y la pared con el tema de la
ciudadanía completa”, dice Erika Andiola.
Explica
la postura que lleva varias semanas compartiendo en redes sociales: por
supuesto que todas las familias indocumentadas desearían una ley que les diera
acceso a los beneficios de una ciudadanía completa en el país donde viven, pero
la realidad es que pasan los años, los activistas mantienen una postura firme,
inundan los corredores de los edificios de Washington y no se obtiene nada.
“Yo
tengo cinco años en esto, pero conozco a gente que tiene más de una década y
siempre es el mismo círculo vicioso. Pedir la reforma migratoria integral es
algo tan amplio, tan abarcador, que se usa como juego político entre los dos
partidos”, expone.
Y
reflexiona: “Si en este momento resolviéramos lo más urgente, que es detener
las deportaciones, que haya un alivio para saber que las familias no serán
separadas, tendríamos todo el tiempo para negociar una reforma amplia; pero la
realidad es que no podemos esperar. No tenemos esperanzas sobre una reforma
integral; si se puede hacer un paquete, adelante, pero si se puede hacer por
pedacitos, si los republicanos quieren ir paso a paso, está bien. El punto es
que por el momento no hay nada en la mesa; cuando haya una legislación concreta,
podremos discutirla”.
Dados
los tiempos legislativos en un año de elecciones en el Congreso, todo indica
que el tema de la reforma avanzará lento.
Con
el Partido Demócrata sin esperanza de recuperar la Cámara Baja y tratando de
defender su mayoría en el Senado, muy probablemente el cierre de 2014 deje como
saldo un Congreso en el que se conserve la división de poder entre las cámaras
y en el que las legislaciones controversiales, como la relativa al tema de
inmigración, sigan siendo moneda de cambio entre partidos.
Sin
embargo el costo de la inacción puede salirle más caro a los republicanos: la
misma encuesta de Pew Research Center indica que si la iniciativa de reforma
migratoria integral no prospera, 43% de los latinos y 48% de los asiáticos harían
responsable a ese partido, en comparación con 34% de los latinos y sólo 29% de
los asiáticos que considerarían responsables a los demócratas o a Obama.
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