Ana
la patita andante/Alex
Álvarez
Todas
las noches después de que caía el último rayo del sol, Ana miraba al cielo para
contemplar las estrellas y la luna.
-¿Te
has fijado en lo hermosas que son las estrellas? – preguntaba la patita
emocionada.
-Yo
sólo veo un montón de puntos brillantes en la oscuridad- le contestaba Renata,
una rana de barriga verde.
-Observa
con cuidado Renata, están acomodadas en perfecto orden, es como si cayeran de
un cielo infinito, es como una lluvia, ¡eso, es como una lluvia de estrellas!-
dijo Ana con asombro.
Lo
que Ana y Renata miraban era la Lluvia de Estrellas número 85, un fenómeno
cósmico que pocas veces ocurría, y que según los astrónomos era el primero de
dos que ocurrirían ese año.
A
Renata la rana de barriga verde parecía no interesarle mucho eso de las
estrellas y el cielo nocturno, así que se despidió de Ana con un “croac”, que
en el idioma de las ranas y los sapos significa buenas noches y cerró los ojos
después de un enorme bostezo e inmediatamente cayó en un profundo sueño en el
que era una famosa bailarina.
Ana
no cerró sus ojos en toda la noche admirando la ráfaga blanca que manchaba el
cielo nocturno, fue hasta muy temprano por la mañana cuando el primer rayo del
sol apareció que la patita andante se quedó dormida.
A
la orilla del río, Uga una anciana tortuga de más de cien años, les contaba
historias a los pequeños pececillos que pasaban presurosos siguiendo la
corriente y sólo hacían un alto obligatorio para escucharle, les hablaba sobre
un principito que vivía en un planeta muy pequeño y adoraba una rosa, también
les contaba la historia de un caballero andante que luchaba contra gigantes, y
cuentos de enormes ballenas y hermosas sirenas.
Mientras
el último grupo de pececillos se despedía, llegó hasta Uga, Anizeta, la cigarra
más veloz de toda la comarca, nadie agitaba las alas más rápido que ella.
-Uga,
Ana no durmió en toda la noche, sólo miraba el cielo- le dijo un poco triste.
-Es
porque necesita volar, necesita irse de aquí- le dijo Uga con voz lenta.
-¿Irse?,
pero ¿a dónde?, si este es su hogar, todos aquí le queremos mucho- contestó
confundida la cigarra.
-Ana
pertenece a una familia de patos migrantes…-
-¿Mi
qué?- lo interrumpió Anizeta.
-Migrantes,
quiere decir que viajan de un lugar a otro, es su naturaleza, por eso Ana todas
las noches mira el cielo- le dijo con sabiduría el viejo Uga.
-¿Entonces
por qué no vuela?- preguntó la cigarra.
-Porque
no sabe aún.
-¿No
sabe volar? pero usted me dijo que pertenecía a una familia de… mmm patos que
vuelan muy lejos- le dijo confundida la cigarra.
-Claro
que sabe volar, pero necesita saberlo.
-¿Saber
que sabe volar?- la cigarra cada vez entendía menos.
-Exacto,
Ana debe saber que en algún lugar del norte, una familia de patos migrantes la
espera- dijo Uga con una sonrisa en su rostro.
Uga
por ser el más viejo de todos, conocía muchas historias, entre ellas, la de Ana
y el día en que por accidente la olvidaron en el río. Su familia apresurada por
la migración y porque un grupo de cazadores los perseguía, se fueron volando
sin despedirse y no se dieron cuenta que la pequeña Ana se encontraba jugando
con un caracol de lento caminar.
La
cigarra llevó la noticia por todos lados, así que los amigos de Ana decidieron
ayudarle para que emprendiera el vuelo, era algo muy triste para ellos, porque
le tenían mucho cariño, pero sabían que ella sería muy feliz al lado de su
familia, así que eso también les alegraba.
Esa
mañana el sol había salido más brillante que nunca, las hojas de los árboles
parecían más verdes de lo común y el agua del río se antojaba fresca para un
buen chapuzón.
-Abre
las alas, muévelas y ahora salta- gritaba la cigarra desde lo alto dándole
instrucciones para volar.
-¿Cómo
lo hago?- preguntaba Ana agitada por el esfuerzo.
-Muy
bien- respondía Anizeta.
La
verdad es que Ana poco podía levantar su pequeño cuerpo del suelo, sus alas no
eran capaces de hacerla volar.
-¿Cómo
vas Ana?, escuchamos que aprendes a volar ¡eh! Cuando quieras nadar nosotros te
podemos enseñar- Dijeron a coro el grupo de pececillos nadando apresurados con
la corriente.
-Gracias-
les contestó Ana –lo tendré en mente.
Después
de mucho esfuerzo intentando volar el día se fue, Ana no logró mucho, pero no
perdía la esperanza de que al día siguiente seguro volaría. Anizeta en cambio,
pensó que era una tarea imposible enseñarle a volar.
Renata
la rana de barriga verde cantaba alegre sobre un nenúfar, la luna que asemejaba
un enorme pedazo de queso incompleto bailaba reflejada en las tranquilas aguas.
-Renata,
¿cuando darás un concierto?- preguntaba Ana sin dejar de ver las estrellas y la
luna.
-¿Un
concierto, yo?, no, qué dirán de mí, no, que pena- decía la rana apresurada.
-Si
tu sueño es ser bailarina y cantante famosa nunca lo lograrás cantando durante
la noche, cuando todo mundo está dormido, necesitas que te vean, así admirarán
tu talento- dijo Ana.
-Talento,
¿en verdad lo crees?- dijo Renata con los cachetes rojos de emoción.
-Estoy
segura- afirmó Ana.
-Talento,
tengo talento, un concierto, para todos, aplaudiéndome, bailando, la estrella,
Renata… -decía la rana mientras caminaba alejándose de Ana.
-Es
mejor que esta noche intente dormir- pensó Ana en voz alta.
-He
escuchado que pronto te irás de aquí Ana- le dijo Pecillo el pez que nadaba en
contra de la corriente.
-Sí
Pecillo, estoy aprendiendo a volar, es más difícil de lo que imaginé, pero
Anizeta es buena maestra.
-Persevera
Ana, pronto lo lograrás- dijo Pecillo sonriéndole.
-Pecillo,
¿por qué nadas contracorriente?- preguntó Ana.
-Porque
nadando contracorriente puedo encontrar cosas maravillosas antes que la
corriente se las lleve, si nado en dirección de la corriente jamás me
encontraría con ellas, el esfuerzo es mayor pero vale la pena- le dijo
sonriente.
-Qué
interesante no lo había pensado de esa manera- dijo Ana.
-Espero
que algún día el resto de mis amigos puedan entenderlo y naden contracorriente-
dijo Pecillo animoso.
-Verás
que sí Pecillo- dijo Ana.
Se
despidieron con una sonrisa y Ana durmió como no lo hacía en noches.
Pasaron
dos semanas con las clases de vuelo, pero no conseguía levantar siquiera diez
centímetros del suelo, los ánimos de Anizeta no eran muy buenos, pero Uga la
alentaba a seguir con las clases, en cambio Ana estaba segura de poder
lograrlo.
Una
noche en que la luna parecía un enorme queso al que no le faltaba ni un pedazo,
Ana cerró los ojos, justo cuando estaba entrando en uno de sus sueños, la
sonrisa de la luna la despertó, se talló los ojos para verla con claridad, la
luna le habló al oído palabras que nadie escuchó, sólo Ana, cuando la luna
regresó a su lugar, las estrellas empezaron a caer desde el firmamento como si
fueran gotas de agua, entonces, las alas de Ana se llenaron de brillo, rodeada
por pequeñas estrellas Ana se levantó del suelo sobre el que dormía, en un giro
mágico Ana estaba volando sobre el río, las risas de las estrellas despertaron
a todos para que vieran a Ana volar, lo hacía con enorme facilidad, incluso era
más rápida que Anizeta, esa noche todo fue fiesta.
La
mañana siguiente, Ana empacó sus cosas y se despidió uno a uno de sus amigos y
bajo el sol alegre emprendió el vuelo. Desde el aire pudo ver a un grupo de
pececillos nadando contracorriente, un letrero que decía “Hoy Renata la rana
cantora” y aunque nadie lo sabía hasta entonces, la cigarra Anizeta tocando el
ukulele.
Voló
durante todo el día en dirección al norte, cuando la noche cayó, una lluvia de
estrellas la arropó en su largo viaje.
A
orillas del río, Uga contaba a los más pequeños la historia de Ana la patita
andante, aunque a veces le cambiaba el título por el de Ana la patita viajante,
pero siempre terminaba con la frase “en algún lugar del norte se encuentra
junto a su familia la patita que nunca dejó de soñar”.
Fin.
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