Si las FARC
dejan el narco.../RAFAEL CRODA
Revista
Proceso
# 1961, 31 de mayo de 2014
Un
eventual acuerdo de paz en Colombia que llevara a las FARC a dejar de tomar
parte en la producción de hoja de coca, tal como explícitamente se está
perfilando en las pláticas de La Habana, podría atraer a los cárteles mexicanos
para intentar llenar los vacíos de ese negocio ilícito en el país. Expertos en
temas relacionados con narcotráfico y conflictos armados coinciden en lo
anterior y, de hecho, la Policía Nacional ya detectó esa presencia en algunas
regiones de Colombia.
BOGOTÁ.-
Con el compromiso de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) de
“poner fin a cualquier relación que en función de la rebelión se hubiese
presentado” con el narcotráfico, esta guerrilla hizo el pasado 16 de mayo un
reconocimiento histórico de sus vínculos con un fenómeno que, en caso de
suscribir un acuerdo de paz con el gobierno colombiano, se dice dispuesta a
combatir “con la mayor determinación y de diferentes formas”, lo que tendría un
efecto de alcances imprevistos sobre el negocio de las drogas ilícitas a nivel
hemisférico.
Expertos
colombianos en el fenómeno de las drogas y conflictos armados dicen a Proceso
que los vacíos que dejen las FARC en el negocio del narcotráfico en un eventual
escenario de paz podrían ser cubiertos en parte por los capos mexicanos, que
ante el temor de sufrir desabasto de cocaína financiarían a nuevos actores para
mantener la producción y el procesamiento del alcaloide en los niveles
actuales.
“Aquí
en Colombia ya tenemos presencia de cárteles mexicanos vinculados con
organizaciones criminales y ellos van a buscar, a través de esos
intermediarios, solventar la eventual falta de materia prima que produzca un
acuerdo de paz con las FARC”, explica el sociólogo y especialista en el tema de
cultivos ilícitos Ricardo Vargas.
El
director del Centro de Estudios sobre Seguridad y Drogas (Cesed), Daniel Mejía,
prevé que con la salida de las FARC del narcotráfico “habrá una época de
acomodamiento de los nuevos actores que se van a vincular al negocio, incluso
de guerrilleros que se quieran quedar en él”. Sin embargo, no cree que esto
implique “una caída muy grande del abastecimiento que reciben los cárteles
mexicanos”.
Mejía
y Vargas coinciden en que la eventual desmovilización de las FARC y su
compromiso de romper cualquier relación con las drogas ilícitas tendrá un
efecto limitado sobre el fenómeno del narcotráfico en México y a escala
regional.
“Puede
que haya una reducción marginal en ciertas zonas del país que han estado muy
vinculadas a los cultivos de coca (en especial los departamentos del sur y el
oriente), pero no va a haber una reducción significativa porque el negocio del
narcotráfico siempre ha cambiado de manos conforme cae un cártel o cae un líder
de un cártel. No se acabó el narcotráfico con la caída de Pablo Escobar en
1993. ¿Se va a caer ahora con las FARC? No. Pablo Escobar era mucho más
poderoso que las FARC y dominaba la estructura vertical del narcotráfico”,
indica Mejía.
–¿Da
por hecho que otros grupos ocuparán los espacios que dejen las FARC? –se le
pregunta al investigador.
–Eso
es lo que siempre ha pasado en Colombia –responde–. Yo no veo ninguna razón
para que eso no pase en el caso de las FARC. Fueron desarticulados los cárteles
de Medellín, de Cali, del Norte del Valle, y luego los paramilitares que
dominaban ese negocio, y el narcotráfico siguió. Lo mismo va a pasar ahora con
las FARC.
Vargas
explica que el grupo guerrillero, que desde noviembre de 2012 sostiene en La
Habana, Cuba, conversaciones de paz con el gobierno del presidente colombiano
Juan Manuel Santos, no es un cártel de la droga, sino un grupo armado que
proporciona servicios de seguridad en las zonas productoras de hoja de coca y
cocaína, “y se apropia del dinero circulante en los mercados de pasta básica,
lo que muchas veces es incluso un problema para los productores”.
Entonces,
puntualiza Vargas, creer que con la retirada de las FARC de esos servicios
seguridad se va a dejar de sembrar coca, es un error. Va a haber muchos
campesinos que ante la carencia de alternativas de corto y de mediano plazos va
a seguir sembrando la hoja de coca en otros sitios”.
El
vacío
Pablo
Reyes, investigador en temas de seguridad de la Universidad Nacional (UN) de
Colombia, considera que el escenario más probable para la mafia mexicana de las
drogas, en caso de que las FARC logren un acuerdo de paz con el gobierno y se
retiren de ese negocio ilícito, es que sufran un desabasto temporal que los
obligue a aumentar su presencia en Colombia, que se ha dado por medio de
emisarios y socios locales, como lo detectó ya la Policía Nacional en
diferentes regiones del país.
“Los
cárteles mexicanos ya tienen presencia en Buenaventura (principal puerto del
Pacífico colombiano, ubicado unos 340 kilómetros al suroccidente de esta
capital) y en Tumaco (departamento del sur colombiano con grandes extensiones
de plantíos de hoja de coca), y una salida de las FARC de la producción y el
procesamiento los obligaría a involucrarse más en esas fases del negocio,
aunque lo harían a través de las Bandas Criminales (Bacrim) con las que tienen
relaciones”, considera el abogado y politólogo.
Señala
que otro escenario “muy probable” es que algunos de los frentes de las FARC más
involucrados en el negocio referido decidan no desmovilizarse tras un eventual
acuerdo de paz y continuar manejando esa actividad ilegal. “Los cárteles
mexicanos ya tienen vínculos con estas estructuras y seguirían trabajando con
ellas”, afirma Reyes.
El
director de la Policía Nacional, general Rodolfo Palomino, reconoce que los
cárteles mexicanos “han ido llegando hasta las fuentes primarias de la
producción del narcótico, (que) están llegando al sur del país y, de allí,
organizando sus alijos”.
Dice
que esa presencia es un motivo de preocupación para la institución a su cargo y
para el gobierno colombiano. “Lo que nos corresponde es tener mecanismos de
contención lo suficientemente fuertes para que ni mexicanos ni nacionales ni
nadie se atreva a delinquir en este país”, afirma.
Para
Vargas, quien es una autoridad en Colombia en materia de cultivos ilícitos y
conflicto armado, una salida por parte de las FARC del negocio de la droga será
cubierta tanto por las Bacrim –grupos delictivos remanentes de los
paramilitares desmovilizados la década pasada–, como por los frente de esa
guerrilla que opten por permanecer en armas y los cárteles mexicanos.
“Pienso
que habrá una recomposición en las zonas productoras de coca, con las Bacrim,
con las estructuras de las FARC que se no adhieran al proceso de paz, y también
los cárteles mexicanos pueden aprovechar esa situación”, dice el director de
Acción Andina Colombia, ONG especializada en el estudio de la producción de
hoja de coca.
Sostiene
que “la clave es quién va a controlar a nivel local la regulación, el acopio de
materia prima o de cocaína, y ahí los cárteles mexicanos pueden asumir un mayor
control a través de sus socios colombianos. Es perfectamente posible ese
escenario”.
El
acuerdo
El
pasado 16 de abril las FARC y el gobierno anunciaron en La Habana un acuerdo
sobre drogas ilícitas en el marco de las negociaciones de paz para poner fin a
un conflicto armado interno que se ha prolongado durante medio siglo y ha
dejado 218 mil muertos.
El
comunicado conjunto que divulgaron las partes establece el compromiso del
gobierno colombiano de fortalecer los programas de desarrollo alternativo en
las comunidades dedicadas al cultivo de hoja de coca y dejar las fumigaciones
aéreas con glifosato como último recurso dentro de la estrategia antidrogas.
Las
FARC, a su vez, se comprometieron a abandonar cualquier relación con las drogas
ilícitas y se obligaron a desminar las zonas cocaleras que en la actualidad
permanecen bajo su control, lo que facilitaría el ingreso de la fuerza pública
para erradicar los cultivos en caso de que la concertación con las comunidades
para que ello ocurra de manera voluntaria no arroje resultados.
De
acuerdo con Mejía, un doctor en economía por la estadunidense Universidad de
Brown, el acuerdo sobre drogas con las FARC “es bastante positivo” puesto que
supone el inédito reconocimiento por parte de esa guerrilla de que ha estado
involucrada en el narcotráfico en el marco del conflicto armado; porque se
compromete a colaborar con la desactivación de las minas en las zonas bajo su
control, y porque la fumigación con glifosato –un componente muy controvertido
de la estrategia antidrogas de los últimos años– se deja para casos extremos.
“Uno
de los grandes beneficios de este acuerdo es que, de alcanzarse la paz, se
eliminará la franquicia de las FARC de la lucha política armada y los guerrilleros
que decidan mantenerse en armas serán bandas criminales que habrá que combatir
con estrategias de política criminal, ya no tienen ningún fin político”, indica
el director del Cesed y profesor de la Universidad de Los Andes.
Vargas
califica como “lamentable” que el acuerdo sobre drogas ilícitas haya omitido
delinear una nueva política antidrogas en Colombia tras décadas de una
estrategia prohibicionista en la cual los más afectados han sido los eslabones
más débiles de la cadena, como los campesinos que siembran la hoja de coca por
razones de subsistencia.
“No
hay absolutamente en ese acuerdo una nueva política antidrogas. Es la vieja
política prohibicionista, con el agravante de que el Estado colombiano logra
quitar una estructura incómoda, como las FARC, que impide el acceso de
erradicadores manuales a la zona. La aplicación de la ley permanece inalterable
para los campesinos”, indica el experto.
Estrategia
cuestionada
Reyes
considera que el narcotráfico es más un problema de demanda que de oferta, por
lo cual mientras persista el voraz apetito por las drogas en mercados como
Estados Unidos y Europa “habrá una economía criminal muy rentable capaz de
satisfacer esa demanda”.
Según
el experto en seguridad y profesor de la UN, aunque las FARC salgan del negocio
el abasto seguirá, ya que así ha ocurrido en los últimos años a pesar del
agresivo programa de fumigaciones aéreas con glifosato que se aplica en
Colombia bajo el auspicio de Estados Unidos.
Entre
1996 y 2012 se fumigaron 1.6 millones de hectáreas de plantaciones de hoja coca
en Colombia, una hectárea cada cinco minutos en promedio, como parte del Plan
Colombia. Esta estrategia militar impulsada por Estados Unidos ha contado con
inversiones por 9 mil millones de dólares en los últimos 13 años por parte de
la Casa Blanca, de los cuales 73% se destinaron a las guerras antidrogas y
contrainsurgente, que en este país es una misma y en las cuales ocupa un lugar
central el programa de aspersión aérea.
Las
fumigaciones provocan graves daños de salud a las comunidades y deterioran el
medio ambiente, lo que merma la credibilidad del Estado en esas zonas
remotas.
El
general retirado Rafael Colón, quien dirigió los programas oficiales contra los
cultivos ilícitos, dice que la aspersión de plantaciones con glifosato es un
mecanismo muy agresivo para las comunidades y que resulta inútil sin una
política social que saque de la miseria a los campesinos. “Aquí tenemos un
problema rural de pobreza extrema y de marginación social que el Estado no ha
enfrentado de manera integral”, sostiene el militar.
Estimaciones
del gobierno de Estados Unidos indican que los cultivos de hoja de coca en
Colombia se redujeron de 170 mil hectáreas en 2001 a 79 mil en 2012, pero el
rendimiento por hectárea creció más del doble y gran parte de la producción se
trasladó a Perú y a Bolivia.
La
producción de cocaína pura también cayó en forma drástica en Colombia en la
última década, al pasar de 700 toneladas en 2001 a 175 toneladas el año
anterior, pero aumentó en Perú y en Bolivia de 355 a 455 toneladas en el mismo
lapso.
El
resultado es que las más de 600 toneladas de cocaína que demandan cada año los
países consumidores siguen fluyendo hacia esos mercados a pesar de la reducción
de plantaciones en Colombia.
Para
el abogado Rodrigo Uprimny, la guerra contra las drogas ha terminado por hacer
más rentable el negocio, pues al aumentar el riesgo aumentan el precio y la
ganancia del producto, lo que se convierte en un poderoso incentivo para las
organizaciones criminales. “Mientras la demanda persista, esto no va a variar,
y ésta persiste. Y en eso es en lo que consiste el fracaso estructural del
prohibicionismo”, afirma.
*
El proceso de
paz, en vilo/RAFAEL CRODA
Revista
Proceso
# 1961, 31 de mayo de 2014
BOGOTÁ.-
El sorpresivo triunfo del candidato presidencial Óscar Iván Zuluaga en la
primera vuelta electoral del 25 de mayo, y la posibilidad de que sea elegido
como el nuevo mandatario de Colombia en la segunda ronda del 15 de junio, pone
en vilo el proceso de paz con la guerrilla de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia (FARC) y genera incertidumbre a nivel regional
sobre el rumbo que tomaría este país en caso de que el aspirante del partido
Centro Democrático (CD) llegue al poder.
Zuluaga,
el “delfín” político del exgobernante Álvaro Uribe Vélez –fundador y líder del
CD–, ha advertido que lo primero que hará si llega a la presidencia será
suspender de manera provisional los diálogos con las FARC y exigiría a esa
guerrilla decretar una tregua unilateral, la desmovilización de sus
combatientes y aceptar que sus jefes vayan a la cárcel, lo que implicaría la
virtual ruptura de las negociaciones.
El
candidato de Uribe Vélez, el más enconado crítico del proceso de paz con las
FARC, obtuvo 29.25% de los votos en los comicios del domingo 25, seguido del
actual mandatario y candidato de la Unidad Nacional, Juan Manuel Santos, quien
logró 25.69% de los sufragios. Ambos deberán presentarse a una segunda ronda
electoral el 15 de este mes, ya que fueron los dos candidatos con mayor respaldo,
aunque ninguno de ellos logró la mitad más uno de los votos que se requieren
para ganar en la primera vuelta.
La
especialista en el proceso de paz del diario El Tiempo, Marisol Gómez Giraldo,
considera que la contienda entre Zuluaga y Santos se ha convertido en un
referendo sobre las negociaciones con las FARC en el cual los electores
decidirán entre la continuidad de los diálogos –en caso de que el actual
mandatario logre su reelección–, o su virtual cese y la prolongación del
conflicto armado interno que vive Colombia desde hace medio siglo si es que los
votantes se inclinan por el candidato uribista.
Santos
ha hecho de la pacificación de Colombia su principal oferta de campaña,
mientras que Zuluaga ha centrado su discurso en descalificar las negociaciones
con las FARC, las cuales, a su parecer, garantizan “la impunidad” para los
jefes guerrilleros que hayan cometido delitos de lesa humanidad, algo que el
gobierno descarta.
De
acuerdo con el asesor de Santos, Mauricio Rodríguez, durante la primera vuelta
electoral “fue evidente nuestra incapacidad para transmitir a los colombianos
los beneficios de la paz en términos de seguridad, de progreso, de desarrollo
del país, y esto explica en parte el triunfo de Zuluaga, pero también
influyeron las distorsiones que hizo el uribismo de nuestra propuesta de paz”.
Dice que en la campaña para la segunda ronda afinarán ese mensaje.
Aunque
todas las encuestas indican que la mayoría de colombianos respalda el proceso
de paz con las FARC, más de 80% cree que los jefes de la guerrilla deben pagar
con cárcel sus delitos, y tres de cada cuatro rechaza que participen en
política tras un eventual acuerdo.
Según
la firma Gallup, la paz con la guerrilla ocupa el séptimo lugar entre los
principales problemas que, según los colombianos, debe resolver el próximo
presidente. Por delante están el desempleo, el mejoramiento del sistema de
salud, el combate a la delincuencia común, educación de calidad, atacar la
corrupción y disminuir la pobreza.
“El
beneficio de un proceso de paz es un asunto difícil de explicar al ciudadano
común. Por eso es tan fácil que el uribismo lo manipule políticamente y por eso
es que el tema polariza la campaña política. Los demás son temas en los cuales
las diferencias son de matices, pero el de la paz y la guerra sí que plantea
una gran controversia acerca del futuro del país”, afirma el vicedecano de la
Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional
de Colombia (UNC), Alejo Vargas.
El
también coordinador del Centro de Pensamiento y Seguimiento al Diálogo de Paz
de la UNC señala que lo que existe en Colombia es “una clara polarización entre
un sector (los uribistas), que pretenden seguir vendiendo la tesis que el
conflicto armado se va a resolver por la vía de la capitulación militar, y otro
amplio sector de la sociedad que considera que es a través de mecanismos
concertados que se va a lograr este propósito”.
De
acuerdo con Vargas, la confrontación de estas dos visiones “será el eje central
de la segunda vuelta electoral y de la contienda entre Santos y Zuluaga”.
Dimensión
regional
El
proceso de paz entre el gobierno de Santos y las FARC, que arrancó en La Habana
en noviembre de 2012 y el cual sigue desarrollándose en la capital cubana,
cuenta con el unánime respaldo de la comunidad internacional: desde Estados
Unidos y la Unión Europea hasta Latinoamérica en pleno. Cuba y Noruega actúan
como países garantes de los diálogos, mientras que Chile y Venezuela participan
como acompañantes.
Luego
de su triunfo en la primera vuelta electoral, Zuluaga repudió el papel de
Venezuela en el proceso de paz y catalogó al gobierno del presidente del vecino
país, Nicolás Maduro, como una “dictadura”, lo que augura la vuelta al periodo
de inestabilidad que caracterizó las relaciones colombiano-venezolanas durante
la administración de Uribe Vélez (2002-2010), en especial durante la última
etapa, cuando las dos naciones rompieron nexos diplomáticos en medio de amagos
de guerra.
Fue
Santos quien restableció las relaciones bilaterales con Venezuela, en agosto de
2010, días después de juramentar como presidente.
El
candidato uribista señaló que en un eventual gobierno suyo invocaría la Carta
Democrática de la Organización de Estados Americanos (OEA) para exigir el
restablecimiento de la democracia en Venezuela, donde el gobierno de Maduro
enfrenta una serie de movilizaciones estudiantiles y populares desde febrero
pasado en repudio al desabasto de productos básicos, la carestía y la falta de
garantías ciudadanas.
La
internacionalista y doctora en ciencias políticas por la Universidad de La
Sorbona, París I, Socorro Ramírez, explica que Zuluaga ha patentizado que, como
presidente, pretendería revivir el clima de confrontación con Venezuela que
caracterizó al gobierno de Uribe Vélez, cuando Colombia “se aisló de la
dinámica regional y se enfrentó en un conflicto estéril y peligroso con el
gobierno del país vecino”.
“Esto
me parece muy dañino para Colombia y la región”, puntualiza la autora del
proyecto de investigación El conflicto colombiano: ¿un asunto doméstico,
regional o internacional?, con el que obtuvo un posdoctorado en estudios
latinoamericanos por la Universidad de La Sorbona, París III.
Para
Ramírez, ni Zuluaga ni su mentor, Uribe Vélez –quien goza de una popularidad de
57% entre los colombianos– entienden la dinámica regional.
“La
ven simplemente como un asunto de chavismo y castrismo, con una concepción muy
simplista, por lo que un gobierno del Centro Democrático sería una fuente de
conflicto para Colombia y el conjunto de la región, con efectos de
desestabilización regional y de aislamiento para Colombia”, indica.
La
especialista en relaciones exteriores comenta que Zuluaga y Uribe Vélez “son
hombres de provincia (de Pensilvania, Caldas, y Medellín, Antioquia, de manera
respectiva), muy parroquianos, que no conocen el mundo, que no siguen la
evolución de las tendencias internacionales y que miran el mundo y la región a
partir de las angustias locales. Me parece que la reedición de esa política
exterior sería para Colombia un golpe realmente desastroso”.
La
senadora electa del Centro Democrático, Paloma Valencia, considera que las
posiciones de Zuluaga en materia de política exterior son las correctas porque
Colombia “debe manejarse con base en principios y no por intereses”.
“Uno
no puede aceptar que haya un dictador en Venezuela asesinando a los estudiantes
(suman más de 40 los muertos en el marco de las protestas) y metiendo presos a
los líderes de la oposición (entre ellos Leopoldo López, Daniel Ceballos y Enzo
Scarano). Nosotros debemos defender modelos de sociedad y contribuir a que los
países latinoamericanos tengamos más libertad y más democracia”, asegura la
legisladora electa.
Caudillismo
La
profesora Ramírez piensa que la eventual llegada de Zuluaga a la presidencia de
Colombia y la ruptura del proceso de paz tendría un enorme costo social,
humanitario, político y económico para el país.
“Si
Zuluaga se convierte en presidente y rompe los diálogos, sería muy
irresponsable. Ninguno de los acuerdos que se ha alcanzado hasta ahora con las
FARC en La Habana se opone a los intereses de Colombia, al contrario”, sostiene
la doctora en ciencias políticas.
Para
Ramírez, lo que el país se juega en la segunda ronda electoral del 15 de junio
es “la opción entre la guerra y la paz, y entre un proyecto caudillista como el
de Uribe y un proyecto más anclado en el siglo XXI, como el de la pacificación
que propone Santos”.
Colombia
gasta entre 3.7 y 6.5% de su producto interno bruto (PIB) en enfrentar el
conflicto armado interno y la partida de seguridad y defensa figura como la más
alta del presupuesto nacional, con 14 mil 717 millones de dólares este año,
monto que supera en mil millones de dólares lo que el gobierno canaliza a
educación y duplica a la partida de salud y protección social en un país donde
32.9% de su población es pobre y 10.4% es indigente, de acuerdo con cifras de
2012 de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).
“Aquí
hay un elemento que es fundamental y es el nefasto caudillismo que le está
haciendo daño a Colombia y a otros países de América Latina. En unos lados
tiene un contenido ideológico de izquierda y, en el lado colombiano, de
derecha, y esto propicia la desinstitucionalización de los países, el retroceso
en avances democráticos, el desprecio por la ley y por el estado de derecho, y
todo esto lo representa en particular el segundo gobierno de Uribe Vélez
(2006-2010)”, asevera Ramírez.
A
su vez, la senadora electa del Centro Democrático sostiene que más que un
proyecto caudillista contra un proyecto modernizador, lo que se juega en la
segunda vuelta electoral “es un modelo de país basado en la eficacia para
ejecutar las políticas públicas, como lo hizo el presidente Uribe durante su
gobierno, y un modelo basado en el clientelismo político, que es lo que
defiende el presidente Santos”.
De
acuerdo con el gerente de la encuestadora Cifras y Conceptos, César Caballero,
Santos puede remontar la desventaja porque “creo que en esta segunda vuelta es
más sencillo conformar una alianza contra Uribe y su candidato Zuluaga que una
alianza contra el presidente”.
Para
el especialista en opinión pública, la clave de los comicios del 15 de junio
está en los departamentos de las costas del Caribe y del Pacífico, donde Santos
goza de más apoyo que Zuluaga, pero en los cuales la abstención llegó a 71% el
25 de mayo, 11 puntos más que el promedio nacional.
El
pasado 27 de mayo, el jefe de los negociadores de las FARC en La Habana, Iván
Márquez, declaró que más allá de la coyuntura electoral, la paz debe ser “asumida
como una política de Estado”, y negó que las críticas de Zuluaga a las
negociaciones hayan colocado el proceso en el limbo.
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