“Los remataban en la acera”
Víctimas y héroes de la noche de los atentados
relatan en primera persona el horror vivido
DANIEL VERDÚ
El País, París 14 NOV 2015
Jean Luc les vio la cara perfectamente. Estaban justo
debajo de su ventana. Eran “muy jóvenes” y llevaban cada uno un Kalashnikov.
Pudo ver a dos, aunque quizá hubiera un tercero. Sabe seguro que no llevaban
cinturones con explosivos y sabe también que no levantaron el dedo del gatillo
en ningún momento, como si no fueran a terminarse nunca las balas. “Durante
cuatro minutos no dejaron de disparar. Era una masacre. Cuando alcanzaban a
alguno, lo remataban en la acera con varios tiros más”, recuerda en la puerta
del Café Le Belle Équipe, lugar donde murieron 18 personas a manos de los
terroristas.
Jean Luc vive justo en el piso de arriba del café y recuerda cómo a
las 21.34 del viernes, mientras veía la televisión, empezaron los disparos en
la calle. Las balas rebotaban contra todos lados (el sábado todavía podían
verse decenas de orificios en los escaparates cercanos) y los cadáveres
empezaron a amontonarse en la acera del bar. “Bajé corriendo. Me quité la
camiseta y la utilicé para hacer algunos torniquetes. Hice lo que pude, yo me
dedico a la seguridad y tengo algunos conocimientos”, se excusa. A su lado, su hija
sigue en estado de shock y no puede contener los temblores.
“Pensé que mi hermana estaba muerta”. A 1,5
kilómetros de ahí, en el bar Carrillon, Alejandra Mallol, auxiliar de vuelo
española, tomaba el viernes una cerveza con su hermana. Habían llegado sobre
las 21.20, y pocos minutos después llegó el olor a pólvora, el humo y las
ráfagas de disparos. “Fuera había muchísima gente. Primero empezó a disparar
contra todos ellos. Dentro todo el mundo se tiró al suelo, yo conseguí pasar al
otro lado de la barra para protegerme”, cuenta. Ahí perdió de vista a su
hermana, que se quedó tumbada en el suelo entre la multitud. Mientras duraron
los disparos se hizo el silencio. “Venían de fuera, pero las explosiones
retumbaban en el oído como si el terrorista estuviera dentro. Miré hacia donde
estaba mi hermana y había un pequeño charco de sangre. Por un momento pensé que
estaba muerta”.
Cuando paró el estruendo seco de los tiros,
comenzaron los gritos y empezaron a oírse los nombres propios de los amigos y
familiares, que la gente gritaba para averiguar si se encontraban bien. Todo el
mundo buscaba a alguien. Alejandra escuchó la voz de su hermana enseguida, pero
permanecieron un rato tumbadas. Nadie se atrevía a levantarse. “El chico que
teníamos al lado estaba destrozado. Otro tenía un balazo en la pierna, otro en
el costado… Nadie se ponía de pie al principio”, dice Mallol, todavía muy
consternada por lo vivido pero ya de vuelta a su casa en Alicante.
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