27 dic 2015

“Un libro de fe, un exorcismo”

 “Un libro de fe, un exorcismo”/VICENTE LEÑERO
Revista Proceso 2043, 26 de diciembre de 2015..
En la presentación de El Diablo (Océano, 1999), de Enrique Maza, su gran amigo Vicente Leñero habló del autor como si de un detective se tratara, uno que acorrala al demonio, y que finalmente nos demuestra que éste no es un personaje independiente o autónomo sino que habita en el corazón de cada ser humano, obligándolo a discernir entre el bien y el mal. Mefistófeles como un espejo de nuestra conducta. A continuación se reproduce el texto que Leñero leyó en aquella ocasión, el cual fue publicado en la edición 1204 de este semanario.
Me protejo con un papel, con estos papeles, porque resulta difícil para mí comentar oralmente un libro de Enrique Maza: el jesuita sacerdote, el periodista, el experto en cuestiones bíblicas, en exégesis, sobre todo en la intensa vida que le ha permitido conocer la vida a profundidad. Desde luego Enrique Maza es algo más que un hermano para mí y nos tenemos confianza como para aguantarnos mutuamente tonterías, pero para esto, para lo relacionado con el Dios de las Escrituras, se las sabe de todas todas y me resulta enredado intentar glosar sus escritos y hasta formularle preguntas que no se antojen ingenuas o disparatadas.
 Lo que sí es que siempre que leo un libro de Enrique Maza me sobrecoge el asombro. En este caso: el asombro y la emoción por la posibilidad de dilucidar cuestiones de la fatigante fe cristiana que soporto desde niño. Con su prosa que canta gracias al contrapunto entre frases cortas y frases largas, clarísimo su estilo siempre, Enrique va deshilando página tras página las razones de su reflexión. Piensa mientras escribe o escribe para ir pensando, no sé, es tal vez lo mismo pero con la apariencia de que trae en la punta de la lengua, como de memoria, el enorme aparato documental, el conocimiento preciso, los datos exactos con que apoya su discurso. Facilito y sin estorbos lleva de la mano a sus lectores por el mundo de la Biblia, haciéndonos entender que es precisamente el Dios de la Biblia quien da sentido a la fe de los que tienen fe: un Dios de vivos, no de muertos, un Dios atrapado y acotado por la historia del pueblo de Dios y comprendido por sus criaturas desde ahí, como una presencia que se manifiesta, no caída del cielo al igual que una tromba, sino surgida de la vida misma, según alcanzo a percibirlo leyendo a mi admirado y querido Enrique Maza.
 Hoy, desde este libro azul, Enrique nos invita a hablar del Diablo. Al menos ése es el título de su texto de 112 páginas –ligero–, que en realidad habla de Dios porque el maldito Diablo se esconde, no existe, concluimos. Ya lo sospechábamos –todos lo hemos sospechado siempre– pero no es así de fácil aceptarlo cuando nos hemos acostumbrado tanto al Diablo, lo hemos hecho tan nuestro, tan familiar, tan pariente de sangre, que a menudo lo sentimos más próximo que a Dios porque estamos en contacto continuo con la parte horrorosa de este mundo. Desde luego el mundo está así –o decimos–porque existe Satanás, Belcebú, Lucifer, Belial, el maldito Príncipe de las Tinieblas. Y entonces nos justificamos, claro está, echándole a él la culpa de ese mal que nace –nos explica Enrique– no por la intervención externa del Maligno, sino desde los adentros del corazón humano. Pero entiéndenos, Enrique por favor, qué hacemos si de pronto nos suprimen al Diablo y nos derrumban con él toda la imaginería alucinante de nuestra cultura. Se nos acaba el Mefistófeles de Fausto, y El maestro y Margarita de Bulgákov, y el Demonio del Mediodía de Claudel, y el rival colérico del santo cura de Ars, y el Coco para asustar a los niños mal portados, y el Pingo de las travesuras, y los demonios chocarreros del folclor, y los diablitos de cartón del sábado de gloria, y las máscaras de los danzantes pueblerinos, y el Satanás de William Blatty y sus exorcistas, y Al Pacino haciendo de Tentador en aquella película, y hasta la invisible Bruja de Blair… por ejemplificar con unas cuantas gotas la enumeración infinita.
 Diablo de Enrique que nos quita al Diablo, ¡oh desilusión! Pero no, no se les quita nada –responde Enrique–. Todo sigue ahí, pero de otra manera –explica. Y con erudición admirable repasa puntualmente las continuas menciones a Satanás en el Antiguo Testamento, en los Apócrifos, en los Evangelios. Esas menciones parecen tener la culpa inicial de la personificación del Diablo como Príncipe de las Tinieblas y Señor de los Infiernos, pero es porque no hemos leído bien –acusa Enrique–, porque hemos tomado al pie de la letra lo que es una simple aunque maravillosa metáfora para significar Demonio como alusión al mal, al enemigo, al mundo traducido a sus vez en desamor, egoísmo, poder, ambición… Desamor es la mejor palabra –dice Enrique–. Y como vivimos en el desamor, que acarrea la injusticia y todo lo demás, nos aferramos, tanto creyentes como mal creyentes, a esa figura extrapolada de la poética bíblica, para quitarnos toda responsabilidad del mal que infecta al mundo. Nos conviene echarle la culpa a alguien, y quién mejor que el Diablo para resolver el problema. Pero nosotros mismos caemos en la trampa metafórica, y al satanizar a nuestros enemigos utilizamos el mismo recurso conceptual con el que los autores de la Biblia y los evangelistas se referían al “espíritu tentador” y a las legiones de demonios apoderándose de seres humanos.
 No quiero extenderme más, porque me siento burdo al referir superficialmente lo que Enrique Maza desarrolla con tanta precisión y claridad en este libro desmitificador. Se lee de un tirón –es lo cierto– como si se tratara de una novela policiaca. El protagonista criminal es el Diablo, y el investigador Enrique Maza lo persigue vorazmente desmontando sus coartadas, desarmando el aparato de sus intrigas, traduciendo a conceptos tangibles las figuras literarias que hemos percibido mal. Enrique atrapa finalmente a ese criminal y lo presenta tal cual es: un mito que nubla el verdadero problema del mal en el mundo: un mal engendrado y concebido en el corazón mismo del hombre.
 Concluyo, insisto: el libro alude al Diablo pero el verdadero tema del estudio –el verdadero tema del autor, como siempre– es el misterio de Dios entrevisto desde la perspectiva de la humanidad caminante. Este es, en síntesis, un libro de fe: un gran exorcismo para disipar los fantasmas de la magia que nos retrasan en la búsqueda de una realidad mejor.
 Escribiste un gran libro, Enrique, ¡cómo diablos no!


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