27 dic 2015

Ahora fue Enrique Maza

No pasó siquiera un año antes de que Enrique Maza siguiera a Julio Scherer García...
Revista Proceso 2043, 
26 de diciembre de 2015..
No pasó siquiera un año antes de que Enrique Maza siguiera a Julio Scherer García en el sueño sin retorno, el mismo en el que ambos se unieron a Vicente Leñero.
 En poco más de un año, a partir del 3 de diciembre de 2014, de­saparecieron físicamente tres de los fundadores de Proceso.
La noche del miércoles 23 Enrique Maza se encontró con lo que él llamaba una de las realidades insoslayables de la vida: la muerte. Para él se resolvió ya el enigma del más allá.
De este lado quedamos quienes conservamos el recuerdo del sacerdote periodista, que inculcó en sus compañeros de la revista, como nadie, la ética como centro rector de esta profesión.
La pasión de vivir en plenitud, la pasión por la búsqueda de la verdad, la pasión por la confrontación, si necesaria es, forma parte de su legado que Proceso recoge para ponerlo al servicio de los lectores cada semana.
Sacudidos por el dolor, no por repetido menos intenso, asumimos ante las ausencias irreparables el espíritu que emana de una frase bíblica: cuando nos sentimos débiles, entonces somos fuertes.
Una vez más repetimos lo que expresamos con ocasión de la primera de nuestras tres grandes pérdidas: Proceso sigue.
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Legado ético/RODRIGO VERA

Enrique Maza, cofundador y pilar de Proceso, lo tenía claro: la manera de ser mejor periodista es ser mejor persona. Y alguien bueno es aquél comprometido con el dictado ético de su conciencia, más allá de dogmas y de la tentación del poder. Esta postura llevó al poeta y sacerdote jesuita a confortar a condenados a muerte, a ser censurado en El Vaticano, a enfrentarse a los clanes políticos más corruptos del país. Creyente de la libertad y la palabra, decía: “Dejé de escribir sobre las cosas de Dios para escribir sobre las cosas del hombre”.
La “ética” a secas, pero ante todo la “ética periodística”, fue la gran obsesión que acompañó toda su vida al sacerdote jesuita Enrique Maza García, cofundador de la revista Proceso y quien sin duda influyó en la concepción que Julio Scherer García –su primo– tuvo del periodismo.
 “Don Enrique” –como era conocido en su casa editorial– falleció la noche del miércoles 23 en la sede provincial de la Compañía de Jesús, la congregación religiosa que nunca quiso abandonar a pesar de las punzantes críticas que siempre enderezó contra la Iglesia.
Hará unos cinco años, ya alejado del periodismo, don Enrique llegó a las oficinas de Proceso para despedirse de sus compañeros.
“Me detectaron Alzheimer. Pronto perderé completamente la memoria. Vengo a disculparme porque pronto dejaré de reconocerlos”, nos fue advirtiendo, con entereza y naturalidad, a cada uno de nosotros.
Y así fue. Después vino a muy pocos festejos del semanario. Se sentaba en una banca del patio, sereno y sumido en el mutismo, alisándose su barba cana y apenas reconociendo a alguno que otro. Sus visitas terminaron.
Ya no pudo asistir ni a los funerales de Vicente Leñero ni a los de Scherer, con quienes echó a andar este semanario en 1976. Y Leñero y Scherer nunca dejaron de reconocer el legado “ético” que dejó don Enrique.
 En su libro Los periodistas, Leñero relata cómo fue que Maza bautizó a este semanario; cómo su propuesta venció a las ideas de los otros expulsados de Excélsior por el golpe del entonces presidente de la República, Luis Echeverría:
“Resuelto el proyecto, las reuniones de los miércoles se destinaban casi exclusivamente a la búsqueda de un nombre para la revista. Cada quien llegaba con su lista de proposiciones y las sometía a la discusión de los reunidos.
 “Además de Miguel Ángel Granados Chapa y yo –los únicos sobrevivientes de la comisión planeadora– nunca faltaban a las juntas Abraham López Lara, Enrique Maza, Alejandro Avilés y Genaro María González. Yo votaba siempre por Expresión, hasta que Genaro María González descubrió que ese nombre ya estaba registrado en la Dirección de Derechos de Autor. A Granados le gustaba Respuesta, a Julio Scherer Información, pero fue Enrique Maza quien propuso el nombre de Proceso. Algunos lo objetaron por su doble significado, y precisamente por su doble significado la mayoría lo eligió.
“Enrique Loubet se opuso terminantemente: es horrible, dijo.
 “A mí no me parecía tanto como horrible, pero no me gustaba. Será cosa de acostumbrarse a oírlo, de pronunciarlo repetidamente como ocurre siempre con todos los títulos, pensé, hasta que se imponen.
 “Salí del edificio de Chapultepec y Dinamarca diciendo como loco Proceso Proceso Proceso Proceso Proceso Proceso.
 “Ya.”
 Después, Leñero le dedicaría a Maza un artículo publicado en el número 1429 de esta revista, titulado “Los vicios de hoy” –refiriéndose a los “vicios” del periodismo. Ahí rememoraba:
 “Enrique Maza ha dedicado buena parte de su vida al periodismo y es un analista nato. Un editorialista –como lo llamábamos antes– capaz de observar a profundidad lo que ocurre en el país y en el mundo, para luego echar luces y ayudarnos a pensar.”
 Refiriéndose al libro de Maza Medios de comunicación: realidades y búsquedas, Leñero apuntaba que era sobre todo una obra de “ética en los medios”, y agregaba:
 “Enrique Maza nos abre los ojos a realidades que no queremos ver como problemas de ética, pero que sólo como problemas de ética pueden resolverse de verdad. Acostumbrado al fragor periodístico y al análisis compacto de los hechos; acostumbrado también a la charla didáctica frente a públicos disímbolos, Maza escribe su libro como si platicara, como si estuviera frente a los lectores de sus artículos o a los escuchas de sus programas de radio. Escribe sin enredijos y deja caer sus verdades como puñaladas.”
 Leñero concluía:
 “Para que los medios de comunicación contribuyan al saneamiento de la realidad necesitan ellos mismos acendrar la ética de su función. Un situarse al margen del juego político –cuando es el juego político el conflicto cuestionado– para informar primero y para analizar después esos hechos, con el rigor exigido a ambas funciones. Sólo desde el corazón de la ética es aceptable observar, transmitir y valorar los graves acontecimientos de nuestro presente. En una palabra, la ética de la realidad exige, para su análisis y para su crítica, la ética de la maravillosa profesión periodística.”
 Y Scherer –en la misma edición de Proceso– recordaba un encuentro de él y Maza con estudiantes veracruzanos de periodismo. Uno de los jóvenes le preguntó a Maza:
 “–¿Qué necesita usted para ser mejor periodista?
 “Ni dos segundos tardó la respuesta:
 “–Ser mejor persona.
 “–¿Y cómo se es mejor persona?
 “–Se es mejor persona en la profunda libertad de la conciencia y en la certera opción de vida que se asume. En nuestro caso, el periodismo, existen dos extremos bien dibujados: la ética y el poder. No tengo duda: la opción ha de ser por la ética.
 “–Señor Maza, pienso que el periodismo es un poder.
 “–Es, pero no está hecho para eso. No le corresponde poner y quitar gobernantes, fungir como ministerio público, erigirse en juez. También niega su función cuando se levanta con fortunas colosales que, ineludiblemente, lo llevan a la élite del dinero, a una clase. Además, el poder excluye a los débiles. ¿O algo le aportan éstos?”
 Sobre el diablo y el perdón
 Maza nació en El Paso en 1929, donde sus padres se habían refugiado de la guerra cristera. Cuando tenía un año de edad llegó a la Ciudad de México y, cumplidos los 16, ingresó a la Compañía de Jesús. Estudió periodismo en la Universidad de Missouri y obtuvo maestrías en ciencias y humanidades, filosofía y teología.
 Como religioso, llegó a realizar su apostolado entre los sentenciados a muerte de una prisión estadunidense y también entre los excluidos de la periferia de la capital mexicana.
Scherer –en esa misma semblanza, que tituló “Periodismo, ética y poder”–, describe así esos años de don Enrique:
 “Por razones que no conoció, la alta jerarquía lo envió a Estados Unidos para que estudiara periodismo. Poco después, ya graduado, fungiría como capellán en una capilla estremecedora, la de los condenados a muerte, confundidos en ella blancos y negros, culpables e inocentes.
“Párroco de Ciudad Nezahualcóyotl, denunció los atropellos de la casta más poderosa del Estado de México, la de Hank. Su voz, la del sacerdote, todavía no llegaba muy lejos. Los superiores le pidieron prudencia y lo previnieron contra el escándalo que ofende a Dios.”
 Y en el confesionario les recordaba a los fieles que “Dios no perdona, perdonan los hombres y las mujeres, son unos y otras los que hacen la paz o desatan la querella. No existe un vigilante que diga por dónde ha de caminar la existencia.
 “–Acúsome, padre, que me robé dos gallinas –escuchaba.
 “Respondía:
 “–Devuelva las gallinas, pague por ellas o hágase perdonar por su mala acción. Luego vuelva conmigo.
 “–Acúsome, padre, que fui infiel.
 “–Arréglese con su marido, no conmigo.”
 Nada ortodoxa era también su concepción del demonio y de los ángeles, del mal y del bien, la cual plasmó en su libro El diablo. Orígenes de un mito, que le valió descalificaciones de la jerarquía eclesiástica.
 “En mi libro simplemente trato de desmitologizar, de decirle a la gente, de manera clara y sencilla, que no se haga bolas con el diablo; los demonios y los ángeles son figuras mitológicas cuya existencia no se puede probar”, argumentaba Maza en una entrevista con este reportero publicada en el número 1196 de Proceso.
Se le preguntó:
 “–¿Hay una ortodoxia católica sobre el diablo?
 “–Existe una doctrina en la Iglesia sobre el diablo, pero no es un dogma de fe. Hay muchas cosas en la Iglesia que son de pensamiento libre, que no pertenecen al núcleo del dogma, a la doctrina central. En la Iglesia hay gente que cree honestamente en la existencia del demonio. Yo respeto profundamente su creencia, como pido respeto para la mía. El mismo Papa ha dicho, y lo ha repetido mil veces, que el diablo existe. Para él es un ser personal, un espíritu, como una persona sin cuerpo, algo así como las almas de los hombres. Es una opinión muy respetable con la que no estoy de acuerdo. De manera que el diablo, los ángeles, el limbo, el purgatorio y todas esas cosas no son ningún dogma de fe.
 “–¿La jerarquía católica llegó a utilizar al diablo como una especie de espantajo?
 “–En una época lo usó mucho así: como una especie de amenaza. ¡Aguas, que ahí viene el malo! Si no eres bueno porque tienes ganas, al menos debes serlo por miedo al diablo y al infierno.
 “–¿De alguna manera no resulta útil la imagen del diablo para que la gente no mate, no robe, no lastime?
 “–Es tan útil como el chicote con el que el papá le pega a su hijo para que se porte bien. Y si lo trata a chicotazos, pues a ver qué clase de niño le sale después. No, no. El educar para el temor, el obligar a la gente a que sea buena por temor, no me parece útil. Más bien es una actitud policiaca.”
 Maza fue también un acérrimo crítico de la censura clerical. Señalaba que, a través del Código de Derecho Canónico, la Iglesia pretende ejercer una férrea censura a la libertad de expresión, no sólo de los sacerdotes y religiosos, sino de todos los fieles laicos.
 En una entrevista –publicada en el número 1200 de Proceso–, apuntó:
 “El poder siempre se oculta en la censura y en la represión a la crítica y a la opinión pública. La Iglesia intenta tener un control absoluto. Me parece nefasto que conciba a los medios de comunicación como un instrumento de predicación. Para la Iglesia, los medios no deben tener autonomía ni ser parte civilizatoria de una nación. No deben informar, sino convertir. Deben estar subordinados a la misión pastoral de la Iglesia.”
 Agregaba:
 “La institución de los cardenales, el colegio cardenalicio, es una institución meramente administrativa que surgió muy posteriormente a la creación de la Iglesia. Lo mismo pasa con el cuerpo diplomático de la Santa Sede: los nuncios y delegados apostólicos. Todo eso nada tiene que ver con la doctrina revelada”.
Y este reportero le preguntaba:
 “–¿Usted como religioso padeció la censura eclesiástica por sus escritos?
 “–Claro que sí. He recibido regañizas bárbaras por escribir sobre las corruptelas de los Papas. En 1985, el general de los jesuitas en Roma, Hans Kolvenbach, me prohibió escribir sobre cuestiones de religión y de fe. Y bueno, dejé de escribir sobre las cosas de Dios para escribir sobre las cosas del hombre.”
Con todo, Maza jamás quiso abandonar el ministerio sacerdotal. Alegaba que era más útil estando dentro de la Iglesia. Sus últimos días los vivió en la casa provincial de la Compañía de Jesús, en Coyoacán. Todas las mañanas, su asistente, Sergio Hernández, lo sacaba a pasear al parque de Los Viveros, a veces en silla de ruedas.
 Todavía el pasado jueves 17, el director de Proceso, Rafael Rodríguez Castañeda, fue a visitarlo a la casa provincial.
 –¿Me reconoce, Enrique? –le preguntó en su habitación de la enfermería.
Don Enrique lo miraba fijamente, sin responder.
 –¿Se acuerda usted de mí? Soy Rafael… –le insistió Rodríguez Castañeda.
Por fin balbuceó el jesuita:
 –Cla-ro-que sí…
 Maza había reflexionado sobre “el destino inevitable de la muerte” en su libro El amor, el sufrimiento y la muerte. Comentaba que “morir, como dice San Pablo, es una ganancia. Ya no es el agobio de la vida, sino la vida sin agobio”.
 Tenía 86 años de edad cuando un infarto al miocardio se lo llevó a esa otra existencia sin pesares.

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