Maldito seas,
Sean Penn/Diego Fonseca es un periodista y escritor argentino
El
País, 10 ENE 2016
Un
cirujano supuestamente cercano a Joaquín Guzmán me contactó para que escribiera
su vida. Todo resultó en nada y ahora Rolling Stone publica una entrevista que
le hizo el actor
Desde
hace al menos tres años, Joaquín Guzmán Loera buscó que el mundo conociera su
historia por propia boca. El año pasado dio una entrevista a Rolling Stone -que se acaba de publicar-
y hace pocos días cayó prisionero por la imprudencia de producir una película,
su último intento para propagandizarse. Antes, El Chapo quiso que alguien
escriba la historia de su vida.
Un día de enero
de 2012, cuando Washington DC era un pantano de humedad gélida, una editora
amiga me
llamó para tentarme con una oferta que no podía rechazar: El Chapo Guzmán,
dijo, quería contar su vida y ella me había elegido a mí como su autor. Un
cirujano plástico amigo de El Chapo había llamado de buenas a primeras a su
compañía en busca de quien le abriera las puertas a la historia del narco más
famoso del planeta. Podían haber elegido cualquier otra editorial, dijo, pero
la fortuna —o la guía telefónica— quiso que la suya, Aguilar, comenzase con la
letra A. El Chapo quería narrarse a sí mismo, cansado de que la Historia lo
tuviera del lado de los malos y no como un bandido con corazón.
El
libro debía escribirse en condiciones de espanto y absurdo. El inicio de la
producción no tenía fecha fija porque dependía de cuándo Guzmán Loera quisiera
o pudiera hablar. Cada uno de mis viajes sería a un aeropuerto a determinar,
donde sería recogido por un grupo de hombres. No podía llevar teléfono celular
ni computadora, el pasaporte quedaría con ellos y viajaría encapuchado a un
destino incierto. En ese paraje remoto de México donde mi única compañía serían
tipos armados con todo tipo de armas pero ninguna piedad, debería conversar con
Guzmán Loera del tema que él quisiera, por el tiempo que fuera necesario y
sujeto a su humor de mercurio. Menudo plan: desaparecería de la Tierra sin
aviso y volvería a aparecer cuando el Chapo lo deseara.
Desde el
principio dije a mi amiga que me interesaba escribir la historia según mi
propia voz, no ser un escritor fantasma, pero del otro
lado insistían en que la historia debía ser la voz y mirada del Chapo. Ante su
necesidad de un amanuense, yo insistía, no sé con qué coraje o inconsciencia,
en que no hay mejor historia que aquella apropiada por los extraños. Mi mujer
estaba preocupada —nuestro hijo recién tenía tres años— y yo compartía sus
nervios, pero los mezclaba en un cóctel promiscuo de excitación, famas posibles
y veleidades de escritor pretencioso. La mayor parte de nosotros pasa su vida
sin que un gran criminal toque a la puerta para contarte su vida a un brazo de
distancia, de modo que decidí esperar por los hechos. El mal espanta al hombre
pero atrapa al escritor.
Siguieron
varios meses del cirujano esfumándose con regularidad para volver a aparecer
con nuevos SMS desde un teléfono nuevo. En ocasiones,
el tipo nada más escribía para decir que el proyecto continuaba. Mi editora y
yo nos acompañábamos en la ansiedad de los padres primerizos, pero un día, al
cabo de unos seis meses, sus SMS se acabaron tan inesperadamente como
comenzaron. En una última comunicación,
el cirujano dijo que suspendía los contactos por cuestiones de seguridad. Supusimos
entonces que los militares del gobierno de Felipe Calderón atraparían pronto a
Guzmán Loera, pero el cerco recién estrangularía un año y medio después de
nuestras conversaciones, cuando la Marina, ya bajo el mando del presidente Peña
Nieto, cazó a El Chapo en Sinaloa casi al mismo tiempo en que la revista Forbes
lo incluía en su lista de millonarios y famosos.
Me olvidé del
caso por un tiempo y cuando ya había comenzado a convencerme de que nada más
sucedería, a fines de 2014 un colega muy joven me contó una
historia similar a la de mi editora: un
médico que era testigo protegido de la DEA en Estados Unidos y decía ser
cercano a Guzmán Loera le dijo que quería contar la historia de ambos, pero
nada pasó y el proyecto cayó en el mismo vacío sideral donde flotaba la
aventura del cirujano plástico. Un tiempo después el Chapo escaparía de una
prisión federal para esconderse quién sabe dónde, hundiendo al gobierno
mexicano en el descrédito y la burla hasta que apareció la Procuraduría General
de la República con una historia, literalmente, de película.
Como
un actor de tablado pobre, ansioso por atrapar el único papel importante de su
vida, un Guzmán Loera embrutecido por las torpezas que provoca la vanidad
descontrolada, habría salido a buscar a la desesperada actores y directores
para ponerse a sí mismo ante el escrutinio de Hollywood. Como si estuviese
tocado por el espíritu de Flannery O’Connor, El Chapo había decidido asumir que
sólo él podía escribir el guión de su propia existencia. Ahora su historia ya
no sería narrada sino vista y él sería el productor y mandamás de todo un
equipo que contaría la leyenda de un tal Joaquín Guzmán Loera.
En medio,
sabemos ahora, Sean Penn aterrizó con Kate del Castillo en una sierra ignota de
México y habló siete horas con el Chapo. Su historia,
con mensajes encriptados y una avioneta que escapaba radares, empequeñece mi
travesía imposible y engrandece mi derrota, pero hace sobre todo increíble la
determinación de Guzmán Loera por volverse propagandista de sí mismo. Y es
comprensible: todos deseamos ser aceptados. Con su libro y su película, el
Chapo quería limpiar su legajo de las maldiciones ajenas, peinarse como el
chico bueno de la foto. Que el mundo entendiera que aquel criminal brutal era
un bandido romántico amado en su tierra. La vanidad no es ajena a nadie con dos
piernas ni nueva entre los hampones. Donnie Brasco, el agente encubierto del
FBI que vivió seis años con la familia Bonanno, decía que los gángsters
adoraban verse en las películas retratados como generales listos e inteligentes
como filósofos. El Padrino de Coppola enorgullecía a los mafiosos de New York
porque su delicadeza y clasicismo técnico presentaba la vida en la mafia como
un universo violento, sí, pero también capaz de glamour y refinamiento. El hijo
de John Gotti tocó la cúspide de esa superficialidad desesperada por ser y
encajar cuando celebró su matrimonio en el Helmsley Palace de Manhattan junto a
doscientos cuarenta invitados en una bacanal romana de pasta, medallones de
ternera, langostas de Maine y kilos de fruta fresca.
La
avidez de Guzmán por contar su vida requiere de nuestra complicidad. Películas
como Buenos muchachos o Casino o series como Los Soprano tocan nuestras
canciones. El libro Film, Television and the Psichology of the Social Dream
habla de Vito Corleone como un hombre resuelto, astuto, inteligente y
determinado, dispuesto a vivir la vida de manera realista y en sus propios
términos antes que a sucumbir a la miseria de trabajos insignificantes y la
amenaza de la miseria. Ese costado enjundioso no parece desdeñable para quien
vive molido a palos por la vida, aún cuando quien lo inspire sea un arquetipo
de la mafia como Corleone o el Chapo.
Y
luego está aquello que a mí mismo me atrapó, ese tironeo de repelencia y
seducción de estos tipos malditos que nos muestran cómo podría ser la vida si
tuviéramos menos escrúpulos. En libro o película, El Chapo, un pequeño Darth
Vader mexicano, confiaba en nuestra avidez y nuestra piedad para hacer, de su
historia, la Historia. Como debía ser, vía Sean Penn y Rolling Stone, el Chapo se
la regaló a Hollywood.
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