Una
estrategia sensata contra el ISIS/Seyed Hossein Mousavian es embajador e investigador en la Universidad de Princeton. Fue portavoz de los negociadores nucleares de Irán.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
El
País |18de diciembre de 2015.
Los
atentados terroristas cometidos por el Estado Islámico (ISIS en sus siglas en
inglés) en París y California han supuesto un antes y un después. Occidente
tiene ya claro que no es posible contener al ISIS, sino que hay que derrotarlo
de forma contundente. Pero hay que evitar tener una reacción desmesurada y
contraproducente como la que provocaron los atentados del 11-S. La amenaza
terrorista es hoy mayor que nunca. Ha llegado el momento de que las autoridades
occidentales adopten estrategias nuevas y audaces, cuyo objetivo fundamental
sea involucrar a todas las potencias de Oriente Próximo.
La
clave para derrotar al ISIS es tener en cuenta que se basa en una idea —el
salafismo wahabí, anterior a la organización y que, de hecho, sirve de
argumento ideológico a todos los llamados grupos yihadistas, desde Boko Haram
hasta Al Qaeda. Desde hace varios decenios, los wahabíes, puritanos y
fundamentalistas, captan millones de seguidores entre los practicantes de un
islam tradicionalmente más pluralista y tolerante en el norte de África,
Oriente Próximo y otros lugares. Este no es un fenómeno que haya surgido de
forma natural, sino que se debe a las intensas campañas de proselitismo
orquestadas por el principal Estado wahabí y salafista del mundo: Arabia Saudí.
Los
esfuerzos para difundir el salafismo wahabÍ son una piedra angular del reino
saudí desde los tiempos de su apoyo a los muyahidines afganos contra la Unión
Soviética e incluso desde antes, y han quedado plasmados en la gigantesca
infraestructura teológica saudí, que distribuye libros y edictos religiosos,
asegura una presencia constante en los medios de comunicación y dona inmensas
cantidades de dinero a organizaciones religiosas y proyectos de construcción de
mezquitas en todo el mundo islámico. En los últimos 20 años, los saudíes han
gastado al menos 87.000 millones de dólares para propagar el wahabismo en otros
países.
Está
demostrado que esta política es una bomba de relojería, para los propios
saudíes y para gran parte del mundo. Un memorándum de 2009 del Departamento de
Estado norteamericano, firmado por la entonces secretaria de Estado Hillary
Clinton, decía: “Los donantes de Arabia Saudí constituyen la principal fuente
de financiación para los grupos terroristas suníes en todo el mundo… Debemos
esforzarnos más, porque Arabia Saudí es una base financiera crucial para Al
Qaeda, los talibanes y otros grupos terroristas”.
Ahora
bien, si el salafismo wahabí es el combustible que ha alimentado el ISIS, el
fuego que lo ha convertido en lo que es hoy tiene más que ver con otras
realidades en la región. Por ejemplo, el apoyo incondicional de Occidente —y en
particular Estados Unidos— a lo que muchos consideran flagrantes injusticias
israelíes contra los palestinos ha contribuido a la radicalización en Oriente
Próximo. El general David Petraeus lo subrayó en 2010 durante su testimonio
ante el Senado, al afirmar que el conflicto palestino-israelí “fomenta el
sentimiento antiamericano debido a la percepción de que Estados Unidos ejerce
el favoritismo con Israel” y que “Al Qaeda y otros grupos terroristas
aprovechan esa indignación para obtener apoyos”.
El
amargo resentimiento creado por las invasiones de Afganistán e Irak, junto a
otros casos de intervención extranjera en la región, también han impulsado la
popularidad de grupos como el ISIS y han creado el vacío de poder que el Estado
Islámico ha sabido llenar con tanta habilidad. Además, las personas que se
sienten atraídas por estos grupos, en su mayoría jóvenes, proceden a menudo de
unas sociedades desesperanzadas, gobernadas por autócratas que cuentan con el
respaldo de Occidente y estancadas en el tipo de subdesarrollo, pobreza y
desempleo que se convierte en caldo de cultivo para el extremismo.
Aunque
cualquier estrategia integral y eficaz para derrotar al ISIS debe tratar de
resolver todos estos aspectos, que están en la raíz del problema, es difícil
imaginar que pueda hacerse a corto plazo. No obstante, la única forma de
asestar una derrota duradera es abordar esos factores de fondo que han
permitido que surgiera un grupo así y que garantizarán la existencia de otros
grupos similares mucho después de que el ISIS haya desaparecido.
Sin
embargo, dado que parece que el ISIS ahora está tan interesado en luchar contra
el enemigo lejano como contra el enemigo cercano, eliminar la amenaza inmediata
debe ser una prioridad para todas las potencias regionales y mundiales. Por
consiguiente, hay que desechar cualquier idea que pudieran tener algunos en
Occidente de contener al ISIS sin derrotarlo, para que sea una especie de
parachoques contra la supuesta influencia iraní.
Entre
los dirigentes de Teherán existe el consenso de que para los intereses
estratégicos de Irán es bueno acabar con la amenaza del terrorismo mediante la
cooperación regional. Los líderes occidentales también deben comprender que no
hay forma realista de poner fin a los conflictos en Siria e Irak sin negociar
con Irán y reconocer su papel. Para hacer frente al ISIS es imperativo un
diálogo total entre todas las potencias regionales y mundiales.
Por
su parte, Irán puede ayudar de manera crucial con las medidas políticas y
militares necesarias para acabar con el ISIS. “Si Irán ataca al ISIS en algún
lugar concreto y el ataque tiene repercusión, será algo positivo, pero nosotros
no estamos organizando nada así”, dijo el secretario de Estado John Kerry el 3
de diciembre. No obstante, Estados Unidos debe ser consciente de que le
interesa dejar de pensar en los objetivos expansionistas de los iraníes y
aliarse con ellos contra el ISIS, ya que tienen gran influencia en los
principales grupos de Siria e Irak y pueden ayudar a que los dos países aporten
los soldados necesarios en una campaña para vencer al ISIS.
En
última instancia, lo más importante en la lucha contra el ISIS y para lograr
una paz y una estabilidad duraderas en Oriente Próximo es construir un sistema
regional de seguridad y cooperación que agrupe a potencias como Arabia Saudí,
Egipto, Irak e Irán. En ese marco, los países podrán identificar sus intereses
comunes y colaborar en lugar de enfrentarse unos con otros. Irán lleva decenios
proponiendo un sistema de ese tipo, y hoy es necesario que las clases políticas
más ortodoxas de los países vecinos y sus aliados en Occidente conviertan esa
visión en realidad.
Parece
que las potencias mundiales están dándose cuenta, por fin, de que el caos de
Oriente Próximo tiene consecuencias directas para ellos. Ha llegado la hora de que
sus dirigentes pasen de la palabra a la acción, hagan realidad sus promesas y
dediquen sus recursos a lograr los cambios geopolíticos necesarios para
terminar con la amenaza del ISIS y dar estabilidad a la región de una vez por
todas.
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