La estrella
zapatista/ Juan Villoro
El
País | 4 de enero de 2016.
“El
silencio de los indios / fue precisando esculturas”, con estos versos Carlos
Pellicer resume el trato de México con los pueblos originarios. No se habla de
ellos en tiempo presente; su gloria se repliega a una etapa anterior, la edad
sin horas de la leyenda. Los museos y las pirámides celebran su esplendor
pretérito y las ciudades se adornan con estatuas, pero los indios de bronce no
aluden a los actuales: los borran.
El
1 de enero de 1994, los zapatistas se
levantaron en un país donde los pueblos indios estaban fuera de la agenda
política. El libro más conocido sobre la cultura prehispánica es La visión de los vencidos. Ahí, Miguel
León Portilla traduce con elocuencia un canto que refiere la caída de
Tenochtitlan: “Y todo esto pasó con nosotros. / Nosotros lo vimos, nosotros lo
admiramos: / Con esta lamentosa y triste suerte nos vimos angustiados”.
En
México se hablan más de sesenta lenguas indígenas. Ninguna de ellas tiene
carácter oficial. Los descendientes de Moctezuma recorren las calles de las
grandes ciudades ofreciendo chicles y quincalla hecha en China, sin más señas
de identidad que la miseria. Su “lamentosa y triste suerte” no ha cambiado.
En
la noche del 31 de diciembre de 1993, nos dormimos para soñar con el progreso
(al día siguiente entraba en vigor el Tratado de Libre Comercio con Estados
Unidos y Canadá), pero amanecimos ante otra realidad: los zapatistas se
levantaron en Chiapas y el tema indígena adquirió sorpresiva actualidad.
El
subcomandante Marcos renovó el lenguaje político con sentido del humor,
parábolas de la Biblia, leyendas mayas, realismo mágico y aforismos de la
contracultura. Algunos dudaron de la legitimidad de un intelectual de clase
media como vocero de los indios. Otros decidieron tomar en serio su propuesta
de cambiar el país desde abajo, con los más débiles. Enemigo de la lucha armada
y la izquierda dogmática, Octavio Paz juzgó que el triunfo de Marcos era un
triunfo del lenguaje.
Después
de 12 días de combate, el Gobierno de Carlos Salinas de Gortari ordenó un cese
al fuego y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) dio un giro
sorprendente: la guerrilla con apariencia guevarista se transformó en el
movimiento político que prosigue hasta la fecha. Su meta no es obtener el
poder, sino mejorar las condiciones de vida de las comunidades indígenas; si
esto se consigue, volverán a la noche de los tiempos: “Ayúdennos a no ser
posibles”, han dicho quienes cubrieron su rostro para tener rostro.
En
opinión del poeta y ensayista Gabriel Zaid, se trata de la primera “guerrilla
posmoderna”, cuya función no consiste en actuar militarmente, sino en
representarse a sí misma como insurrección.
Un
rito de paso del zapatismo fue el diálogo con el Gobierno. Para empezar, había
que definir el escenario. Varias sedes fueron rechazadas hasta que los rebeldes
propusieron la cancha de baloncesto en San Andrés Larráinzar. Un sitio pobre,
donde las canastas no tenían redes. Sin embargo, ese espacio estaba imantado
por el mito: era una nueva versión del juego de pelota, el patio del mundo
donde los mayas asistían a la pugna entra la noche y el día, la vida y la
muerte. Un escenario del Popol-Vuh cobraba insólita vigencia.
El
16 de febrero de 1996, los acuerdos de San Andrés fueron firmados. Sin embargo,
el compromiso de modificar la Constitución para otorgar derechos a los pueblos
indios se sometió a otra tradición mexicana: el olvido. Para entrar en vigor,
los acuerdos debían convertirse en ley en el Congreso y eso nunca ocurrió. Los
acuerdos han sido víctimas de una clase política convencida de que, si la
solución se pospone, el problema se resuelve a sí mismo.
Durante
su campaña a la presidencia, en el canónico año 2000, Vicente Fox prometió
solucionar el tema de Chiapas en quince minutos. El carismático vaquero acabó
con 71 años de Gobierno del PRI, pero se desentendió de sus promesas. Para
avivar su memoria, los zapatistas viajaron a la Ciudad de México en marzo de
2001. Recibieron muestras de apoyo en todo el país. En el Congreso, la
comandante Ramona pidió que la casa de la palabra acogiera la voz de los
indios. A pesar del clima favorable, la ley de autonomías pasó a engrosar las
asignaturas pendientes de un país bipolar, donde la violencia y la impunidad
coexisten con la solidaridad y la esperanza.
¿Qué
se puede decir en el aniversario del movimiento? La ausencia de actos
espectaculares sugeriría que su lucha ha remitido. Una visita a la zona
zapatista arroja otra conclusión. En los municipios controlados por el EZLN se
han establecido Juntas de Buen Gobierno donde se ejerce una democracia directa,
las autoridades no cobra y “mandan obedeciendo”. Ahí la palabra “yo” se
pronuncia menos que “nosotros”. El Hospital de la Mujer y la Escuelita
Zapatista son muestras de una asombrosa mejoría en salud y educación,
conseguida en situaciones muy adversas. El levantamiento transitó hacia una
forma más sosegada y resistente de la épica: el heroísmo de la vida diaria.
De
acuerdo con el informe sobre desigualdad elaborado por Gerardo Esquivel para
Oxfam-México, habitamos un país donde el 1% de la población detenta el 21% de
la riqueza, y el 10%, el 64%. Esta brecha va en aumento: a nivel mundial, la
cantidad de millonarios decreció el 0,3% de 2007 a 2012. En ese mismo lapso, en
México aumentó en 32%.
A
quince años de la alternancia democrática, los partidos no entienden la
política como la arena donde los conflictos deben ser resueltos, sino como el
negocio donde deben ser preservados. Cada año, se asignan a sí mismos más de
300 millones de dólares.
Lejos
de la atención mediática, en sus cinco comunidades o “caracoles”, los
zapatistas reinventan los días. Su capacidad de reflexión no es menos activa:
en mayo de 2015 convocaron al seminario internacional El pensamiento crítico
frente a la hidra del capitalismo.
A
propósito de la utopía, Marcos refiere una enseñanza del Viejo Antonio: Una
estrella mide lo que está lejos; una mano —forma humana de la estrella— mide lo
que está cerca para llegar lejos.
Paradoja
zapatista: la meta inalcanzable está a la mano.
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