Obama:
“El embargo va a terminar, lo que no puedo decir con seguridad es cuándo”
Los
derechos humanos, dijo Obama, no arruinarán el acercamiento pero pueden
ralentizar el ritmo
MARC
BASSETS, reportero.
El País, La
Habana 21 MAR 2016 - 14:38
Barack
Obama y Raúl Castro abordaron este lunes, en su reunión en La Habana y en una
rueda de prensa posterior, las diferencias sobre los derechos humanos y la
democracia. Obama dijo que la falta de respeto a los derechos humanos es uno de
los obstáculos para la normalización plena de las relaciones, pero reiteró que
el futuro de Cuba corresponde decidirlo a los cubanos y no a los
estadounidenses. Castro defendió la sanidad y la educación gratuita como un
derecho humano y marcó el límite del acercamiento a EE UU en el mantenimiento
del sistema político que él encabeza.
Cuando
un periodista estadounidense le preguntó por la liberación de presos políticos
en Cuba, Castro replicó para negar que existan estos presos: "Dame los
nombres".
La
rueda de prensa de Obama y Castro, de una hora, sirvió para ver a Castro ante
preguntas incómodas. En dos momentos, un asesor se acercó al podio para
aconsejarlo. Respondió a otra pregunta con una repregunta a la periodista.
Los
derechos humanos, dijo Obama, no arruinarán el acercamiento pero pueden
ralentizar el ritmo. El embargo, que depende del Congreso, "acabará, lo
que no estoy del todo seguro es cuándo".
La
jornada empezó con una ofrenda floral al monumento al poeta José Martí, héroe
nacional de Cuba. La banda militar cubana interpretó el himno de Estados
Unidos. Obama y sus delegaciones escuchaban firmes, la mano en el corazón, con
la escenografía revolucionaria de la Plaza de la Revolución. La plaza es una
vasta extensión de aire soviético rodeada de edificios gubernamentales y con un
trasfondo icónico: los relieves en las fachadas ministeriales de los
revolucionarios Ernesto Che Guevara y Camilo Cienfuegos.
Al
iniciar la visita oficial con la ofrenda a Martí, Obama no sólo siguió la
tradición de otros jefes de Estado que visitan La Habana. También envió una
señal fuerte. "Es una manera de honrar a los cubanos sin pasar por la
revolución", comentó tras la ofrenda el periodista Jon Lee Anderson, autor
del monumental Che, biografía de referencia del Che Guevara. La ofrenda a Martí
señala el respeto a la soberanía cubana frente a las injerencias extranjeras,
incluida la de EE UU. Y es un homenaje al prócer de la patria, una figura de
unidad, más allá de las ideologías, un héroe que no es monopolio de la
revolución, venerado en La Habana y en Miami.
La
de La Habana es la tercera reunión entre ambos mandatarios desde que el 17 de
diciembre de 2015 anunciaron simultáneamente la normalización de las
relaciones. Las anteriores reuniones fueron el pasado abril en Panamá, durante
la cumbre de las Américas, y en Nueva York, en septiembre, durante la Asamblea
General de la ONU. En este periodo, el ritmo del deshielo ha sido sostenido.
Ambos países han reabierto embajadas y EE UU ha relajado las condiciones para
hacer negocios y viajar a Cuba. Al mismo tiempo, la apertura política ha sido
inexistente: el cálculo de la Casa Blanca es que, a largo plazo, la
liberalización económica acabe por impulsar una transición a un régimen
pluralista.
El
contraste entre ambos líderes es visible. Obama es un afroamericano de 54 años,
un presidente elegido democráticamente cuyo segundo mandato termina el próximo
enero. Castro tiene 84, es blanco y ha sido revolucionario, ministro de Defensa
y sucesor al frente de Cuba de su hermano, Fidel. Se ha fijado como limite de
su mandato 2018. La Casa Blanca ha querido acordar la normalización con un
Castro, la familia que ha dominado el gobierno de este país en los últimos 57
años. Si algo tienen ambos en común, es que se acercan al final de sus
mandatos.
La
reunión de La Habana debe sellar el fin de una hostilidad de más de medio
siglo, que empezó poco después de la revolución de 1959 y tuvo sus momentos más
tensos durante el intento de invasión de Cuba en 1961 y la crisis de los
misiles soviéticos en 1962. EE UU impuso un régimen de sanciones –el embargo–
que en gran parte sigue vigente. Estos días se han visto y se verán imágenes
insólitas: desde el Air Force One, el avión presidencial estadounidense,
aterrizando en La Habana, hasta el presidente de EE UU entrando con todos los
honores el Palacio de la Revolución, sede del poder en Cuba.
La
coreografía de la visita de Obama es reveladora. No se reunirá con Fidel
Castro, porque no desempeña ningún cargo oficial, pero también porque es, más
que su hermano pequeño, el símbolo de la hostilidad hacia EE UU. Hasta el
último minuto, hubo una discusión sobre la posibilidad de celebrar una rueda de
prensa conjunta. EE UU lo pedía; el Gobierno cubano se resistía. En la cena de
estado de la noche del lunes no están previstos discursos ni brindis: todo muy
sobrio, con poco espacio para las efusiones.
Por
la tarde, Obama participará en un foro con empresarios estadounidenses. El
martes Obama hablará al pueblo cubano en un discurso en el Gran Teatro de La
Habana y después se reunirá con disidentes y representantes de la sociedad
civil, todos elegidos por la Administración Obama, según la Casa Blanca. La
visita concluirá con la asistencia a un partido de béisbol entre el equipo
estadounidense Tampa Bay Rays y la selección nacional de Cuba. El béisbol es el
deporte nacional entre ambos países, símbolo de la conexión entre ambos pueblos
que Obama ve como la clave para la normalización definitiva de las relaciones
entre Cuba y EE UU.
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