Yo
soy yo y mis bacterias/Salvador Macip, médico e investigador de la Universidad de Leicester.
El
Periódico |18 de marzo de 2016..
Cuando
hablamos de bacterias, lo primero que nos viene a la mente es la palabra
‘enfermedad’. La gonorrea, la sífilis, el tétanos, la tuberculosis, el tifus,
el cólera, la difteria, algunas neumonías y meningitis, la salmonelosis, la
legionelosis y muchas otras infecciones terribles y conocidas por todos están
causadas por estos microbios. Pero el impacto que tienen en el ser humano va
mucho más allá de brotes y epidemias mortales: un buen número de bacterias son,
en realidad, grandes aliados nuestros, unos compañeros de viaje tan bien
compenetrados con sus huéspedes que, como confirman una serie de
descubrimientos recientes, se han acabado convirtiendo en una parte esencial de
nosotros.
Hace
tiempo que sabemos que las bacterias son los reyes de este planeta. Fueron los primeros
pobladores, hace unos 4.000 millones de años, y aquellos microorganismos
primitivos acabaron convirtiéndose en los ancestros de todas las formas de vida
que conocemos. Son capaces de adaptarse a cualquier condición, por adversa que
sea, hasta el punto de que, si algún día los humanos nos cargamos la Tierra, es
muy probable que las bacterias sobrevivan a la catástrofe. Del más de un millón
de tipos diferentes que se conocen, solo un millar y medio causan enfermedades.
El resto coexiste pacíficamente con nosotros. Es más: varios centenares de
estas especies benévolas viven dentro y encima nuestro y colaboran
estrechamente en muchas de las funciones diarias del cuerpo.
Esta
simbiosis quedó cuantificada cuando, en 1972, se calculó que un humano adulto tendría
diez veces más bacterias que células propias. Un artículo publicado en enero en
la revista ‘Cell’ presenta un análisis más riguroso que lo deja en una sola
bacteria por cada célula humana. Sea como sea, es un número fenomenalmente
grande (un número uno seguido de 13 o 14 ceros). Es lógico deducir que este
ejército de microbios que acarreamos por todas partes debe tener algún tipo de
efecto en nuestra fisiología. Y así es: en los últimos años hemos descubierto
que el ‘microbioma humano’ (el conjunto de de microbios que habitan un cuerpo)
juega un papel clave en procesos digestivos, en protegernos de sus congéneres
‘malo’s e incluso en determinar la tendencia que tenemos a engordar.
La
importancia de tener un microbioma sano y equilibrado incluso ha hecho que
algunos expertos propongan que a los niños nacidos por cesárea se les debería
exponer artificialmente a las bacterias vaginales de sus madres para que la
flora que los empiece a colonizar sea lo más parecida posible a la que se
consigue en un parto natural. En un artículo publicado en ‘Nature medicine’ el
mes pasado se confirma que este procedimiento restablece las bacterias que no
se adquieren con la cesárea. Todavía no se sabe si tendrá consecuencias
positivas en la salud, pero se cree que podría reducir los casos de obesidad y
asma, que son más frecuentes en estos niños.
Relacionado
con esto, también se está tratando de definir una ‘terapia bacteriana’ que se
pueda aplicar a los cerca de 180 millones de niños que sufren desnutrición.
Tres estudios publicados en ‘Science’ y ‘Cell’ este febrero demuestran que
tener el microbioma adecuado puede ayudar al desarrollo, incluso cuando la
alimentación es escasa, gracias a cómo las bacterias modulan los niveles de
varias hormonas. La flora de los intestinos de los niños malnutridos es más
inmadura que la que les tocaría por su edad y, al menos en ratones, cuando se
les ‘trasplantan’ las bacterias adecuadas recuperan la masa muscular y ósea.
La
policía científica también se beneficiará de los nuevos conocimientos sobre las
bacterias. Por ejemplo, algunos estudios han revelado que el microbioma de cada
uno es lo suficientemente diferente como para constituir una especie de huella
única e intransferible. Con las herramientas adecuadas podríamos averiguar
quién ha estado en la escena de un crimen solo determinando qué bacterias ha
dejado allí.
Son
técnicas basadas en leer el ADN de los microbios y todavía están en fase
experimental, pero no sería de extrañar que, en un futuro más o menos próximo,
existiera una base de datos con el microbioma de los criminales, como tenemos
una con las huellas dactilares o, en algunos lugares, con el ADN. Además, el
estudio de los microbios presentes en un cadáver nos podrá decir con mucha
exactitud cuándo murió esa persona.
Cada
vez es más obvio que, parafraseando la máxima de Ortega y Gasset, yo soy yo y
mis bacterias. La relevancia que tienen en nuestra vida es sorprendente, hasta
el punto de influir decisivamente en la salud y formar parte de nuestro carnet
de identidad. La próxima vez que alguien les hable de bacterias, no piensen
solo en enfermedades: recuerden también todo lo bueno que hacen por nosotros y
hasta qué punto somos inseparables.
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