El
octavo capítulo de «Amoris laetitita» se ocupa de la actitud pastoral hacia
quienes viven en segundas nupcias: ninguna regla general sobre el acceso a los
sacramentos, pero hay una puerta abierta a mayor espacio para recorridos que
tengan en cuenta las diferentes situaciones personales. «No es posible decir
que todos los que se encuentran en alguna situación así llamada ‘irregular’
viven en una situación de pecado mortal»
ANDREA
TORNIELLI
Los
párrafos 296 - 312 del octavo capítulo de la exhortación apostólica «Amoris
laetitia» están dedicados al discernimiento de las situaciones «irregulares».
Contienen tres palabras clave: «acompañar», «discernir» e «integrar». Nunca se
nombra explícitamente la admisión a la eucaristía en el texto, aunque en una
nota se haga referencia a los «sacramentos». Se explica que no son posibles
reglas canónicas generales, válidas para todos, por lo que el camino es el del
discernimiento caso por caso.
«Nadie
puede ser condenado para siempre —escribe el Papa—, ¡porque esa no es la lógica
del Evangelio!». «Obviamente —añade—, si alguien ostenta un pecado objetivo
como si fuese parte del ideal cristiano, o quiere imponer algo diferente a lo
que enseña la Iglesia, no puede pretender dar catequesis o predicar, y en ese
sentido hay algo que lo separa de la comunidad». Es decir, no se trata de
reivindicar derechos, ni de auto-justificaciones públicas.
Diferentes
circunstancias
Bergoglio
recuerda que los divorciados que han centrado nuevas nupcias «pueden
encontrarse en situaciones muy diferentes», que no pueden ser clasificadas en
«afirmaciones demasiado rígidas». Una cosa, por ejemplo, es un segundo
matrimonio consolidado en el tiempo, con nuevos hijos, «con probada fidelidad,
entrega generosa, compromiso cristiano, conocimiento de la irregularidad de su
situación y gran dificultad para volver atrás sin sentir en conciencia que se
cae en nuevas culpas». La Iglesia, observa el Papa, reconoce situaciones en las
que el hombre y la mujer, por serios motivos, como la educación de los hijos,
no pueden satisfacer la obligación de la separación. Y también están todos los
que han hecho «grandes esfuerzos» para salvar el primer matrimonio y han
sufrido un abandono injusto, o el caso de quienes se han casado de nuevo «en
vista de la educación de los hijos» y, tal vez, en conciencia y seguros de que
el matrimonio anterior, «irreparablemente destruido, no había sido nunca
válido». Un caso completamente diferente sería, por ejemplo, un nueva unión que
llega después de un divorcio reciente, con todas las consecuencias de
sufrimiento y de confusión que afectan a los hijos y a las familias, o la
situación de quienes han faltado reiteradamente «a sus compromisos familiares».
Que quede claro, observa Francisco: «este no es el ideal que el Evangelio
propone para el matrimonio y la familia».
Distinguir
las situaciones
El
Papa retoma las conclusiones de los padres sinodales y afirma que el
discernimiento debe ser hecho, siempre, «distinguiendo adecuadamente» las
situaciones, puesto que no existen «simples recetas». Hay que integrar a los
divorciados que se han vuelto a casar, que no están excomulgados, en las
comunidades cristianas, «evitando toda ocasión de escándalo». El Papa afirma
que hay que evaluar cuáles «formas de exclusión» deben ser superadas (por
ejemplo no pueden ser padrinos o madrinas de bautismos o leer las lecturas),
pero no toma decisiones al respecto.
Ninguna
normativa general
No
hay que esperar de esta exhortación «una una nueva normativa general de tipo
canónica, aplicable a todos los casos». En cambio, solo es posible «un nuevo
aliento a un responsable discernimiento personal y pastoral de los casos
particulares». Y, puesto que «el grado de responsabilidad no es igual en todos
los casos, las consecuencias o efectos de una norma no necesariamente deben ser
siempre las mismas». Los sacerdotes tienen la tarea de acompañar a las personas
por esta vía, según la «enseñanza de la Iglesia y las orientaciones del
obispo».
Examen
de conciencia para los divorciados que se han vuelto a casar
El
Papa sugiere un examen de conciencia mediante momentos de «reflexión y de
arrepentimiento». Los divorciados que se han vuelto a casar «deberían
preguntarse cómo se han comportado con sus hijos cuando la unión conyugal entró
en crisis; si hubo intentos de reconciliación; cómo es la situación del cónyuge
abandonado; qué consecuencias tiene la nueva relación sobre el resto de la
familia y la comunidad de los fieles».
No
a una doble moral
El
coloquio con el sacerdote, «en el fuero interno, contribuye a la formación de
un juicio correcto sobre lo que obstaculiza la posibilidad de una participación
más plena en la vida de la Iglesia». Francisco aclara que «este discernimiento
no podrá jamás prescindir de las exigencias de verdad y de caridad del
Evangelio propuesto por la Iglesia». Por lo que deben ser garantizadas «las
condiciones necesarias de humildad, reserva, amor a la Iglesia y a su enseñanza».
Estas actitudes son fundamentales para evitar el peligro de «mensajes
equivocados, como la idea de que algún sacerdote puede conceder rápidamente
‘excepciones’, o de que existen personas que pueden obtener privilegios
sacramentales a cambio de favores». La responsabilidad y la discreción, sin la
pretensión de «poner sus deseos por encima del bien común de la Iglesia»,
permiten evitar el peligro de «pensar que la Iglesia sostiene una doble moral».
Discernimiento
especial
El
Papa también reflexiona sobre las razones que permiten un «discernimiento
especial» en ciertas situaciones, pero sin reducir nunca «las exigencias del
Evangelio». Se trata de evaluar «condicionamientos» y «circunstancias
atenuantes». «Ya no es posible decir —afirma el Papa— que todos los que se
encuentran en alguna situación así llamada ‘irregular’ viven en una situación
de pecado mortal, privados de la gracia santificante». Y los límites no
dependen simplemente de una «eventual ignorancia de la norma». Hay quienes,
efectivamente, podrían encontrarse en condiciones «concretas que no les
permitan actuar de manera diferente y tomar otras decisiones sin una nueva
culpa». Es decir: puede haber «factores que limitan la capacidad de decisión».
Situación
objetiva e imputabilidad
El
Catecismo de la Iglesia católica (n. 1735) afirma, con respecto a estos
condicionamientos, que «a imputabilidad y la responsabilidad de una acción
pueden quedar disminuidas e incluso suprimidas a causa de la ignorancia, la
inadvertencia, la violencia, el temor, los hábitos, los afectos desordenados y
otros factores psíquicos o sociales». Por ello, un «juicio negativo sobre una
situación objetiva no implica un juicio sobre la imputabilidad o la
culpabilidad de la persona involucrada». Por lo tanto, continúa Francisco, «la
conciencia de las personas debe ser mejor incorporada en la praxis de la
Iglesia». Hay que «alentar la maduración de una conciencia iluminada», pero a
veces también se puede reconocer cuál es «por el momento» «la respuesta géneros
que se puede ofrecer a Dios», aunque «todavía no sea plenamente el ideal
objetivo». Francisco escribe que «es mezquino detenerse sólo a considerar si el
obrar de una persona responde o no a una ley o norma general». E invita a
recordar que santo Tomás de Aquino afirma: «cuanto más se desciende a lo
particular, tanto más aumenta la indeterminación».
No
a la «casuística»
Las
normas generales «presentan un bien que nunca se debe desatender ni descuidar»,
pero «en su formulación no pueden abarcar absolutamente todas las situaciones
particulares». Al mismo tiempo, precisa Bergoglio, hay que decir que «lo que
forma parte de un discernimiento práctico ante una situación particular no
puede ser elevado a la categoría de una norma». Porque esto daría lugar a una
«casuística insoportable», poniendo en peligro «los valores que se deben
preservar con especial cuidado».
Las
leyes morales no son piedras
Un
pastor «no puede sentirse satisfecho aplicando solamente leyes morales a
quienes viven en situaciones ‘irregulares’, como si fueran rocas que se lanzan
sobre la vida de las personas». Francisco recuerda lo que afirmó la Comisión
Teológica Internacional: «La ley natural no debería ser presentada como un
conjunto ya constituido de reglas que se imponen a priori al sujeto moral, sino
que es más bien una fuente de inspiración objetiva para su proceso,
eminentemente personal, de toma de decisión».
Recibir
ayuda de la Iglesia
«A
causa de los condicionamientos o de los factores atenuantes —escribe el Papa—
es posible que, en medio de una situación objetiva de pecado —que no sea
subjetivamente culpable o que no lo sea de modo pleno— se pueda vivir en gracia
de Dios, se pueda amar, y también se pueda crecer en la vida de la gracia y la
caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia». Se precisa
significativamente en la nota número 351 que «en ciertos casos, podría ser
también la ayuda de los sacramentos». Al creer que «todo es blanco o negro a
veces cerramos el camino de la gracia y del crecimiento, y desalentamos caminos
de santificación». A todos los que «tienen dificultades para vivir plenamente
la ley divina, debe resonar la invitación a recorrer» la vía de las obras de
misericordia.
Nunca
renunciar a proponer lo ideal
El
Papa después insiste, para evitar «cualquier interpretación desviada», que «de
ninguna manera la Iglesia debe renunciar a proponer el ideal pleno del
matrimonio, el proyecto de Dios en toda su grandeza». Cualquier «forma de
relativismo» al respecto sería una «falta de fidelidad al Evangelio».
Posibles
etapas de crecimiento
Sin
embargo, añade Francisco, «de nuestra conciencia del peso de las circunstancias
atenuantes» deriva que «sin disminuir el valor del ideal evangélico, hay que
acompañar con misericordia y paciencia las etapas posibles de crecimiento de
las personas». El Papa comprende a quienes «prefieren una pastoral más rígida
que no dé lugar a confusión alguna». Pero afirma creer sinceramente que
«Jesucristo quiere una Iglesia atenta al bien que el Espíritu derrama en medio
de la fragilidad». Los pastores que «proponen a los fieles el ideal pleno del
Evangelio y la doctrina de la Iglesia, deben ayudarles también a asumir la
lógica de la compasión con los frágiles y a evitar persecuciones o juicios
demasiado duros o impacientes».
Dar
espacio al amor de Dios
La
enseñanza de la teología moral «no debería dejar de incorporar estas
consideraciones», observa Francisco, explicando que «a veces nos cuesta mucho
dar lugar en la pastoral al amor incondicional de Dios». Y es muy significativa
la nota que completa este pasaje, en la que el Papa escribe: «algunos
sacerdotes exigen a los penitentes un propósito de enmienda sin sombra alguna,
con lo cual la misericordia se esfuma debajo de la búsqueda de una justicia
supuestamente pura. Por ello, vale la pena recordar la enseñanza de san Juan
Pablo II», quien, en una carta al cardenal William Baum, «afirmaba que la
previsibilidad de una nueva caída ‘no prejuzga la autenticidad del propósito’».
La
lógica del perdón
En
la Iglesia «debe prevalecer» la lógica que siempre lleva a «comprender, a
perdonar, a acompañar», y, sobre todo, «a integrar». Francisco invita a los
fieles que viven en «situaciones complejas» a acercarse «con confianza» a
dialogar con sus pastores. No siempre «encontrarán en ellos una con afirmación
de sus propias ideas o deseos, pero seguramente recibirán una luz». Y también
invita a los pastores a escuchar con afecto y serenidad, «con el deseo sincero
de entrar en el corazón del drama de las personas y de comprender su punto de
vista».
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