Las
extrañas compañías del extremismo/Diego Gambetta, Professor of Social Theory at the European University Institute. Steffen Hertog, Professor of Comparative Politics at the London School of Economics. Traducción: Esteban Flamini.
Project
Syndicate | 8 de abril de 2016..
En
la actualidad, asociamos la extrema derecha con la islamofobia cerril, pero no
siempre fue así. De hecho, entre la extrema derecha (particularmente la
europea) y el radicalismo islamista hay una profunda conexión, y los adherentes
de ambos grupos comparten algunos rasgos importantes.
Muchas
veces los vínculos fueron obvios. Amin al-Husseini, gran muftí de Jerusalén
entre 1921 y 1937, mantuvo estrechas relaciones con los regímenes fascistas de
Italia y Alemania. Después de la Segunda Guerra Mundial, muchos nazis se
refugiaron en Medio Oriente, e incluso algunos se convirtieron al Islam. El
pensador reaccionario italiano Julius Evola, cuya obra inspiró a la extrema
derecha europea de posguerra, expresó abiertamente su admiración por el
concepto de yihad y el autosacrificio que demanda.
Los
atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos fueron
aplaudidos por neonazis en ese país y Europa. Un dirigente de la Alianza
Nacional (el principal grupo neonazi estadounidense), dijo que desearía que sus
propios adherentes tuvieran “la mitad de testículos” que los atacantes. En los
cuarteles del Frente Nacional, en Francia, hubo festejos; grupos neonazis
alemanes quemaron banderas estadounidenses. Un grupo islamista llamado Hizb
ut-Tahrir fue prohibido en Alemania en 2003, entre otras razones, por tener
contactos con la extrema derecha.
Esta
alianza non sancta se ha sostenido políticamente sobre sus enemigos comunes:
los judíos, el gobierno de los Estados Unidos, el presunto “Nuevo Orden
Mundial”. Pero un análisis más detenido de sus componentes ideológicos y
psicológicos revela conexiones más profundas.
A
diferencia de los liberales y de la izquierda, los ideólogos islamistas y de
derecha promueven una visión autoritaria, jerárquica y a menudo ritualizada del
orden social y de la vida cotidiana. Prometen purificar la sociedad, eliminando
la corrupción que la alejó de su pasado glorioso. Y creen que su “supremacía”
racial o religiosa justifica subyugar e incluso esclavizar a otros grupos.
Según
los especialistas en psicología política, las ideas conservadoras y de derecha
suelen ir acompañadas por una mayor propensión a sentir asco, una “necesidad de
cierre cognitivo” (preferencia por el orden, la estructura y la certeza) y una
clara demarcación entre el grupo propio y los ajenos. Si bien esas investigaciones
analizaron la conducta de personas pacíficas, hay pruebas de que los
extremistas islámicos y de derecha comparten estos rasgos de personalidad.
Comencemos
con los islamistas. La obsesión de muchos yihadistas con el orden y la limpieza
es bien conocida. Faisal Shahzad (autor de un intento de atentado con coche
bomba en Times Square, Nueva York), arregló meticulosamente su departamento en
Bridgeport (Connecticut) antes de partir hacia su misión fallida. Mohamed Atta
(líder de los terroristas del 11‑S)
dejó instrucciones para su entierro, entre ellas que ninguna mujer se acercara
a su cuerpo y que los hombres que lo lavaran no tocaran sus genitales sin
guantes.
Los
yihadistas salafistas estructuran sus vidas según una lectura literal de las
escrituras islámicas, lo cual es un modo sencillo de satisfacer la “necesidad
de cierre cognitivo”. En cuanto a la obsesión con identificar el grupo propio,
está la idea de al-wala’ wal-bara, una doctrina central del salafismo, que
exige a los creyentes alejarse de los infieles (incluidos musulmanes impuros).
Esta
necesidad de certezas trasciende la religión. Como exploramos en nuestro libro
Engineers of Jihad, desde los años setenta, se ve entre los extremistas
islámicos una clara tendencia a elegir carreras técnicas “duras” antes que
otros temas más “blandos” que ofrecen menos respuestas claras. Tanto Shahzad
como Umar Farouk Abdulmutallab (el nigeriano que en 2009 abordó un avión con
explosivos ocultos entre la ropa interior para intentar detonarlos en pleno vuelo)
estudiaron ingeniería. De las 25 personas implicadas directamente en los
atentados del 11‑S, ocho eran
ingenieros, incluidos ambos líderes, Atta y Khalid Sheik Mohammed.
Para
determinar si había en esto un patrón sistemático, examinamos los antecedentes
académicos de más de 4000 extremistas de diversos tipos y países de origen.
Hallamos que entre los fundamentalistas islámicos nacidos y educados en países
musulmanes, hay 17 veces más ingenieros que en la población general, y que la
proporción de graduados universitarios entre los extremistas es cuatro veces
mayor.
Dentro
del mundo musulmán, la probabilidad de que un ingeniero se una a un grupo
radical es mayor en aquellos países donde una crisis económica priva de
oportunidades de empleo a las élites educadas, y crece especialmente al
principio de la crisis. De todos los graduados universitarios, los ingenieros
(y en menor medida los médicos) parecen ser los que se sienten más frustrados
por la falta de oportunidades, lo que tal vez se relacione con el grado de
ambición y sacrificio que demanda obtener un título de ese nivel.
Pero
eso no es todo. Los ingenieros también abundan entre los extremistas islámicos
criados en Occidente, donde las oportunidades de empleo son mayores. Además,
son menos propensos que los graduados de otras profesiones a desertar y
abandonar el islamismo violento.
Y
aquí viene lo crucial: no solo hay muchos ingenieros entre los extremistas
islámicos; también están sobrerrepresentados entre los ultraderechistas con
educación universitaria, mientras que casi no los hay en grupos radicales de
izquierda (donde es más probable hallar graduados de humanidades y ciencias
sociales).
Tras
analizar encuestas a 11 000 graduados varones de 17 países europeos, hallamos
que, dejando a un lado la adscripción política a la derecha, los ingenieros
obtienen puntajes más altos (en promedio) que otras profesiones en casi todas
las mediciones relacionadas con la propensión al asco, la necesidad de cierre
cognitivo y la preferencia fuerte por el grupo propio.
Estas
características son mucho más infrecuentes en los graduados de humanidades y
ciencias sociales, así como entre las mujeres, cuya presencia es alta en la
izquierda radical, pero casi nula en grupos extremistas islámicos y de derecha.
La correlación entre rasgos psicológicos, disciplinas académicas y presencia en
diversos grupos radicales es casi perfecta.
Por
supuesto que la mayoría de las personas que estudian ingeniería o tienen una
fuerte preferencia por el orden no se convertirán en extremistas, de modo que
esos factores no son un criterio eficaz para su detección. Pero aún así,
comprender la psicología de la radicalización es importante. Los gobiernos
occidentales, y muchos del mundo árabe, emplean a cientos de personas para
tratar de disuadir a potenciales extremistas, sin una comprensión cabal de las
necesidades psicológicas a las que estas ideologías dan respuesta. Falta
investigar mucho más, pero obtener esa comprensión puede ayudarnos a encontrar
formas mejores de satisfacer esas necesidades, antes o después de que tenga
lugar la radicalización.
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