El intento de Tillerson por estrechar lazos en América Latina/Christopher Sabatini, es catedrático especializado en política internacional y pública de la Universidad de Columbia y director general de Global Americans, un centro de investigación y grupo de interés.
The New York Times, Domingo, 11/Feb/2018
Durante su reciente visita por cinco países de América Latina, el secretario de Estado de Estados Unidos Rex Tillerson se reunió en Bogotá con Juan Manuel Santos, presidente de Colombia. Credit Raul Arboleda/Agence France-Presse — Getty Images
Durante su reciente visita por cinco países de América Latina, el secretario de Estado de Estados Unidos Rex Tillerson, a la derecha, se reunió en Bogotá con Juan Manuel Santos, presidente de Colombia. Credit Raul Arboleda/Agence France-Presse — Getty Images
El recorrido de Rex Tillerson, secretario de Estado de Estados Unidos, por cinco países de América Latina y el Caribe no empezó bien.
La semana pasada, Tillerson comenzó la gira con una parada en su alma mater, la Universidad de Texas, campus Austin, donde respaldó de manera insensible la doctrina Monroe de 1823 al decir que el derecho que tiene Estados Unidos de bloquear la interferencia externa en el hemisferio es “tan relevante ahora como el día en el que fue redactada”.
En una región que ha sufrido incontables intervenciones estadounidenses en nombre de la doctrina Monroe, invocarla como una guía legítima de la política internacional de Estados Unidos es tan solo un poco mejor que abogar por la “carga del hombre blanco”.
Durante el año pasado, el gobierno de Trump transgredió reiteradamente muchos de los principios básicos de las relaciones diplomáticas en el hemisferio. Aunque tenía la intención de ser una advertencia para la creciente influencia china en la región, hablar de la doctrina Monroe sorprende mucho porque el propósito tácito del recorrido de seis días de Tillerson por México, Argentina, Perú, Colombia y Jamaica era reparar algunos de los daños diplomáticos del año pasado e intentar apuntalar el apoyo regional para aislar al gobierno autocrático de Venezuela.
Aunque al final Tillerson haya logrado su objetivo básico de garantizar el apoyo para imponer sanciones más severas al gobierno de Venezuela, fue una victoria estrecha en una región donde Estados Unidos tiene una amplia variedad de intereses.
Durante su campaña y su primer año en el cargo, el presidente Trump logró tocar todos los puntos sensibles de la región. Insultó a los inmigrantes mexicanos y amenazó con construir un muro fronterizo, una afrenta no solo para el segundo socio comercial más importante de Estados Unidos, sino también para el resto del hemisferio. Se refirió al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) como el “peor acuerdo comercial” de la historia: un pacto que ha creado una mayor estabilidad y riqueza en México y más allá. También suspendió el Estatus de Protección Temporal (TPS, por su sigla en inglés) de cientos de miles de inmigrantes de Nicaragua, El Salvador y Haití a los que obligará a regresar a sus países.
Por lo tanto, no fue ninguna sorpresa que, incluso antes de la suspensión del TPS para los salvadoreños, una encuesta que Gallup realizó en 2017 revelara que en veinte países de América Latina tan solo el 16 por ciento de los ciudadanos tenía una opinión positiva de Trump.
Durante la visita de Tillerson, el presidente dio otra sorpresa. El 2 de febrero, en una mesa redonda que se celebró en Virginia y se transmitió por televisión, Trump desafió a los países que habían aceptado la ayuda para combatir el narcotráfico de Estados Unidos: no dijo nombres, pero todos sabían que hablaba de Colombia, Perú, México y los países de Centroamérica. Aseguró que se estaban riendo de Estados Unidos, pues aceptan los dólares de los contribuyentes estadounidenses mientras se benefician del tráfico de drogas. El presidente amenazó con suspender la ayuda a los países que no estaban haciendo lo suficiente para terminar con la producción ilegal de drogas.
El comentario fue un insulto dirigido a los socios que ha tenido Washington a lo largo de décadas de guerra contra el narcotráfico. Todo los países —tres de los cuales Tillerson iba a visitar— han sido aliados consistentes al momento de enfrentar el problema de los narcóticos. Esos gobiernos y sus ciudadanos han llevado la peor parte del apetito por las drogas de Estados Unidos y su prolongada estrategia enfocada en el suministro, hasta que los gobiernos de George W. Bush y Barack Obama dirigieron más esfuerzos a la demanda.
La violencia, la turbulencia económica, la corrupción, el crimen organizado, las guerras civiles y el vacío de autoridad de los gobiernos de América Latina han sido las consecuencias, que difícilmente son causa de risa para cualquiera de esos países. Como dijo el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, mientras tenía a Tillerson a su lado: “Hemos perdido a nuestros mejores líderes, nuestros mejores periodistas, nuestros mejores jueces, nuestros mejores policías en esta guerra contra el narcotráfico”.
A pesar de insulto más reciente de Trump y de la torpeza de Tillerson en su discurso en Austin, durante la gira intentó abordar todos los temas importantes. En México, enfatizó la importancia del TLCAN para la economía de Estados Unidos y declaró con orgullo que el acuerdo comercial daba empleo a más de tres millones de trabajadores estadounidenses y que solo necesitaba ser “actualizado” (evitó mencionar las amenazas de Trump sobre cancelarlo). En Argentina, junto con su contraparte, el ministro de Relaciones Exteriores Jorge Faurie, habló sobre la apertura del mercado de Estados Unidos a las frutas y verduras de Argentina, un acuerdo importante para los argentinos.
A medida que avanzó el viaje, Tillerson dio la impresión de haber logrado uno de sus objetivos. Los gobiernos que lo recibieron demostraron la disposición para declarar ilegítimo el plan del gobierno de Maduro en Venezuela, el cual busca realizar elecciones presidenciales anticipadas en abril, y a no reconocer cualquier gobierno que resulte victorioso en las votaciones.
Además, mientras el secretario pasaba de país en país por la región, también habló más sobre la posibilidad de que Washington impusiera sanciones a las importaciones venezolanas de petróleo y al refinamiento del crudo de Venezuela en Estados Unidos, una señal de que sus anfitriones estaban dispuestos a aceptar iniciativas más firmes para bloquear el mercado petrolero más importante de Venezuela. Cerca del final, Tillerson se jactó discretamente de que el tema ahora estaba sobre la mesa y Trump tendría la última palabra.
¿El viaje de Tillerson fue un éxito?
A pesar de que es necesaria una respuesta colectiva más enérgica al inminente colapso del Estado venezolano y al camino de Nicolás Maduro a la autocracia, Estados Unidos tiene un rango diverso de intereses en la región que van más allá de la movilización en contra de Venezuela. Es igual de importante combatir el narcotráfico al lado de los gobiernos locales con los que se ha mantenido una relación, expandir los mercados para los negocios estadounidenses, promover la prosperidad y defender la democracia y los derechos humanos; no solo en Venezuela y en Cuba, sino en otros países de América Latina, como Honduras.
Sin embargo, el discurso del gobierno de Trump sobre la inmigración, el libre comercio y el compromiso de los aliados de Estados Unidos para combatir el flagelo de las drogas —además del respaldo de la doctrina Monroe por parte de Tillerson— han debilitado la influencia de Washington en toda Latinoamérica, como lo demuestra el declive en la aprobación popular del gobierno de Trump.
Es probable que Tillerson haya mejorado de forma gradual el prestigio de Estados Unidos en la región pero, con todos esos antecedentes, no pudo restaurarlo por completo.
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