Rishi Sunak gana este jueves 14 de julio primera votación para primer ministro.
El exsecretario de Finanzas británico Rishi Sunak obtuvo el mayor respaldo de los legisladores conservadores en la primera votación para elegir al sucesor de Boris Johnson como líder del partido y primer ministro de Reino Unido; Sunak, cuya dimisión como secretario de Finanzas la semana pasada contribuyó a precipitar la caída de Johnson, obtuvo el apoyo de 88 de los 358 diputados del partido, mientras que la secretaria de Comercio, Penny Mordaunt, quedó en segundo lugar, con 67 votos, y la ministra de Asuntos Exteriores, Liz Truss, en tercero, con 50.
Las siguientes votaciones se celebrarán entre los legisladores conservadores, eliminando al candidato con menos votos en cada oportunidad, para reducir el número de candidatos a dos antes del 21 de julio; el nuevo líder será elegido entre esos dos por los 200 mil miembros del Partido Conservador en el país, y será anunciado el 5 de septiembre.
El sucesor de Boris Johnson como primer ministro y líder del Partido Conservador del Reino Unido se dará a conocer el 5 de septiembre, según el calendario acordado..
En tanto, Boris Johnson dijo que se irá con “la frente en alto”, pero reconoció ante los diputados que su salida, provocada por una acumulación de escándalos, ocurre más temprano de lo que él hubiera deseado.
¿Por qué renunció Boris Johnson,?
El anuncio de su renuncia desencadenó una crisis política en el país al anunciar que renunciará como lider del Partido Conservador, dando paso a su eventual reemplazo en el cargo de primer ministro, tras una serie de escándalos que envolvieron a su gobierno.
El Partido Conservador anda en la busca del nuevo líder, un proceso que podría tardar semanas, al final del cual Boris Johnson será reemplazado como primer ministro del Reino Unido ..
La causa inmediata de la crisis que llevó a la dimisión de Johnson es la renuncia del jueves pasado del vicejefe de bancada Chris Pincher, entre acusaciones de que había manoseado a dos invitados en una cena privada la noche anterior.
Aunque no admitió directamente las acusaciones, Pincher dijo en una carta a Johnson: "Anoche bebí demasiado" y "me avergoncé a mí mismo y a otras personas".
Lo que puso a Johnson en un aprieto mayor fueron las artimañas que hicieron los funcionarios de prensa de su gobierno para tratar de explicar por qué Pincher estuvo alguna vez en el gobierno, en primer lugar.
Ese mismo martes y tras conocerse esta noticia, el ministro de Sanidad Sajid Javid y el ministro de Economía Rishi Sunak renunciaron tras días de presión en Downing Street sobre la manera en que se trataron las denuncias de conducta sexual inapropiada de un miembro del gobierno.
"El público espera, con razón, que el Gobierno se conduzca de forma adecuada, competente y seria", dijo Sunak en su carta de dimisión.
"Reconozco que éste puede ser mi último trabajo ministerial, pero creo que vale la pena luchar por estos estándares y por eso dimito".
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El adiós de Boris Johnson/David Jiménez Torres, es profesor en el Departamento de Historia, Teorías y Geografía Políticas de la Universidad Complutense de Madrid.
El Mundo, Viernes, 08/Jul/2022;
Boris Johnson es, sin duda alguna, uno de los políticos más importantes del Reino Unido en lo que llevamos de siglo XXI. El esperpéntico final de su breve etapa como primer ministro, cuyo reciente rosario de escándalos parece evocar los famosos versos de Eliot («así termina el mundo, no con un estallido sino con un sollozo»), no debería hacernos perder de vista su extraordinaria relevancia e influencia. Como alcalde de Londres (2008-2016) desempeñó un papel importante en la salida definitiva del Partido Conservador de la travesía por el desierto en la que llevaba inmerso desde la primera victoria electoral de Tony Blair. Después fue una figura clave en todas las fases del proceso más importante de la historia reciente del Reino Unido: su salida de la Unión Europea. Primero fue la figura de mayor peso de entre los conservadores en apoyar dicha salida, y una figura clave en la campaña del referéndum de 2016; luego desempeñó un papel desestabilizador en el Gobierno de Theresa May que negoció con Bruselas los términos del Brexit; y finalmente logró ratificar el acuerdo de salida tras convertirse en primer ministro.
Johnson ha sido, además, el primer ministro de los años de la pandemia -el que gestionó tanto los peores momentos de la crisis sanitaria como el proceso de vacunación y la reactivación de la economía- y también uno de los líderes occidentales que con mayor firmeza han apoyado la causa ucraniana tras la invasión rusa. Por el camino, logró una mayoría absoluta en las elecciones generales de 2019 que parecía anunciar un cambio fundamental en la política británica (sobre todo, por la cantidad de feudos históricos del Partido Laborista que se pasaron a los conservadores). Una victoria, además, que hundió definitivamente el proyecto de Jeremy Corbyn dentro del principal partido de la oposición, y que llevó a este a abrazar el perfil claramente distinto que encarna Keir Starmer. Queda claro, en fin, la gran disonancia cognitiva de un político ya de por sí dado a las contradicciones: su evidente frivolidad casa mal con su igualmente clara estatura histórica.
Es interesante que se haya comparado frecuentemente a Johnson con Donald Trump, sobre todo al considerarlos como representantes de las corrientes populistas (de derechas, en su caso) que arraigaron en las democracias liberales en la segunda mitad de la década pasada. Sin embargo, las comparaciones entre el expresidente norteamericano y el ya ex primer ministro británico siempre fueron muy forzadas. Trump era y es un narcisista desquiciado; Johnson ha sido fundamentalmente un oportunista. Además, las diferencias entre la formación de ambos y su respectivo bagaje cultural no puede ser más clara. Y los escándalos de Johnson se han mantenido dentro de los parámetros de la altísima exigencia de la política británica; Trump, por su parte, reescribió las reglas de lo que podía ser considerado como aceptable en política -al menos, para sus decenas de millones de seguidores-. Si hablamos de su relación con sus respectivos partidos, Johnson era un verso suelto en el Partido Conservador; Trump creó un movimiento profundamente personalista cuyo eje eran los mítines multitudinarios, que alcanzaban momentos de fervor casi mesiánico.
Es cierto que Johnson ha coqueteado claramente con retórica y gestos populistas. Esta misma semana ha intentado justificar su permanencia en el poder apelando al notable apoyo electoral que habría obtenido en 2019 -cuando Reino Unido es un sistema parlamentario, no presidencialista, por lo que el «mandato» lo recibieron el partido y los diputados conservadores-. Pero precisamente nada ilustra mejor las diferencias entre ambos dirigentes y su efecto sobre sus países que sus respectivas salidas del poder. El mero contraste entre el muy institucional discurso de renuncia de Johnson y el asalto al Capitolio de numerosos seguidores de Trump el 6 de enero de 2021 lo dice prácticamente todo. Además, el norteamericano ha seguido siendo una figura muy importante dentro del Partido Republicano, condicionando su discurso y promocionando a candidatos afines en multitud de elecciones locales, regionales y parlamentarias; su apoyo, por otra parte, suele depender de si el candidato en cuestión apoya la teoría de que el resultado electoral en las generales de 2020 estuvo amañado. Es prácticamente inimaginable que la acción política de Johnson a partir de ahora pueda seguir un camino parecido. Se mire como se mire, los males que asolan a la democracia estadounidense son mucho más graves que los de la británica.
Es legítimo preguntar qué habría sido del Gobierno de Boris Johnson si no hubiera tenido que gestionar primero una pandemia y después el actual aumento del coste de vida, con el consecuente empobrecimiento generalizado. Porque pocos aspectos desgastaron tanto la popularidad del líder tory como las revelaciones sobre las fiestas ilegales en su residencia de Downing Street durante la pandemia -así como la multitud de versiones distintas ofrecidas por el propio Johnson para intentar mitigar el escándalo-. En este sentido, se le puede ver como la última víctima política de la crisis del Covid-19, o quizá como la primera de la presente crisis inflacionaria. Pero ya dijo Mike Tyson aquello de que todo el mundo tiene un plan hasta que recibe el primer puñetazo en la boca. También George W. Bush pensaba que el eje de su primera legislatura sería su proyecto de reforma educativa, y entonces llegó el 11-S. Además, la personalidad de Johnson, su fundamental falta de seriedad, ha contribuido a su catastrófico manejo de los escándalos que han ido asolando a su Gobierno. Ha sido víctima de las circunstancias, pero también de sus propios defectos.
¿Y ahora qué? Ahora habrá que ver si el Partido Conservador consigue añadir un capítulo más a su probada trayectoria como una de las maquinarias más eficaces en toda Europa occidental para alcanzar y retener el poder. No deja de llamar la atención que David Cameron, Theresa May y Boris Johnson han ido y venido, pero los tories han logrado permanecer en el poder. Y el partido tiene banquillo: entre los candidatos a suceder a Johnson hay figuras de peso (como los exministros Rishi Sunak y Sajid Javid, cuyas dimisiones desencadenaron la crisis definitiva del Gobierno Johnson) que serían creíbles como líderes del partido y del país.
Sin embargo, acertaba el Economist ayer al señalar que los conservadores tienen importantes tensiones internas y que la salida de Boris Johnson -quien siempre intentaba contentar a todos: tan pronto apostaba por bajar impuestos como por aumentar el gasto público; tan pronto abogaba por el proteccionismo como por el libre comercio- obligará a encontrar nuevos equilibrios entre sus distintas facciones.
Es el paradójico resultado de los éxitos del partido en los últimos años: ha atraído a votantes muy distintos, y a través de ellos a cargos con sensibilidades muy diferentes. Quizá el imperativo de aferrarse al poder permita al sucesor de Johnson imponer algo de orden en las siempre inquietas filas conservadoras; o quizá el partido se esté encaminando a una implosión y una próxima derrota electoral. Al fin y al cabo, hasta los tories pierden elecciones de vez en cuando. La situación realmente complicada, sin embargo, es la del propio Reino Unido. El país tiene actualmente la tasa de inflación más elevada y la proyección de crecimiento más baja del G7. El sistema sanitario se encuentra cerca del colapso y la conflictividad social va en aumento, como ya han dejado claro varias huelgas en lo que llevamos de verano. Además, y paradójicamente, Johnson no logró resolver el entuerto del Brexit, como muestra la reciente polémica a propósito de Irlanda del Norte. El país afronta graves desafíos, y a partir de hoy deberá hacerlo sin uno de los mayores protagonistas de su vida política en las últimas décadas.
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Cuando se vaya Boris.../ Wolfgang Münchau es director de Euro Intelligence.
Traducción de News Clips.
El País, 11/Jul/2022;
Los tories han echado a un primer ministro cuyo nombre estará inexorablemente ligado al Brexit. La tragedia de Boris Johnson es que no tenía ni idea de qué hacer con él. Si miramos el abultado campo de candidatos a sustituirle, tampoco hay uno solo que lo sepa. Cuando su sucesor pierda las próximas elecciones, será sustituido por sir Keir Starmer, otro que tampoco tiene la más mínima idea de qué hacer con el Brexit.
De lo que probablemente no se dan cuenta los tories, que por algo se llaman el Partido Estúpido, es de que la campaña contra Johnson ha sido sobre el Brexit. No hay que dejarse engañar por los analistas que dicen que ni uno solo de los contendientes está a favor de una reversión del Brexit. Por supuesto que no. Sir Keir también descartó una reversión del Brexit. No se trata de lo que los políticos actuales dicen que harán. Se trata de lo que van a hacer sus sucesores una vez que ellos hayan fracasado.
Michael Heseltine acuñó la frase de que si se va Boris, se va el Brexit. Junto con su co-conspirador, lord Adonis, Heseltine fue una de las principales voces de la campaña en favor del segundo referéndum. Los dos líderes del Movimiento Europeo de Reino Unido ven ahora una oportunidad.
Yo no era partidario de la campaña del segundo referéndum, porque consideraba que había que respetar las decisiones democráticas. Pero ahora es un buen momento p ara que esa campaña comience, siempre y cuando se tenga una visión a largo plazo. Los brexiteros viven en la ilusión de que el Brexit es irreversible. Pero no entienden las implicaciones profundas que tiene la salida de la UE. Lo difícil del Brexit no ha sido marcharse, por muy duro que haya sido. Lo que resulta mucho más difícil es lograr que funcione. El impacto económico depende enteramente de lo que uno haga con él. Yo he sostenido en el pasado que el Brexit supondría una pérdida cierta de producción económica por las fricciones comerciales, y una ganancia incierta por las nuevas oportunidades de crecimiento. Ya ha habido una pérdida. Pero no se ha ganado nada en absoluto. El impacto combinado es, por tanto, negativo, no de forma drástica, pero sí negativo.
Uno de los pocos que lo entendió claramente fue Dominic Cummings, antiguo asesor de Johnson y líder de la campaña del Brexit. Hacer que el Brexit funcione no tiene nada que ver con bajar los impuestos. Habría sido necesaria una revolución social, pasar de una economía feudal, dominada por Oxbridge, a una potencia de alta tecnología moderna, en la que los mejores y más brillantes no se incorporen a los bancos, o a las organizaciones de los medios de comunicación, sino que busquen carreras en empresas de nueva creación y, finalmente, hagan el esfuerzo de lanzar su propia compañía. Ponerse al nivel necesario no consiste en un tren rápido al noreste de Inglaterra o más autobuses. Tendría que haberse centrado en la biotecnología, los coches autodirigidos, la inteligencia artificial y las criptomonedas. Para ello, el Gobierno tendría que haber reclutado a los raritos y a los inadaptados, y deshacerse de los “sir Humphreys”. Johnson logró completar la primera etapa del Brexit. Y no tuvo ningún interés en recorrer la segunda etapa.
La revolución de la que hablo no se desarrolla en el espectro político de izquierda y derecha. No se trata del thatcherismo, el blairismo u otras ideologías sociales de mercado del siglo XX. El Brexit puede ser un éxito o un fracaso bajo diferentes combinaciones de impuestos y gasto público. Lo que sí requiere el Brexit es un modelo de negocio empresarial. Esto empieza por la educación. El sistema educativo británico está irremediablemente anclado en el pasado. Incluso asignaturas como la informática están ancladas en el siglo XX. En el nivel del Certificado General de Educación Secundaria todavía se enseña cómo funcionan las impresoras. Si realmente quieres alcanzar la excelencia en las tecnologías del siglo XXI, no necesitas competencias del siglo XIX.
No hay que olvidar que todos los mayores avances tecnológicos de la informática moderna han sido desarrollados en el sector privado por empresas como Google y por personas con una formación académica diversa. Este no es un mundo en el que el éxito es un camino que va de una escuela privada a una universidad de élite y a un banco de inversión. Ese camino estaba bien protegido contra los intrusos.
Cuando llegué a Gran Bretaña por primera vez en la década de 1980, al igual que a tantos otros en Alemania, me costó al principio entender el origen del sentimiento contra la UE. Como periodista que observaba a Johnson actuar en los pasillos —y en los bares de copas— de Bruselas, me di cuenta de que todo era una cuestión de poder personal. Johnson tenía la habilidad de sacar de quicio a todo el mundo. Pero nunca habría alcanzado un alto cargo político en Europa. Las élites que gobiernan la UE tienen diferentes orígenes. Se puede entender el Brexit como un intento de los etonianos de proteger su estatus en la sociedad. La ironía con el proteccionismo de las élites es que te saca de la UE. Pero después ya no tiene éxito.
Para mí, el mandato de Johnson como primer ministro se terminó cuando se marchó Cummings. Este era un operador defectuoso, demasiado arrogante y demasiado ingenuo respecto a la política. Pero entendía la naturaleza de la transición que había que hacer. Ahora estamos de vuelta a la política de siempre. Solo hay que escuchar a los aspirantes al liderazgo conservador, discrepando sobre los recortes de impuestos.
Por eso creo que ahora no es el peor momento para sembrar las semillas de una reversión del Brexit. Al igual que las plantas exóticas que tardan años en arraigar en el subsuelo, también podría parecer que ese movimiento no llega a ninguna parte, hasta que, un día, sea el momento propicio.
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