12 abr 2009

Jesús, hoy



Jesús y los cimientos de Occidente/Manuel Mandianes, escritor y antropólogo del CSIC. Su último libro publicado es Raposiño e o cego, Limaia Produccions
Publicado en EL MUNDO, 10/04/09;
No se trata de un personaje histórico más. No, Jesús es alguien que ha configurado la conciencia de miles de millones de personas y partido en dos la Historia del mundo. Es imposible ser occidental y no ser cristiano en el sentido de haber estado influenciado profundamente por el cristianismo. Nietzsche, a pesar de su ateísmo, decía: «Soy el más cristiano de los hombres». ¿Qué hubiera sido del planeta sin Jesús de Nazaret? «Arrancar tu nombre [el de Jesús] del mundo sería lo mismo que sacudirlo en sus cimientos» (E. Renan).
Siendo yo estudiante, allá por la década de los 70, a la salida de los restaurantes universitarios de Estrasburgo (Francia), me fijaba atentamente en los letreros colocados sobre los tenderetes de libros, en los que se leían cosas como: «Obras de Mao, el mayor filósofo de la Historia»; «Obras de Lenin, el mayor pensador de la Historia de la humanidad»; «Obras de Stalin, el mayor lingüista de todos los tiempos». Los fieles seguidores de cada uno de estos líderes estaban convencidos de que, en poco tiempo, el suyo iba a ser venerado por la humanidad entera.
En los mismos tenderetes también se podían comprar los Evangelios de Jesucristo, junto a toda clase de pósters de cantantes, de escritores, de filósofos, de guerrilleros, de pintores, de actores y de directores de cine. Guardo recuerdo vivo de un póster que representaba a Jesús con un fusil, entre el Che y Claudia Cardinale.
Hoy, buena parte de aquellos célebres personajes, prácticamente han caído en el olvido; de algunos se sigue acordando un puñado de nostálgicos. Pero a Jesús siguen recordándolo todos. Es más, después de tanto tiempo, parece estar más vivo que nunca. Puede que en ninguna otra época de la Historia se haya hablado tanto de Dios y de Jesús como en nuestros días. Casi todo el mundo lo hace; unos para difundir su Evangelio, o lo que ellos creen que lo es, y otros, para atacarlo y hasta para blasfemar de él.
En la actualidad, casi nadie niega la existencia histórica de Jesús. Sus biografías críticas empezaron a aparecer ya en el siglo XIX. Una escuela de pensamiento asegura que los Evangelios no pretendieron hacer verdadera Historia, sino exponer mitos, conceptos abstractos expresados en forma de hechos históricos, y que son el resultado de choques en la vida social de la Iglesia.Alguno de sus autores llegan a afirmar que Jesús no existió jamás. D. F. Strauss inauguró esta tendencia con su Vida de Jesús (1835). En definitiva, esta corriente afirma que lo único importante es la existencia de Jesús y no la descripción de su manera de existir ni la comprensión de su vida ni el sentido de su muerte.
Con más contención, pero con la misma radicalidad que los demás autores de la escuela, Bultman, extraordinario teólogo y exégeta protestante alemán, trató con su Jesús de legitimar esta manera de proceder. Es más, le parece insoportable considerar la Historia como fundamento de la fe.
Otra corriente trató de reconstruir psicológicamente, partiendo del hecho referencial narrado en el texto, la vida del Jesús de la Historia, prescindiendo de toda interpretación fideísta. Algunos autores dicen que los evangelistas son meros charlatanes y mentirosos, y otros que escribieron con buena fe, pero que no comprendieron bien lo que vieron u oyeron porque eran entusiastas e inexpertos. Como representante de esta corriente se puede citar a E. Renán con su Vida de Jesús, aparecida en 1863.
La tercera serie de biografías, nacidas a la sombra del historicismo, trata de eludir la distancia entre la narración del hecho y el hecho en sí, creando confusión entre ellos, como si el texto fuese un cristal que permitiera filmar de nuevo el acontecimiento, y como si la Historia no fuera una simple denotación de la realidad extralingüística. Hasta hubo intentos de someter el Evangelio a una lectura materialista -Lectura materialista del Evangelio de San Marcos (F. Belo)-, y al psicoanálisis -El Evangelio ante el psicoanálisis (F. Dolto)-.
Se puede decir que los textos sobre Jesús son de dos tipos: unos representan la historia de Jesús y otros afirman la fe de unos seres humanos en él. Los Evangelios, en efecto, están escritos desde la fe y, como el resto de la Biblia, no se pueden entender como históricos en el sentido moderno, pero Jesús de Nazaret es un dato objetivo exterior al que lo cree que puede ser analizado y sobre el cual se puede hacer teología en sí mismo.
«La única vida de Jesús que se puede escribir son los Evangelios. Se trata de compréndelos lo mejor posible», escribe Lagrange, gran exégeta francés. Los Evangelios ya son una interrelación de la vida de Jesús con un propósito claramente apologético. El mismo Jesús interpreta la escritura, tal vez más como ilustración de su misión histórica que como justificación propiamente dicha.
El actual estado de la cuestión no permite afirmar que Jesús se diera la mano con los nacionalistas revolucionarios pero tampoco convertirlo en un incondicional del poder. Los profetas en tiempos de crisis, como eran aquellos en los que él predicó, tenían seguramente ciertos lazos con los agitadores políticos y eran considerados mesías por la multitud que los rodeaba y los seguía. El mensaje de Jesús había consistido sobre todo en radicalizar el amor predicado por la ley judía, en tanto que voluntad divina, y una moral de intención lo que le enfrentaba radicalmente al legalismo y a la desviación casuística de la predicación rabínica del momento.
Jesús murió probablemente en el año 30. El cálculo astronómico, que excluye los años 28, 29 y 23, permite saber que el 14 de nisan cayó en viernes. Por el mismo cálculo se sabe que la fecha del 7 de abril del 30 es la más probable de su muerte, aunque el viernes 3 de abril del 33 también es posible. La cosa se complica un poco por las distintas fechas que dan los evangelistas. La opinión exegética actual acepta la fecha que da Juan porque parece imposible, según las reglas jurídicas de la época, condenar y crucificar a un hombre una vez comenzada la fiesta pascual.
El poder político romano y el religioso judío condenaron a Jesús a morir crucificado por el simple pecado de haber roto muchos tabúes y por su predicación utópica y un tanto libertaria. Lo que condujo a Jesús a la cruz fue su profetismo y su mesianismo. Los teólogos dicen que, para salvar a todos los hombres, se vació totalmente de sí mismo (Filipenses 2, 5-11) y de su forma divina. Asumió todo lo humano, hasta la soledad del que sufre y del marginado, se situó en el último eslabón de la escala humana haciéndose uno de tantos, y murió para redimir a la humanidad de sus pecados «Jesús no se vació por casualidad sino por estricta coherencia con su ser y su misión» (A. Torres Queiruga).

El momento del año en el que cae la Semana Santa es el de la resurrección de todas las cosas. El 15 de abril, los romanos celebraban la Fordicidia (Ovidio, Fastos, 4, 763-776) y el 21, la Parilia, fiestas con cuyos ritos y plegarias tenidas en su día los fieles buscaban la purificación mística de todo lo que los hombres y los animales habían acumulado de desagradable a los ojos de los dioses. Así purificados, los pastores imploraban para los rebaños ubres llenas de leche, buenos quesos para la venta, lana suave para los vestidos y abundantes corderos en los apriscos.
El misterio fundador del cristianismo es la resurrección: «Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe», dice San Pablo. Pero la resurrección de Jesús es una realidad distinta de la del hecho histórico de su existencia. Los textos que la narran expresan ante todo la experiencia y la fe reales de los testigos directos y de las primeras comunidades de cristianos. Pero la resurrección no se puede contar sin contar antes el memorial de la pasión como recuerdo del pasaje de un profeta mártir que ahora nos libra. Es la muerte de Jesús la que hace brotar la palabra viva del resucitado.
La Pascua de Resurrección es una explosión de alegría. Dentro de la tradición occidental, el fuego nuevo, encendido en el hogar con un tizón traído de la hoguera de la Vigilia pascual y en la que se enciendo el cirio colocado al lado del altar mayor de la iglesia, símbolo de Cristo, inyectaba vida nueva a la casa, como el Resucitado la inyecta a la vida de los cristianos. La fe en Jesús lleva consigo «tomar postura ante la totalidad de la realidad» (J. Sobrino); por lo tanto, luchar contra las estructuras injustas, entre otras cosas.
Jesús, a pesar de aparecer en una región secundaria del Imperio romano, de predicar una doctrina sin importancia a gente sin influencia, tal vez constituya la más grandiosa paradoja de la Historia que sigue dando sentido a la existencia de millones de personas. Aún hay gente que sigue renunciando a la riqueza, al bienestar y al confort para entregarse al servicio de los otros en su nombre.
Jesús fue en su tiempo, ha sido a lo largo de la Historia y sigue siendo hoy, signo de contradicción.

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