La carrera hacia el Elíseo/Pascal Boniface, director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de París
Publicado en LA VANGUARDIA, 29/10/11;
Según los últimos sondeos, si las elecciones presidenciales francesas se celebraran en este momento, François Hollande sería el vencedor con un 62% de los votos frente a un 38% del actual presidente Nicolas Sarkozy. Sería la revancha de alguien que, hace tres años, aparecía como un perdedor absoluto mientras que nada ni nadie parecía ser capaz de detener la marcha triunfal de Nicolas Sarkozy.
Pero la amplitud del margen de esa hipotética victoria muestra también su irrealidad. Descartado, por tratarse de un caso particular aparte, el duelo del 2002 que enfrentó a Jacques Chirac con Jean-marie Le Pen, la distancia entre los dos finalistas a la presidencia de Francia ha sido siempre relativamente apretada. Es más, aquel a quien las encuestas daban por ganador ocho meses antes de la cita electoral nunca ganó la presidencia. Se creía que Giscard se impondría a Mitterrand en 1981, Raymond Barre era favorito en 1988, Balladur en 1995, Jospin en el 2002 y Ségolène Royal en el 2007, y todos perdieron. Habrá que esperar hasta enero o febrero del 2012 para que las cosas sean algo más definitivas.
Aunque son más o menos de la misma edad, aunque los dos son divorciados y han rehecho su vida con una nueva pareja, todo lo demás separa a François Hollande y a Nicolas Sarkozy.
Hace tres años, François Hollande parecía estar perdido para la vida política. Él, que había sido designado por Lionel Jospin para sucederle al frente del Partido Socialista francés, debía abandonar la dirección del mismo con el trasfondo de reproches de inmovilismo y de elecciones nacionales perdidas en los años 2002 y 2007. En aquel momento Nicolas Sarkozy parecía tener asegurada la reelección en el 2012.
Con mucha obstinación, François Hollande se puso a trabajar con un puñado de fieles. Se vistió con una imagen de rigor y seriedad, descartando así seguir siendo caracterizado sólo por su humor. Eclipsado por su ex compañera Ségolène Royal en el 2007 y teniendo ante sí la perspectiva de la concurrencia de Dominique Strauss-kahn, a quien todo el mundo definía como “la estrella de la izquierda”, Hollande se construyó un personaje de simplicidad y de seriedad. Reivindicó la capacidad de ser un “presidente normal”, lo que le distinguía a la vez de StraussKahn y de Nicolas Sarkozy, conocidos por su gusto sólo por el lujo y por frecuentar a los ricos y a la beautiful people.
François Hollande estaba convencido de que sobre esta base podía, a pesar de los sondeos, imponerse en una primaria socialista a Dominique Strauss-kahn. El caso Sofitel puso punto final a la cuestión. Nicolas Sarkozy miraba desde lo alto a François Hollande y se burlaba de su estrategia de normalidad, asimilándola a banalidad. “Mientras que a mí se me podrá ver con Barack Obama y con Vladimir Putin, François Hollande podrá enseñar sus fotografías con campesinos de la Corrèze (el departamento que preside)”, afirmaba el presidente. El problema para Nicolas Sarkozy es que la estrategia de Hollande empezó a dar sus frutos. Mientras que Sarkozy esperaba que las primarias no movilizaran a mucha gente y mostraran las desavenencias en el seno de la izquierda, sucedió todo lo contrario. La participación fue masiva y los vencidos multiplicaron sus declaraciones de solidaridad y apoyo a Hollande.
Si Nicolas Sarkozy ha obtenido un triunfo con la cuestión de Libia, su balance internacional, del que pensaba hacer una importante baza contra Hollande, es más limitado: la crisis económica se mantiene y la presidencia francesa del G-8 y del G-20 no ha tenido los beneficios políticos esperables. Aunque Sarkozy ha cambiado estos últimos meses, mostrando un perfil más modesto y enseñando menos su vida privada –incluyendo el nacimiento de su hija, manejado con menos espectáculo del que se podía pensar–, su imagen ante la opinión pública viene marcada por su carácter blingbling, la frecuentación de los ricos y los famosos, su incapacidad para hacer aumentar el poder adquisitivo o hacer disminuir el paro o incluso para reducir la inseguridad a pesar de sus promesas en el 2007.
Por el contrario, el carácter normal, modesto, que desprende en estos momentos François Hollande, lejos de ser un inconveniente se han convertido en un triunfo que jugar ya que le acerca a los franceses.
Hace falta que mantenga la distancia: el resultado electoral, cuya segunda vuelta está prevista para el 6 de mayo de 2012, seguramente será mucho más ajustado de lo que muestran las actuales encuestas. Haría falta una importante recuperación económica o nuevas divisiones internas entre los socialistas para invertir la actual tendencia.
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