Santiago Igartúa y Juan Carlos Cruz Vargas Santiago Igartúa y Juan Carlos Cruz Vargas
Revista Proceso # 1883, 2 de diciembre de 2012
Fueron muchas las voces que se oyeron en las calles de varias ciudades mexicanas el sábado 1. Voces que repudiaron al gobierno entrante, al del priista Enrique Peña Nieto; voces que llamaban a la cordura pero también voces que clamaban por el enfrentamiento. “No somos guerrilleros pero pronto lo seremos”, fue una de las muchas consignas que se escucharon antes de que la policía arremetiera contra quienes protestaban. Hubo otra voz que se alzó desde el Ángel para pedir la primera renuncia del gabinete. Hubo muchas voces: la administración entrante debería escucharlas.
A las 4:30 de la madrugada del sábado 1, cerca de 300 jóvenes salieron del Monumento a la Revolución rumbo a San Lázaro. Cubiertos los rostros con capuchas y paliacates dijeron ser estudiantes del movimiento #YoSoy132.
Su intención: formar un cerco humano contra las vallas detrás de las que se recluyó el nuevo gobierno y desde donde pudieran repudiar a Enrique Peña Nieto, presidente entrante.
Antes del amanecer ya los esperaban decenas de sus compañeros que pasaron la noche en las inmediaciones de la Cámara de Diputados. Para las 5:30 ya eran más de 500, adheridos integrantes de organizaciones como el Frente Popular Francisco Villa y la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, entre otras.
Con los pasos crecía la excitación. “No somos guerrilleros pero pronto lo seremos”, coreaban. Con los primeros rayos del día se descubrieron armados con piedras, tablones, fierros y su cuerpo.
Apenas toparon la muralla que erigió el Estado Mayor Presidencial, custodiada por la Policía Federal (PF), los manifestantes embistieron las vallas metálicas de tres metros de altura y por encima de ellas lanzaron bombas caseras, desencadenando el primer enfrentamiento contra los granaderos, parte de un operativo de cinco mil efectivos.
Se desató la batalla entre jóvenes y uniformados. Aquellos lanzaban petardos, piedras, botellas y cuando derribaban una valla, patadas. La PF también apedreó a los jóvenes, los cubrió de gases lacrimógenos, disparó balas de goma, desde tanques antimotines los golpeó con chorros de agua y en el choque frontal, resguardados con escudos, arremetió con toletazos.
Los indignados secuestraron un camión de carga que dejaron en marcha hasta que se estrelló contra las vallas. Les contestaron con bombas lacrimógenas que los replegaron varios minutos.
A las 7:30 era la cita para el contingente estudiantil de #YoSoy132 en las estaciones Isabel la Católica y Moctezuma del Metro. Reunidos en la calle Ignacio Zaragoza, por estandarte llevaban una manta blanca con la leyenda #MéxicoNoTienePresidente –la misma consigna se enarboló en protestas similares en la mayoría de las capitales de los estados y choques entre manifestantes y uniformados tuvieron lugar en Guadalajara–.
Sabían de los enfrentamientos previos a su llegada; a la distancia se escuchaban detonaciones que cimbraban el pavimento. Se hicieron de paliacates y otras telas que bañaron con vinagre para soportar los gases que envolvían el ambiente. Algunos, los menos, buscaban la confrontación.
Cerca de la zona de conflicto fueron recibidos con bombas lacrimógenas. Una detrás de otra. Los jóvenes se cubrieron la boca y, entrelazados los brazos, avanzaron unidos hasta que el humo blanco los dispersó. Entre más avanzaban los jóvenes, más cerca de ellos arrojaban los explosivos que se identificaban como granadas de bola de caucho. “Modelo 9220, 1.4 explosivo, peligro”, se leía en cajas del otro lado de las vallas.
Algunos encapuchados iban armados con piedras y palos. La mayoría vestidos de negro con una “A” pintada en el pecho, pedían entrar en confrontación con los granaderos. “¡No mamen, no tengan miedo. Les están poniendo en la madre a nuestros compas allá adelante!”, decían miembros de un grupo de “anárquicos”, como los llamó #YoSoy132.
Otros dijeron identificarlos como grupos afines al PRD y otros como provocadores para “romper” el movimiento. La mayoría se manifestó por la no violencia y se detuvo a hacer un posicionamiento político antes de declarar que no había condiciones para continuar la protesta y marchar al centro de la ciudad.
De los choques en San Lázaro hubo siete personas intoxicadas y cinco heridos por las balas de goma que disparó la PF. Cuatro de ellos fueron atendidos por la Cruz Roja y llevados a su hospital en Polanco.
Juan Uriel Sandoval, de 22 años, herido en el ojo al grado de comprometer su visión permanentemente; Jorge Velásquez Villavicencio, de 17 años, herido en la pierna izquierda; José Jesús González Ortega, de 52 años, recibió el impacto en el rostro y Juan Francisco Quinquenal, de 67, sufrió un impacto que le perforó el cráneo dejando una lesión con masa encefálica expuesta. Al cierre de esta edición, su muerte era un rumor que iba y venía. El paradero de Carlos Yahir Valdivia, herido también en la contienda, era desconocido hasta el cierre de esta edición.
Segunda gresca
La Alameda Central fue escenario del segundo enfrentamiento entre manifestantes y granaderos. Ahí, en sus jardines y andadores, y en la Avenida Juárez, fue donde los policías hirieron a jóvenes y donde éstos destruyeron lo que encontraron a su paso.
Decenas de muchachos vestidos de negro y con medio rostro cubierto (identificados por la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal como integrantes del Bloque Negro Anarquista, Cruz Negra Anarquista y Coordinadora Estudiantil Anarquista) se encargaron de romper los vidrios de sucursales bancarias a las que les prendieron fuego; también quebraron los cristales de restaurantes como Starbucks, Sanborns y Wings y de hoteles como el Hilton.
Poco después del mediodía la Avenida Juárez se cerró a la circulación. En esa arteria la riña comenzó cuando los jóvenes trataron de enfilar al Zócalo desde el Palacio de Bellas Artes; los granaderos formaron un bloque de más de más de 200 efectivos para impedirlo.
Las agresiones subieron de tono: Los manifestantes lanzaron piedras, palos, tubos, sillas, petardos, bombas molotov, envases de vidrio y otros proyectiles mientras los granaderos contestaban con gases lacrimógenos, con las mismas rocas y a golpes.
El número de uniformados se duplicó. Llegaron refuerzos para replegar a los jóvenes, que empezaron a correr por Juárez. Ante el cerco policiaco los manifestantes formaron vallas con las rejas que protegían a la renovada Alameda y con sillas y mesas del restaurante Wings, que fueron quemadas así como a una motocicleta.
Durante el repliegue de los inconformes, en la esquina de Juárez y Revillagigedo varios granaderos golpearon a un joven hasta dejarlo casi inconsciente. Luego lo subieron a la patrulla con placas P23-21.
Saldos de las refriegas
Según la PGJDF el saldo de los enfrentamientos fue de 72 hombres y 20 mujeres detenidos, entre ellos 11 menores de edad. Las autoridades no se atrevieron a dar una cifra de heridos, aunque se calcula que fueron varias decenas.
Poco después de las 14:30, el jefe de Gobierno, Marcelo Ebrard dijo en conferencia de prensa que “los policías actuaron contra un grupo de personas que se han dedicado en las últimas horas a crear en la ciudad vandalismo, a destruir bienes de propiedad pública y privada, a cometer delitos… Estamos hablando de quienes se dedicaron a destruir y a lanzar bombas molotov, gasolina sobre policías, destrucción sobre propiedad privada y destrucción sobre propiedad pública”.
Por los disturbios y los daños el Movimiento #YoSoy132 y el Partido de la Revolución Democrática se deslindaron.
Por su parte Andrés Manuel López Obrador encabezó en el Ángel de la Independencia, al mediodía del sábado 1, un mitin de desconocimiento al gobierno de Peña Nieto en el que exigió la renuncia de Miguel Ángel Osorio Chong, secretario de Gobernación, por la represión contra los inconformes.
Jóvenes presas
“Íbamos caminando por Filmeno Mata y Cinco de Mayo. Éramos nueve estudiantes de literatura y drama de la Facultad de Filosofía de la UNAM. De repente los policías nos rodearon. También cercaron a dos jóvenes que iban pasando. Nos dejaron en el centro de la calle como hora y media. Los policías llevaban macanas y escudos. Uno de ellos traía un martillo que intentaron ‘sembrarnos’, pero no lo permitimos. Los agentes se negaron a darnos sus nombres”, dice a Proceso Daniela Rubí Sánchez, vía telefónica, desde uno de los sótanos del edificio de la Policía del Distrito Federal.
Daniela le pasa el teléfono a María Guadalupe Castillo, profesora de la Prepa 7 de la UNAM y madre de Fernanda, alumna de esa escuela y también detenida: “Nos detuvieron arbitrariamente. Los muchachos se estaban manifestando pacíficamente. Los agentes nos querían sembrar un martillo y estuvieron a punto de golpearnos. Yo intentaba mantener al grupo de jóvenes tranquilo, que no gritaran, que no insultaran”… la llamada se corta (Con información de Patricia Dávila).
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