Revista proceso # 1883, 2 de diciembre de 2012
El retorno del PRI
Diestros en el arte de azuzar multitudes o contener a sus adversarios, los priistas se lucieron el sábado 1 de diciembre en el recinto de San Lázaro, al impedir que el bloque de legisladores de izquierda opacara la investidura presidencial de Enrique Peña Nieto. Prepararon su logística desde una semana antes en las inmediaciones del Palacio Legislativo, pero sobre todo en el salón de plenos, donde, salvo algunas escaramuzas, la operación blindaje orquestada por el diputado Manlio Fabio Beltrones funcionó a la perfección.
El mexiquense caminó por el pasillo central en medio de las tímidas ovaciones de sus correligionarios –que contrastaron con los vívidos gritos del 30 de marzo pasado emitidos por las mujeres en Tlaquepaque–, suficientes para acallar a la treintena de diputados y senadores del Movimiento Ciudadano y del Partido del Trabajo que, para descargar su rabia e indignación, le arrojaron puñados de billetes, símbolo de que su triunfo había sido comprado.
Al llegar a la presidencia de la Mesa Directiva de San Lázaro, un fajo de billetes pasó cerca de Peña Nieto; otros se dispersaron entre las curules del Partido Verde Ecologista de México (PVEM) y la valla femenil que desde temprano logró “la toma técnica” de los accesos a la tribuna legislativa.
La operación política dirigida por Manlio Fabio Beltrones Rivera en coordinación con Alejandro Montano Guzmán –exsecretario de Seguridad Pública de Veracruz que hoy forma parte de la bancada priista en la LXII Legislatura federal–, con el Estado Mayor Presidencial comandado por el capitán Cuevas y con el personal de seguridad de cámara al mando del teniente Arrieta, funcionó a la perfección.
Peña Nieto estuvo resguardado todo el tiempo, incluso por las legisladoras priistas, lo que le permitió hasta recitar, aunque incompleto, el artículo 87 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Pudo protestar cumplir y hacer cumplir la Constitución –si bien no precisó cuál–, y hasta dibujó un abrazo simbólico y extendió sus brazos en señal de agradecimiento.
Estaba tranquilo y sonriente. Contra el pronóstico del “protestas y te vas”, se dio un breve tiempo para regresar sobre sus pasos y saludar a sus correligionarios, como si aún estuviera en campaña. Para ese momento la treintena de legisladores había dejado de gritar, de lanzarle billetes y de exhibir sus pancartas con los emblemas de Soriana y Monex.
A las 11:20 horas, ya investido, Peña Nieto atravesó el vestíbulo, inmerso el ambiente en el coro: “¡presidente… presidente… presidente!”… Detrás de él iba el dirigente petrolero, Carlos Romero Deschamps. Muy cerca, apresurado el paso, Emilio Gamboa Patrón, coordinador de los priistas en el Senado.
A las 11:25 horas, por la avenida Congreso de la Unión, Peña Nieto subió a su camioneta y se marchó del recinto legislativo, seguido por un convoy de nueve Suburbans blindadas y una ambulancia.
Del otro lado, sobre la calle Eduardo Molina, integrantes del movimiento #YoSoy132 seguían aventando petardos y bombas molotov en repudio a Peña Nieto. El mexiquense ni los vio ni los oyó durante su ceremonia de investidura.
En el interior de la cámara, los seguidores de Andrés Manuel López Obrador no pudieron hacer nada contra el operativo desplegado por el PRI. Atrás quedó la escena del 1 de diciembre de 2006, cuando la logística del PAN se vio rebasada y el entonces triunfante Felipe Calderón tuvo que entrar al recinto por la puerta trasera custodiado por elementos de la Armada de México.
“El luto recorre el país”
En esta ocasión los experimentados priistas Jesús Murillo Karam y Manlio Fabio Beltrones –fogueado en estos menesteres desde que trabajó al lado de Fernando Gutiérrez Barrios en la Secretaría de Gobernación– protegieron con esmero a su correligionario Peña Nieto.
El operativo comenzó a desplegarse desde la semana previa a la ceremonia de investidura dentro y fuera del palacio de San Lázaro. Se instalaron 20 kilómetros de vallas metálicas de tres metros de altura en las inmediaciones del inmueble, lo que hizo imposible el ingreso de los manifestantes; luego se diseñó la operación política en el interior.
El 30 de noviembre por la noche, las coordinaciones estatales del PRI entregaron a las diputadas de este partido una chalina roja como distintivo que las elevó a rango de gendarmes para que custodiaran la tribuna. Se les dio instrucciones de desplegarse a lo largo del lado izquierdo de la escalinata que lleva a la tribuna, para impedir a los legisladores de MC, PT y PRD controlar el escenario.
Correspondió al presidente de la Mesa Directiva, Jesús Murillo Karam, investido como titular de la Procuraduría General de la República desde el 30 de noviembre, cerrar la pinza.
Al inicio de la sesión, el perredista Jesús Muñoz Soria, de la corriente bejaranista Izquierda Democrática Nacional (IDN), pidió el micrófono para reclamar a Murillo Karam el despliegue de legisladoras priistas al pie de las escalinatas. “¡Que se sienten en su lugar!”, dijo el indignado Muñoz Soria.
“¿Me permite?”, le espetó Murillo Karam. El perredista se achicó. Entró al quite su compañero Roberto Carlos Reyes Gámiz, quien pidió un minuto de silencio por los 83 mil caídos durante “la guerra en que se encuentra México”.
Contundente, Murillo Karam le respondió: “No puedo acceder a su petición”.
Siguió el petista Manuel Huerta Ladrón de Guevara, simpatizante del Movimiento Regeneración Nacional (Morena): “No entendemos este operativo que su partido está haciendo –dijo–. O todos se van a sus curules o se va a generar una situación difícil en la sesión. Afuera ya hay heridos, según nos reporta la Policía Federal”.
Sólo se escucharon las risas de los legisladores del PAN y el PVEM. Más tarde, desde la tribuna, los legisladores desmintieron la supuesta muerte de un joven de la vocacional 10.
Llegaron los posicionamientos de los partidos. El PRD se mostró condescendiente ante el regreso del PRI a la Presidencia. Por medio de su coordinador en el Senado, Miguel Barbosa, los perredistas dijeron que están comprometidos con el diálogo y dispuestos a la construcción de acuerdos.
Ricardo Monreal, del MC, dijo que “el luto recorre el país”, al tiempo que sus compañeros de partido exhibían pancartas con leyendas alusivas a los 83 mil muertos durante el sexenio de Felipe Calderón.
“Es un día triste para todos, el luto nacional recorre al país, dista mucho la fastuosidad de este recinto –dijo a sus pares–. Allá (afuera) hay desánimo, hay enojo social, hay inseguridad, desempleo, pobreza y miseria, lo que riñe con la comodidad de las curules; riñe con sus trajes bien cortados que lo único que saben hacer es chiflar y gritar; riñe con sus emolumentos económicos que son bien pagados.”
La rechifla y los gritos llegaban del lado derecho del salón de plenos. Eran los panistas, quienes se sintieron aludidos. Los priistas se mantuvieron ecuánimes, aun cuando sus vecinos perredistas, petistas y del MC desplegaron pancartas con mensajes alusivos a la “compra de la Presidencia”. En una se leía: “El que compra la Presidencia, acaba vendiéndola”.
Y cuando las legisladoras priistas se vieron amedrentadas por los legisladores del MC y PT que levantaban con insistencia cruces de hierro negras para mostrar el luto en que la administración de Calderón dejó al país, el diputado priista Manlio Fabio Beltrones pidió al teniente Arrieta que pusiera el orden.
Al mismo tiempo su correligionario Montano Guzmán atravesó el salón de sesiones, llegó al ala derecha de la tribuna y dio instrucciones a sus compañeras.
“¡Las plañideras se mueven a la puerta”! –dijo uno de los diputados priistas. Las legisladoras gendarmes bloquearon el acceso a sus colegas de los otros partidos. Ninguno pasó la valla humana, ni siquiera la senadora del MC Layda Sansores, quien llevaba un puñado de billetes.
A las 11:10 horas, por primera y única vez, Felipe Calderón Hinojosa ingresó al pleno de San Lázaro, portando aún la banda presidencial sobre el pecho. Al pasar por el área de reporteros se escuchó un grito de reclamo: “¡Que Dios te perdone, Felipe, por los periodistas caídos!”.
En el otro extremo sus guardianes lo esperaban y mientras caminaba por el pasillo principal se escucharon los gritos: “¡Asesino! ¡Asesino!”. Luego desfiló Peña Nieto, a quien ni los gritos de la izquierda ni los fajos de billetes que le arrojaron lograron despeinarlo.
Mucho menos llegó a sus oídos el reclamo de Monreal, quien en tono fúnebre dijo: “Ha concluido un gobierno espurio y comienza la pesadilla de la imposición y la ilegitimidad”.
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