La
dura soledad del familiar/Tania Estapé Madinabeiti, doctora en Psicología, psicóloga clínica y psicooncóloga de la Fundación Fefoc
La
Vanguardia | 28 de abril de 2013
Debemos
felicitarnos por los avances médicos pero la persona afectada por una enfermedad
padece mucho más que esa enfermedad y es preciso considerar su bienestar
subjetivo. Esto incluye la percepción de apoyo donde se ponen en juego las
relaciones familiares y sociales y se dibuja un mapa de la red que tenemos
alrededor.
Los
pacientes se sienten frágiles y temerosos y eso incluye la valoración de sus
relaciones. A veces no se cumplen expectativas del enfermo o en cambio son
elevadas y el familiar del paciente se desorienta. Es un hecho que el cáncer
altera la vida familiar y social. Los pacientes sufren altos niveles de
ansiedad, depresión, repercusiones laborales, sociales y personales y los
familiares sufren los mismos niveles de repercusión. Las familias son el
paciente de segundo orden; no padecen la enfermedad, pero si sus consecuencias
psicológicas.
Nuestra
cultura incluye a la familia en todos los escenarios de la vida personal. Si
situamos la adaptación al cáncer en fases, desde diagnóstico hasta curación o
muerte, podemos ubicar al familiar en cada una de ellas como miembro activo y a
veces más estresado que el propio paciente ya que recibe exigencias elevadas:
suprimir su dolor y estar fuerte y sereno para proveer de los cuidados
necesarios. Pero pocas veces se tiene en cuenta su sufrimiento, miedos y
soledad ante una situación dura y prolongada, con retos ante los que recibe
poca o ninguna atención. El protagonista es el enfermo y todos los esfuerzos
sanitarios y sociales se enfocan hacia él, pero hay que contemplarlo con más
amplitud. El familiar es el gran olvidado, es una víctima más del cáncer y es
necesario tenerle en cuenta: hay que cuidar al que cuida. El familiar debe
afrontar un diagnóstico que significa una amenaza para la vida y para la
integridad física y psíquica y a veces es depositario de una información más
cruda que la del paciente y actúa como mediador entre este y el equipo
sanitario, canalizándola en los dos sentidos, pues también conoce mejor al
enfermo.
Ante
situaciones cruciales tales como comunicación de diagnóstico, de tratamientos
duros y difíciles, recaídas o malas noticias el que cuida se encuentra en
primera línea ya que los pacientes retienen menos del 50% de la información,
debido a su ansiedad. Por ello se recomienda que acudan con un familiar para
ayudar al paciente a procesar lo que se le ha explicado. Cabe incluir
situaciones como postoperatorio, mareos o dolor y personalidades con pocas
habilidades para comunicarse con el personal sanitario. Algunos enfermos están
hostiles y/o depresivos y no son buenos interlocutores y entonces los
familiares toman el relevo. Las visitas terapéuticas deberían poderse hacer con
tiempo y en un espacio confortable, pero no es así.
Mientras,
el familiar hace todo tipo de trabajos y cuidados, desde curar heridas hasta
gestionar papeles (citas médicas, bajas laborales, compra de medicamentos), se
dan cambios de roles y se asumen tareas, antes compartidas, con una sobrecarga
emocional. Hay cambios estructurales y funcionales y muchas veces aislamiento
social. La soledad que puede sentir el paciente ante su situación puede extenderse
a la familia. Personas que no vienen de visita, o no llaman, aunque hay un
juego de percepciones pues a veces este entorno evita el contacto por
prudencia. La palabra cáncer sigue tumbando a quien la recibe como diagnóstico
y a su entorno. Esto puede afectar a las familias que se sienten solas y
decepcionadas por actitudes que interpretan como poco interés o cariño.
Los
pacientes comentan que hay un antes y un después de la enfermedad que cambia la
manera de ver la vida, de las prioridades y da una sensación de fragilidad y de
vulnerabilidad e incluyen en esa nueva valoración su percepción de las personas
cercanas, también familiares. En casa la comunicación es complicada, sobre todo
cuando el enfermo no tiene toda la información, o no se ha determinado la que
quiere. Se entra en un juego de temas tabú, más cuando la comunicación antes ha
sido fluida. Dejan de comunicarse y actúan interpretando lo que el otro quiere,
según la comunicación no verbal. Algunas relaciones retroceden, es el síndrome
del Elefante: hay un elefante en casa, todos lo ven pero nadie pregunta ni
comentan sobre él, mientras siguen con su vida. Es el obstáculo que supone la
nueva y a veces trágica situación. Los modelos familiares cambian y eso se
refleja ante la enfermedad, por ejemplo la mujer, tradicionalmente la
cuidadora, trabaja y se añade estrés por tener que ausentarse o compartir ambas
tareas. El familiar carga con la culpabilidad por sentirse ahogado o exhausto.
Intenta cubrir sus roles cotidianos más el de cuidar sin atreverse a admitir
que la situación le sobrepasa, que se siente solo o necesita respiros.
Proporcionarle herramientas que le ayuden a reconocerlo, debería formar parte
del apoyo integral al paciente con cáncer. Cuidar al que cuida es una manera de
mejorar la atención al enfermo.
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