Bolívar y
su caricatura/Juan Van-Halen, escritor y académico correspondiente de la Real Academia de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando.
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En 2010 a
Hugo Chávez se le ocurrió exhumar los restos de Simón Bolívar para tratar de
demostrar que había sido envenenado por sus enemigos, el principal de ellos el
general Francisco de Paula Santander. Nada se aclaró. Lo cierto es que el
Libertador murió el 17 de diciembre de 1830 de la tuberculosis que padecía, en
la Hacienda de San Pedro Alejandrino que el español Joaquín de Mier poseía en
el pueblo colombiano de Santa Marta, cuando estaba abandonado por muchos de los
suyos e n qui e nes habí a confiado. Un español le dio cobijo.
Nicolás
Maduro, sucesor de Chávez, siguiendo la creencia de este sobre la muerte de
Bolívar, acusó a sus «enemigos históricos» de haber inoculado al presidente
fallecido no se sabe qué sustancias capaces de producirle el cáncer mortal. Y
ello en el contexto de una mitificación del personaje que no es nueva porque ya
se produjo en el caso de Bolívar y en la que fue palanca destacada el propio
líder bolivariano.
Jon Lee
Anderson escribió hace años en el «The New Yorker» que Chávez, tras su fallido
golpe de Estado de 1992, hablaba todas las mañanas con un busto de Bolívar que
había en el patio de la prisión. El tirón de la sacralización bolivariana no le
llegó con su acceso al poder, sino mucho antes. Y Chávez no era el pionero de
tal mitología. Desde José Antonio Páez ya en 1834 ha habido no pocas evidencias
de ese culto a Bolívar, considerado un hombre perfecto, intachable, pleno de
virtudes e intocable. Gustavo Blanco, por ejemplo, creó la moneda «libertador»
o «venezolano», convertida muy pronto en «bolívar». Los historiadores
venezolanos Germán Carrera y Manuel Caballero han estudiado en profundidad la
formación y propagación de ese culto con fines políticos.
La mayor
sombra en la biografía de Bolívar es la entrega del general Francisco de
Miranda a los españoles. Miranda fue un humanista además de un soldado, el
creador de la idea de la Gran Colombia que luego recogería Bolívar, precursor
de la independencia americana, hombre con mayor formación militar que el
Libertador, que había luchado en África, en Estados Unidos y en Francia.
Algunos historiadores han tratado con cierto desdén la formación militar del
Libertador, pero las campañas bolivarianas ponen en entredicho ese juicio. Era
meticuloso además de audaz y es conocida la planificación minuciosa de sus
acciones de guerra y su familiaridad con textos clásicos sobre estrategia. Sin
embargo, tenía fama de confiar demasiado en la buena estrella. Al inicio de las
operaciones independentistas Miranda no había aceptado a Bolívar en su Ejército
porque «lo juzgan un joven peligroso». Los desencuentros entre aquellas dos
fuertes personalidades fueron creciendo, unas veces declarados y subterráneos
otras.
El 30 de
julio de 1812 Miranda llegó a La Guaira con la intención de embarcarse en una
nave inglesa para huir traslato ma por los españoles de Puerto Cabello, que
defendió sin éxito Bolívar. Aquella noche varios oficiales, entre los cuales
estaba Bolívar, irrumpieron en la habitación de Miranda, se apoderaron de su
sable y sus pistolas, lo despertaron, lo engrilletaron, y el futuro Libertador
propuso fusilarlo sin dilación, aunque los demás se mostraron partidarios de
entregarlo al comandante general de las tropas españolas, Domingo Monteverde.
Es lo que hicieron.
Este
notorio acto de traición, al que se han buscado interpretaciones más
halagüeñas, valió a Bolívar la libertad y un salvoconducto del general Yturbe
para exiliarse. Monteverde, en un despacho a la Regencia de Cádiz, señaló sobre
la solicitud del salvoconducto: «Debe satisfacerse el pedido del coronel
Bolívar como recompensa al servicio prestado al rey de España con la entrega de
Miranda». El viejo general Miranda fue trasladado a España y murió en la
prisión gaditana de La Carraca.
La mayor
sombra en la vida de Chávez, que no era un militar brillante ni un estratega,
ni su carrera militar tuvo singular relieve, es el fallido golpe de Estado que
protagonizó y su deslizamiento hacia el caudillismo. Como en otros casos
históricos, ganar unas elecciones no excluyó el acceso a una democracia
tramposa.
No existe
paralelismo entre las personalidades y los deseos de Bolívar y de Chávez, pero
les acerca lo que no consiguieron. Bolívar murió con la amargura de no haber
logrado completar su obra, de las disidencias internas entre sus generales, de
la desafección de una burguesía egoísta, de su destierro de Venezuela y la
amenaza de guerra si permanecía en Colombia. Chávez apostó por un socialismo
narcisista, autoritario e intervencionista que persiguió a quienes no se
entregaban a su caudillismo, d e modo que amordazó el pluralismo informativo,
lesionó la seguridad jurídica, eliminó la iniciativa de la sociedad civil y
politizó hasta el extremo instituciones vertebrales como las Fuerzas Armadas.
Murió sin conseguir su sueño panamericano. Quiso ser el nuevo Fidel Castro,
pero sólo fue su imitador con petróleo. Y fue la grotesca caricatura de
Bolívar.
Hay
circunstancias de carácter familiar que me llevaron ya hace años a interesarme
por la peripecia independentista americana y por sus protagonistas.
Concretamente, en relación con Bolívar, un curioso suceso. El 26 de enero de
1821 Bolívar recibió en su Cuartel General al teniente coronel Antonio Van
Halen como comisionado del capitán general Miguel de la Torre para tratar de
una nueva tregua entre los dos ejércitos enfrentados y la regularización de las
reglas del combate. Sin embargo, el día 28 los independentistas ocuparon
Maracaibo poniendo fin al llamado Armisticio de Trujillo, en vigor desde 1820,
que había puesto fin a la «guerra a muerte» decretada por Bolívar.
Los
padres militares y políticos de la independencia americana, todos ellos
patriotas españoles hasta el tsunami de la invasión napoleónica y la vergüenza
de la entrega de España a Napoleón en la mascarada de Bayona, merecen homenaje
y respeto histórico. Bolívar era de origen vizcaíno, y Miranda, canario. Ni
Chávez era Bolívar ni Maduro es Chávez. La Historia enseña que rara vez los
regímenes de caudillaje sobreviven al caudillo.
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