La
Gendarmería en México/Sonia Alda Mejías, Instituto Universitario Gutiérrez Mellado
Real
Instituto Elcano | 16 de octubre de 2013
Un
proyecto frustrado pese a ser un eficaz instrumento contra el crimen
organizado.
Los
últimos cambios anunciados recientemente por el gobierno mexicano acerca del
diseño de la nueva Gendarmería frustran la posibilidad de configurarla como una
fuerza de seguridad intermedia, ya que sus características operativas e
institucionales la convierten en las más adecuadas para combatir el crimen
organizado y desmilitarizar la seguridad interior. El proyecto original no era
el mejor de los posibles, requería cambios en su definición para asegurar la
configuración de una policía democrática y no dejaba de ser una propuesta precipitada.
Sin embargo, la última versión publicada por el gobierno ha dejado reducido
este cuerpo a una pequeña unidad de la Policía Federal. Pese al empeño oficial
de seguir llamándole Gendarmería, su nueva configuración no responde a las
características institucionales, naturaleza y capacidades potenciales propias
de estas fuerzas intermedias. El nuevo proyecto puede ser una decepción mas
para la ciudadanía mexicana que exige protección estatal.
La
promesa electoral de Peña Prieto de crear una Gendarmería se configuró como uno
de los “productos” estrella de la campaña electoral. No podía ser menos si se
tiene en cuenta que hoy la seguridad es una cuestión prioritaria para la
sociedad mexicana. La propuesta inicial era crear una policía con estatuto
militar para resolver varios problemas relacionados no sólo para perseguir el
crimen organizado, sino también para contribuir a la institucionalidad
democrática. Por un lado, sería el mejor medio, en tanto fuerza intermedia,
para combatir el entorno hostil y violento generado por los cárteles del
narcotráfico y por el otro, permitiría retirar de las calles al ejército que,
bajo la presidencia de Calderón, fue implicado en la “guerra contra las
drogas”.
En
un momento como el actual donde se están buscando alternativas a las políticas
de mano dura y la militarización de la seguridad interior, como propone la
Organización de Estados Americanos (OEA), los cuerpos de gendarmería, no sólo
en México sino también en el resto de la región, como un cuerpo especializado
en la lucha contra el crimen organizado pueden ser una opción de gran interés.
La versatilidad de las fuerzas intermedias, características de estos cuerpos de
gendarmería, tanto operacional como doctrinalmente, hace de ellas la fuerza
existente más proporcionada a este tipo de amenaza híbrida que, sin embargo,
las Fuerzas Armadas, por exceso, y la policía civil común, por defecto, no
pueden afrontar de manera adecuada. No son, en definitiva, combatientes, contra
quienes luchan los militares, ni delincuentes comunes, a los que persigue la
policía. Se trata de grupos delictivos cuyo poderío y complejidad de
organización exige una fuerza de seguridad intermedia.
Poco
después de anunciar la creación de este nuevo cuerpo policial, el gobierno
mexicano dejo de proporcionar información, favoreciendo la confusión y las
críticas sobre la falta de transparencia, ya que las únicas noticias
disponibles eras declaraciones dispersas de diferentes funcionarios. De acuerdo
a estás y a las pocas noticias proporcionadas por el gobierno, los datos
iniciales no eran muy esperanzadores, pues revelaban precipitación, poca
planificación y ciertos rasgos de militarización. La idea era presentar esta
nueva fuerza en septiembre de 2013, con 5.000 miembros, aunque inicialmente se
habló de 40.000 y después de 10.000, y cubrir las nuevas plazas con integrantes
del ejército. Esta información inicial no hacía más que dudar del proyecto y su
éxito por varios motivos. Primero porque la designación nominal no crea por sí
misma un nuevo cuerpo policial.
Este proceso puede llevar una década y exige una generación entera de oficiales para asegurar la interiorización de la doctrina y los valores. De modo que las previsiones temporales del gobierno permitían más que dudar de la solidez y la profesionalidad de la nueva gendarmería como cuerpo policial. Y segundo, que el contingente inicial estuviera integrado por antiguos militares podría implicar la militarización de la nueva fuerza. En otras palabras, quedaría vacía de contenido y se encontraría bastante lejos de ser una fuerza policial de naturaleza militar, además de profesional y eficiente.
Este proceso puede llevar una década y exige una generación entera de oficiales para asegurar la interiorización de la doctrina y los valores. De modo que las previsiones temporales del gobierno permitían más que dudar de la solidez y la profesionalidad de la nueva gendarmería como cuerpo policial. Y segundo, que el contingente inicial estuviera integrado por antiguos militares podría implicar la militarización de la nueva fuerza. En otras palabras, quedaría vacía de contenido y se encontraría bastante lejos de ser una fuerza policial de naturaleza militar, además de profesional y eficiente.
Con
las últimas decisiones, publicadas en agosto, se han introducido importantes
modificaciones. La Gendarmería queda finalmente reducida a una unidad de la
Policía Federal, abandonando así la intención de crear un cuerpo de seguridad
autónomo y estará integrada por personal civil y sin estatuto militar. No
obstante el comisionado nacional de Seguridad de la secretaría de Gobernación,
Manuel Mondragón y Kalb, ha afirmado que los futuros gendarmes recibirán
formación castrense y disciplina militar. Por último, la presentación de la
gendarmería ha sido retrasada a julio de 2014. Los motivos que explican este
considerable giro son varios y proceden probablemente de la influencia y
presión ejercidas por diferentes actores, que en mayor o menor medida ha
pretendido la “desmilitarización” de esta nueva fuerza. En este sentido las
peticiones de asociaciones y expertos, la presión de la Policía Federal y los
propios intereses del gobierno se han sumado para diseñar esta última versión.
La
presión de determinadas asociaciones y opiniones de analistas sin duda ha
influido en este nuevo proyecto, muy particularmente a la renuncia del estatus
militar. Para un importante sector de la opinión pública este estatuto
significa militarización de la seguridad interior y violación de los derechos
humanos. Sin embargo, la experiencia evidencia de manera rotunda que esta
asociación es falsa. De hecho, la propia existencia de estos cuerpos evita la
intervención militar en la seguridad interior y la militarización del ámbito
interno. Para ello las gendarmerías se constituyen como un cuerpo de policía
independiente de las Fuerzas Armadas y sujetas a la autoridad civil.
Obviamente, puede haber una militarización de la policía pero no por el mero
hecho de ser policías con naturaleza militar, prueba de ello es que en América
Latina han existido policías civiles con un alto grado de militarización. Sin
duda, también puede haber policías de gendarmería militarizadas, pero dependerá
de la organización, estructura interna y la naturaleza de las dependencias
institucionales de este nuevo cuerpo.
Por
lo que respecta a la renuncia de crear un cuerpo de policía independiente,
puede deberse también a los temores de competencia que suscitaba a la Policía
Federal. Al incorporarse a su estructura, ya como unidad, no solo resta
competencias, independencia y capacidad de acción a la Gendarmería, sino que
suma poder e influencia a la Policía Federal, que no debe rivalizar así con
ninguna otra corporación. También, como algunas voces críticas planteaban, esta
solución evita duplicidades, pero en realidad la distribución de competencias y
particularmente la fuerte especialización que podría haber tenido la
Gendarmería en la lucha contra el crimen organizado evitaba en buena parte este
problema.
Quedaría
por considerar la contradicción en negar el estatuto militar, pero sin
renunciar a la formación y disciplina militar. Si con la renuncia a este
estatuto, el gobierno pretende evitar acusaciones de militarización de esta
nueva unidad policial, no necesariamente se va a evitar este problema si
consideramos la formación militar que van a recibir, por miembros de las
Fuerzas Armadas, y su disciplina militar, aunque sin un estatuto que la regule.
En cualquier caso, hay una disfuncionalidad llamativa al pretender establecer
disciplina castrense en una unidad de un cuerpo policial que por su naturaleza
civil, como es obvio, no está regulado ni por estatuto ni disciplina militar alguna.
De manera que finalmente cabe la posibilidad de que se reproduzca el problema
que todos los actores han pretendido evitar, además de no poder disponer de una
eficiente fuerza policial de gendarmería.
La
disciplina, contemplada en el estatuto militar, de este tipo de policía es otro
motivo de crítica, al considerarlo un factor que obstaculiza la operatividad
policial. Sin embargo, todos aquellos que defienden el mantenimiento de la
naturaleza militar del cuerpo consideran que la disciplina es un mecanismo de
control interno de gran utilidad y que no afecta el servicio prestado al
ciudadano, antes bien redunda positivamente en el cumplimiento de las misiones
encomendadas y en la cohesión corporativa. En este sentido, la disciplina y
valores como la entrega y la dedicación incondicional forman parte de una
cultura corporativa que opera a favor de una mayor eficacia en el servicio y en
la profesionalidad del cuerpo. Cabría incluso señalar que, de acuerdo al
prestigio y al apoyo ciudadano generalmente demostrado hacia estos cuerpos
policiales, como en España, Chile y Argentina, pareciera que, en efecto, dicha
disciplina militar influye positivamente en la labor desempeñada por estas
policías para proteger los derechos ciudadanos. El estatuto y el régimen disciplinario
militar no deben entenderse como una contradicción a la labor policial, sino
como un complemento.
El
gobierno mexicano debería haber tenido claro el diseño de la Gendarmería y
además transmitirlo con claridad y transparencia a la sociedad. Debería haber
contemplado la confección de una policía con estructura, jerarquía y estatuto
propio e independiente de las Fuerzas Armadas y de la policía. Con un
entrenamiento adaptado a su doble naturaleza y una academia propia, así como
con una dependencia funcional vinculada a la autoridad civil, mediante la
dependencia directa de un Ministerio de Interior o Justicia, hubiera asegurado
una policía profesional, eficaz, desmilitarizada y adecuada a la proporción y
características de las nuevas amenazas. El cambio radical experimentado en el
proyecto lo deja reducido a una unidad de policía, cabe suponer que robusta y
además no sólo dedicada al orden público sino también, como ha anunciado el
gobierno, a la inteligencia e investigación criminal.
Sin embargo, no puede olvidarse su carácter pseudo-militar y su dependencia de una policía civil penetrada por la corrupción y expuesta a la posible influencia de grupos políticos o del mismo crimen organizado.
Sin embargo, no puede olvidarse su carácter pseudo-militar y su dependencia de una policía civil penetrada por la corrupción y expuesta a la posible influencia de grupos políticos o del mismo crimen organizado.
No
obstante, más allá de la discusión en torno al diseño de una fuerza de
gendarmería, aún diseñando la mejor posible, ésta no puede por sí misma
resolver los problemas de seguridad en México. Las gendarmerías para ser
eficientes deben estar insertadas en un sistema de seguridad y justicia sólida
y eficaz, de lo contrario, toda iniciativa respecto a la creación de este tipo
de policía, o de cualquier otra, se sumaría como un fracaso más. Este objetivo
exige una reforma integral del sistema de seguridad y justicia, aplicar
políticas de prevención, donde la cooperación interinstitucional sea básica
para asegurar la coordinación de las fuerzas de seguridad con el sistema de
justicia, que a su vez ha de tener la suficiente independencia, capacidad y
medios para poder llevar a cabo su labor.
Conclusiones
Los
hechos finalmente han demostrado que con el anuncio de la gendarmería se
pretendió lanzar un proyecto estrella para obtener resultados a corto plazo,
bajo una visión electoralista. Lamentablemente, esta es una constante que se
está comprobando en toda la región, donde las propuestas de seguridad más
atractivas se han convertido en el producto electoral más deseado por los
partidos. Sin embargo, estas promesas de seguridad no responden a políticas
integrales ni articuladas, sino que acaban siendo proyectos parciales, sin continuidad
y basados en la improvisación.
Ciertamente
no todas las policías con estatuto militar cumplen con los requisitos idóneos
para alcanzar la mejor operatividad y la desmilitarización de la seguridad
interior. Sin embargo, para evitar estos problemas no se ha optado por la mejor
solución posible. Esta no puede radicar en hacer dependiente a una gendarmería
de la Policía civil, en lugar de hacerla de las FAS. Esta fórmula no resuelve
necesariamente los problemas de militarización que se querían evitar y además
proporciona la posibilidad de que la Policía Federal aumente su poder e
influencia sin los controles y la fiscalización precisa. Un aspecto que no
parece particularmente conveniente en ninguna institución y menos, como es el
caso, en una desprestigiada por los niveles de corrupción internos. Todas estas
posibles implicaciones son evitables diseñando una fuerza independiente de
gendarmería, tanto de la policía como de las Fuerzas Armadas y además con un
estatuto militar regulado que como la experiencia, en países europeos y
latinoamericanos, demuestra han logrado ser cuerpos de policía democráticos,
profesionales y eficaces.
No
obstante, la seguridad se resuelve creando instituciones sólidas. De hecho, la
deficiencia institucional y la debilidad estatal es la que explica la
particular incidencia del crimen organizado en México, en particular, y en la
región, en general, pese a las diferencias entre países. No es suficiente con
crear nuevos cuerpos de policía si no están respaldados por sistema estatal sólido,
sin fisuras ante la corrupción, instrumento imprescindible de este tipo de
criminalidad para progresar y extenderse en cualquier sociedad.
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