El
papa Francisco ofreció su primer mensaje de Navidad en la Plaza de San Pedro,
frente a miles de feligreses.
En
sus primeras palabras, el líder religiosos apeló por la paz y evocó la imagen de Jesús
en su infancia para recordar a los niños que sufren las secuelas de las guerras
en todo el mundo.
Hizo alusión al conflicto en Siria e hizo un llamado para
que la violencia llegue a su fin y para que las partes enfrentadas permitan que
los civiles puedan tener acceso a la ayuda humanitaria.
Pidió
unidad en la oración para que haya paz en la nación del Medio Oriente y en el
mundo. Sin dejar esa región del mundo, hizo votos por los diálogos de paz entre
palestinos e israelíes.
También
pidió por la paz para la República Centroafricana, nación que sufre los
cruentos enfrentamientos entre grupos rivales. El pontífice hizo un llamado
para que los líderes mundiales le presten más atención a lo que sucede en ese
país que, en su opinión, a menudo es pasado por alto.
Pidió un cese el fuego en Sudán del Sur, país que está al borde de una
guerra civil.
recordó a las víctimas del tifón Haiyán, que sacudió a Filipinas y
que dejó alrededor de 6.000 muertos y decenas de miles de desplazados en
noviembre.
también recordó a los cientos de inmigrantes que murieron ahogados en
su intento por llegar a la isla italiana de Lampedusa, en octubre.
Entre
el público en la plaza destacaban las banderas latinoamericanas, como la
chilena, la venezolana, la brasileña y la mexicana.
Se
pudieron ver emocionados y alegres seguidores del catolicismo aclamar al Papa.
Francisco
da la bendición 'Urbi et orbe'. Sus palabras: una oración por la paz
"Queridos
hermanos y hermanas de Roma y del mundo entero, ¡Buen díay feliz Navidad!
Hago
mías las palabras del cántico de los ángeles, que se aparecieron a los pastores
de Belén la noche de la Navidad.
Un
cántico que une cielo y tierra, elevando al cielo la alabanza y la gloria y
saludando a la tierra de los hombres con el deseo de la paz.
Les
invito a todos a hacer suyo este cántico, que es el de cada hombre y mujer que
vigila en la noche, que espera un mundo mejor, que se preocupa de los otros,
intentado hacer humildemente su proprio deber.
Gloria
a Dios.
A
esto nos invita la Navidad en primer lugar: a dar gloria a Dios, porque es
bueno, fiel, misericordioso. En este día mi deseo es que todos puedan conocer
el verdadero rostro de Dios, el Padre que nos ha dado a Jesús. Me gustaría que
todos pudieran sentir a Dios cerca, sentirse en su presencia, que lo amen, que
lo adoren.
Y
que todos nosotros demos gloria a Dios, sobre todo, con la vida, con una vida
entregada por amor a Él y a los hermanos.
Y
paz a los hombres.
La verdadera paz no es un equilibrio de
fuerzas opuestas. No es pura "fachada", que esconde luchas y
divisiones. La paz es un compromiso artesanal, que se logra contando con el don
de Dios, con la gracia que nos ha dado en Jesucristo.
Viendo
al Niño en el Belén, Niño de paz, pensemos en los niños que son las víctimas
más vulnerables de las guerras, pero pensemos también en los ancianos, en las
mujeres maltratadas, en los enfermos… ¡Las guerras destrozan tantas vidas y
causan tanto sufrimiento!
Demasiadas
ha destrozado en los últimos tiempos el conflicto de Siria, generando odios y
venganzas. Sigamos rezando al Señor para que el amado pueblo sirio se vea libre
de más sufrimientos y las partes en conflicto pongan fin a la violencia y
garanticen el acceso a la ayuda humanitaria.
Hemos
podido comprobar la fuerza de la oración. Y me alegra que hoy se unan a nuestra
oración por la paz en Siria también creyentes de diversas confesiones
religiosas. No perdamos nunca la fuerza de la oración. La fuerza para decir a
Dios: Señor, concede tu paz a Siria y al mundo entero.
Y
también a los no creyentes les invito a desear la paz, con un deseo que amplía
el corazón, con la oración o el deseo, pero todos por la paz.
Concede
la paz, Niño, a la República Centroafricana, a menudo olvidada por los hombres.
Pero tú, Señor, no te olvidas de nadie. Y quieres que reine la paz también en
aquella tierra, destrozada por una espiral de violencia y de miseria, donde
muchas personas carecen de techo, agua y alimento, sin lo mínimo indispensable
para vivir. Que se afiance la concordia en Sudán del Sur, donde las tensiones
actuales ya han provocado víctimas y amenazan la pacífica convivencia de este
joven Estado.
Tú,
Príncipe de la paz, convierte el corazón de los violentos, allá donde se
encuentren, para que depongan las armas y emprendan el camino del diálogo. Vela
por Nigeria, lacerada por continuas violencias que no respetan ni a los
inocentes e indefensos. Bendice la tierra que elegiste para venir al mundo y
haz que lleguen a feliz término las negociaciones de paz entre israelitas y
palestinos.
Sana
las llagas de la querida tierra de Iraq, azotada todavía por frecuentes
atentados.
Tú,
Señor de la vida, protege a cuantos sufren persecución a causa de tu nombre.
Alienta y conforta a los desplazados y refugiados, especialmente en el Cuerno
de África y en el este de la República Democrática del Congo.
Haz
que los emigrantes, que buscan una vida digna, encuentren acogida y ayuda. Que
no asistamos de nuevo a tragedias como las que hemos visto este año, con los
numerosos muertos en Lampedusa, no sucedan nunca más.
Oh
Niño de Belén, toca el corazón de cuantos
están involucrados en la trata de seres humanos, para que se den cuenta de la
gravedad de este delito contra la humanidad. Dirige tu mirada sobre los niños
secuestrados, heridos y asesinados en los conflictos armados, y sobre los que
se ven obligados a convertirse en soldados, robándoles su infancia.
Señor,
del cielo y de la tierra, mira a nuestro planeta, que a menudo la codicia y el
egoísmo de los hombres explota indiscriminadamente. Asiste y protege a cuantos
son víctimas de los desastres naturales, sobre todo al querido pueblo filipino,
gravemente afectado por el reciente tifón.
Queridos
hermanos y hermanas, en este mundo, en esta humanidad hoy ha nacido el
Salvador, Cristo el Señor. No pasemos de largo ante el Niño de Belén. Tenemos
miedo de esto, no tengamos miedo que nuestro corazón se conmueva.
Dejemos
que nuestro corazón se conmueva, se enardezca con la ternura de Dios;
necesitamos sus caricias.Las caricias de Dios no producen heridas, las caricias
de Dios nos dan paz y fuerza, necesitamos las caricias de Dios.
El
amor de Dios es grande; a Él la gloria por los siglos. Dios es nuestra paz:
pidámosle que nos ayude a construirla cada día, en nuestra vida, en nuestras
familias, en nuestras ciudades y naciones, en el mundo entero. Dejémonos
conmover por la bondad de Dios.
**
Homilía en la solemne Misa del Gallo en el Vaticano.
Francisco ha presidido en la basílica Vaticana, a las 21.30, la
Santa Misa de la Noche por la Solemnidad de la Navidad del Señor.
Durante la
celebración eucarística, después de la proclamación del Evangelio, el papa ha
pronunicado la siguiente homilía.
1.
«El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande» (Is 9,1).
Esta
profecía de Isaías no deja de conmovernos, especialmente cuando la escuchamos
en la
Liturgia
de la Noche de Navidad. No se trata sólo de algo emotivo, sentimental; nos
conmueve porque dice la realidad de lo que somos: somos un pueblo en camino, y
a nuestro alrededor –y también dentro de nosotros– hay tinieblas y luces. Y en
esta noche, cuando el espíritu de las tinieblas cubre el mundo, se renueva el
acontecimiento que siempre nos asombra y sorprende: el pueblo en camino ve una
gran luz. Una luz que nos invita a reflexionar en este misterio: misterio de
caminar y de ver.
Caminar.
Este verbo nos hace pensar en el curso de la historia, en el largo camino de la
historia
de la salvación, comenzando por Abrahán, nuestro padre en la fe, a quien el
Señor llamó un día a salir de su pueblo para ir a la tierra que Él le
indicaría. Desde entonces, nuestra identidad como creyentes es la de peregrinos
hacia la tierra prometida. El Señor acompaña siempre esta historia. Él
permanece siempre fiel a su alianza y a sus promesas. «Dios es luz sin tiniebla
alguna» (1 Jn 1,5). Por parte del pueblo, en cambio, se alternan momentos de
luz y de tiniebla, de fidelidad y de infidelidad, de obediencia y de rebelión,
momentos de pueblo peregrino y de pueblo errante.
También
en nuestra historia personal se alternan momentos luminosos y oscuros, luces y
sombras.
Si amamos a Dios y a los hermanos, caminamos en la luz, pero si nuestro corazón
se cierra, si prevalecen el orgullo, la mentira, la búsqueda del propio
interés, entonces las tinieblas nos rodean por dentro y por fuera. «Quien
aborrece a su hermano –escribe el apóstol San Juan– está en las tinieblas,
camina en las tinieblas, no sabe adónde va, porque las tinieblas han cegado sus
ojos» (1 Jn 2,11).
2.
Pueblo en camino pero pueblo peregrino que no quiere ser pueblo errante. En
esta noche, como un haz de luz clarísima, resuena el anuncio del Apóstol: «Ha
aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres» (Tt
2,11).
La
gracia que ha aparecido en el mundo es Jesús, nacido de María Virgen, Dios y
hombre
verdadero.
Ha venido a nuestra historia, ha compartido nuestro camino. Ha venido para
librarnos de las tinieblas y darnos la luz. En Él ha aparecido la gracia, la
misericordia, la ternura del Padre: Jesús es el Amor hecho carne. No es
solamente un maestro de sabiduría, no es un ideal al que tendemos y del que nos
sabemos por fuerza distantes, es el sentido de la vida y de la historia que ha
puesto su 'toldo' entre nosotros.
3.
Los pastores fueron los primeros que vieron este 'toldo', que recibieron el
anuncio del
nacimiento
de Jesús. Fueron los primeros porque eran de los últimos, de los marginados. Y
fueron
los primeros porque estaban en vela aquella noche, guardando su rebaño. El
peregrino hacía la vigilia, y ellos la hacían. Con ellos nos quedamos ante el
Niño, nos quedamos en silencio. Con ellos damos gracias al Señor por habernos
dado a Jesús, y con ellos, desde dentro de nuestro corazón, alabamos su
fidelidad: Te bendecimos, Señor, Dios Altísimo, que te has despojado de tu
rango por nosotros. Tú eres inmenso, y te has hecho pequeño; eres rico, y te
has hecho pobre; eres omnipotente, y te has hecho débil.
Que
en esta Noche compartamos la alegría del Evangelio: Dios nos ama, nos ama tanto
que
nos
ha dado a su Hijo como nuestro hermano, como luz para nuestras tinieblas. El
Señor nos dice una vez más: “No teman” (Lc 2,10). Como han dicho los ángeles a
los pastores, 'no teman'. Y también yo les repito: No teman. Nuestro Padre
tiene paciencia con nosotros, nos ama, nos da a Jesús como guía en el camino a
la tierra prometida. Él es la luz que disipa las tinieblas. Él es la
misericordia. Nuestro Padre perdona siempre. Él es nuestra paz. Amén.
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