“Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos…Pablo Neruda
Hace
50 años en Los Mochis/ José Refugio Haro
El
estallido del rocanrol rompió inercias en los gustos
Publicado en Riodoce el 20-X-13;
La
vida era en blanco y negro, era un Mochis romántico de opacidad plena nocturna
y lodazales iluminados por soles calcinantes en el día, pero también lleno de
espontaneidad y autenticidad natural, abierto al tipo de música que se les
antojara imponer a las escasas cuatro estaciones de radio existentes.
Con
el siglo partido en dos, un día, de alguna parte, empezó a circular una
tonadilla que parecía alertar sobre la aproximación de algo incómodo o
desagradable: “¡A´i viene la plaga! aunque era acompañada por un ritmo alegre y
pegajoso. Aquel romanticismo bucólico de las canciones rancheras se rompía de
súbito. En los salones bailables se tambaleaba también el ritmo de moda, el Cha
cha cha, que poco antes había desplazado al explosivo Mambo de Pérez Prado.
Eran
los finales de los cincuenta. Con inclinación timorata los programadores y
locutores de radio más audaces se atrevieron a introducir, entre el apabullante
gusto generalizado por la música folclórica mexicana, una oferta procedente de
los Estados Unidos: el rock and roll.
La
gente empezó a oír a Elvis Presley, el rey del rock; a Bill Halley y sus
cometas; a Little Richard y sus gatos, y poco después al hawaiano-canadiense
Paul Anka, entre otros pioneros de aquella nueva propuesta. Los jóvenes en
aquellos días parecían no querer saber más de los huapangos, de las heroicas o
trágicas Rancheras, así como las polkas norteñas, con todo y los ídolos Jorge
Negrete, Pedro Infante, Pedro Vargas, Tony Aguilar, Miguel Aceves Mejía,
Fernando Fernández, Los Panchos, Los Tecolines, Los Tres Ases, el trío
Tariácuri y muchos más que eran los reyes de entretenimiento, tanto en los
hogares lujosos como en los medianos y los precarios.
Pero
la locura empezaba a entrar por puertas y ventanas, sin permiso de los mayores,
quienes consideraban al rocanrol un ritmo demoniaco y pecaminoso, y ante tal
descalificación los muchachos propusieron la confrontación. El choque de
generaciones endilgó a los jóvenes el mote de “rebeldes sin causa”, en alusión
a los pandilleros de la película de moda estelarizada por Marlon Brando,
mientras que a los grandes, incluidos sus padres, los jóvenes los rebautizaron
como “la polilla”.
La
indumentaria de Brando y Presley empezó a ser copiada por aquellos rebelditos:
copete abultado, cabello largo, o al estilo fleet up: corto y de cepillo, a la
Caryl Chessman, el famoso “Asesino de la linterna roja”, quien fuera ejecutado
en la cámara de gases en medio de un escándalo mundial. El atuendo juvenil lo
complementaban los pantalones vaqueros de mezclilla -“livais” (del original
Levi-Strauss)- , las chamarras de cuero y las botas con estoperoles; las
motocicletas, las cadenas y las manoplas de hierro eran instrumentos muy
necesarios para ser verdaderos rebeldes sin causa.
El
estallido del rock, pues, trajo una nueva época del ritmo musical y llegó para
instalarse y prevalecer, con sus diversas variantes que ahora se escuchan como
baladas, pop y demás.
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