La
conversión de Jacobo Zabludovsky/VICENTE
LEÑERO
Revista Proceso # 1971, 9 de agosto de 2014
Obsesionado
en allegarse premios y merecimientos luego de haberse dedicado durante casi
tres décadas a falsear la realidad político-social de México desde las
pantallas de Televisa y en connivencia con el PRI, Jacobo Zabludovsky sigue
apostando a la desmemoria histórica, aquella en la que busca desvanecer su
papel en el golpe contra el Excélsior de Julio Scherer García. En el texto que
aquí se presenta, publicado originalmente en la edición 124 de la Revista de la
Universidad de México de junio último, el escritor Vicente Leñero, fundador de
Proceso, efectúa un recordatorio puntual acerca de quién es este personaje que
hoy se maquilla de periodista incorruptible.
Ahora
resulta (oh Dios) que Jacobo Zabludovsky es el bueno:
—el
periodista incorruptible que ha recibido y sigue recibiendo premios por montón:
el Premio Nacional de Periodismo, el Premio Internacional de Periodismo Rey de
España, el Premio de la Asociación de Cronistas de Espectáculos de Nueva York,
las Palmas de Oro del Círculo Nacional de Periodistas, etcétera.
—el
empoderado líder de opinión al servicio de la empresa a la que servía, ligada
esta, indisolublemente, a la “presidencia imperial” de un PRI que manejaba al
país como si fuera de su propiedad.
—el
gran orquestador de la campaña contra el Excélsior de Julio Scherer García en
1976 cuando aquel era director de información de Televisa y conductor del
noticiario Veinticuatro Horas.
Aunque
hoy parece olvidarlo todo nuestra sociedad sin memoria, existen testigos que
conservan esa imagen de Jacobo Zabludovsky en las viejas pantallotas de sus
televisores. Aparecía en medium shot con su ensayada sonrisa simpática, traje y
corbata impecables y enjaretada su cabeza por un par de audífonos enormes que lo
convertían en la caricatura de sí mismo. Se le tenía desconfianza y hasta temor
por la manera de tergiversar los hechos haciendo creer a su audiencia que la
realidad era así como él —“objetivo y veraz”— la transmitía a diario.
Auxiliándose
en Veinticuatro Horas se enderezó la campaña contra el Excélsior de Julio
Scherer desde la presidencia de un Echeverría enfurecido e implacable. Entre
muchas otras tretas, Jacobo dio voz a su amigo Roberto Blanco Moheno que
manoteaba y escupía desde la pantalla contra ese “periódico comunistoide”, y
envió a su reportero estrella Ricardo Rocha a dizque investigar la prefabricada
invasión de fingidos ejidatarios a un fraccionamiento de la cooperativa
Excélsior. “Pobrecitas víctimas”, se dolía el compasivo Rocha.
Sobra
enunciar al detalle cómo se salieron con la suya Echeverría y Zabludovsky:
caímos juntos con Julio Scherer y se encaramó al traidor Regino Díaz Redondo a
la dirección del periódico de la vida nacional.
Muchísimo
tiempo después, en marzo del año 2000, cuando se apartó o fue apartado de
Televisa por Emilio Azcárraga Jean que deseaba iniciar su gestión sin ataduras,
Jacobo Zabludovsky se lavó la cara, las manos, se sacudió de recuerdos y
pesadillas, y reinició con extraordinaria vitalidad su camino hacia la conversión.
Poco a poco, no de golpe, se transformó en el Zabludovsky el bueno.
¡Ocho
de julio no se olvida!, clamaríamos ahora las víctimas del atentado. Pensando
en eso —a 38 años de distancia— se me ocurrió escribir un breve relato de
ficción. Es este:
Se
abre la portezuela de un cuatro puertas negro y de él sale un hombre de 86 años
en pleno dominio de la verticalidad. Asombra su entereza, su salud, la
invariable sonrisa con la que extiende sus labios hacia quienes lo aguardan en
la banqueta.
Es
Jacobo Zabludovsky en el momento de llegar al recinto de la Cámara de Diputados
para recibir la Medalla Eduardo Neri por sus 70 años de actividad periodística.
Después
de los primeros apretones de manos, de escuchar palabras de anticipada
felicitación, de recibir quizás un abrazo que le descompone por momentos su
traje negro de dos botones, el celebrado cruza un pasillo entre ruido de
aplausos.
Llega
al foro. Escucha una elogiosa presentación. Se le entrega la medalla. Más
elogios, más apretones de manos.
Lo
invitan a que ocupe el atril para pronunciar el discurso que lleva escrito en
hojas de papel bond.
En
el nutrido salón, los legisladores e invitados se remueven en sus asientos,
expectantes. Él empieza a leer con la modulación y el timbre de voz que tanto
le conocen los presentes. Dice:
“Esta
mañana no vengo a otra cosa más que a pedir perdón. Quiero pedir perdón a todos
los que ofendí o lastimé o desacredité durante mi larga carrera periodística.
Perdón por haberme sometido a las exigencias de la empresa en la que trabajaba,
del gobierno al que servía, de los políticos a los que me rendí. Perdón por
torcer la realidad. Perdón por no haber contribuido en aquellos desafortunados
años a la libertad de expresión que ahora pretendo ejercer con profundo
arrepentimiento. A eso he venido esta mañana: a pedir perdón”.
El
silencio es absoluto en el recinto. Lo rompen, segundos después, un par de
manos que aplauden lentamente y que desatan por fin el aplauso estentóreo,
universal, a Jacobo Zabludovsky.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario