Revista
Proceso No. 1992, 3 de enero de 2014
En el propio
expediente de la PGR, todo apunta a los militares/GLORIA LETICIA DÍAZ
De
acuerdo con las declaraciones ministeriales que forman parte del expediente de
la PGR sobre el caso Ayotzinapa –a las que tuvo acceso Proceso-, en la trama de
lo ocurrido los días 26 y 27 de septiembre en Iguala se entrelazan acciones de mandos
y tropas del Ejército que contribuyeron a crear el clima de impunidad criminal
que desembocó en los asesinatos y las desapariciones forzadas de los
normalistas guerrerenses. Los testimonios muestran que la PGR conocía incluso
la actividad delictiva de los Abarca y la red de corrupción de la cual aún
trata de zafarse, ante la opinión pública, el procurador Murillo Karam.
El
titular de la Procuraduría General de la República (PGR), Jesús Murillo Karam,
está empecinado en atribuir toda la responsabilidad de la desaparición forzada
de normalistas de Ayotzinapa al crimen organizado en colusión con autoridades
municipales, a fin de salvar la imagen de las Fuerzas Armadas.
Sin
embargo, tiene elementos para considerar la presunta responsabilidad de mandos
militares en la tragedia que puso en jaque al gobierno de Enrique Peña Nieto.
El
expediente del caso (más de 50 tomos) contiene declaraciones ministeriales
rendidas por los testigos e inculpados ante agentes de la Subprocuraduría
Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada (SEIDO), así como
ante la Procuraduría General de Justicia del Estado de Guerrero, donde se
advierte que por lo menos los comandantes de los batallones de Infantería 27 y
41, de Iguala y Teloloapan, así como de la Octava Región Naval, con sede en
Acapulco, estuvieron al tanto del poder corruptor y de la capacidad de fuego
del cártel Guerreros Unidos, al que la PGR atribuye la tragedia.
La
penúltima semana de 2014 el presidente municipal de Cocula, el priista César
Miguel Peñaloza, permaneció en instalaciones de la SEIDO para rendir su segunda
declaración ministerial. La dependencia pretendía inculparlo, pero el Juzgado
Primero en Procesos Penales con sede en Matamoros, Tamaulipas, ordenó su
liberación por falta de pruebas.
“Altos
funcionarios” de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) ejercieron
presión sobre Peñaloza, desde que llegó al cargo en octubre de 2012, para que
designara titulares de la Dirección de Seguridad Pública municipal al teniente
Tomás Bibiano Gallegos y el mayor Salvador Bravo Bárcenas, ambos retirados,
según publicó el pasado 30 de diciembre el diario La Jornada.
El
primero fue asesinado en noviembre de ese año y el segundo está libre bajo
reservas de ley, tras declarar como testigo el pasado 15 de octubre ante la
SEIDO.
Esto
último lo comprobó la reportera al consultar las primeras declaraciones
recabadas por agentes del Ministerio Público adscritos a la Unidad
Especializada en Investigación de Delitos en Materia de Secuestro, dependiente
de la SEIDO, e integradas en las averiguaciones previas 816/2014 y 846/2014, y
en la indagatoria HID/SC/01/758/2013, así como el acta circunstanciada
18570/2013 de la Coordinación General de la Unidad Especializada en
Investigación de Delitos contra la Salud (UEIDCS).
Según
el diario, el segundo de Bravo Bárcenas, César Nava González, también fue
militar. Detenido en noviembre pasado en Colima, está recluido en el penal de
máxima seguridad de Occidente, en Jalisco, y es señalado como uno de los
principales operadores de la desaparición de los estudiantes.
Al
revisar las citadas declaraciones ministeriales se pudo determinar que algunos
expolicías inculpados admitieron su pasado militar.
Honorio
Antúnez Osorio, policía preventivo de Iguala detenido en octubre por el
exprocurador estatal Iñaky Blanco Cabrera, ingresó al Ejército en agosto de
1984 y obtuvo el rango de cabo de materiales de guerra. Hasta principios de los
noventa trabajó en instalaciones como la guarnición militar de Ciudad Juárez,
en la 35 Zona Militar y la IX Región Militar, éstas últimas localizadas en
Chilpancingo. Precisamente su condición de exmilitar determinó que el juez
federal lo consignara por su presunta responsabilidad en los hechos “con
agravantes”.
Ignacio
Hidalgo Segura, expolicía de Cocula, sostuvo en su declaración ministerial que
conoció a Bravo Bárcenas en el 27 Batallón de Infantería y que la noche del 26
de septiembre estuvo franco.
Su
colega Wilber Barrios Ureña, también de Cocula, aceptó que fue soldado de los
batallones 27 de Iguala y 52 de Zacatecas. Asentó que la noche trágica se quedó
en la cabecera municipal.
El
testimonio de Bravo revela que los mandos militares en Guerrero sabían que sus
subalternos estaban involucrados con la delincuencia organizada. El 15 de
octubre, ante el agente Juan Eustorgio Sánchez Conde y el defensor público
federal Dante Bretón Boschetti, el exdirector de Seguridad Pública de Cocula
sostuvo que en agosto de 2013 denunció a su segundo, César Nava González, ante
el comandante del 27 Batallón de Infantería, por arrebatarle el control de la
fuerza policial a base de amenazas contra su familia.
Responsabilidad
militar
Según
el mayor retirado, a Nava González le tomó poco más de dos meses hacerse del
mando. En junio llegó a las oficinas de Bravo Bárcenas y pidió trabajo. Lo
acompañaban Ismael Palma Mena, Pedro Flores Ocampo, Ignacio Aceves Rosales y
Jesús Palma Arroyo, también consignados por las desapariciones forzadas.
Pronto
el director de Seguridad Pública empezó a “notar ciertas irregularidades”,
entre ellas, que Nava llevó a personal policial a practicar tiro al basurero de
Cocula utilizando parque que, según él, le pertenecía, pero lo hizo sin
autorización de la comandancia del 27 batallón, como lo establece el protocolo.
Bravo
Bárcenas narró los detalles de la conversación en la que Nava González, a
mediados de julio, le advirtió que a partir de ese momento él tomaría las
decisiones en la policía. Cuando el mayor retirado replicó, le dijo: “Esto es
lo que más te conviene, ya tengo a toda tu familia”, y le mostró fotografías de
su casa y de sus hijos. Eso lo “atemorizó bastante” y, “por temor a
represalias”, se desentendió de la operación policial.
Sin
embargo, ante la incertidumbre de “a quién le iba a reportar sus acciones”
Nava, y dado que el personal “ya no se reportaba” con Bravo Bárcenas, éste
decidió “darle aviso al comandante del 27 batallón”, donde él mismo había
servido como militar.
“El
comandante del 27 batallón me dijo textualmente: ‘Tú no te preocupes, yo me voy
a hacer cargo, a ver qué pasa’ –continúa la explicación de Bravo Bárcenas–.Y a
los ocho días aproximadamente, este comandante (militar) fue a la comandancia
(policiaca de Cocula) y los militares nos separaron; es decir, en un lado se
encontraba toda la gente de César Nava González (…) y a todos los demás de la
comandancia nos separan y nos dice un militar que ahorita me los mandaba, y se
los llevó en las patrullas de nosotros.”
Según
el documento ministerial, Bravo Bárcenas pensó “que por fin ya se habían
llevado a César Nava y su gente, pero no fue así”. Ese mismo día llegaron los
policías presuntamente coludidos con el narco. “Así transcurrió el tiempo,
César Nava realizaba su trabajo sin decirme nada”, comenta el testigo.
En
cuanto a los hechos del 26 y del 27 de septiembre, el exdirector de Seguridad
Pública de Cocula refiere que no se enteró de lo ocurrido porque sus días de
descanso eran viernes, sábado y domingo. Y aunque en sus datos generales
informó ser vecino del municipio de Iguala, dijo que supo de los ataques a los
normalistas hasta el día 29, porque en la comunidad de la que es originario,
Atzcala (en el mismo municipio de Cocula), “no hay señal de ninguna compañía
telefónica”.
En
el interrogatorio que le hicieron el agente de la SEIDO y el defensor de oficio
no se desprende cuestionamiento alguno a Bravo Bárcenas para precisar si dio
seguimiento a su denuncia ante el representante de la Sedena.
En
el periodo señalado en esa declaración estuvo al frente del 27 Batallón de
Infantería el coronel Juan Antonio Aranda Flores, quien tomó posesión del cargo
en octubre de 2011 y ha sido señalado por acudir con frecuencia a los actos
públicos del entonces alcalde de Iguala José Luis Abarca, procesado por
delincuencia organizada y homicidio.
Aranda
Flores fue relevado al frente del batallón en el último trimestre de 2013 por
el coronel José Rodríguez Pérez, quien el 29 de septiembre les dijo a los
padres de familia de los estudiantes desaparecidos que se enteró “al último” de
los ataques, negó saber “si la Policía Municipal disparó”, y rechazó haber
participado en detenciones de policías agresores y de normalistas.
Sin
embargo, Rodríguez Pérez tampoco fue ajeno a la situación de violencia extrema
en el norte del estado, derivada de la complicidad de policías y Guerreros
Unidos.
De
acuerdo con la declaración ministerial que Ernesto Pineda Vega, preso en el
penal de Acapulco, rindió ante autoridades del fuero común el 1 de mayo pasado,
a principios de 2014 él presentó denuncias “ante el 27 y 41 Batallón Militar y
después a la Marina” sobre la forma de operar de Guerreros Unidos, que
“controlan los pueblos de Cocula, Iguala, Tepecoacuilco (…) y hasta el Balsas”.
Identificado
en medios locales como “dirigente social y fundador” de la colonia San
Miguelito, Pineda Vega fue detenido el 23 de abril de 2014 acusado de
secuestro. Se dijo cercano al líder campesino Arturo Hernández Cardona,
asesinado con otras dos personas en mayo de 2013, crímenes por los que también
se procesa al exalcalde de Iguala.
En
la comparecencia ministerial, el procesado se dijo víctima de autoridades
municipales y de la procuraduría local, sólo por tener “mucha información” de
la complicidad de Abarca y su entonces secretario de Seguridad Pública, Felipe
Flores Velázquez, con Guerreros Unidos, “ya que este grupo de gentes han
secuestrado a innumerables personas y desaparecido a otras tantas”.
En
el documento oficial, integrado en el expediente por las desapariciones de los
normalistas, Pineda Vega insistió en que les describió a los militares el modus
operandi de las policías municipales y del crimen organizado para secuestrar,
extorsionar, fabricar metanfetaminas y desaparecer a personas en fosas
clandestinas. Añadió que les dio santo y seña de dónde vivían algunos
operadores criminales.
Cuatro
meses antes de la tragedia de Iguala, Pineda Vega sostuvo que proporcionó a las
Fuerzas Armadas datos de aquellos que para la PGR son los responsables
intelectuales o materiales de los ataques armados del 26 y 27 de septiembre
pasados, o sólo forman parte de la estructura de Guerreros Unidos: El May, El
Chuky o El Pelón, El Gordo, La Muerte, Tuerto (encargado de las armas) y El
Gil, el gallero de Pueblo Viejo identificado como Gildardo López Astudillo.
De
acuerdo con esa declaración, las autoridades castrenses que recibieron la
información fueron el ya mencionado comandante Rodríguez Pérez, el almirante
José Rafael Durán (comandante de la Octava Región Naval, de Acapulco) y el
coronel Rafael Hernández Nieto (comandante del 41 Batallón de Infantería),
quien a principios de 2014 fue designado coordinador del operativo Guerrero
Seguro.
Hernández
Nieto fue sustituido por el coronel Arturo Cano Reyes, excomandante del 25
Batallón de Infantería del Estado de México, al cual pertenecían los soldados
acusados de la ejecución extrajudicial de 22 personas en Tlatlaya el pasado
junio.
Omisiones
de la PGR
También
la PGR ha sido debidamente informada del entramado de complicidad entre la
delincuencia organizada y las autoridades estatales y municipales guerrerenses.
En
los documentos revisados por la reportera destaca un oficio del 25 de
septiembre de 2013, clasificado como “extra urgente” por el agente de la
UEIDCS, en el cual solicita a la Coordinación General de Delegados de la PGR
los antecedentes penales de Ángel Aguirre Rivero, entonces gobernador de
Guerrero; del exalcalde José Luis Abarca Velázquez; de su esposa, María de los
Ángeles Pineda Villa, así como de su suegra, María Leonor Villa Ortuño, y sus
cuñados Guadalupe, Salomón, Mario y Alberto –estos dos fallecidos–; así como de
Mario Casarrubias y Víctor Hugo Aguirre Garzón.
Esa
búsqueda arrojó que en 2010 y 2012 la PGR abrió tres averiguaciones previas
contra Abarca y una contra su esposa, de las cuales se mantenía vigente una
sobre el exalcalde: la PGR/GRO/IGU/M-I/061/2012, por delincuencia organizada.
El
escándalo internacional por la desaparición de los normalistas reactivó las
indagatorias contra Abarca que estaban en la congeladora o avanzaban muy
lentamente, como las que se le abrieron por los asesinatos de los líderes
perredistas Arturo Hernández Cardona y Justino Carvajal Salgado, éste síndico
municipal de Iguala y sobrino del exsenador Félix Salgado Macedonio.
Mientras
Abarca es procesado por delincuencia organizada, secuestro y homicidio, hechos
ocurridos antes de septiembre pasado, a María de los Ángeles Pineda Villa, cuyo
arraigo vence este lunes 5, la PGR no le ha imputado delitos federales.
Pero
la revisión de las declaraciones ministeriales revela otras complicidades y
omisiones.
l
testimonio de Sidronio Casarrubias Salgado, rendido el 17 de octubre de 2014,
describe cómo se escapó Francisco Salgado Valladares, considerado por la PGR
como líder de Guerreros Unidos e identificado como uno de los principales
implicados en la desaparición forzada de los estudiantes.
Ante
el agente Juan Francisco Quezada López y el defensor Eduardo Martínez Loera,
Casarrubias describió lo que sucedió pasado el mediodía del 27 de septiembre:
“Iñaky
(Blanco Cabrera), procurador del estado de Guerrero, y el secretario de
Seguridad Pública del estado de Guerrero, y otra persona que está relacionada
con salud pero que no sé quién era, ya tenían detenido a Francisco Salgado
Valladares y a toda la policía que dependía de (él), personas a las que soltó
porque la policía comunitaria de Iguala llegó y a Iñaky le dio miedo y se
retiró en helicóptero.”
Casarrubias
afirmó que Gildardo López Astudillo, El Gil, lo llamó por teléfono para
informarle que se iba a “enmontar” (irse al monte) y que se llevaría con él a
Salgado Valladares rumbo a la sierra de Cocula, para llegar a Tianquizolco,
municipio de Cuetzala del Progreso.
El
inculpado dijo que mantuvo contacto con López Astudillo el 26 y el 27 de
septiembre, identificó a través de Google Maps “la meseta que le llaman Veinte
Pueblos”, donde se refugiaron El Gil, Salgado Valladares y otros presuntos
responsables, como “El Chuky, jefe de una célula de sicarios”.
Casarrubias
Salgado, quien en su declaración admitió tener negocios con Guerreros Unidos
pero negó pertenecer a la banda, se presentó como hermano de un policía federal
asesinado en 2001 y un militar: Francisco y Alfredo, respectivamente.
Antes
de terminar su declaración se mostró dispuesto a ayudar: “Yo soy padre de
familia y a fin de que se esclarezcan los hechos respecto a los estudiantes
desaparecidos, le manifiesto que es mi deseo aportar toda la información
necesaria y de ser necesario estoy dispuesto a ayudar a la autoridad para que
se logre dar con el paradero del Gil y de Francisco Salgado Valladares, quienes
son las piezas clave con las personas desaparecidas”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario