La
democracia no llegará con los dólares a Cuba/Casimiro García-Abadillo, director de EL MUNDO.
El
Mundo | 4 de enero de 2014.
El
anuncio del pasado 17 de diciembre por el que Estados Unidos y Cuba se
comprometen al restablecimiento de relaciones diplomáticas, rompiendo con más
de 50 años de aislamiento, ha despertado enormes expectativas tanto dentro como
fuera de la isla.
La
cuestión es si, como consecuencia de una cierta apertura económica, finalmente
se podrán establecer las libertades democráticas en Cuba o bien si ese nuevo
balón de oxígeno será aprovechado por el régimen para perpetuarse después de
que Raúl Castro abandone el poder en 2018.
La
débil oposición interna y los intelectuales no se ponen de acuerdo, mientras
que desde Miami el lobby cubano presiona al Partido Republicano para que, si
gana las próximas elecciones, revise el acuerdo.
Por
el momento, el régimen castrista se ha apuntado un tanto político que refuerza
su prestigio. El reconocimiento por parte de Obama de que el «embargo ha sido
un fracaso» porque sólo ha conseguido aumentar las dificultades del pueblo
cubano mientras que no se ha logrado ni un solo avance en la conquista de la
democracia supone un éxito para la política de resistencia del castrismo frente
al «imperialismo» norteamericano.
Además,
el regreso de los cinco espías liberados en virtud del acuerdo del 17 de
diciembre se ha explotado en las últimas semanas propagandísticamente mediante
carteles y de forma masiva en la televisión, como la prueba definitiva de que
Cuba ha salido ganando.
Dos
días después del histórico anuncio, en la reunión de la Asamblea celebrada el
19 de diciembre, el presidente Raúl Castro se encargó de certificar que en lo
esencial en su política no habrá un «cambio de rumbo».
Democracia
y economía.
En
sus aspectos concretos, el acuerdo del 17-D supondrá a corto plazo un aumento
significativo de entrada de divisas, fundamentalmente desde la colonia de casi
2 millones de cubanos que viven en Estados Unidos (la mayoría en Florida).
También supondrá el fin de las restricciones a la llegada de turistas
norteamericanos, la posibilidad de operar con tarjetas de entidades de EEUU e
incluso la apertura de sucursales en Cuba.
Eso
es lo que percibe la mayoría de la población: habrá más dólares y los cubanos
podrán vivir mejor. Cualquier taxista o camarero al que se le pregunte estos
días en La Habana responderá con una sonrisa: «Nos irá mejor porque vendrán más
turistas yanquis».
El
turismo es una de las principales fuentes de ingresos de Cuba. El pasado día 31
de diciembre, el periódico Granma (órgano oficial del Comité Central del
Partido Comunista de Cuba), daba a tres columnas en su portada este titular:
«Recibió Cuba hasta el 30 de diciembre tres millones de visitantes
internacionales». La información consistía en una escueta nota del Ministerio
de Turismo. En otro artículo en las páginas interiores del mismo diario, y casi
como justificación revolucionaria para el impulso de esa actividad económica,
se afirmaba que el propio Fidel Castro, en su libro La historia me Absolverá
(así escrito en el original), decía que «el turismo puede ser una enorme fuente
de riquezas».
El
reputado escritor Leonardo Padura (autor, entre otros libros, de El hombre que
amaba a los perros), me confesó que, sin lugar a dudas, el acuerdo del 17-D va
a ser bueno para la economía: «Los americanos llevan escrito en la frente el
15%, que es el porcentaje que suelen dejar como propina».
Sobre
eso sí existe consenso. La depauperada economía cubana necesita un respiro. La
caída del precio del petróleo puede poner fin a un ventajoso acuerdo con
Venezuela, que exporta el hidrocarburo que necesita la isla a precio irrisorio
a cambio de la ayuda que aportan unos 25.000 médicos cubanos que trabajan al
servicio del régimen bolivariano.
Desde
el comienzo del embargo en 1962, Cuba ha vivido en una continua crisis, aunque
lo peor llegó con el llamado «periodo especial», que comenzó en 1991 como
consecuencia del fin del comunismo en la URSS, que era el país amigo de Castro
que ponía parches al aislamiento económico. El PIB cubano cayó más de un 36% en
sólo tres años y no recuperó los niveles anteriores a 1990 hasta diecisiete
años después.
Aunque
la situación ha mejorado, el nivel de vida es todavía muy bajo (la renta per
capita en 2012 era de 6.221 dólares). Un asalariado cubano gana al cambio una
media que va desde los 20 a los 60 dólares mensuales. Los servicios y, en
general, toda la economía muestra un elevado nivel de ineficiencia. Claro que,
como dice un dicho muy popular en Cuba: «Nosotros hacemos como que trabajamos
porque ellos (el Estado) hacen como que nos pagan».
Aunque
el turismo crece anualmente por encima del 5% la principal fuente de ingresos
es la exportación de servicios. Los médicos que trabajan en Venezuela o los que
recientemente han sido enviados a Sierra Leona para combatir el ébola son el
motor económico del país. Los que trabajan en la república presidida por
Nicolás Maduro hacen que haya gasolina para los automóviles y los que están en
África reportan 10.000 dólares al mes por cabeza (ese es el salario que les
proporciona la OMS). De ese dinero, el Estado se queda con 9.500 dólares,
mientras que los otros 500 constituyen el elevado salario -en comparación con
la media del país- de los facultativos cuyo trabajo es presentado por los
medios oficiales como un gesto de «solidaridad revolucionaria».
La
segunda fuente de ingresos la constituyen las remesas de dólares remitidas
fundamentalmente desde Miami. Limitadas ahora a 500 dólares al trimestre, tras
el acuerdo del 17-D, pasarán a ser de 2.000 dólares al trimestre.
Estas
remesas hacen que en Cuba se esté produciendo una diferenciación social entre
los que tienen familiares en EEUU y los que no que, curiosamente, está
volviendo a dividir a la isla no sólo en clases, sino también en grupos
raciales, ya que la mayoría de los emigrados a Florida son blancos. Otra de las
paradojas de la revolución castrista.
La
supervivencia se hace difícil -hay alimentos, como las patatas, que sólo se
consiguen en ocasiones en el mercado negro- y sólo es posible gracias a la
existencia de una consentida economía sumergida que consiste, básicamente, en
que los funcionarios y empleados públicos detraen una parte de las materias con
las que trabajan para, después, venderlas fuera de los circuitos oficiales.
Se
habla mucho sobre el modelo que seguirá Cuba tras la apertura económica que
significará el acuerdo del 17-D. Se debate sobre si el castrismo adoptará el
modelo chino o el modelo vietnamita, o si se seguirá un patrón parecido al de
la ex URSS.
No
parece fácil la traslación a Cuba de la economía de mercado con un Estado de
partido único. El presidente chino Xi-Jinping visitó la isla el pasado 21 de
julio y firmó un acuerdo bilateral que suponía la concesión de un préstamo sin
intereses para la modernización del puerto de Santiago y un acuerdo para la
explotación petrolífera del Golfo de México. La delegación china discutió con
los funcionarios cubanos sobre su modelo económico, pero éstos no aceptaron que
el mercado fuera el mecanismo de fijación de precios. Los precios en Cuba los
fija el Estado. Y los empresarios son tan mal vistos que a los nuevos
emprendedores (los propietarios de los conocidos paladares) se les denomina
«cuentapropistas».
Para
la mentalidad de los dirigentes castristas, el enriquecimiento implica algo intrínsecamente
malo, a diferencia de los dirigentes chinos, que lo consideran intrínsecamente
bueno. Por tanto, lo más probable es que la liberalización se vaya produciendo
con cuenta gotas y siempre bajo control de la estricta normativa cubana.
Un
poder inaccesible.
Una
de las cosas que más llama la atención en la Cuba de hoy es el desconocimiento,
la desconexión entre la sociedad y el poder.
Nadie
sabe nada sobre la salud de Fidel Castro. Se dice en círculos bien informados
que ha permanecido una larga temporada hospitalizado y que ahora está de nuevo
en su domicilio (también secreto) convaleciente de Alzheimer ¿Es eso cierto?
Nadie lo sabe.
¿Y
Raúl? ¿Se marchará efectivamente en 2018 como está establecido? ¿Quién le
sustituirá? Se dice, siempre en círculos cubanos informados, que el
vicepresidente Miguel Díaz-Canel no tiene poder real. Para esas fuentes, ni
siquiera el influyente viceministro de Defensa, Álvaro López Miera, sería una
opción para el postcastrismo.
Todo
apunta, según esas fuentes, a que la sucesión se producirá por la vía
hereditaria y recaerá en alguno de los hijos de Raúl. El favorito es Alejandro,
uno de los máximos responsables del eficiente servicio de inteligencia cubano.
En
Cuba el poder lo tiene Raúl Castro y lo sostiene sobre la base de un organizado
ejército. Los militares son el sustento del régimen y controlan gran parte de
la economía (por ejemplo, el turismo).
Todo
apunta a que el castrismo intentará perpetuarse apoyado en la estructura
militar, aceptando sí una tímida apertura económica. De hecho, los hijos de
algunas de las familias más ilustres del régimen son propietarios de los
paladares más exitosos de La Habana.
¿Es
posible el cambio?
Uno
de los errores que suelen cometer los políticos españoles es comparar la
situación actual de Cuba con la que vivió España en los momentos finales del
franquismo. Es verdad que la muerte de Fidel Castro supondrá un golpe para el
régimen, pero, a partir de ahí, las diferencias son mucho más relevantes que
las similitudes.
Para
empezar, en España había un sistema capitalista que no hubo que cambiar. Como
ya se ha visto, la transición al capitalismo es algo que ahora ni se plantea en
Cuba. En segundo lugar, el ejército tiene mucho más poder que el que tenía en
España a mediados de los años 70. Ese poder real -el único poder- es totalmente
refractario al cambio. En tercer lugar, la oposición interior prácticamente no
existe, al contrario de lo que sucedía en España, donde los sindicatos y
partidos de izquierda ilegales eran muy activos.
El
primer test sobre la actitud del régimen hacia una posible apertura política
tuvo lugar el pasado 30 de diciembre en la Plaza de la Revolución, donde la
pintora Tania Bruguera trató de convocar un acto que consistía en que los
ciudadanos pudieran dar su opinión sobre el régimen. No hubo lugar. La
performance fue prohibida y su convocante detenida, así como Reinaldo Escobar,
marido de la conocida bloguera Yoani Sánchez y editor del diario online
14ymedio. También fue detenido el conocido opositor Antonio Rodiles,
probablemente la figura más interesante del anticastrismo interior.
El
día anterior a su detención, conversé con él en su domicilio de La Habana.
Rodiles es muy crítico con el acuerdo del 17-D. «El riesgo que tiene es que los
que aspiramos a un cambio democrático nos quedemos colgados y el régimen
termine legitimándose». Rodiles, que cree que Obama ha dado respiración
asistida a Castro, defiende cambios constitucionales que desliguen los derechos
ciudadanos de su perfil ideológico.
La
postura de Rodiles, de Bruguera, o del prestigioso escritor Raúl Rivero
(colaborador de EL MUNDO) no es, sin embargo, mayoritaria entre la
intelectualidad de la isla. Otros, como el propio Padura, la escritora y
bloguera de elmundo.es Wendy Guerra o el ensayista Iván de la Nuez ven el
acuerdo del 17-D como una oportunidad para un cambio democrático. De la Nuez me
definió en La Habana a Raúl Castro como «un militar pragmático que ha hecho
algo -el acuerdo del 17-D- impensable en Cuba hace tan sólo un tiempo».
Mi
opinión coincide básicamente con la de Vargas Llosa (El País, 28-XII-2014). Hay
que dar por bueno el paso dado por Obama porque puede suponer una mejora para
el pueblo cubano, pero me temo que la libertad quede todavía muy lejos y, desde
luego, no vendrá sólo de la mano del acuerdo firmado el 19-D.
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