Revista
Proceso No. 1992, 3 de enero de 2014
No saben
que no saben/ERNESTO
VILLANUEVA
En los
últimos meses la sociedad mexicana ha asistido estupefacta a la puesta en
escena de múltiples muestras de actos de corrupción, de conflictos de interés,
de impunidad y en el mejor de los casos, de actos políticamente incorrectos. A
primera vista parece cinismo, pero cada vez me parece que lo que sucede es
peor. Veamos.
Primero.
El Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia, define el vocablo
“cinismo” como: “Desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de
acciones o doctrinas vituperables”. En otras palabras supone el conocimiento de
una práctica incorrecta y a pesar del conocimiento de causa lo lleva a cabo.
Históricamente el umbral de tolerancia de la sociedad era alto porque existía
la percepción de que nada se podía hacer. No había ejemplos de éxito que
generaran incentivos para la protesta social o la denuncia pública de largo
aliento. No es que la sociedad sepa todo, pero sí había (hay) esa percepción de
que “algo huele mal” y hay una sensación de abuso, injusticia en las que no
está de acuerdo, les irrita, les molesta. De entrada, la ira acumulada por
muchos años ha hecho que la clase política, sin importar signo político, esté
estigmatizada y el principio de presunción de inocencia se modifique 180 grados
y ahora todo político es culpable de corrupción hasta que demuestre lo
contrario. Abundan los ejemplos de ello: a) el secuestro de un diputado en
Guerrero; b) la privación de la libertad de otro legislador en el mismo estado;
c) el ejercicio de la justicia por propia mano en Michoacán con las
autodefensas y d) el llamado de varios actores mexicanos a que la comunidad
internacional suspenda todo acuerdo o tratado con México y a gobernarnos
nosotros mismos sin la presencia gubernamental, porque acaso genera más
problemas de los que resuelve.
Segundo.
En este explosivo contexto social, políticos hacen cuantiosos regalos a sus
hijos o se regodean en lujosos viajes al extranjero o de plano aceptan y
utilizan camionetas blindadas de proveedores. Estoy convencido de que, en
principio, estos personajes no saben que lo que hacen está mal. No saben que no
saben. Hasta que el conflicto derivado de su actuar explota en manifestaciones públicas
se enteran tardíamente de que su conducta era ilegal o al menos, inapropiada.
Esto es más grave que el cinismo porque: a) pone de relieve que en la cultura
política están arraigadas la corrupción y la impunidad como atributos del poder
y por tanto es algo “normal”, de lo que no hay que sentirse mal en modo alguno,
razón por la cual lo comparten, lo exhiben y se enorgullecen de que lo pueden
hacer, acaso como si se tratara de una revista de sociales donde hombres y
mujeres muestran lo que pueden comprar con su patrimonio; b) muestra que es
necesario socializar en la clase política lo que es correcto y aquello que no
lo es. Es como, por ejemplo, si en conciencia un político no aceptara un no
como respuesta y abusara de una mujer o un hombre, sin ningún ápice de
remordimiento y c) refleja la elasticidad del marco interno de ética pública y
personal de un porcentaje no menor de políticos que están seguros de que
ejercer el poder constituye un seguro contra toda arbitrariedad que no es
percibida como tal por un gran porcentaje de los políticos, sino como un
reflejo de que el poder es un ejercicio patrimonial y no una labor que se
explica sólo y sólo sí por la confianza ciudadana, que día con día está sujeto
al escrutinio público.
Tercero.
El cínico sabe que lo que hace está mal, pero lo sigue haciendo porque cree que
puede hacerlo sin consecuencias negativas o porque confía en que a él no le va
a pasar nada. El que no sabe que no sabe ni siquiera alcanza a distinguir que
lo que hace está mal, hasta que la indignación popular le estalla en las manos
y el conocimiento de lo correcto e incorrecto le cae de pronto encima. El gran
problema es que esto pasa de la cúspide a la base del ejercicio del poder, de
la política y de quienes hacen negocios con quienes tienen el poder. Se trata
de un caso sistémico. En algunos casos la corrupción se ha legalizado como, por
ejemplo, en los casos siguientes de manera enunciativa: a) los gastos de
representación, que en Suecia están estrictamente prohibidos; b) la creación de
acuerdos especiales de pensiones especiales donde bastan meses incluso de
trabajo para ser beneficiario de esos privilegios y, además, con cifras
estratosféricas, que rompen con la estructura de las leyes aplicables a la
sociedad, como las del ISSSTE o las del IMSS y c) la aceptación de créditos a
tasas simbólicas por constructoras y no por entidades financieras autorizadas
para tal efecto, sin que ese acto genere al menos una duda o sospecha en los
beneficiarios, o al menos en buena parte de ellos. La gravedad de las acciones
del que no sabe que no sabe es permanente, transversal hasta que se le ponga un
alto. El cínico tiene la capacidad de discernir que lo que hace está mal y
puede interpretar cuándo matizar o eliminar transitoriamente sus acciones. La
importancia de la sociedad y los medios es vital para que este escenario no se
siga repitiendo hasta el infinito.
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